Girls’ Last Tour: buscando la paz en el fin el mundo

¿Cómo acabará el mundo? Está claro que nada perdura para siempre, y que la vida, el universo y todo lo demás terminarán por extinguirse algún día. Este es un tema que lleva milenios cautivando a la humanidad, y a lo largo de la historia cada cultura ha intentado crear sus propias respuestas influidas por su contexto, su entorno y su forma de entender el mundo.

La ambientación apocalíptica también ha sido fuente de inspiración de incontables artistas. Desde El último hombre, de Mary Shelley (1826) a Metro 2033, de Dmitry Glukhovsky (2007), hipotéticos virus mortales, desastres naturales, la revolución de las máquinas o una guerra nuclear han sido explorados por infinidad de mentes creativas para reflexionar sobre cuestiones como la naturaleza humana y nuestra relación con el mundo en que habitamos. Sin embargo, en gran parte de estas obras, la destrucción siempre da lugar a algo nuevo, una especie de regeneración. Es el caso de Akira, manga de Katsuhiro Otomo, donde una catástrofe destruye Tokio en dos ocasiones para que, de las ruinas, surja una nueva civilización. Puede que peor, puede que mejor que lo que había antes, pero siempre es algo distinto. Ahora bien, ¿qué pasaría si después del colapso no quedase absolutamente nada?

Esto es justo lo que plantea Tsukumizu en Girls’ Last Tour —en japonés, Shōjo Shūmatsu Ryokō—, donde, sin que sepamos cómo, el mundo ya ha terminado. No queda nada más que ruinas y vacío; los recursos, como la comida o el combustible, son cada vez más difíciles de encontrar. Todo parece indicar que la humanidad está dando sus últimos pasos sobre la faz de la Tierra.

© Tsukumizu

Lejos de dejarse llevar por el pesimismo de su mundo, Tsukumizu recoge todo este contexto y lo adapta a una narrativa de estilo iyashikei —subgénero del slice of life que busca mostrar a personajes minimalistas con vidas sencillas para transmitir un efecto relajante—, dos conceptos que no parecen tener demasiado que ver, pero que en esta obra combinan a la perfección para ofrecernos una historia con una sorprendente profundidad.

Girls’ Last Tour cuenta la historia de Chito y Yuuri, dos niñas pequeñas que recorren las ruinas de una ciudad colosal buscando ascender hasta el último piso. La trama, por lo general, es bastante minimalista y no tiene un hilo argumental demasiado complejo, y las dos amigas son los únicos personajes que conocemos durante gran parte de la historia. Como personajes, Chito y Yuri no tienen demasiada profundidad ni experimentan una gran evolución, pero sí tienen personalidades y formas de ver el mundo completamente distintas que sirven de contraste.

La dicotomía que generan sus diferencias hace que sea interesante acompañarlas durante los capítulos, en los que vemos su día a día mientras intentan sobrevivir y seguir con su lento pero continuo viaje. A veces encontrarán algún recurso como comida o combustible o buscarán alguna forma de superar un obstáculo para seguir con su camino. En otras ocasiones descubrirán algo que les permitirá conocer más sobre la civilización del pasado, como unas ruinas o algún objeto. Otras veces, por el contrario, simplemente se detendrán para descansar y hablar en momentos que sirven de alivio cómico y refuerzan la buena química entre las dos protagonistas.

© Tsukumizu

Desde el comienzo, la obra se muestra como una de esas historias donde no es tan importante el destino como las experiencias que se viven en el camino. El vínculo entre Chito y Yuuri genera situaciones que hacen que olvides por momentos el entorno tan deprimente y triste en el que se encuentran. Tsukumizu consigue que sea fácil simpatizar con ellas y te mantiene interesado por ver qué descubrirán y cuál será su destino al finalizar su viaje, buscando transmitir el mensaje de que son los pequeños momentos cotidianos —como disfrutar de un baño— los que hacen de la vida tenga sentido.

