Japón prehistórico (III) El periodo Yayoi y la reina Himiko

El periodo Yayoi en Japón

El período Yayoi siguió a la época Jōmon dentro de la cronología de la prehistoria japonesa. Este periodo representó un momento de profundas transformaciones en el archipiélago y su nombre proviene del distrito de Tokio donde se descubrió por primera vez su distintiva cerámica.

Una de las innovaciones más significativas durante esta época fue la introducción del cultivo de arroz húmedo, una práctica que se introdujo en Japón desde la península coreana. Esta nueva forma de agricultura no solo revolucionó la producción de alimentos, sino que también trajo consigo el desarrollo de sofisticados sistemas de irrigación. Además, el excedente alimentario resultante permitió sostener poblaciones más grandes y propició un estilo de vida más sedentario.

Paralelamente a la revolución agrícola, esta época fue testigo de la llegada y el dominio de las tecnologías de metalurgia del bronce y el hierro. Estos metales se utilizaron para fabricar una gran variedad de objetos, desde herramientas agrícolas y armas, hasta elaborados artículos ceremoniales. Entre los objetos rituales más significativos se encuentran los dōtaku —campanas de bronce—, que, aunque imitaban instrumentos musicales chinos, en Japón tenían un propósito predominantemente ceremonial y religioso.

También vio la luz una sociedad estratificada, con claras distinciones de rango y estatus. Los asentamientos permanentes, a menudo fortificados con fosos y torres de vigilancia, como el notable sitio de Yoshinogari, se organizaron en una suerte de «clanes-naciones» denominadas kuni. Estos grupos consolidaron el poder bajo jefes regionales, sentando las bases para futuras formaciones estatales.

Las transformaciones del Período Yayoi crearon un entorno de mayor complejidad social, sentando las condiciones necesarias para el surgimiento de una figura que sería capaz de unificar y gobernar una entidad protoestatal en este nuevo panorama. Himiko (卑弥呼) fue una gobernante femenina que dirigió una federación de reinos en el archipiélago japonés durante el siglo III d.C. Su reinado se sitúa precisamente en la cúspide del Período Yayoi y el umbral del Período Kofun (c. 250-538 d.C.), marcando una transición crucial en la historia de Japón. Es reconocida como la primera jefa documentada al gobernar una confederación de reinos conocida como Yamatai.

Himiko y su contexto

La mayor parte de la información sobre Himiko y de su reino proviene de fuentes externas, principalmente chinas, ya que el Japón del siglo III d.C. carecía de un sistema de escritura propio. La crónica más relevante es conocida con el nombre de Wei Zhi — Crónica del Reino Wei—, compilada alrededor del 297 d.C., que ofrece las únicas referencias históricas directas sobre ella. El Wei Zhi retrata el Japón del siglo III como un archipiélago dividido en más de treinta países o principados, con el reino de Yamatai, gobernado por la reina Himiko, a la cabeza. Su autoridad se extendía sobre una confederación de aproximadamente treinta cacicazgos regionales, lo que implica una compleja red de alianzas y relaciones de subordinación más que un control territorial directo.

Es necesario remarcar por su notoriedad que dicho texto dedica una cantidad significativamente mayor de espacio y detalle a «Wa» —denominación china para Japón— que a regiones vecinas como la península coreana, un hecho que sugiere la prominencia de Himiko y una posible relevancia de su diplomacia con China.

Texto correspondiente al Wei Zhi /©Wikicommons

Según estos relatos, Himiko —conocida como Pimiku en los textos chinos— es descrita como una «gobernante chamánica», ya mayor, soltera y entregada a la magia. Se enfatiza su carácter religioso, con menciones a la práctica de la adivinación por escarnio —quemando huesos— y el sacrificio de más de mil de sus servidores en su gran túmulo funerario tras su muerte. Estos detalles ilustran una sociedad profundamente marcada por ritos místicos y un poder central extraordinario.

La sociedad de Wa/Yamatai, según el Wajinden —parte del Wei Zhi—, era compleja y estratificada. Se apreciaban distinciones de rango y estatus: los hombres de importancia solían tener de cuatro a cinco esposas, mientras que los de menor estatus tenían dos o tres. Las personas de menor rango mostraban respeto a sus superiores deteniéndose, retirándose a un lado del camino y arrodillándose con las manos en el suelo.

La economía y la administración estaban centralizadas, con un sistema de redistribución bajo control burocrático. Se recaudaban impuestos y existían graneros y mercados en cada provincia supervisados por funcionarios de Wa. Himiko residía en un palacio fortificado con torres y empalizadas, custodiado por guardias armados, lo que subraya la necesidad de defensa, poniendo de manifiesto que estamos en un periodo conflictivo.

Recreación del palacio de Himiko en Yamatai /© Osaka Prefectural Museum 

En cuanto a la vida en palacio sabemos poco; la crónica solo menciona que tenía mil mujeres como asistentes, pero solo un hombre que le servía comida y bebida y actuaba como intermediario de comunicación.

