La redención del malvado y sus límites

Casi cualquier historia que se precie —con claras excepciones como el género slice of life, en las que no ahondaremos— debe disponer de una motivación principal. No tiene por qué encarnarse de inmediato, y ni mucho menos quedan excluidas las de corte abstracta. De lo que no cabe duda es que, en cualquier otro caso, nada nos obliga a acompañar a los personajes a lo largo de su aventura. Pero alcanzar la tan deseada meta final no será un camino de rosas. Erigir obstáculos durante el camino es clave para mantener las cosas interesantes, y qué mejor técnica que la creación de un villano. Los hay de todas las variedades y sabores, desde aguerridos rivales absolutamente incapaces de dar tregua hasta, salvando la distancia, verdaderos antihéroes que dan un vuelco a la moralidad de la obra. Sortear las dificultades que plantean no es tarea fácil, y hay muchas formas de dar un cierre adecuado a las fechorías de estos sujetos. Una de las más destacadas, y a la que hoy nos dedicaremos en profundidad, es el perdón. Y es que algunos protagonistas que son más buenos que el pan, capaces de enterrar el hacha de guerra frente a casi cualquier enemigo. Pero, ¿merece todo el mundo este tratamiento?

A continuación se destriparán detalles menores sobre la trama de Danganronpa V3. Asimismo, se discutirán revelaciones tardías de los mangas Phantom Blood, Shingeki no Kyojin y Chainsaw Man, así como el videojuego Persona 5 Royal.

Para empezar, conviene plantearse lo siguiente: ¿Hasta dónde hay que llegar para considerarse malvado? ¿Qué es el mal en sí mismo? La mayoría —bien porque lo leyerais por vuestra cuenta, bien porque os soltaran la perorata en clases de Filosofía— habréis oído escuchar de la doctrina impartida por los pensadores Hobbes y Rousseau a este respecto. Mientras que el primero creía que nuestros maquiavélicos instintos solo podían ser aplacados con la instauración de un estado autoritario, el segundo consideraba que nuestra innata bondad corroía en cuanto entrábamos en contacto con el prójimo. No hace falta una búsqueda exhaustiva para hallar villanos, carismáticos hasta la médula, que den fe de ambas ideologías. De una parte tienes al archiconocido Ganondorf: perverso por naturaleza, despiadado, impasible ante la barbarie. Al otro lado de la matriz se halla Tenko Shimura, de My Hero Academia; la viva prueba de que un empujón en la dirección equivocada es capaz de forjar a las más peligrosas amenazas. Para llegar hasta su renacer como Tomura Shigaraki, tuvo que atravesar una vida de sufrimiento e injusticias a la merced de un poder que no era capaz de controlar.

La «checklist» de Komaeda, un modelo satírico basado en el personaje homónimo de la saga Danganronpa. Sirve para distinguir a otros de su calaña. / @HellTabby en Tumblr

Pareciera razonable concluir que a nosotros solo nos interesan, en lo que respecta a este artículo, los antagonistas que son pensados siguiendo las enseñanzas de Rousseau. Esto es parcialmente correcto: lo interesante de esta técnica —en sus mejores encarnaciones— yace en esa «zona de riesgo» donde el blanco y el negro se vuelve gris. La oportunidad de cambio es justo lo que suscita el debate dentro de la comunidad. Sin embargo, no podemos apartar la vista de que Jonathan Joestar le dedicó unas últimas palabras inyectadas de compasión a su hermanastro Dio, mientras las llamas consumían aquel crucero que surcaba el Atlántico. El final de Phantom Blood es hermoso, no solo por el dramático desdén que afronta su papel principal, sino por la paz que éste evoca al morir. A los ojos del buenazo de Jonathan, la sangre fluye por las venas de todos nosotros y solo eso nos hace tan humanos como a cualquiera, a pesar de nuestras diferencias.

Manejamos pura casuística pero, de nuevo, sí es cierto que mayoritariamente nos encontraremos ante sujetos de moralidad ambigua. Tres elementos son clave aquí: el personaje ha de llevar a cabo actos reprochables o villanescos; estos deben encontrarse justificados o explicados por algún motivo —véase: venganza, experiencias traumáticas, un fin noble como escudo moral para cometer atrocidades, etc.—; y finalmente, ése motivo debe ser lo bastante razonable como para que la audiencia promedio sea capaz de empatizar con él. Kokichi Oma, de Danganronpa V3: Killing Harmony, es un mentiroso troll de la cabeza a los pies. Se trata de la personificación de la naturaleza engañosa del título que os comentábamos el otro día. Por activa y por pasiva, tratará de retorcer el orden de los acontecimientos para avocar cada juicio al caos. Y sin embargo, su verdadero objetivo a la hora de tergiversar las reglas del juego no es sino incentivar el trabajo en equipo y desenmascarar a Monokuma. Como Kaede o Shuichi, está luchando por sobrevivir y acabar con las matanzas, solo que emplea medios cuestionables o extremos.

