El estallido de la Guerra Civil Española el 17-18 de julio de 1936 sacudió por completo la escena internacional. Aunque el golpe de Estado de unos militares contra el gobierno legítimo y democrático de la Segunda República podría pasar a simple vista como uno de los muchos conflictos internos de la época, la noticia causó una enorme conmoción en la sociedad del momento, que contemplaba la guerra en España como un síntoma más del avance del fascismo y un anticipo de la inminente guerra que se cernía sobre Europa.
Visto así, no es de extrañar la gran preocupación que los gobiernos mundiales demostraron por el desarrollo del conflicto. Además de la simpatía ideológica hacia uno u otro bando, países como la Alemania nazi y la Italia fascista lo veían como un valioso campo de pruebas en el que poner en práctica las armas y tácticas que después aplicarían en la Segunda Guerra Mundial, por lo que no dudaron en apoyar de forma abierta y descarada a los militares golpistas.
Mientras tanto, las grandes democracias como Francia o Inglaterra evitaron involucrarse de ningún modo por miedo a que la guerra se extendiera por toda Europa. Por ello, aunque en teoría la mayor parte del mundo apoyaba a la República, la dejaron prácticamente abandonada a su suerte, de no ser por el apoyo de países como México y, sobre todo, la Unión Soviética.

Por supuesto, Japón no fue ajeno a este conflicto, pese a la distancia geográfica. El país atravesaba entonces un giro decisivo hacia el nacionalismo y una creciente militarización que marcaría tanto su política interior como sus ambiciones en el exterior. En este artículo, veremos cómo el Gobierno, la prensa y la sociedad japonesas siguieron con más interés del que podría imaginarse el desarrollo de la guerra en España. Allí, creyeron ver ciertos paralelismos con sus propias tensiones internas. Además, en un momento en el que intensificaba la agresión contra China y estrechaba lazos con las potencias fascistas europeas, Japón introdujo la Guerra Civil Española dentro de sus cálculos diplomáticos como una oportunidad para reforzar su posición en el tablero internacional.
Japón y España: de la vecindad al distanciamiento
Tokio está separado de Madrid por 10.762 kilómetros y, sin embargo, España y Japón fueron prácticamente vecinos durante siglos. El país europeo poseía las Filipinas desde el siglo XVI, lugar que funcionaba como un trampolín desde el que marineros, comerciantes y misioneros católicos —de los que ya hablamos en otro texto— partían hacia el archipiélago japonés antes de que el shogunato Tokugawa decretara el sakoku (aislamiento) en 1639.
Tras la apertura de Japón al mundo, la proximidad de las Filipinas españolas motivó que los dos países formalizaran rápidamente sus relaciones con el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación de 1868. Este acuerdo parecía marcar el inicio de una potente relación comercial entre los dos países tomando como núcleo las Filipinas, pero, por el contrario, el contacto nunca pasó de un trato que, aunque cordial, siempre fue tenue y distante.

Las razones detrás de la frialdad entre Japón y España son complejas. Más allá de la lejanía física, mitigada parcialmente por las posesiones españolas en Asia, lo cierto era que los dos países atravesaban situaciones políticas muy diferentes: mientras que Japón era una potencia en ascenso que comenzaba su expansión imperialista por Asia Oriental, España era débil y llevaba años sumida en una clara decadencia, más preocupada por sus problemas internos que en tener una política exterior activa en Asia.
Además, todo parece indicar que, aunque Japón estaba interesado en desarrollar el comercio con las Filipinas, España no tenía tan claras sus prioridades, preocupada por que la naciente potencia asiática intentara arrebatarle sus posesiones en Asia Oriental. Este miedo se intensificó tras la conquista japonesa de Taiwán en 1895, por lo que ese mismo año los dos países firmaron, por petición de España, un ‘Tratado de Límites’ en el que constaba por escrito el compromiso de respeto mutuo de las fronteras. De todos modos, España terminó perdiendo Filipinas tras la guerra contra Estados Unidos en 1898. Esta derrota fue vista como una catástrofe por las élites intelectuales y políticas españolas, que abandonaron todo tipo de política en Asia Oriental más allá de mantener un embajador en Pekín y otro en Tokio.

