El periodo Jōmon tuvo una duración aproximada de 10.000 años, datando su comienzo en torno al S. XIV a.C. hasta el siglo III a.C., momento en el cual comienza el periodo Yayoi —que no yaoi-. La particularidad de este periodo radica en que, a pesar de darse una sedentarización de la sociedad, esta no practica la agricultura y ganadería, sino que se mantiene en un estadio de cazador-recolector, diferenciándose pues de las sociedades neolíticas que se desarrollan en otras zonas de Asia o Europa. Sí contaban, sin embargo, con avanzadas técnicas de alfarería, y desarrollaron unas interesantes figuras similares a las de sus coetáneos, además de contar con asentamientos fijos de grandes dimensiones. Es en este punto en el que se quiere centrar este articulo, pues ¿por qué una sociedad aún basada en la caza-recolección abandonaría por completo el nomadismo? Para ello vamos a investigar uno de los centros neurálgicos de la cultura Jōmon, el asentamiento de Sannai-Maruyama.
Con una longitud de cuarenta y dos hectáreas, Sannai-Maruyama se encuentra en la ciudad de Aomori —prefectura homónima—, al norte del país y se ha datado con una antigüedad de 5.900 años. Su emplazamiento se conoce desde, por lo menos, el periodo Edo. En el lugar encontramos casas comunales, conocidas en la historiografía como longhouse, de unos 15 metros de largo por 10 de ancho, las bases de unas curiosas estructuras de madera fundamentadas en 6 pilares, casas-foso usadas como refugio y almacenes de comida, así como una red de carreteras y calles y toda una serie de restos que nos ayudan a comprender mejor el día a día que se daba en este periodo.
Comencemos por las estructuras. Huelga decir que, para la aparición de las mismas, se tienen que dar dos condiciones; la primera, una sociedad estructurada y hasta cierto punto centralizada, para dirigir el trabajo manual y la segunda, la aparición de una jerarquización social compleja, no solo en la forma en la que dicho grupo humano se agrupa sino además, de una incipiente división del trabajo. Nada indica que las longhouses se desarrollasen de una forma anómala a otras casas comunales neolíticas, es decir, todo parece indicar que su función era la de albergar a varias generaciones de una misma familia y que, seguramente, estuviesen regidas por un matriarcado ostentado por la figura femenina más anciana del clan familiar —las teorías apuntan a que dichos clanes familiares se constituían con matrimonios entre miembros de otros centros poblacionales, siendo poco comunes los emparejamientos dados entre miembros de un mismo poblado—.

En cuanto a los almacenes, no parece que tuviesen función habitacional, sino que eran pozos en los que almacenar alimentos, sobre los cuales se construyeron unas estructuras similares a cabañas, algunas de las cuales se encontraban semi-enterradas. Finalmente, nos queda la gran estructura asentada sobre seis pilares de la cual, a pesar de haber sido reconstruida, se desconoce su función. Su apariencia se asemeja a una torre vigía, pero no podemos asegurar que su función fuese tal, pues podría estar relacionada con algún tipo de culto. Además, la falta de murallas alrededor del asentamiento dificulta relacionarla como torre vigía, pues su construcción requiere de un refinamiento mayor que el levantamiento de una mera empalizada defensiva. Sí es más posible que sirviese como un indicador en la distancia. Por ultimo, con respecto a este punto, es importante comentar que, en el poblado vivieron alrededor de unas 600 personas de forma simultanea, una cifra bastante elevada para los estándares de la época —por ponerlo en perspectiva, Jericó, una de las ciudades más grandes y antiguas de la humanidad, albergaba por entonces cerca de 2.000 almas-.
Junto a estas edificaciones encontramos, como hemos comentado, una serie de calles y carreteras que se alejan del poblado. Entre las calles destaca la presencia de una vía ancha que atraviesa el centro del poblado y llega hasta el rio cercano, por lo que, seguramente, dicha calle principal debía tener cierta importancia para la vida común de la ciudad, seguramente relacionada con el comercio. Para potenciar esta teoría no solo tenemos los caminos que se alejan de la aldea, sino la aparición de diversos materiales no nativos de la zona, especialmente metales y piedras preciosas, como obsidiana de Hokkaido o jade de la región de Niigata, entre otros.

Finalmente, dirijamos nuestra atención hacia los restos materiales. Junto a vestigios de alfarería y herramientas de piedra se han encontrado residuos alimenticios, que nos aclaran más la dieta seguida por los grupos humanos de este periodo. Entre dichos restos encontramos algunas espinas de pescado y una abundante cantidad de castañas y elementos que atestiguan el cultivo de las mismas, bellotas, y licores preparados a base de la fermentación de diversos frutos. Es destacable que la ingesta cárnica es exigua, incluso en relación a la obtenida de especies marinas —para que luego te intenten colar la absurda idea de la paleodieta a base de chuletones—, y que encontramos cierta domesticación de frutos, que si bien no están lo suficientemente desarrollados para ser considerados agricultura, si explicarían la sedentarización de las poblaciones en torno a la explotación de dichos recursos. Por ultimo, en relación a este apartado, es interesante apreciar que no se han encontrado restos de domesticación animal, aparte del perro, el cual parece que sí jugaba un papel en la caza de otras especies. Asímismo, no se han encontrado restos de armas más allá de lanzas y arcos, usados en actividades de cacería, y de los cuales desconocemos si tendrían alguna función militar, aunque la ya mencionada ausencia de murallas parece indicar que nos encontrábamos ante una sociedad aparentemente pacifica.
En conclusión, con respecto a nuestra pregunta inicial de por qué se abandona el nomadismo, encontramos la respuesta en el refinamiento de la recolección de frutos y el cuidado de los mismos. Creemos que es el sedentarismo el que da pie a que se desarrolle una sociedad con jerarquías más elaboradas y que, a la vez, desarrolla una red comercial para abastecerse mutuamente de recursos no disponibles en su zona geográfica, lo que aumenta el grado de complejidad de la sociedad —esto siempre entendido desde un punto de vista académico y con muchos matices, pues aunque materialistas, no compramos la tesis de que la historia sigue un desarrollo histórico lineal—. Es bastante probable que el poblado fuese un punto de encuentro comercial, de ahí la utilidad de la atalaya y la gran vía central, cuya fuente de intercambio fuesen los distintos frutos y el pescado, lo cual explicaría la abundancia de las casas almacén. También nos encontraríamos ante una sociedad aparentemente pacífica, algo no del todo extraño, pues podríamos encontrar una similitud de ello en la sociedad pre-colombina de Caral. La base de esta conclusión para nosotros radica en la falta de restos relacionados con armamento, ya sea de madera o piedra, y la no construcción de una empalizada o muralla en torno al poblado, cuando queda patente, gracias esa construcción de seis pilares, que disponían del conocimiento para alzar una. Finalmente, es interesante resaltar una vez más la importancia de los restos arqueológicos para conocer el pasado anterior a la escritura y como de una sola ciudad podemos extraer un profundo conocimiento, aunque este no sea definitivo.
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