Ergo Proxy: «yo pienso, luego tú existes»

“Querido me es el sueño. Más aún el sueño bajo la piedra. Mientras el crimen y la deshonra existan sobre esta tierra, me es alegre fortuna el no ver, el no oír. No me despertéis. Hablad en voz baja, por piedad.”

Michelangelo Buonarroti

Cuando en 2015 el estudio Manglobe se declaró en bancarrota, el anuncio cogió a muchos desprevenidos. Bien es cierto que venían de una mala racha tras la tibia recepción obtenida tanto por Gangsta como por Samurai Flamenco, sus últimos animes, pero esta, en cierto modo, presunta heredera de Sunrise —pues había sido fundada por Shinichirō Kobayashi y Takashi Kochiyama, ambos ex trabajadores de la filial de Bandai—, nos había acostumbrado a obras de calidad superlativa, como Michiko to Hatchin o Saraiya Gorou y, al mismo tiempo, a auténticos pelotazos comerciales como Samurai Champloo o las diversas temporadas de Kaminomi. Pero, sin duda, la obra cumbre, para crítica y público, del estudio fue Ergo Proxy, anime de ciencia ficción que se emitió a lo largo de 2006. Más de tres lustros nos separan ahora de una obra críptica como pocas, que fue pionera tanto por su animación como por su narrativa y quizás sea este el momento de acompañar de nuevo a Re-L Mayer y a Vincent Law por los páramos siberianos.

Bajo su cúpula semiesférica que la protege de toda inclemencia exterior, Romdo se erige como una de las últimas ciudades en pie de la humanidad. Otrora tecnológicamente avanzada y con el planeta a su merced, la civilización humana afronta en este futuro distante su más que posible extinción, tras una catástrofe ecológica sin precedentes. En las calles protegidas de la ciudad coexisten humanos y autoreivs, una serie de robots antropomorfos que son utilizados para realizar tareas concretas, tanto en el sector industria como en el de servicios. Cuando varios de estos autómatas se contagian de un extraño virus, que recibe el nombre de Cogito y que inexplicablemente les otorga la autoconsciencia, derivando esto en unos misteriosos asesinatos, Re-L Mayer, detective del Departamento de Inteligencia Ciudadano, recibe la tarea de investigar estos acontecimientos. Al mismo tiempo, la llegada del tan aparentemente inofensivo como enigmático Vincent Law, inmigrante proveniente de la lejana ciudad de Mosk —una futurista Moscú—, terminará desencadenando toda una serie de sucesos catastróficos e inesperados. Estos le terminarán uniendo irremediablemente a Re-L en un viaje que les llevará mucho más allá de las sombrías calles de Romdo, cruzando medio mundo en busca de respuestas a unas incógnitas que, desde el principio, amenazan con terminar siendo parte de algo mucho más grande de lo que ambos puedan imaginar. En su periplo se verán enfrentados a unos seres milagrosos, sobrecogedores y peligrosos llamados proxys.

El planeta está completamente devastado y, fuera de las ciudades-cúpula, es inhabitable / ©Manglobe

Desde sus mismos inicios, Ergo Proxy se erige como una obra cargada de simbología y, durante los 26 capítulos que la conforman, no le tiembla el pulso en ningún momento a la hora de mantener el nivel. Desde los soliloquios parafraseando el Leviatán de Thomas Hobbs hasta los nombres de los integrantes la cúpula gobernante de Romdo —Derrida, Berkeley, Lacan y Husserl, todos en referencia a filósofos con temáticas de estudio que entran en mayor o menor medida en la serie—. Prácticamente cada secuencia y cada frase proferida en el anime tiene una razón de ser y un sentido para componer el puzle definitivo que le da un significado a su todo. Ergo Proxy bebe sin miedo alguno del existencialismo de Kierkegaard y Sartre, del utilitarismo de Bentham y, en ocasiones, hasta del absurdismo de Camus en la misma medida en la que lo hace de Blade Runner, Texhnolyze y Ghost in the Shell. Y lo hace inteligentemente, sin caer en manierismos pretenciosos o engaños en su guion, pero exigiendo en todo momento al espectador que sepa interpretar lo que está viendo y reflexionar sobre ello.

