Rei Ayanami y Nadia la Arwall. ¿Qué tienen en común estas dos jóvenes, aparte de ser ambas personajes clave de dos de las obras mejor consideradas de la Gainax de los años 90, como son Neon Genesis Evangelion y Fushigi no Umi no Nadia? Que ninguna de las dos se alimenta de carne o, hasta donde se puede ver en sendas series, de productos de origen animal.
El veganismo es una tendencia al alza en la ficción actual, su presencia en los medios artísticos no deja de aumentar conforme crece su relevancia en nuestro mundo —ya que, como explicábamos en este otro artículo, la relación entre el arte y la sociedad humana es algo bilateral y de influencia mutua constante— y, cada vez, más personajes de ficción comienzan a renunciar al consumo de animales, ya sea como veganos o como vegetarianos, debido a su compromiso ambiental o, sobre todo, el respeto ético respecto a los seres sintientes. Superman fue uno de los más notorios, cuando allá por 2003, Mark Waid, probablemente uno de los guionistas más influyentes de la historia del Hombre de Acero, cambió sus orígenes en la miniserie de tebeos Birthright. El Beast Boy de Teen Titans Go! —su capítulo sobre el tofu es antológico— o, por supuesto, Lisa Simpson y Aang de Avatar, son sólo otros ejemplos de sobra conocidos, sacados de una lista constantemente creciente.
En el mundo del anime, por otro lado, esto no es algo tan extendido. Apenas un puñado de personajes pueden entrar en este nicho, como Fardania de Isekai Shokudou, y no son tantas las obras que se atreven a tratar este tema de forma constructiva o meridianamente positiva. Al margen de los previsibles documentales como Earthlings o Cowspiracy, en Occidente existen, de un tiempo a esta parte, diversas obras de ficción que traen a colación el debate de forma bastante explícita, como pueden ser Okja, el mockumentary Carnage, Year of the Dog o el capítulo de los popplers de Futurama, o más o menos implícita, como La Telaraña de Carlota o incluso Crepúsculo. Pero cuando queremos observar ese tipo de discursos en obras animadas de Japón, nos encontramos casi siempre con una barrera antropocentrista muy fuerte que frena la conclusión de raíz. Es muy habitual el tropo de que un alienígena o robot, ajeno a la cultura terráquea, debata con algún otro personaje de la obra sobre si está bien o mal eliminar a seres humanos. El extraterrestre o robot mantendrá que los humanos hacen lo mismo de forma casi indiscriminada con los animales y, entonces, el personaje humano comenzará un monólogo ciertamente enternecedor sobre todo lo que nos hace especiales a las personas respecto a un perro, un cerdo o una vaca. “Nuestros sentimientos, nuestra voluntad de hacer el mundo mejor, nuestra capacidad de amar. Y por ello merecemos más la vida, el respeto y la paz.«

Este artículo pretende ser más descriptivo que éticamente aleccionador, así que no se entrará en un tema que tampoco concierne excesivamente a la temática habitual esta web como es el de explicar que los animales sí tienen capacidades cognitivas y autoconscientes suficientes para querer y encariñarse o, incluso, realizar transmisiones culturales —como se ha observado ya con cuervos, orcas o macacos— y que, de acuerdo a la filosofía de Peter Singer, Oscar Horta o incluso, y en menor medida, Jeremy Bentham en su época, sólo el mero hecho de poder sentir, sufrir y disfrutar como individuo ya debería ser garante de respeto y libertad, independientemente de la inteligencia o desarrollo emocional. Pero es innegable que, desde esta postura, puede llegar a resultar frustrante que ese diálogo, tan fácilmente utilizable por otra parte para generar conflicto dramático en los géneros de la fantasía y la ciencia ficción, termine tantas veces chocando contra el mismo muro. Y no será porque no se plantee nunca. El debate hipotetizado líneas arriba entre el robot y el humano tiene lugar casi de forma idéntica en la recta final de Suisei no Gargantia y la conclusión es humanista a más no poder. Los seres que merecen respeto completo son los humanos y aquellos derivados del propio homo sapiens. Por su condición de entes especiales. Y si se respeta a otros será en los términos que los humanos decidan y, al final, por algo similar a la caridad. The Promised Neverland caminaba un poco en esa misma línea y Shingeki no Kyojin fue un poco una decepción en este ámbito, pues tenía todas las papeletas para plantear un debate interesante al respecto y nunca llegó a atreverse aunque, desde el momento en que los titanes comen seres humanos, sí podría extraerse alguna lectura tangencial.
