Sobrevivir a tu ópera prima: Blame! y Tsutomu Nihei

Sobrevivir, creativamente hablando, a la creación de una obra capital para tu campo artístico no suele ser fácil, y más cuando además ese título es tu ópera prima. En la primavera de 1941 se estrenaba Ciudadano Kane, el primer largometraje profesional presentado al público —Too Much Johnson jamás se había llegado a exhibir públicamente— del director estadounidense Orson Welles. A la postre, el drama protagonizado por Joseph Cotten y el propio Welles, quienes volverían a actuar juntos a finales de aquella década en El Tercer Hombre, terminaría siendo considerado como uno de los trabajos cinematográficos más influyentes y relevantes de la historia del séptimo arte, cuya influencia aún se deja notar hoy en día. El director de Wisconsin no se permitió dormirse en los laureles y, pese a haber debutado con una película memorable, no quitó en ningún momento el pie del acelerador y a lo largo de su carrera nos continuó entregando obras tan celebradas como El Extraño, Otelo o La Dama de Shanghai. Cada una con el sello identitario del creador, pero también con una idiosincrasia propia y unos valores individuales.

Salvando las distancias creativas y, por supuesto, la relevancia internacional tanto a nivel de medio artístico como de obra, Tsutomu Nihei se vio en una tesitura similar a finales de la década de los 90. La popular revista Gekkan Afternoon, de la editorial Kodansha —cuyas páginas también han contenido en algún momento títulos como Mushishi, La Espada del Inmortal o Vinland Saga— acababa de dar luz verde, en 1997, a la publicación de Blame!, el primer trabajo profesional del autor de Fukushima, que a día de hoy puede ser considerado como un pilar fundamental del manga de ciencia ficción contemporáneo, una de las obras más importantes y sorprendentes de su género.

Blame! tenía lugar en un futuro incierto, uno tan lejano que cualquier similitud o analogía que podamos hacer con nuestro mundo, tal y como lo conocemos, carece de sentido. Nuestra Tierra es ahora La Ciudad, una especie de gigantesca esfera de Dyson de medidas inimaginables y propiedades inescrutables. Colosal. Autosuficiente. Enigmática. De los humanos no queda rastro, así como de plantas o animales, y tan solo tribus de entes descendientes tiempo atrás del homo sapiens pueblan sus estancias faraónicas, cada una del tamaño de un país. Killy es un viajero con la misión de acceder a la Red, y sólo podrá hacerlo si encuentra a un humano puro, uno auténtico, alguien que pertenezca a una especie que se considera ya extinta. En su periplo tendrá que enfrentarse a los propios Dispositivos de Seguridad de la Ciudad, que celosamente guardan sus secretos, y a los misteriosos Seres de Silicio. Pero lo que hacía tan especial a Blame! no era precisamente su argumento —pese a lo funcional y bien estructurado de su autoría—, sino su valiente narrativa visual y espacial. Nihei jugaba de manera constante con lo inmenso e inmersivo de los escenarios para hacer sentir al lector tan minúsculo e insignificante como resultaba el propio Killy en comparación con su entorno, cuando se veía reducido a una pequeña figura oscura entre monumentales columnas, descomunales bóvedas cuyas dovelas centrales se alzaban por encima de donde puede alcanzar la vista y abismos de fondos insondables. La expresión visual era a veces tiránica, otras confusa, pero siempre invitaba a analizar en profundidad aquello que estábamos viendo. La sensación de inquietud y sobrecogimiento en era constante a lo largo de los 66 capítulos que duraba la obra, recopilados en seis volúmenes de grosor considerable.

Como para darte un paseo sin un mapa / ©Kodansha

Blame! se convirtió en toda una revolución en su género. Fue nominada a premios tan prestigiosos en el mercado internacional como los Harvey —en la categoría de material extranjero, galardón que a lo largo de los años han conquistado títulos tan reverenciados hoy en día como El Incal, Akira o Blacksad— y pronto se tradujo y comercializó en medio mundo. A nuestras tierras llegaría en 2001 de la mano de la ya desaparecida Glénat España —quienes durante esos años fueron el principal pilar castellanohablante del manga— y, posteriormente, sería reeditada en 2017 por Panini Cómics. La crítica internacional se rindió pronto a la inexorable presencia de Blame! y esta no tardó demasiado en alcanzar el estatus de obra de culto. Lejos de las dinámicas habituales del manga más mainstream, la obra de Nihei resultaba hipnótica para cualquier aficionado a la ciencia ficción. Era cruda, dura, poco amable y opresiva. La arquitectura de la vida y la muerte. La sofocante edificación de lo lóbrego.