Las referencias que se hacen sobre su figura como gobernante chamánica y sacerdotisa suprema son una indicación de que en el Japón del siglo III d.C., el poder político y el religioso no eran esferas separadas y por tanto podemos establecer que la autoridad de los jefes locales en el periodo Yayoi se basaba en el liderazgo religioso.

La autoridad de Himiko: Poder político, espiritual y diplomático

La figura de Himiko ha sido objeto de interpretaciones que a menudo minimizan su autoridad política real, atribuyéndole principalmente habilidades mágicas o a la delegación en figuras masculinas. Siguiendo sesgos de género, historiadores japoneses de inicios del S. XX definieron que su poder era meramente figurativo, recayendo el auténtico poder en un pariente masculino, basando estos análisis en la interpretación de la ya mencionada crónica de Wei, en la que se establece que Himiko tenía “un hermano menor que la asistía en el gobierno«. Sin embargo, el mismo término asistir en el gobierno se utilizó para describir a otros jefes asistiendo a reyes masculinos sin que ello implicara una delegación de poder. Era una norma en la antigüedad japonesa que los gobernantes tuvieran asistentes o colaboradores regionales y Himiko no fue una excepción. De manera similar, la frase «después de convertirse en gobernante, pocos la vieron» se ha interpretado como prueba de su reclusión y la delegación de poder. No obstante, el ocultamiento ante los enviados era una práctica común para los gobernantes de Wa, tanto masculinos como femeninos, hasta finales del siglo VII.

Las relaciones diplomáticas de Himiko con la corte Wei de China, iniciadas en el 238 d.C., fueron un pilar fundamental de su gobierno. Sabemos que envió tributos, incluyendo esclavos y telas, y a cambio recibió un título oficial, un sello de oro y «cien espejos de bronce» en el 240 d.C. Estas interacciones no solo elevaron su posición y establecieron a Yamato como un reino con proyección internacional, sino que también proporcionaron a los chinos información detallada sobre las condiciones políticas, sociales y militares de Wa.

Himiko representada en la portada una novela sobre el romance de los tres reinos/ ©Ichinsha

Hay que mencionar que los espejos de bronce chinos pasaron a interpretarse como símbolos de nuevos kami y fueron distribuidos ampliamente, lo que sugiere un sistema de alianzas y reconocimiento de autoridad por parte de Himiko. No debemos confundir este intercambio diplomático como un acto de sumisión a China, sino como una sofisticada estrategia política interna. Al obtener el prestigio de la corte china y distribuir sus símbolos, ella no solo legitimaba su propio poder a nivel internacional, sino que también consolidaba su confederación de reinos, integrando a los jefes regionales en una jerarquía centralizada bajo su liderazgo. Los espejos, por lo tanto, se convirtieron en herramientas de poder y cohesión política, trascendiendo su valor material o ritual inicial. Esta capacidad para capitalizar las relaciones internacionales para fines domésticos demuestra una comprensión avanzada de cómo la validación externa puede ser instrumentalizada para fortalecer el poder y la cohesión interna.

Fuera de las fuentes escritas, la evidencia arqueológica refuerza la idea de la existencia de una autoridad femenina y de la estratificación social en el Japón protohistórico; si bien es cierto que en numerosos casos debemos avanzar hasta el periodo Kofun, debemos entender esto como una continuación de los sistemas de jefatura ya descritos en el periodo Yayoi. Así pues, hallazgos de la primera mitad del período Kofun revelan una notable prevalencia de mujeres en posiciones de poder. Se han descubierto enterramientos prominentes de mujeres en túmulos desde Kyūshū hasta Kantō; los artefactos encontrados en estos sepulcros, como armas, joyas y herramientas, sugieren que estas gobernantes femeninas no se limitaban a funciones ceremoniales, sino que su autoridad abarcaba asuntos militares, diplomáticos y económicos. Queremos destacar, en ese aspecto, el túmulo de Mukōnoda (Kumamoto, siglos IV-V) en el cual se encontraron los restos de una mujer con objetos de prestigio y armas, y su ubicación sugiere conexión con el comercio marítimo y la diplomacia. También creemos necesario mencionar el túmulo de Hashihaka (Nara, siglo III), el kofun de ojo de cerradura más antiguo, pudo haber pertenecido a una gobernante femenina, lo que sugiere la continuidad del gobierno femenino.

Túmulo de Hashihaka/©Wikicommons

De vuelta a las fuentes escritas, el Wajinden indica que en las reuniones y el comportamiento social «no había distinción entre padre e hijo o entre hombres y mujeres«, lo que sugiere una paridad de género en los asuntos políticos y sociales de la época. La sucesión de Himiko por la joven Iyo —13 años— es una prueba más de la aceptación del liderazgo femenino y la continuidad de esta práctica. La «masculinización» del poder imperial fue una construcción histórica subsiguiente, no un reflejo de una norma ancestral.

