«Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero».
Esa es la primera estrofa de uno de los poemas más célebres de Francisco de Quevedo, y hay que decir que pocos versos más certeros se han escrito en toda la historia de la literatura, pues no cabe ninguna duda de que el dinero es motor del mundo; el vil metal mueve montañas si hace falta y hasta el más sensato de los hombres es susceptible de caer rendido a sus pies. El oro se ha usado para construir imperios y esclavizar a gentes en episodios negros de la historia de la humanidad. También se ha utilizado, por supuesto, para más nobles propósitos, pero no cabe ninguna duda de que la relación entre el oro y el imperialismo es estrecha.
Y aquí es donde entra en juego Golden Kamuy, en el que su autor, Satoru Noda, narra una alocada carrera contrarreloj de distintas facciones en pos de un tesoro oculto; pero no se trata de una búsqueda del tesoro normal y corriente, pues las pistas están ocultas en un mapa diseminado en los tatuajes de varios presos. Los protagonistas de la obra son un exsoldado combatiente de la Guerra Ruso-japonesa, Saichi Sugimoto, apodado el Inmortal, el rey del escape de prisión Yoshitake Shiraishi (que a la vez funciona como comic relief del grupo) y una niña Ainu llamada Asirpa. Por si esta premisa no fuese suficientemente llamativa, este manga hace genial una cosa, y es conjugar a la perfección humor y drama, tanto es así que no es extraño ver escenas y personajes en situación cómica en momentos de gran tensión.

Golden Kamuy retrata el Japón de la posguerra ruso-japonesa de principios del siglo XX, un país con ansias de expansión y al mismo tiempo necesitado de regeneración; necesitado de oro. Por supuesto, algunas de las facciones que participan en la caza del tesoro pretenden usarlo con fines nada benévolos; es el caso del principal villano de la serie, el teniente Tokushiro Tsurumi, y el resto de la séptima división de infantería que le acompaña y le sigue siendo fiel. Tsurumi es un personaje muy complejo y fácilmente podría escribirse un artículo hablando únicamente de él, pero digamos que su intención parte de querer usar el tesoro para restaurar el honor perdido tras la guerra y alzarse con fama y gloria, pues siente que, pese a su sacrificio por el país que los vio nacer, la séptima división (y el ejército japonés en general) no ha visto suficientemente recompensado su esfuerzo.
Tsurumi es un hombre herido por la guerra, tanto a nivel emocional como físico, pues sufre un accidente por el que acaba con daño cerebral. Y para quien piense que su crueldad y su comportamiento despótico se deben a este accidente, el autor se encarga de introducir numerosos flashbacks en los que se demuestra que Tsurumi ya era extremadamente calculador e interesado antes de la guerra. Esta actitud (aunque, como decimos, el personaje tiene mucha más chicha y no es tan simple como decir que es malo y nada más) se contrapone a la del grupo protagonista, especialmente a la de Sugimoto, que solo quiere el oro para pagar el tratamiento de la esposa de su mejor amigo, caído en combate, así como volver a casa y vivir alejado del frente de combate. Este acto de altruismo nos demuestra que Sugimoto es, de hecho, un hombre bueno, que también es víctima implacable de la guerra, que arrasa con todo, pero a pesar de perder los papeles en alguna ocasión (lo cual viene a significar nada más y nada menos precisamente ese trauma heredado del conflicto), su corazón está donde debe estar.

Pero las pretensiones del villano principal no solo se contraponen a las de Sugimoto, sino también a las de la otra protagonista del manga, Asirpa. Y precisamente los Ainu son una parte fundamental del argumento de la serie. Satoru Noda retrata con muchísimo respeto y cariño las costumbres del pueblo Ainu; se sabe con certeza que investigaba profundamente para ser lo más riguroso posible en lo que a historia se refiere, y eso en un manga de publicación semanal como lo era Golden Kamuy tiene mucho mérito. Si compramos los tomos, veremos que aparece una especie de bibliografía con fuentes consultadas, por lo que no es de extrañar que la cultura Ainu esté reflejada con tanto mimo en el manga. Como minoría étnica asentada principalmente en Hokkaido (lugar donde se desarrolla la mayor parte de la historia de Golden Kamuy), los Ainu son víctima de las ansias de expansión del Japón imperialista y es gracias a ellos fundamentalmente que el autor nos muestra todo lo malo del imperialismo: es un virus que arrasa con todo, destruyendo culturas minoritarias, su espacio para vivir y también los de otros seres vivos con los que conviven en armonía, pues para los Ainu los kamuy son básicamente divinidades, y un kamuy puede ser cualquier cosa, incluso animales; como reza el proverbio Ainu que aparece en la solapa de todos los tomos, «toda criatura desciende del cielo con algún propósito».

Gracias a esta breve explicación, es posible ya establecer la relación entre el título de la serie y su temática: el oro es, para el ser humano, una especie de dios, como quedó dicho en la introducción de este artículo. A partir de ahora, el siguiente párrafo contendrá spoilers de la recta final de Golden Kamuy, así que, si no lo habéis leído y os interesa, es totalmente recomendable que dejéis de leer en este punto.
La obra retrata a la perfección la codicia y la avaricia y lo que algunas personas serían capaces de hacer con tal de conseguir un tesoro que en principio las elevaría socialmente, pero nuestros protagonistas al final llegan a la conclusión de que precisamente el oro corrompe al ser humano. El oro en Golden Kamuy nunca es realmente el objetivo para Sugimoto y Asirpa, pues él solo pretendía recuperar una vida normal y alejarse de la guerra que tanto daño le ha causado, y lo consigue gracias al vínculo creado con los Ainu a través de la propia Asirpa; en vez de regresar a su Tokio natal, Sugimoto decide quedarse con los Ainu. Asirpa, por su parte, solo quería que a los Ainu se les dejase su espacio propio e independiente para vivir. Casi al final de la historia, nuestros héroes descubren un acuerdo legal del Gobierno japonés para entregar cierta extensión de tierras a los Ainu, y esto, sin duda, es el auténtico tesoro que el padre de Asirpa dejó para su pueblo.
La historia de Golden Kamuy tiene un final feliz y satisfactorio y, aunque quizás no sea tan realista como nos gustaría, sin duda la moraleja de la historia está muy clara: que el oro transforma (muchas veces para mal) al ser humano y que el imperialismo no trae nada bueno; es, para empezar, lo que embarcó a Japón en una guerra sin sentido contra Rusia en la que los dos bandos salieron perjudicados, especialmente los jóvenes que combatieron. No cabe duda con su lectura de que Golden Kamuy trata el imperialismo mucho mejor que otras obras de ficción japonesas (como, por ejemplo, la aclamada Shingeki no Kyojin), quizás porque lo aborda continuamente como lo que realmente es: una lacra para la humanidad y especialmente para las minorías y las culturas oprimidas bajo su yugo.
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