Que los conceptos sobre la mesa sean líquidos no quita que sea absolutamente imprescindible dibujar límites. Cuando tú, autor, planteas la posibilidad de redimir al antagonista, estás inevitablemente dejando entrever tu moral personal. Y no, no todo vale. No puede esgrimirse a tal efecto que la obra es «apolítica»; entras en política desde que confeccionas la sola categorización de «héroes», «villanos» y la fluidez entre ambos extremos, sin alternativa de recoger cable. Estás contando una historia que millones son susceptibles de tomar como referente, por tanto, ostentas algún género de autoridad. La historia y la ideología permean en cómo entramos en contacto con la ficción, de modo que un paralelismo mal atinado puede tener consecuencias catastróficas.

©Kodansha

No hay mejor forma de ilustrar nuestra perspectiva que con ejemplos de cuando se maneja acertadamente: Goro Akechi y Makima. Mientras que Akechi conspira contra su padre para vengarse por haberle arruinado la infancia —además de lidiar con una montaña de trauma e inseguridades en lo tocante a entablar amistades significativas y afrontar la fama—, la demonio del control desea la desaparición de algunas de las catástrofes más destacadas de nuestra historia. Sin embargo, llevan sus ambiciones hasta el punto de no retorno. El detective de Persona 5 asume su identidad como «el enmascarado oscuro» y toma la cordura e incluso la vida de numerosas víctimas para acercarse a Shido. Por su parte, Makima crea al demonio pistola y elucubra un sangriento plan con tal de sacar al verdadero demonio de las motosierras a la luz, en un intento de manipularlo a su favor. Los dos rebasan el límite de lo aceptable para cada obra, y si bien sus intenciones son comprensibles e incluso resultan evocativas para la audiencia, está claro que privan al mundo de más de lo que aportan.

Ante tal tesitura, ¿cómo reaccionan Denji y Joker, respectivamente? El primero razona que la única solución es cortar de raíz y devora a la que una vez fue la chica de la que estaba colado; un mundo controlado por Makima, por mucho que técnicamente esté desprovisto de numerosas desgracias, no deja de ser un mundo infeliz en la medida que nadie puede elegir el camino adecuado por sí mismo. El caso de Akechi es más interesante todavía: en sus últimos momentos, le confía su deseo de acabar con la tiranía de su padre a Joker. Hasta cierto punto, se podría decir que él también es una víctima del corrupto sistema que Persona 5 aplaca. Una versión de nuestro protagonista que no fue capaz de levantar cabeza ante la adversidad y, en lugar de buscar el calor de la compañía, se sumió en la soledad.

Entonces llega el epílogo de Royal. Nunca queda del todo claro, pero se deja caer que el deseo del avatar en la realidad alterada por Maruki era que Akechi tuviera una segunda oportunidad. Pero, ¿cuál es su reacción? La rechaza de plano: el propio detective te pide a gritos que pases página y aceptes su sacrificio, porque a fin de cuentas, nada justificaba sus acciones. Así, la fachada amigable del personaje cae, solo resta una cáscara vacía preparada para afrontar su destino. No merecía ser perdonado por lo que hizo —era surrealista esperar que sus crímenes expiaran sin consecuencias—, y en efecto, su muerte constituye un cierre adecuado.

El motivo por el que prácticamente no existe consenso en cuanto a la confección de villanos —al menos, en atención a los postulados filosóficos anteriormente citados—, es que vendría a tratar por igual lo desigual. Las mismas vivencias afectan de un modo radicalmente distinto a cada individuo y lo lleva por un camino de la vida apartado del resto. Podrías alegar que, en no pocas ocasiones, un héroe está a un paso en falso de caer en la oscuridad. Ese toma y daca es cautivador, pero nunca debemos apartar la vista de las implicancias morales que ostenta. Cruzamos una fina línea donde la correcta ejecución de esta técnica es imprescindible si queremos hacer mella de un modo históricamente respetuoso y coherente. La audiencia es libre de interpretar tu obra como considere, pero eso no te da licencias para lo que a veces es, literalmente, hacer de abogado del diablo.

Finjamos que esto no ocurrió, por favor. / ©Atlus

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