¿A quién no le gusta la idea de que su obra de ficción favorita tenga una continuación? Lo cierto es que, si bien esa respuesta es rotundamente afirmativa cuando se es niño, cuando se va creciendo y madurando, esas ganas van cambiando para convertirse más en cierto pesimismo sobre esa presunta continuación. Y más cuando esa obra se siente «acabada» o lo suficientemente cerrada como para no sentir la necesidad de seguirla más allá del material original. Y es que hoy en día, el síndrome de las secuelas está en un terreno cada vez más pantanoso, debido a la cada vez mayor respuesta negativa del público ante el empacho sin precedentes de spin-offs, precuelas o secuelas. En algunos casos, el cansancio es ya la emoción más dominante.
Ese empacho a veces trae ejemplos paradójicos, como sería el caso de los fans de Star Wars. Estos siempre demandan más contenido, ya sea en forma de continuaciones separadas del canon o, mismamente, secuelas de pleno derecho. Esto último suele darse cuando pasa ya una década desde la última entrega y el público ha emborronado mentalmente la negativa sensación que tuvieron cuando terminaron la anterior trilogía. Se habla de un ciclo sin fin cuando LucasArts decide sacar una saga de películas que continúan la historia, el público se arrepiente y prefiere que no se vuelva a tocar el canon o los personajes, para luego dejarlos enterrados hasta que pasen entre diez o quince años. Y vuelta a empezar. Lo mismo se podría decir de Pokémon en el apartado de los videojuegos ya que, aunque las entregas que saca Game Freak no sean secuelas propiamente dichas —salvo raras veces, como cuando decidieron continuar la generación de Blanco y Negro—, cuando sale un nuevo título y hay polémica por doquier sobre la calidad del mismo, practicamente la misma gente que dice que prefiere que los padres de los Pocket Monsters se tomen más tiempo en el desarrollo, después de seis meses, demandan otra entrega nueva para ayer.

Los estrenos de múltiples obras culturales han pasado de ser modas de interés mensuales a semanales. Incluso en algunos casos hasta diarias, donde el interés ha sido fruto de cierta burla velada a la calidad de la misma o alguna polémica relacionada con uno u otro. No hace falta irse muy lejos para ver ejemplos recientes. Que se lo pregunten a Sony cuando trató de reestrenar Morbius, pensando que los memes y caricaturas varias de la película significaban un interés genuino en la misma —no fue así—. Pero esto no es por un cambio profundo que radique en como conceptualiza y consume el público. La masividad dada por la globalización, las redes sociales, los canales de noticias que tratan de hacer millares de artículos con anzuelo, todo forma un conjunto mucho más grande que parte del hecho de que las empresas quieren dinero, y harán lo que haga falta por ello.
Y es que a pesar de las voces contrarias y de los cientos de artículos hablando del cansancio de ciertos géneros o fórmulas, parece que las ganas de una secuela o remake de nuestras obras favoritas siguen siendo mayoritarias, aunque buena parte del público no parezca tan entusiasmado como antes. La vista no debería moverse hacia el comportamiento de los propios consumidores, porque no es tanto culpa de los mismos como de una industria caníbal y hambrienta, que trata de girar la noria todo el tiempo que puedan. Las productoras y su insaciable avaricia y falta de escrúpulos recurren a marcas mundialmente reconocidas, aquellas que saben que les dará un éxito asegurado, y proceden a extraerles toda la energía posible, cual vampiro que pasó de villano del día a protagonista de una historia de dudosa rigurosidad argumental. Así ad infinitum.

Este tema de debate se ha tocado hasta en el propio medio televisivo, con uno de los ejemplos más conocidos como es la canción de They’ll Never Stop The Simpsons, de la temporada 13 de los mismos. Con un mensaje que, de forma sutil, critica esa industrialización de una obra cultural para extenderla más allá del agotamiento. Y aunque la eficacia de esta parodia de We Didn’t Start the Fire de Billy Joel no está en entredicho, resulta irónico oírla hoy en día, teniendo en cuenta que precisamente los Simpsons se ha convertido en una de las series más estiradas en la historia de la televisión moderna, con un cansancio general sentido por parte del público que se ha debatido mil y una veces, y que ha llegado a crear hasta su propio término entre varios eruditos de la familia norteamericana: Zombie Simpsons.
En el mundo de la producción cultural nipona, cada vez se ve más esta fórmula con casos como Dragon Ball Super, la continuación de Naruto, Boruto, e incluso Bleach, ya que Tite Kubo, aparentemente, va a continuar su obra tras casi década desde el lanzamiento de último capítulo. La nostalgia vende y las editoriales solo quieren inflar sus beneficios sin tener en cuenta el daño que puedan producirle a la obra o a la marca en sí. En el anime podemos incluso hablar más de la sobreproducción que de la reutilización, donde el género isekai ha sido excesivamente manoseado estos últimos años debido a su gran popularidad. Tal ha sido su explotación que no es extraño encontrarse obras extremadamente extrañas por tratar de diferenciarse del enésimo ejemplo de persona que muere y acaba en un mundo de fantasía medieval —a pesar de que este no es un requisito implícito en el propio género pero que se ha vuelto una muletilla imposible de quitar—.

El panorama próximo no tiene mejor pinta, la inteligencia artificial se está asomando tras la esquina como un intento de sustituto a la hora de crear contenido y cada vez se cierne más como una gigantesca sombra que va a tragarse el mundo artístico. Como una serpiente que se devora la cola, la ya escasa creatividad e intento de ser rompedor es posible que queden enmudecidos en los canales que solían emitirlos por entretenimiento generado aleatoriamente. La IA necesita de referentes, y engullirá tantos como la productora de turno necesite sin pedir prestado o copiando tan fraudulentamente sin sonrojarse, cuestionando toda ley moral y legal que existe, intentando producir lo mismo solo que un poco peor, menos interesante y siendo más de lo mismo, solo que esta vez, la noria ha perdido el freno, y seguirá produciendo hasta el fin de sus días.
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