Cómic vs manga, ¿un conflicto caduco e innecesario?

La categorización del arte es un ejercicio necesario y, a su vez, peliagudo. Si bien constreñir los elementos definitorios de un género se ajusta al afán humano de procesar y almacenar la información con base en patrones organizados y predecibles, corremos el riesgo de privarnos a nosotros mismos de vivir experiencias únicas e irremplazables. Esto es especialmente cierto si se desatiende la noción básica del criterio de denominación de origen. En efecto, a veces se habla de una obra a partir del lugar en el que se creó. Por ello, naturalmente, podemos ver reflejada una impronta cultural en la técnica empleada así como las temáticas o sensaciones que se pretende transmitir. Pero, si damos un paso en falso, podemos caer en un argumento reduccionista por el que, en principio, no se admiten las notas discordantes.

Hoy partimos de esta premisa —con la cual nuestra web está familiarizada— para referirnos a uno de los temas de conversación estrella dentro del panorama de las redes sociales, tanto así que se reabre de vez en cuando: la distinción entre el cómic occidental y el manga japonés. Lo más probable es que hayáis leído alguna vez un comentario en las líneas de «empezar a leer cómics es muy difícil, porque las series se resetean constantemente y la continuidad es un desastre. En cambio, las historias contadas en el manga son mucho más sencillas de seguir». «La fábula de superhéroes es muy repetitiva y no innova desde hace años». Este argumento se contrarrestará normalmente con: «El manga está lleno de arquetipos agotadores como el isekai». «El autor japonés promedio es un misógino, esto se ve a través de cómo tratan a las mujeres mayoritariamente como objetos de deseo». Vamos a desmenuzar todas estas ideas, una a una, a modo de demostrar lo corto de miras —y lo rayano en el racismo y la xenofobia— que uno puede llegar a ser cuando se niega a salir de su respectiva zona de confort.

Para proceder a un correcto análisis de esta materia, es preciso desmitificar de antemano una serie de preconcepciones que se suele tener sobre la industria del cómic occidental. Así pues, la más común viene a ser su supuesta predilección por el género de superhéroes y los estigmas a éste asociados. Si bien es cierto que Marvel y DC Comics abarcan una porción muy significativa del mercado, no lo monopolizan en absoluto. Al menos, no en lo que se refiere a calidad y originalidad, así como adaptaciones a la televisión y el cine. Basta con acudir a vuestra tienda local de confianza para comprobar que algunas de las novelas gráficas más aclamadas de la última década se desmarcan de la premisa sobrehumana. Por poner unos cuántos ejemplos: Heartstopper —que empezó como webcómic y no tardó en despegar en el plano editorial—, de Alice Oseman; Paper Girls, de Brian K. Vaughan y Cliff Chiang; Solo los encontramos cuando están muertos, de Al Ewing y Simone Di Meo y; She-Ra o Nimona, de ND Stevenson. Y esto sin entrar en la larguísima tradición y diversidad del cómic franco-belga o el tebeo español.

Nimona, adaptación de la obra de ND Stevenson, fue nominada a Mejor Película de Animación en los Óscar 2024 / ©Netflix

Luego está la cuestión de la continuidad. Lo cierto es que, en este sentido, la viñeta occidental está pagando los platos rotos de la mediocridad y el exceso de los universos cinematográficos. Al fin y al cabo, cuando el filme promedio de la Marvel Studios actual consiste en un anuncio publicitario muy elaborado para la próxima gran producción multimillonaria —que nos apabullará de efectos especiales a costa de la salud laboral de sus artistas—, es sencillo concluir que la cadena de montaje de sus obras madre no será muy distinta. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Lo que vamos a apuntar a continuación amerita un sinfín de matices, a los que aludiremos de inmediato, pero vamos a abrir la veda: siendo realistas, no hay mal punto de entrada al mundo del cómic. No os vamos a negar que hay historias de todo tipo, algunas más accesibles que otras. Pero todo autor que se precie querrá proponernos su propia interpretación del personaje de turno y, cuando recurra al conocimiento previo, normalmente dará de antemano todo el contexto que sea necesario.

