
League of Legends es un abismo oscuro y frío y la serie que surge de él una ambrosía. Quizás sea la opinión menos polémica de la historia de las opiniones polémicas. El famoso MOBA de Riot no hay por dónde cogerlo si lo que pretendes con él es pasar un buen rato. Porque al LoL no se viene a disfrutar o a ganar, sino a perder lo menos posible.
Confesaré primero que no soy un aficionado a este género, pues a otros títulos similares como son el DOTA 2 o Heroes of the Storm (el chiste se cuenta solo) apenas les di un par de partidas. Generalmente consumo de forma casi ecuánime videojuegos centrados en la experiencia de un solo jugador. Admitiré también que no soy nada bueno en el LoL, aunque ojalá mis malas experiencias fuesen provocadas por un mal perder infantiloide y no el verdadero motivo.
Y es que para ser un juego de trabajo en equipo, League of Legends consigue con esfuerzo y dedicación a que no quieras ni mirar el chat del grupo. Me explico: la comunidad es quizás, a falta de darle una calificación más cruda y sincera, de las más tóxicas que puedes ver en el plano competitivo. Y esto es en parte debido al sistema en el que está basado el propio juego, pues casi termina alentando a ello.
Pero no voy a entrar ahora en temas más complejos como son el diseño del juego o de qué manera este afecta a cómo jugamos con otros. Voy a hablar del “subproducto” que surge a partir de este, porque Arcane es una serie ambientada en el mundo del LoL y de sus personajes. Lo cierto es que su anuncio no me llamó en absoluto la atención, pues no es extraño que cuando una compañía saca productos transmedia, estos sirvan como una herramienta de marketing para afianzar su posición. Un anuncio muy caro que, en muchas ocasiones, suele tener una calidad más bien irregular, aunque al final haya casos contrarios y no tan escasos.
Del LoL me esperaba muchas cosas, pero no que su serie fuese mi producción favorita del año.

No puedo creerme que me parezca tan sobresaliente un anuncio largo y caro de uno de los juegos online más conocidos. Porque sí, Arcane es un producto cultural hecho para el marketing, pero es que ojalá otros tantos iguales a este tuviesen la mitad de su calidad. Pero para entender bien qué lo hace funcionar, quizás una pequeña disección baste de como presenta su mundo y a sus personajes.
Primero, y antes de nada, la serie se molesta mucho en cimentar Piltover y Zaun, lugares donde se desarrolla enteramente la historia, como un mundo vivo y coherente a su alrededor, con sus facciones y zonas en conflicto. Un punto que agradezco que trabajen porque el lore del League of Legends, como juego, era un cadáver exquisito sin tener de adjetivo esto último. Tan pronto hay una sociedad medieval pura como al lado hay una ciudad prácticamente futurista.
Ya sé que quizás es ponerse un poco picajoso, porque al final Riot lo que quería era tener una variedad amplia de tipos de personaje, con diferentes orígenes y estilos. Y en cierto modo entiendo esa decisión. Pero, aún así, agradezco que hayan querido ponerse en un punto medio en cuanto a ambientarlo todo, en una especie de época victoriana steampunk, para permitir que su universo parezca más algo plausible y menos una excusa para meter de todo.
El siguiente punto serían los personajes, que no están mal caracterizados para el juego (quizás sea esto algo menos inspirado en el apartado femenino, ya que muchas heroínas se parecen bastante entre ellas al usar un modelo similar), y aquí brillan con luz propia. No solo los rediseños consiguen insuflarle mayor personalidad, sino que los hacen más humanos y cercanos en sus acciones y reacciones. Es soberbio el desarrollo que tienen todos los protagonistas principales y su fase de A a B. Simplemente no puedo sino deshacerme en halagos al ver una evolución tan natural, y a la vez tan orgánica, consiguiendo que me importen de verdad. Vi, Jinx, Jayce, Viktor o Caitlyn son un casting estrella de giro tras giro, golpe tras golpe y sorpresa tras sorpresa.

La animación, desde luego, merece un apartado para ella sola. La mezcla entre 2D y 3D no podría estar mejor equilibrada. Cada frame que respiran los más de 40 minutos que dura cada capítulo es como un regalo convertido en fondo de pantalla. Ni hablemos ya de los planos o de cómo han resuelto con creatividad y cabeza ciertos enfrentamientos más allá de querer representar la típica batalla AMV.
Y entonces llega el final, el momento por el que se ha concebido esta serie, el de ruptura, de cliffhanger, de no saber qué pasará. Y silencio. Un abismo me recorre al ver los créditos pasar, y me doy cuenta de que esto ha acabado, por fortuna temporalmente. Pero se ha acabado. Por lo que se sabe ahora mismo, hasta 2023, con suerte, no saldrá la siguiente temporada, ya confirmada. Y me parece bien, 6 años para crear esto solo hace que valga la pena esperar otros 6, si hace falta.
Pero ese vacío sigue sin llenarse. Pocas series este año han conseguido atraparme como ha hecho una producción que habla de la discusión política entre las élites y la supervivencia de los más desfavorecidos. De lo que significa proteger a alguien. De que la familia no solo son lazos de sangre.
Había dicho antes que Arcane es sobresaliente a pesar del LoL, que el popular MOBA no es más que una rueda de dolor constante que solo trae infelicidad. Y aun así, a pesar de mi claro rechazo al juego, hubo un oscuro pensamiento que recorrió mi mente, fugaz, pero lo suficientemente claro para darme cuenta de que el monstruo somos nosotros.
«¿Y si volviese al League of Legends?»
Me deshice de esos pensamientos intrusivos rápidamente y, simplemente, me puse a escribir esta reseña. Veos Arcane, pero cuidado con lo que trae después, pues Riot es como una serpiente que te quiere hipnotizar con sus lánguidos ojos.
Y sed personas decentes, no juguéis al LoL.