Durante las décadas siguientes, las relaciones entre Japón y España siguieron siendo reducidas, aunque amistosas, pero la situación dio un giro en 1931, poco después del inicio de la Segunda República Española. En realidad, el cambio en España de un sistema monárquico a uno republicano no supuso ningún problema para el Gobierno japonés el cual, siguiendo la corriente internacional, tardó solo diez días —24 de abril— en reconocer al nuevo gobierno republicano. Pero todo cambió solo unos meses después, durante la ‘Crisis de Manchuria‘.
Aprovechando la debilidad de China, el ejército japonés se sirvió de un incidente sin importancia para invadir y ocupar toda la región de Manchuria, en el norte de China, donde creó el Estado títere de Manchukuo y puso al frente a Aisin-Gioro Puyi, antiguo emperador chino. El abuso de poder japonés rompía todas las leyes internacionales, lo que enfrentó a Japón con toda la comunidad internacional, organizada en torno a la Sociedad de Naciones —la precursora de la actual ONU—.
Durante esta crisis, una de las voces más críticas fue la del español Salvador de Madariaga, representante de la recién nacida Segunda República en la Sociedad de Nacionales. Madariaga destacó por sus duras críticas no solo a Japón, sino también a las grandes potencias como Gran Bretaña o Francia por negarse a intervenir. Insistió asimismo en la necesidad de defender la soberanía de China y de castigar económicamente a Japón, tanto así que empezó a ser conocido como ‘Don Quijote de la Manchuria‘.

Japón no prestó ninguna atención a las críticas y terminó saliendo de la Sociedad de Naciones en 1933, pero las palabras del representante español irritaron enormemente al Gobierno japonés, que amenazó en varias ocasiones a España con tomar represalias. Aun así, la situación no pasó de un aumento de la hostilidad y la tensión entre ambos países y en ningún momento supuso ninguna acción violenta ni puso en peligro a la minúscula comunidad española que residía en Japón —cifrada por las autoridades españolas en unas 200 personas en 1935—.
Este era el clima diplomático entre ambos países cuando, en 1936, estalló la Guerra Civil española. Pero, ¿cómo recibió Japón la noticia del levantamiento militar y qué posición adoptó ante el conflicto?
Noticias desde España: la Guerra Civil desde la prensa japonesa
Puede resultar llamativo debido a la distancia geográfica y a la frialdad diplomática entre ambos Estados —además de la indiferencia inicial de las autoridades japonesas, que veían con poco o ningún interés un conflicto interno en un país tan lejano y de segundo nivel en el plano internacional—, pero lo cierto es que la prensa japonesa recibió con gran atención las primeras noticias procedentes de España en julio de 1936.
En el verano de ese año, Japón todavía se estaba recuperando de una grave crisis política que parecía rimar mucho con lo que estaba ahora sucediendo en el otro extremo del mundo. El 26 de febrero, un grupo de oficiales pertenecientes a una facción del ejército japonés ocuparon el centro de Tokio acompañados de 1.400 soldados y asesinaron a varios miembros del Gobierno. Por ello, el golpe de Estado de unos militares españoles superó las barreras físicas y políticas para resonar con una fuerza especial dentro de la sociedad japonesa, a la que no le costó establecer paralelismos entre las dos naciones.
La imagen que la prensa japonesa mostraba de la Guerra Civil fue derivando desde la neutralidad y la cautela iniciales hacia un apoyo cada vez más claro y directo al bando franquista, hasta el punto de la propaganda abierta. Este cambio fue un reflejo de la evolución de la política interior y exterior japonesa, mientras el país se lanzaba cada vez más hacia el nacionalismo, el militarismo y el acercamiento político a la Alemania nazi y la Italia fascista.