La cíclica pero progresiva trama de Blame! y su conclusión no daban demasiado pie a una continuación al estilo más clásico del término, así que, como complemento a su primer éxito, Tsutomu Nihei estrenó, antes incluso de la finalización de la obra madre, NOiSE, que funcionaría como una precuela especialmente alejada en el tiempo de la historia de Killy. NOiSE probablemente fue, observándola con la lupa contextual que otorga el paso de los años, la chispa, el desencadenante de la principal característica que ha poblado la carrera de Nihei a lo largo de la misma: su incapacidad de desprenderse de la grandeza de Blame! Pero este artículo no pretende adelantar acontecimientos y se volverá a esa particularidad un poco más adelante. NOiSE nos hablaba de un tiempo en el que los auténticos humanos aún nacían y morían en La Ciudad, del nacimiento de los Seres de Silicio, del inicio del descontrol del crecimiento expansivo de la Megaestructura de la Ciudad, hasta alcanzar los mismísimos astros circundantes del Sistema Solar. El autor reutilizaba la fórmula Blame! —su fórmula personal por entonces, al fin y al cabo— en gran medida. Escenarios oscuramente opresivos pero de tamaños crecientes, narración críptica y sin demasiados diálogos y una armonía visual caótica cuando llegaba el momento de la acción.

Posteriormente llegarían la fallida Dead Heads, cancelada tras un único capítulo, y su participación en algunos doujins recopilatorios como Akai Kiba, con sus one-shots como Idaho o Sabrina. Poco después, en 2004, Blame! Gakuen sorprendió a propios y extraños por su planteamiento. Inicialmente propuesta como una breve obra humorística con los personajes de su obra más célebre acudiendo al instituto y viviendo todo tipo de situaciones extravagantes, con los años fue sumando propuestas experimentales y terminó publicándose como un extraño conglomerado de trabajos autoconclusivos en 2008 —una década más tarde en nuestro país—, con el título de Escuela Blame! and so on. Esta era una recopilación de historias cortas singulares que demostraba no sólo el talento que ya se le atribuía a Nihei, sino que este tenía además una cantidad de registros asombrosa para lo que hasta entonces había plasmado en sus páginas. Había hueco para el humor absurdo de la ya mencionada Escuela, para cuentos cortos y terroríficamente obsesivos como Pump o Numa no Kami e incluso para un emocional epílogo de despedida para la propia Blame!

Durante los cuatro años de publicación de Gakuen otras dos obras importantes en la bibliografía del autor que nos ocupa llegaron a publicación: Biomega y Abara. La primera, de nuevo, recurría al universo Blame! Una secuela aún más lejana respecto a los acontecimientos principales de lo que había sido NOiSE en su día, que recontextualizaba algunos conceptos, respondía a ciertas preguntas y, afortunadamente, se liberaba ligeramente de las normas autoimpuestas de sus predecesoras para crecer desde algo similar a un thriller de acción a una historia de horror de proporciones más cercanas a la épica, pese a seguir encadenada a nivel de significancia. Por su parte, Abara apostaba, sin salirse de lo apocalíptico en la ciencia ficción, por el tan manido tópico de «personajes superpoderosos que se pueden transformar luchan por el mundo». El manga se mostraba apresurado en su germen y narrativamente algo desangelado pero, al fin y al cabo, sus dos volúmenes se sentían en su conjunto menos como una obra genuina concebida en sí y para sí misma y más como un intento sincero del bueno de Nihei por dejar atrás el título que hasta entonces había marcado, de una forma u otra, toda su carrera artística. Y es que el propio éxito, la propia influencia e importancia de Blame! le había atado demasiado tiempo. Spin offs, precuelas, reimaginaciones en forma de one-shot. Incapaz de liberarse de los grilletes de su propia y pretérita genialidad, Nihei había terminado dedicado una década de creación artística a expandir, voluntariamente o no, por una o por otra, las redes de Blame!