A la hora de acercarnos a historias paradigmáticas del medio, se trata de una experiencia ciertamente más difusa que la de sencillamente empezar Jujutsu Kaisen por el primer volumen. Pero no confundamos esta liquidez con una mayor dificultad. ¿Que queremos leer algo de nuestro amigo y vecino trepamuros, Spiderman? Tenemos la opción de partir de Amazing Fantasy #15 y repasar toda su etapa clásica hasta el punto de la fatiga. Siempre cabe la posibilidad de acudir a la interpretación alternativa que nos trajeron, con sus quitas, las sagas de la década de los 2000. También está el nuevo universo Ultimate, recién comenzado el pasado enero de la mano del superlativo dúo de Jonathan Hickman y Marco Checchetto, que da la vuelta a la tortilla y trae un enfoque más adulto para el Peter Parker al que todos queremos. Y si sois el tipo de persona que disfruta el formato antológico, quizás podáis apreciar vistazos generales con una sana dosis de originalidad como el que nos da Spiderman: Toda una vida, de Chip Zdarsky y Mark Bagley. Cualquier punto de entrada es igual de válido.

Nótese que no hemos marcado un punto final para algunas de estas recomendaciones, porque un prejuicio que tenemos que quitarnos de inmediato es la concepción rígida de la narrativa como principio, desarrollo y final. Mencionábamos al comienzo del artículo que el lugar de origen tiene cierto impacto en las técnicas empleadas a la hora de explorar géneros como el viñetístico y esto se ve reflejado en la preponderancia de los arcos o sagas de según qué autores. Estos relatos tienden a ser episódicos, con independencia de las repercusiones que puedan o no tener a futuro. Un conjunto de estas características, en esencia ubicuo, está destinado a actualizarse en función de la época que transcurra y del contexto social, lo que nos permite afirmar que no es necesario leerlo todo para darse por satisfechos, solo hasta donde consideremos de interés. Lo curioso es que —tal vez, de forma menos extendida y con un calado menor— esto no es en absoluto extraño de ver en la industria del manga, por poner un ejemplo: Naruto, Naruto Shippuden y Boruto son cada uno productos de su tiempo que pueden llegar a diferir en aspectos tan relevantes como su autoría y que, aun así, pueden disfrutarse indistintamente como partes de un todo. Lo mismo ocurre con Dragon Ball y sus secuelas, cada una de las partes de JoJo’s Bizarre Adventure y un largo etcétera. Es cierto que todos los ejemplos apuntados son secuelas en sentido estricto y, sin embargo, no dejan de ser obras diferentes. A lo que queremos referirnos con esto es a que la visión del autor y las sensaciones o mensajes que quiera transmitir son lo más importante, a fin de cuentas.

©Shueisha, DC Comics

Otra crítica que se suele esgrimir es la presunta naturaleza cíclica y estancada del cómic occidental. Entiéndase, a los efectos de este párrafo, que nos referimos casi en exclusiva al género de superhéroes, puesto que realmente no puede decirse lo mismo de obras originales. Los personajes, así las cosas, no envejecen o evolucionan a lo largo de las décadas: Batman ha sido, es y muy probablemente siempre será Bruce Wayne. Esta afirmación, sin embargo, merece sus aclaraciones. La sola utilización de estructuras o fórmulas arquetípicas no debe considerarse de ninguna manera desmerecedora de las obras occidentales, no solo porque es una técnica literaria tradicional que alimenta las posibilidades de subvertir las expectativas del lector —«si no está roto, no lo arregles»—, sino porque también se da con toda normalidad en Japón, aunque no esté personificada en un nombre o antifaz concreto. Por algo, a fin de cuentas, se habla de géneros diversos. Un nekketsu difícilmente se distanciará de la mansalva de golpes y a menudo caerá en clichés como los arcos de torneo. Casi toda comedia romántica que se precie acalora el drama típico de estas historias implementando un triángulo amoroso o dificultades asimilables. En el fondo, no hay nada malo en ello, lo verdaderamente relevante está en cómo se conjugue tradición con vanguardia.