Himiko en la época contemporánea

A pesar de su innegable relevancia en los relatos chinos, Himiko no aparece en las crónicas japonesas más antiguas, a saber, el Kojiki (712 d.C.) y el Nihon Shoki (720 d.C.). Debemos entender esta omisión como un acto consciente y deliberado, una «escisión intencional» destinada a establecer y autenticar una línea ininterrumpida de gobierno masculino hereditario. Himiko, como poderosa gobernante femenina, no encajaba en esta narrativa que los compiladores buscaban establecer para legitimar el poder imperial. Esto revela que la identidad nacional japonesa, lejos de ser un hecho dado, fue un proyecto ideológico en constante redefinición.

Hay que mencionar que en esta narrativa oficial encontramos la figura de la Emperatriz Jingū —Jingū-kōgō—, una «reina chamánica» legendaria que supuestamente lideró invasiones a Corea. Estos mitos pintan una saga heroica que ensalza la ascendencia divina del emperador y la misión unificadora de Japón. Es de suponer que el Nihon Shoki yuxtapuso a Himiko con esta emperatriz, sugiriendo una afinidad, pero sin reconocer a la primera como una gobernante independiente en la línea imperial. Además, la figura de Jingū funciona de enlace entre su marido, el emperador Chūai, y su hijo, legando el poder en este en cuanto alcanza la edad suficiente para atender al gobierno, sentando con ello el precedente de que la mujer solo puede ostentar algún tipo de poder en ausencia de una figura masculina y solo de forma temporal.

La omisión deliberada de Himiko en las crónicas japonesas tempranas fue un primer paso en la configuración de su imagen histórica, pero su devaluación se intensificó drásticamente durante la era Meiji (1868-1912). Como ya hemos mencionado, a inicios del S. XX académicos prominentes como Naitō Torajirō y Shiratori Kurakichi publicaron artículos que minimizaban la autoridad política de Himiko, afirmando que su poder residía únicamente en ritos religiosos y que no era una jefa de estado sabia o poderosa, extendiendo posteriormente esta visión a todas las gobernantes femeninas de la antiguedad.

Esta reinterpretación proyectó suposiciones confucianas entrelazándose así con el establecimiento del sistema imperial moderno, que masculinizó inequívocamente el trono. Debemos tener en cuenta que, en 1910, Japón era una potencia militar con proyección internacional y era imperativo para el gobierno establecer una imagen masculina del jefe de estado e invalidar la autoridad política de gobernantes femeninas anteriores para evitar posibles crisis internas relacionadas con la sucesión. La Constitución Meiji (1890) prohibió legalmente la entronización de mujeres por primera vez en la historia de Japón, consolidando esta visión. Incluso la emperatriz Jingū ya mencionada adoptó una apariencia más femenina en el período Meiji en contraposición a sus representaciones antiguas en las que portaba panoplia militar.

En la cultura popular, la figura de Himiko ha experimentado una sorprendente reconversión. Su leyenda se ha convertido en un ícono moldeable, apareciendo en manga y anime de formas muy variadas, desde sacerdotisa misteriosa hasta personaje desenfadado, e incluso se le tilda de «bruja peligrosa» o, en contraste, de «reina bondadosa».

Distintas representaciones de Himiko en la cultura popular

La reina chamana se ha convertido en un lienzo sobre el cual se proyectan los debates contemporáneos sobre el papel de la mujer en la sociedad japonesa, el poder y la identidad. Sus representaciones rara vez son neutrales y codifican suposiciones seleccionadas sobre la historia antigua y la autoridad femenina. La amenazante posibilidad del poder femenino es contenida al reescribir a Himiko como una figura débil o pervertida, pero también ha servido como figura con la cual apoyar o desafiar los estereotipos de género existentes en la cultura japonesa, especialmente desde la posguerra.

La figura de Himiko es un poderoso recordatorio de que la «verdad» histórica es a menudo fluida y sujeta a reinterpretación. Su caso ilustra cómo el pasado puede ser activamente rediseñado para servir a las necesidades culturales, políticas y económicas del presente, transformando a un personaje histórico en un ícono cultural multifacético.

Himiko se ha convertido en la «mascota» de la ciudad de Sakurai (prefectura de Nara), posible ubicación del reino de Yamatai /@himiko__chan

La evolución de su figura, desde su deliberada omisión en las crónicas tempranas hasta su devaluación en la era Meiji y sus múltiples rebrandings en la cultura popular contemporánea, revela que la historia es un campo dinámico de interpretación. Las narrativas que se construyen sobre la reina chamana son, en última instancia, un reflejo de los debates internos de Japón sobre el poder, el género y la identidad nacional. La ambigüedad histórica de Himiko, derivada de la escasez de registros autóctonos y las omisiones deliberadas, es paradójicamente lo que la hace tan fascinante. A diferencia de figuras con biografías bien documentadas, su estatus de «agujero negro» en la historia oficial permite una reinterpretación constante y la proyección de valores contemporáneos. Esto sugiere que, para que una figura se convierta en un icono cultural poderoso, un cierto grado de «lienzo en blanco» histórico puede ser más valioso que el conocimiento en detalle.

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