Que entre música de Muse / ©Polygon Pictures

Llegó una nueva oportunidad con Sidonia no Kishi. El autor de Fukushima consumó un esfuerzo, esta vez sí, por reinventarse por todo lo grande. Cientos de años en el futuro, la humanidad ha terminado casi extinta debido al ataque de unos seres alienígenas conocidos como Gauna, quienes, además, han llegado a destruir la Tierra. La gigantesca nave espacial Sidonia cruza el cosmos en busca de un nuevo hogar para sus tripulantes y un joven piloto de mechas, Tanikaze, así como sus compañeros de escuadrón y amigos, tendrán que luchar contra las temibles incursiones extraterrestres que acosan de manera constante a la Sidonia para que el último vestigio de la humanidad, la última arca, tenga una oportunidad de futuro. Parte de las marcas personales de Nihei seguían ahí, con la oscuridad rampante, los escenarios enormes y los diseños grotescos de los enemigos, pero en lugar de volver a apostar por establecer lazos directos tonales y creativos con sus trabajos pasados, esta vez la historia tenía un componente mucho más militar, una acción más clásica y su narrativa se hacía mucho más convencional. Menos silencios angustiosos, más personajes interactuando entre ellos, una mayor cantidad de drama humano por capítulo y un protagónico crecimiento de la trama y los personajes por encima de la ambientación, que hasta entonces había sido el elemento predominante. Sidonia no Kishi pronto se convirtió en una serie de éxito y su anime, que en poco tiempo consiguió una más que decente comunidad de fans, terminó por cimentar su popularidad a mediados de la década de los 2010. Nihei había abrazado una fórmula más mainstream pero, invariablemente, esta funcionaba de cara al público y hacía presagiar un futuro de creaciones libres de la prisión en la que Blame! se había convertido durante tanto tiempo para el autor.

Entonces llegó 2017 y vio nacer Aposimz. Un cuerpo celeste de factura artificial, de dimensiones ciclópeas, un protagonista que emprende una travesía por el mismo, buscando tanto respuestas como un destino concreto que parece imposible de alcanzar, siendo perseguido, una compañera robótica, naturaleza muerta, arquitectura decadente y ominosa en espacios tan vastos como tenebrosos. Blanco y en botella. Una vez más. Y, con todo, es innegable que Aposimz fue un trabajo extraño. Sus mimbres parecían salidos directamente y sin vergüenza alguna de una especie de extraño reboot de Blame! y donde lo siniestro de su opera prima provenía de sus monstruosos pero oscuramente cerrados espacios, aquí lo hacía de la infinidad blanca, de un inquietante páramo albo de hielo y nieve, salpicado de estructuras ruinosas hasta llegar al níveo horizonte. Blame! revelando el negativo fotográfico. Pero la cosa no se quedaba ahí. Como si de un caldo que aunase todos los ingredientes favoritos previos del autor se tratase, a esta fórmula se le sumaban las transformaciones sobrehumanas de Abara, la intriga violenta y desalmada de Biomega e incluso los diálogos más costumbristas de Sidonia no Kishi. El resultado fue la cancelación de su publicación por parte de la Shonen Sirius tras apenas medio centenar de capítulos. Bien es cierto que el final no reluce todo lo que debería, pues a Nihei le dejaron un margen de apenas tres capítulos tras el aviso para cerrar una historia que no estaba, ni de lejos, cerca de llegar a su recta final, por lo que el mangaka se vio obligado a tirar de shock value constante, enfrentamientos masivos y de aumentar la narración a la velocidad del rayo, lo cual terminó por desconectar del todo a muchos seguidores de la obra. Pero lo cierto es que, contra todo pronóstico y hasta entonces, Aposimz era un manga que, durante casi toda su extensión, funcionaba. Hasta llegar a su culmen el ritmo era exquisito, las relaciones entre personajes aportaban un necesario punto de calidez al descarnadamente gélido escenario y la acción era brutal y sorprendente. El autor había cocinado una olla de ropa vieja, pero esta había salido contundentemente sabrosa.

La cancelación no pareció afectar en lo más mínimo a la nueva tendencia creativa de Nihei, a la que ahora podríamos denominar como su Periodo Blanco particular, y muy recientemente el mangaka ha anunciado, en colaboración con Polygon Pictures —estudio encargado de las adaptaciones audiovisuales de Sidonia no Kishi y de la película de Blame!— la producción de un anime original titulado Ooyukiumi no Kaina, programado para el ya próximo 2023 y de cuya versión en manga se ha comenzado a ocupar el propio Nihei, junto a la aportación a los lápices de Itoe Takemoto —The Beast Player—, quien aporta con su arte un toque ligeramente más kawaii y, dentro de lo estándar en las narraciones del autor que nos ocupa, innovador. Y de nuevo, un vasto océano de nieve, inacabable, que discurre hasta donde alcanza la vista. Soledad, escenarios interminables y restos perdidos de un pasado insondable. Una nueva obstinación creativa de Nihei y, quién sabe, quizás una nueva Blame!, independientemente de que la necesitemos o no.

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