Tenshi no Tamago: La obra más críptica de Mamoru Oshii

Dicen las malas lenguas que, a sus 71 primaveras, Mamoru Oshii debería jubilarse de una vez y que quien fue en su día uno de los directores japoneses, tanto de animación como de producciones de imagen real, más talentosos de su generación, lleva ya años en horas bajas y viviendo de rentas. Otros exitosos creadores de su quinta parecen habérselo tomado con más calma en los últimos tiempos, como un Yoshiaki Kawajiri que, dejando atrás sus joyas pretéritas como Ninja Scroll, ha abandonado la dirección para dedicarse a los storyboards de nuevas series de éxito, como Jujutsu Kaisen o Beastars o el otrora incombustible Katsuhiro Ōtomo, quien acaba de anunciar hace apenas un par de meses que está trabajando, por fin, en un nuevo manga, de título y premisa aún por revelar, tras casi una década prácticamente retirado de la industria y sin ponerse a los mandos de ningún proyecto impreso o audiovisual.

Bien es cierto que las producciones más recientes de Oshii, como Nowhere Girl, The Sky Crawlers o Garm Wars no terminaron recibiendo la reverencia del público como sí lo hicieron sus obras más clásicas. También es menester tener en cuenta que un pabellón tan alto como el dejado por el director en sus obras culmen, como Ghost in the Shell o Innocence, puede repercutir fácilmente en que el espectador espere siempre más y más a posteriori y se vea consecuentemente decepcionado ante trabajos como Vlad Love —que, por otro lado, aunque ligera y sin pretensiones, no dejaba de ser una interesante comedia crítica al harem—. Pero parte de los mimbres clave del director, aunque el toque de conexión con la crítica y el público no siempre funcione, siempre han seguido ahí. No olvidemos que la carrera del realizador tokiota despegó gracias a la comedia romántica Urusei Yatsura, de la que además de un buen puñado de capítulos de su serie de televisión dirigió su película más recordada, Beautiful Dreamer, que introducía en la franquicia conceptos como los bucles temporales o la frontera entre el sueño y la realidad, por entonces bastante ajenos a las romcoms y daba una necesaria y original vuelta de tuerca a la fórmula tonal de la obra de la mangaka Rumiko Takahashi. En 1985, apenas un año después de sorprender con aquella revisión onírica de las aventuras de Lamu, la joven extraterrestre, y su prometido Ataru, llegaría su trabajo más críptico y, a la vez, espiritualmente personal: Tenshi no Tamago, también conocida como El Huevo del Ángel.

Puede que sea un macguffin, pero al menos puedes hacer una tortilla con él / ©Studio DEEN

Una niña de aspecto níveo y etéreo custodia un huevo, de procedencia y naturaleza desconocidas y se encuentra con un soldado, que comenzará a acompañarla en su viaje a través de un mundo apocalíptico, solitario y decrépito. No hay mucho más argumento que detallar, no tanto por evitar eventuales destripes, sino porque es una historia que confía mucho más en su simbología y su atmósfera que en el desarrollo y los pormenores de la propia narración. A través de diferentes segmentos, cada cual más enigmático que el anterior, tanto la infante como el militar atravesarán ciudades, ruinas y planicies, ante un cielo de noche eterna, buscando respuestas a unas preguntas que parecen no atreverse siquiera a formular.

El largometraje está cargado de simbolismos y de un tenebrismo visual en el que sobresalen los motivos abigarrados pero fascinantes. Es un exceso barroco en claroscuro, donde los lóbregos parajes contrastan con las pinceladas de color casi incómodas de los personajes diseñados por Yoshitaka Amano, el reputado ilustrador y portadista de la saga de videojuegos Final Fantasy. Una lectura tempranera y primordial de la misma podría llevar a entenderla como una suerte de alegoría existencialista sobre la fe ciega, la aceptación del destino y el necesario rechazo final del ser humano a la religiones, contextualizado esto, en gran parte, por la crisis de fe que atravesaba el propio Oshii durante la época. Asimismo, la imaginería cristiana, aún en su forma más ruda o apócrifamente esotérica, parecía ejercer una suerte de fascinación obsesiva en los creadores nipones de la época, como pudo verse poco después con Hideaki Anno y su Neon Genesis Evangelion. Aquí no faltan el arca de Noé, la paloma blanca enviada a buscar tierra firme, los pescadores tan presentes siempre en la Biblia —como curiosidad, estos persiguen sombras de celacanto, especie sarcopterigia tradicionalmente considerada como un relicto, un pez superviviente de tiempos ancestrales— o incluso la ballesta de nuestro soldado coprotagonista como un amago de metáfora visual de la cruz latina.

La dirección de Oshii es aquí pausada y opresiva. Siendo un hombre con multitud de recursos en su enfoque cinematográfico, en Ghost in the Shell el director alternaba momentos de calma preocupante con segmentos de suspense introspectivo y escenas de acción descontroladas, en Beautiful Dreamer se permitía abocarse al caos funcional más absoluto y en MAROKO apostaba indulgentemente por encuadres fijos, de larga duración, para concentrar acción y diálogos en ellos como si de una sitcom o una obra teatral se tratase. En El Huevo del Ángel los planos respiran, pero paradójicamente resultan agobiantes. Las secuencias avanzan pausada y dificultosamente, como arrastrándose sobre extremidades cansadas, permitiendo por ello apreciar con detenimiento la pomposidad lúgubre y sobrecogedora de sus escenarios y los puntos de luz, y de esperanza, que irradian los dos personajes.

La sensación de ruina y opresión atmosférica es constante / ©Studio DEEN

Pese a una carencia de diálogos casi total y afásica —la segunda frase se pronuncia llegada la primera media hora de película, y toda la interpretación vocal de la misma se podría condensar en menos de una única página— multitud de ideas se hacen palpables en la escritura del proyecto. La crisis de confianza de un mundo que se suma en una pérdida de identidad eviterna, la soledad más angustiosa, sobrepasada por lo vasto e inabarcable del cosmos. La inocencia perdida, la traición, la aceptación del destino. La alba niña como encarnación antropomorfa de la pureza en un mundo ya mancillado, con el huevo que carga como representación de la fe ciega que durante tantos años la humanidad ha tenido en Dios. Multitud de críticos, fanes, páginas web y blogs se han devanado los sesos durante los últimos 35 años para encontrar un sentido consensuado a la película, más allá de sus evidentes referencias eclesiásticas. Quizás los tanques que se cruzan en el camino de nuestros protagonistas sean decadentes y amenazadoras alegorías fálicas frente a la inocencia femenina, las ciudades destruidas funcionen como restos de la bélica brutalidad humana y el consumo sin frenos de la cultura posindustrial frente a un planeta que sufre sus consecuencias, y los pescadores representen la búsqueda de virtuosos ideales inalcanzables que terminan pervirtiéndose de una manera tan intrínseca a la sociedad contemporánea.

Tampoco es la intención de este texto ofrecer una interpretación novedosa o realizar un recuento minucioso de todas las teorías habidas y por haber. Tenshi no Tamago probablemente tenga un significado último, que seguramente aún estará en la cabeza de Oshii, pero también se muestra extremadamente abierta a la interpretación, a que cada espectador aplique sus propias conclusiones a través su visión individual, su contexto y bagaje cultural. Como decía David Lynch, una vez la película sale de manos de sus creadores, el trabajo para significarla es ya del espectador. Y más aún en este caso, ya que el doloroso viaje interior de Oshii puede comulgar con el de tanta gente, para llegar así a un entendimiento completamente válido de un largomentraje que disfruta como pocos de la poesía muda, la reflexión y la oscuridad.

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