Ahora bien, es cierto que algunas líneas argumentales —son acusados los casos del Spiderman original a partir de la saga One More Day, así como los varios reseteos universales de DC Comics— abusan de la táctica del reboot y pueden antojarse monótonas de seguir. Sin embargo, estas tendencias están en descenso en pos del relevo generacional: Miles Morales ha explotado en popularidad desde que se estrenó el filme Spiderman: un nuevo universo en 2018 y, actualmente, disfruta de un protagonismo cada vez mayor. Kamala Khan es la nueva Ms. Marvel y carga a sus espaldas a Los Inhumanos, pese a que también fuese recientemente revelada como mutante. Nadia van Dyne es la renovada e imparable Avispa y toma el testigo de su padre, Hank Pym, de una forma transformativa y realzadora de las virtudes del personaje a partes iguales. Poco a poco, los mismos mensajes se envían a través de caras nuevas y rebosantes de frescura.

Hasta ahora, hemos analizado principalmente las quejas que se suele tener del tebeo occidental desde la perspectiva de un lector de manga. No obstante, sería poco diligente desatender las vejaciones que se dan a la inversa, esto es, de la autoría japonesa y las temáticas que maneja. Lo más común, como adelantábamos, es caer en el odioso estigma que se tiene sobre la ideología japonesa en relación con minorías como las mujeres o el colectivo LGBTIQ+. Este es un debate que trasciende al tema que hoy pretendemos abordar y al que, de hecho, ya nos hemos dedicado pormenorizadamente en esta web. Sin embargo, conviene sacarlo a colación de nuevo y recalcar un par de apuntes. En primer lugar, la discriminación no conoce nacionalidad. Que se manifieste de un modo distinto en un país con una tradición literaria determinada no es óbice para que pueda existir y exista en las demás culturas, solo que expresada de manera diferente. Recomendamos mucha precaución a la hora de realizar generalizaciones tan peligrosas como estas, no solo porque ignoramos la existencia de movimientos reivindicativos, sino porque corremos el riesgo de caer en el doble rasero. ¿Acaso vamos a ignorar que, por ejemplo, seguimos llamando ‘Supergirl’ a Kara Zor-El, pese a ser mucho más famosa y querida que cualquier Superwoman?

©Marvel Comics

Vivimos en un mundo globalizado y esta es una realidad que, nos guste o no, también marca la forma en que nos expresamos. El libre flujo de ideas y opiniones sobre lo que es el arte, lejos de avocarnos a la homogenización, ha propiciado un sinfín de mezclas inesperadas e innovadoras. Las inspiraciones occidentales de My Hero Academia o Mashle son tan evidentes que ni falta que hace mencionarlas. Artistas de renombre como Kamome Shirahama o Yusuke Murata han colaborado en numerosas ocasiones con editoriales norteamericanas para hacer portadas alternativas o tomos especiales —véase Marvel Comics: A Manga Tribute, con la participación de este último—. Scott Pilgrim fue escrita y dibujada por un canadiense y el año pasado recibió una mezcla entre adaptación animada y secuela de la mano del estudio nipón Science Saru, con Scott Pilgrim da el salto. Peach Momoko es una maravillosa artista de Japón y, gracias a su contrato de exclusividad con Marvel, la tenemos escribiendo básicamente un manga de la Armadura —cabría reseñar que se puede disfrutar por su cuenta, pues está escindido de cualquier continuidad previa— con Ultimate X-Men (2024). Las líneas son cada vez más difusas, así que, ¿para qué molestarnos en reforzar esta separación? Aprendamos a disfrutar las lecturas por lo que son y no por dónde se crearon.

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