Netflix tiene decisiones respecto a su catálogo que sorprenden o disgustan a propios y extraños. Ya sea dar luz verde a proyectos que, desde el vamos, no aparentan una longevidad elevada, o cancelar aquellos alabados por crítica y público de forma casi unánime. Este resultado no tiene porqué ser representativo de la calidad de la serie o película en cuestión. Suele ser provocado por un factor común, el fracaso a la hora de cumplir las expectativas de nuevas suscripciones o tiempo de visionado, irreales en una gran mayoría de casos, que la plataforma deposita en sus obras. Lamentablemente, sus cualidades no son tan importantes como sus resultados. Eso nos conduce a un catálogo frustrante, plagado de tantas obras inacabadas como alargadas innecesariamente, uno que no recompensa la creación de un nicho que realmente conecte con la obra y pueda recomendarla fervientemente en pro del boom más inmediato y efímero. No se da la oportunidad para la construcción de un público a largo plazo.

El catálogo de animación también sufre esta problemática. No hay que retrotraerse demasiado, en 2022 ya hubo numerosas series, con números aceptables y una buena crítica, que fueron atravesadas por la espada de Damocles, como Ultrasecretos, Glitch Techs o El punto muerto. Este tratamiento resulta deprimente cuando la calidad media de estos proyectos suele ser bastante alta. Para muestra un botón, algunas de las series de animación más sonadas de los últimos tiempos proceden de la mano del gigante del streaming, como Arcane, Cortar por la línea de puntos o Love, Death+Robots.
Si nos centramos exclusivamente en el anime sus producciones tampoco son nada desdeñables. Solo hay que ver Cyberpunk: Edgerunners y su éxito como uno de los animes más laureados del pasado año y otros de menor impacto pero gran calidad como La asesina del romance o Kotaro vive solo. Pero este artículo quiere centrarse en uno que pasa mayormente desapercibido, a pesar de tener más de tres temporadas y ser la primera serie de animación china distribuida por Netflix en occidente. Por suerte, esto también significa que no depende de este último la decisión de su renovación para otra temporada.
Scissor Seven, conocida como Wu Liuqui o Killer Seven en su país de origen, cuenta la historia de Siete, un joven amnésico habitante de la isla Pollo que trabaja en una poco exitosa peluquería. Entra al negocio del asesinato con su jefe y mejor amigo Dai Bo—un pollo azul antropomórfico—, sus confiables tijeras que maneja con el poder de su mente y la capacidad de transformarse en todo tipo de objetos y criaturas—sin obtener sus habilidades—. ¿Su objetivo? Reunir el dinero suficiente para pagar sus facturas médicas y poder pasar una existencia cómoda y tranquila. ¿El obstáculo? Él mismo. A pesar de contar con una increíble agilidad, reflejos pasmosos y las herramientas mencionadas es incapaz de llevar a cabo uno solo de sus encargos. En parte por incompetencia y torpeza, pero mayormente debido a que su moral le impide cometer los asesinatos.

La primera temporada construye su exagerado mundo progresivamente, con un foco inicial más alejado de la acción o los conflictos a gran escala que amenazan a sus personajes. Da importancia a la cotidianidad, los sucesos más pequeños de la vida de diferentes isleños. Siete acaba conociendo a sus objetivos, saca sus propias conclusiones, empatiza con su situación, los acepta por quiénes son y marca una diferencia positiva en sus vidas. Ya sea en una pareja de enamorados con rencillas, un coleccionista de ropa interior buscado por el comité de moral pública, una anciana que le persigue por un corte de pelo horripilante que le hizo a su nieto o una niña enferma que busca acabar con su vida.
A medida que pasan los episodios el foco se amplía, el mundo crece y se desvela parte del neblinoso pasado del protagonista pero Scissor Seven nunca pierde ese respeto hacia la vida humana y los pequeños momentos que la hacen valer la pena. Todo gira alrededor de las conexiones con los demás, de querer mantenerlas y protegerlas. No por una recompensa o reconocimiento, solo porque es lo correcto. No exclusivamente con el protagonista, los demás personajes también representan estos valores. Ya sean Trece, asesina con un pasado traumático que poco a poco aprende a volver a confiar en los demás, o He Dachun, un guardaespaldas de carácter serio y afable, con un férreo sentido del deber y cuya virginidad es el núcleo de todo su poder.
Este enfoque en proteger a los demás se mantiene en temporadas siguientes, que dejan un más al margen a los habitantes de a pie y pasan a tratar los conflictos dentro del mundo de los asesinos y la dificultad de mantenerse firme y no caer ante los instintos más oscuros que nos acechan. Porque la violencia y el buscar dañar a otros es el camino fácil, un camino a evitar para lograr ser mejores que nuestros yoes del pasado, para mirar atrás y sentir que hemos tenido un impacto positivo en alguien, que el sacrificio ha valido la pena.

Es una pequeña maravilla dentro del catálogo de Netflix, cuyo creador ha confirmado tener ideas suficientes para varias temporadas más y puede que una película. Con un corazón de oro y varios personajes tan pintorescos como entrañables, merece una atención que, de momento, no tiene.