Entre los casos con conclusiones del debate eminentemente negativas están cosas como Silver Spoon, escrita y dibujada por Hiromu Arakawa, autora también de Fullmetal Alchemist, que funciona a modo de romantización tradicionalista e idealizada de la vida en el campo y el trabajo en la granja. Si bien al comienzo el protagonista muestra su incomodidad con el sacrificio de los animales a los que potencialmente podría tenerles cariño, como los pollos que pueblan el corral, la serie se posiciona muy pronto desde una visión un tanto extravagante sobre la “muerte significativa” o “con digno respeto” y se sube muy rápidamente al vagón de la perspectiva capitalista de la casi obligatoriedad de producción de alimentos variados como ciclo vital en el que tomamos parte nosotros y ellos. Como un mal necesario e inevitable.
Obviamente, esto es indivisible del contexto. Japón no es precisamente uno de los países más veganfriendlys del mundo. Sí se consume, tradicionalmente, una gran cantidad de vegetales en comparación a la carne, pero es una conducta históricamente externa al debate ético, no en vano el grupo generacional con representación apreciable vegetaría son los millennials y postmillenials y, como se menciona en este estudio, la gran mayoría eligen ese camino mayoritariamente por seguir una dieta más saludable, no un consumo más acorde a ciertas consideraciones morales. Con todo esto, hay principalmente dos animes, que plantean este debate de forma extremadamente constructiva y ambos, casualmente, se encuentran entre los más exitosos, y entre los mejores, de los últimos años: Parasyte y Beastars.

El primero, como muchos sabrán, contempla una invasión alienígena. Los integrantes de esta especie desconocida son capaces de, como el propio nombre de la producción indica, parasitar los cuerpos de los seres humanos para tomar el control de los mismos, infiltrarse en la sociedad y poder alimentarse de personas indefensas. Vuelve el debate mencionado respecto a Gargantia pero aquí es mucho más intenso, más visceral, no toma la solución simplista. Se tienen en cuenta implicaciones éticas y morales, se observan diferentes puntos de vista, se habla del consumo desmesurado e insostenible, de la destrucción que la civilización actual lleva al medio natural y los animales no humanos que lo habitan. Un parásito podría vivir en simbiosis corporal con un humano sin matar a nadie, un humano podría sobrevivir sin alimentarse de animales. Ambos deciden tomar el otro camino voluntaria y conscientemente y la serie incide una y otra vez en el sentido ético de esto, planteando un debate tan incómodo como necesario y novedoso en el medio.
Beastars tiene una visión un poco más optimista. En la obra de Paru Itagaki, protagonizada por animales antropomorfos, el veganismo ha vencido, aparentemente. En aras de una sociedad pacífica y una convivencia óptima entre todos los animales los carnívoros han abandonado sus prácticas depredadoras y, ahora, lobos o leopardos se piden hamburguesas de seitán y lentejas en la cafetería del instituto. Bien es cierto que Beastars disfruta constantemente sumergiéndose a través de su ficción en reflexiones intensas —además de sobre la masculinidad tóxica, que daría para otro artículo— sobre la decadente civilización tardocapitalista y desigual del primer mundo, por lo que a mitad de la primera temporada del anime se descubre que hay un mercado negro de carne y que otros animales sin recursos o en situación de exclusión social tienen que vender dedos, apéndices o miembros enteros para poder subsistir y no morir en la miseria y pobreza. Se establece paralelamente otra visión interesante, pues se compara la carne casi con una adicción, una droga que intensifica la violencia carnívora. Esta obra se permite ser más atrevida en su reflexión porque parte de la base de que el equivalente a los humanos en su setting no “son como animales”, sino que lleva eso más allá, y los coloca como seres que aúnan impulsos y conductas filogenéticas propias de lo puramente salvaje con una capacidad de raciocinio y comunicación típicamente antrópica. Los carnívoros tienen que luchar contra sus instintos primarios, contra la sed de sangre que viene por defecto en sus genes y combatir eso con educación y solidaridad. Obviamente, esto también tiene una lectura importante sobre las desigualdades de poder notables entre la población, pero el componente de sostenibilidad alimentaria y ética de consumo está ahí desde el principio.
Volviendo a nuestras queridas Rei y Nadia, pese a ser, fuera de la ya citada Beastars, los personajes de anime veganos más famosos, sus obras nunca llegaron a tratar el tema que hoy nos ha ocupado. Pero también son hijas de otra época. Quién sabe si en los mares misteriosos el Nautilus habría luchado hoy por la liberación de los delfines.
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