Pese a los cambios, los grandes periódicos del país no abandonaron el interés por informar sobre el conflicto, de manera que un lector de periódicos japonés podía mantenerse fácilmente informado sobre las últimas novedades de la guerra y sus principales protagonistas. Yō Kawanari, profesor emérito de la Universidad de Hosei, calculó que entre julio de 1936 y abril de 1939 se publicaron alrededor de 1.400 artículos sobre la situación en España, la mayoría de ellos contentrados en los tres principales periódicos del país —Asahi Shimbun, Tokyo Nichinichi y Yomiuri Shimbun—. Esta es una cifra que muestra hasta qué punto el conflicto fue seguido en el archipiélago.
Así, durante los primeros días, los titulares informaban de una «rebelión iniciada en Marruecos» que «se había extendido al territorio español» y recogían los levantamientos de guarniciones militares en ciudades peninsulares como Ourense o Cartagena. Por su parte, el ejército golpista, denominado inicialmente como «ejército rebelde» —término con connotaciones negativas—, fue rebautizado poco después con el calificativo un tanto más ambiguo de «revolucionario».
Sin embargo, muy pronto la línea editorial de los periódicos empezó a inclinarse claramente hacia el bando franquista. Diarios como el Asahi Shimbun publicaron comunicados de los generales sublevados y contaron con colaboradores como Aoki Arata —exministro de la legación japonesa en España—, cuyas columnas presentaban a Francisco Franco como un líder virtuoso, disciplinado y dotado de un talento militar excepcional. Los periódicos enviaron también a corresponsales a la frontera entre España y Francia, como Yoneo Sakai, con el fin de informar con mayor inmediatez sobre el desarrollo de los combates y los movimientos políticos y militares.

Tan significativa como la información transmitida por los periódicos, sin embargo, sería la que deliberadamente fue omitida entre sus páginas. Los diarios japoneses no publicaron noticias sobre el bombardeo de Gernika —el primer bombardeo indiscriminado de la historia contra la población civil—, ni sobre la Desbandá, ni sobre el fusilamiento del escritor de talla mundial Federico García Lorca, sucesos que conmocionaron a buena parte de la sociedad y aparecieron en la prensa de la mayor parte del mundo. En cambio, los rotativos nipones sí recogieron episodios de violencia en la zona republicana, como los sucesos del Cuartel de la Montaña en Madrid, presentándolos como un ejemplo de la supuesta desorganización o radicalización del bando leal a la República. Este desequilibrio informativo responde, casi con total seguridad, a una línea editorial consciente, destinada a no perjudicar la imagen de los sublevados en Japón.

Este interés por no volver a la opinión pública japonesa en contra del bando franquista iba completamente en sintonía con los intereses de las autoridades del país. De este modo, el cambio más claro en la prensa se deja notar a partir de la firma del Pacto Antikomintern entre Japón y la Alemania nazi en noviembre de 1936. Desde ese momento, los periódicos empezaron a seguir de manera directa las directrices del Gobierno según los intereses de la política exterior japonesa, cada vez más alineada con Alemania e Italia.
La invasión de China en julio de 1937 reforzó esta tendencia. La agresión convirtió automáticamente al país en un paria a los ojos de la comunidad internacional, rechazado diplomáticamente con la excepción de los gobiernos de Hitler y Mussolini. En ese marco, las autoridades japonesas empezaron a ver al bando franquista como una potencial herramienta para reforzar su posición internacional. Esto llevó a un acercamiento entre Japón y el régimen franquista, que fue reconocido oficialmente por Tokio el 1 de diciembre de 1937. A cambio, la España de Franco, todavía luchando contra la República, respondió al día siguiente reconociendo a Manchukuo, el Estado títere creado por Japón en 1932.