Romdo, como ciudad, se erige en los primeros compases del título como un ente con la misma importancia que cualquier personaje protagónico. Entre los rascacielos que se amalgaman bajo la nívea cúpula que recubre herméticamente toda su área metropolitana, una sociedad diseñada por laboratorio está alcanzando el culmen de su capacidad. Se anuncia por megafonía entre las calles que «los ciudadanos modelo obtienen cosas, pero la vida es más fácil cuando se deshacen de otras, incluso de las que les son necesarias». Estos ciudadanos son monitorizados como en 1984 pero tienen sus necesidades aparentemente cubiertas en su totalidad, siempre y cuando cumplan su cometido, gracias a los autoreivs, dejándoles una vida despreocupada y satisfecha, como en Un Mundo Feliz. Pero Romdo tiene muchos, demasiados, secretos que esconder, tanto en las altas esferas como en los bajos fondos y para que muchos de ellos sean descubiertos, Re-L y Vincent tendrán que dar el paso de salir al exterior y observar el mundo con sus propios ojos.

El paisaje fuera de la cúpula parece reducido a un páramo sin fin donde las tormentas químicas y las enfermedades infecciosas contaminan el aire hasta hacerlo prácticamente irrespirable, donde resulta prácticamente imposible encontrar vegetación o fauna y donde los escasos habitantes que sobreviven fuera de las ciudades-cúpula padecen una vida de pobreza, penurias y escasez. Kilómetro tras kilómetro de sequía baldía, de noches heladas, de ruinas ancestrales de las que ya nada queda, sólo el polvo. Pavoroso panorama al que se enfrentan nuestros protagonistas.

Re-L y Vincent son polos opuestos en un tira y afloja constante. Y por ello, durante la serie no dejan de atraerse, repelerse, chocar, encontrarse y desencontrarse pero, siempre, terminando uno junto al otro. Ella, responsable, inteligente, directa, pero también insegura y snob. Él, tibio, amnésico, indeciso y desmañado, pero noble y con una fuerza interior enigmática y tenebrosa. Durante su viaje les acompañan Iggy, el fiel robot ayudante de Re-L y Pino, una encantadora autoreiv infectada con el Cogito que, a cada episodio que pasa, se comporta menos como una máquina y más como un niña de verdad, porque esa frontera entre lo humano y lo artificial, entre el alma y la programación, es otra de las temáticas en las que Ergo Proxy se permite sumergirse.

¿La Ophelia de Hamlet pintada por John Everett Millais? Sí, pero con cosplay de Amy Lee / ©Manglobe

La estructura narrativa de la serie se cimenta de manera irregular pero inesperadamente satisfactoria. Huyendo de la clásica construcción de animes de su género de inicio del problema del día + acción + cliffhanger final, nos encontramos capítulos cargados de dinamismo y violencia, pero también otros en los que aparentemente, no ocurre nada relevante, sino que son empleados de manera muy sutil, en su tranquila totalidad, para caracterizar más adecuadamente a los personajes, profundizar en su psique y motivaciones. Y como subversión aún más profunda del estándar tenemos que los considerados como, probablemente, los tres episodios más extraños e inusuales son, a su vez, los más importantes de la serie, con permiso del desenlace. Ocupado sin hacer nada es un estudio soberbio sobre el tedio y el hartazgo límite que puede tolerar un humano, Sonrisa Eterna, protagonizado por Pino, en primera instancia funciona como una visita guiada a un Disneylandia un poco pasado de rosca, pero se desvela como un contrapunto necesario a toda la tónica pretérita referente al worldbuilding sobre los proxys y ¡Quién quiere estar en peligro!, es una hilarante y magistral encarnación de un capítulo de Quién quiere ser millonario, con Vincent como concursante, en el que se da respuesta a un porcentaje enorme de las preguntas e incógnitas de la serie, con la genialidad añadida de que muchas de ellas ni siquiera han sido formuladas aún como tales en ese punto de la trama.

Además de por su trasfondo plagado de cultismo y su narrativa atípica, Ergo Proxy también intentó ser pionera en lo artístico. Su mezcla de animación 3d con modelados clásicos en dos dimensiones le otorgó una personalidad arrolladora —y que sigue dando lecciones de diseño y eficiencia estilística a más de un anime actual— y su atmósfera visual opresiva y sombría, como una niebla que parece levantarse levemente sólo para volver más densa, contribuyó a tramitar con la forma un estatus de obra de culto ya incitado por su fondo. Hoy, 16 años después, sigue considerada como una serie en la frontera entre el mainstream y el nicho, pero imprescindible para todo amante de la ciencia ficción, los thrillers robóticos y la ambientación postapocalíptica.

Y el ending es Paranoid Android, así que gracias a Ergo Proxy podemos decir sin miedo a equivocarnos que Radiohead hacen anison.

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