El tono cálido de la historia destaca con una ambientación completamente desoladora, generando un contraste que es uno de los puntos más interesantes de Girls’ Last Tour. La acción ocurre en una ciudad colosal que parece ocupar toda la superficie de la Tierra. Un escenario construido por niveles estéticamente inspirado por títulos como BLAME!, de Tsutomu Nihei —que se encuentra entre los grandes referentes de Tsukumizu—, y por proyectos reales como la Tokyo Tower of Babel, megaestructura imaginada en los años 80 por el arquitecto Toshio Ojima para que en ella vivieran treinta millones de personas en sus diez kilómetros de altura, más que el monte Everest.

© Tsukumizu

Durante el viaje vemos constantemente a Chito y Yuuri atravesar lugares como fábricas, avenidas, rascacielos o bloques de viviendas, estructuras descomunales que refuerzan el pequeño tamaño y la soledad de las protagonistas respecto al entorno que las rodea. La monumentalidad contrasta con la enorme fragilidad de unos escenarios hace tiempo abandonados, para los que hasta el paso de dos niñas pequeñas es suficiente para amenazar con derrumbarse.

Otro punto que llama la atención de este mundo es que, aparte de los edificios, no queda ningún rastro de los seres humanos. Casi parece que la humanidad se hubiera esfumado de la faz de la tierra. Esto transmite una imagen de liminalidad que, más que en un escenario apocalíptico, da la sensación de que Chito y Yuuri están viajando por alguna especie de purgatorio o una tumba.

Sin embargo, la obra nunca se nota demasiado pesimista, manteniendo siempre el tono desenfadado del iyashikei, pero aprovecha su ambientación para explorar diversos temas. Al igual que nosotros, como lectores, las protagonistas apenas saben nada sobre cómo era el mundo antes del colapso ni por qué se fue todo al traste, algo que Tsukumizu utiliza para reflexionar en torno a cuestiones como la humanidad o nuestra sociedad. A lo largo de su viaje, Chito y Yuuri se encuentran con lugares como barriadas, campos de batalla, un templo o un museo, situaciones en las que, a través de sus diálogos, meditan sobre cuestiones como la religión, el arte y la creatividad, la guerra o lo fantástico que sería tener una casa propia, llegando en ocasiones a conclusiones bastante interesantes.

© Tsukumizu

Las dos protagonistas pueden también interpretarse como una especie de representación de dos caras muy distintas de la naturaleza humana —Chito es cuidadosa y tiene una gran curiosidad por conocer todo lo que tiene que ver con la sociedad del pasado, mientras que Yuuri es impulsiva e imprudente porque se deja llevar por su instinto y la necesidad de sobrevivir— que, a pesar de sus diferencias y de que a veces choquen, poco a poco aprenden a entenderse y a convivir.

Además, Girls’s Last Tour reflexiona sobre la búsqueda de un propósito que nos motive para seguir hacia adelante. Esto lo hace durante los momentos en los que las protagonistas coinciden con alguno de los —escasos, pero muy interesantes— personajes secundarios. Cada uno se caracteriza por tener una gran obsesión, un objetivo a largo plazo que da sentido a su vida y les permite sobrellevar la soledad del mundo en el que viven. Esto contrasta intensamente con la forma de vivir de Chito y Yuuri, no solamente porque tienen la compañía la una de la otra, sino porque se centran únicamente en buscar la felicidad en el día a día, sin encerrarse en grandes metas ni preocuparse por qué les deparará el futuro.

© Tsukumizu

En definitiva, Girls’ Last Tour es una obra que nos deja una sensación triste, pero a la vez hermosa. Mejor dicho, es una obra sobre la búsqueda de la paz en medio de la desolación. Sus temas nos recuerdan que, al igual que les ocurre a Chito y Yuuri, puede que el mundo nos resulte inmenso, frío y sobrecogedor. No sabemos cómo ni cuándo será nuestro final, ni si nada de lo que hacemos en nuestras vidas tiene algún sentido. Pero puede que encontremos razones para afrontar las dificultades de la vida y seguir adelante mientras disfrutamos de los pequeños placeres que nos encontramos en el día a día.

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