Desde ese momento, la prensa japonesa acompañó esta decisión con una intensa campaña de legitimación, por no decir propaganda. Periódicos como el Asahi Shimbun comenzaron a emplear de manera sistemática términos como “anticomunismo” o “frente anticomunista” para presentar el acercamiento franquista-japonés como parte de una misma lucha internacional. Los artículos favorables a Franco se multiplicaron, se destacaban sus victorias militares, su capacidad estratégica y su papel como unificador de la nación española bajo un nuevo orden político que, según los rotativos japoneses, coincidía con los valores ultraderechistas defendidos por Tokio.
Sin embargo, el apoyo del Gobierno japonés hacia la guerra española siguió siendo limitado, de manera que nunca envió tropas o armamento como sí hicieron Alemania e Italia. Aun así, se sabe que Japón introdujo al menos a dos oficiales a la zona franquista para aprender sobre las estrategias de guerra y la tecnología militar que se estaban utilizando. El capitán Susumu Nishiura, agregado militar en la embajada japonesa en Francia, visitó España de incógnito en 1936 para obtener información sobre el armamento soviético entregado a la República. En 1938, el teniente coronel Seiji Moriya colaboró con los generales franquistas en la elaboración de estrategias. Aunque su impacto fue reducido, estas misiones reflejan que Japón no permaneció completamente ajeno a la evolución del conflicto.

La cobertura periodística concluyó el 1 de abril de 1939, cuando Madrid cayó en manos golpistas y Franco declaró oficialmente el final de la guerra. Ese mismo día, los diarios japoneses celebraron la victoria franquista, y el Yomiuri Shimbun llegó a afirmar que la capital —y con ella toda España— era ya “completamente antirroja”. Tras ello, los periódicos dieron por cerrada su cobertura del conflicto español.
Las «madrinas de guerra» japonesas
La propaganda difundida por medios como el Asahi Shimbun generó, a lo largo de la guerra, una notable simpatía hacia el bando sublevado dentro de ciertos sectores de la sociedad japonesa, especialmente aquellos más conservadores y alineados con el clima de militarización del país.
A través de las noticias y reportajes, que presentaban la Guerra Civil Española de manera profundamente sesgada, la prensa se esforzó por crear paralelismos directos entre la lucha del ejército franquista y la de los militares japoneses en China. Pese a la distancia, los medios presentaban ambos conflictos ante la opinión pública japonesa como dos frentes de una misma batalla contra el denominado «peligro comunista internacional”. Se trata de una narrativa que caló con fuerza y alimentó un clima de empatía hacia los golpistas españoles.

En ese contexto, el periódico Asahi Shimbun impulsó durante 1938 una llamativa campaña propagandística. El objetivo era movilizar a niñas en edad escolar y a mujeres jóvenes para que enviaran cartas, postales y pequeños paquetes de apoyo a los combatientes franquistas a través de la Embajada de España en Tokio.
Aquellos envíos incluían desde mensajes de ánimo y postales ilustradas hasta imon-bukuro —“bolsas de confort” enviadas a los militares con comida, objetos de aseo o pequeños obsequios—. Las noticias recogen que también se enviaron algunos senninbari, las bandas de tela con miles de puntadas realizadas por mujeres japonesas que eran comunes entre los soldados como amuleto protector. Eran, en esencia, los mismos regalos que se enviaban a los soldados japoneses que combatían en China, reflejo de ese esfuerzo deliberado por presentar ambas guerras como dos partes de un mismo conflicto ideológico.

Es difícil de determinar el tamaño real de la campaña, así como el volumen total de regalos que se entregaron ya que, probablemente, las noticias publicadas por la prensa fuesen exageradas para reforzar su eficacia propagandística. También se desconoce cuántos de esos paquetes llegaron realmente a manos de soldados franquistas. No obstante, sí se conservan varias cartas y postales que fueron encontradas por pescadores españoles en 1940. Al parecer, eran regalos que habían sido enviados desde Japón y viajaban en el crucero franquista Baleares cuando fue hundido en 1938.

En conjunto, estas iniciativas son una muestra de cómo, incluso sin implicarse militarmente en el conflicto, Japón utilizó la Guerra Civil Española para sus propios intereses como un instrumento simbólico y propagandístico integrado en la construcción de su propio relato nacional e internacional.
Un japonés en las filas de la República
Este artículo no quedaría completo sin repasar la que, quizá, fue la aportación más noble realizada por Japón a la Guerra Civil Española. Su protagonista fue Jack Shirai, el único japonés conocido que se unió a la causa de la República dentro de las Brigadas Internacionales.

Las Brigadas Internacionales estaban compuestas por voluntarios procedentes de más de cincuenta países que, impulsados por su militancia de izquierdas, su compromiso democrático o el antifascismo en general, viajaron hasta España para combatir de forma altruista junto al bando republicano. La mayoría no eran soldados profesionales, sino personas de a pie que dieron un paso adelante movidas por convicciones políticas, éticas o emocionales. Más de 35.000 voluntarios venidos de más de cincuenta países integraron sus filas y, aunque la presencia asiática fue reducida, entre ellos se encontraba el único japonés documentado en tomar parte en nuestra guerra. Su nombre era, como comentábamos, Jack Shirai.
Antes de hablar de su historia en España, es interesante detenerse en su vida, aunque se conocen pocos datos sobre el pasado de Shirai. Se sabe que nació en torno al año 1900 en Hakodate, en la isla de Hokkaido, y creció en un orfanato regentado por religiosos franceses —es posible que ellos le pusieran su curioso nombre, tan poco japonés, aunque también puede tratarse de un apodo adquirido con los años—. Cuando Shirai era adolescente, con entre 14 y 18 años, la Primera Guerra Mundial convirtió al puerto de su ciudad natal un hervidero de barcos, lo que aprovechó para comenzar una nueva vida a como marinero a bordo de buques mercantes y huir así de la miseria de su infancia.

Así comenzó una etapa, en la que, durante más de una década, mantuvo una vida itinerante a bordo de distintos barcos. En uno de esos viajes tuvo que ser hospitalizado durante mes y medio en la India. Debilitado físicamente, aprovechó ese tiempo de recuperación para aprender cocina junto a un chef chino que trabajaba para una familia inglesa residente en la zona. Descubrió entonces que tenía bastante habilidad para el oficio y, en adelante, sirvió como cocinero en todos los navíos en los que trabajó.
De esta forma encontró empleo en 1929 en el carguero estadounidense Madison, pero Shirai, que estaba cansado de la vida en el mar, aprovechó la oportunidad para emigrar ilegalmente a los Estados Unidos cuando el barco pasó por Nueva York. Su llegada al país coincidió con el inicio de la Gran Depresión, por lo que tuvo dificlutades para encontrar empleo. Aun así, logró salir adelante trabajando en las cocinas de varios restaurantes japoneses. Durante esos años, se hizo amigo del matrimonio formado por la periodista Ayako Ishigaki —quien lo describió como un hombre rudo cuando se enfadaba, pero sociable, atento y siempre dispuesto a compartir lo poco que tenía— y su marido Eitaro.

En Nueva York, Shirai también entabló amistad con Toyosaburo Sekii, exmarinero y militante comunista quien le introdujo en las redes sindicales y círculos políticos de izquierda de la ciudad. Juntos comenzaron a acudir a espacios vinculados al Partido Comunista de Estados Unidos, como agrupaciones sindicales relacionadas con el sector de la restauración. En ese sindicato coincidió con otros migrantes de origen hispano, lo que le volvió más sensible a la política internacional. Entre ellos, conoció a un inmigrante asturiano llamado Roberto, quien le puso al corriente de los sucesos que estaban ocurriendo en España, como la represión que siguió a la Revolución de Asturias en 1934.
En ese contexto llegó la noticia del estallido de la guerra en España en julio de 1936 y desde el otoño de ese año se empezaron a organizar, principalmente por parte del Partido Comunista de los Estados Unidos, la campañas de ayuda y el reclutamiento de brigadistas para ayudar a la República. Sekii animó a muchos conocidos a alistarse y Shirai se presentó voluntario en septiembre de 1936. Tras una instrucción rudimentaria en un auditorio neoyorquino, embarcó junto a casi cien personas más hacia Le Havre, en Francia. Desde ahí, viajó a través de París, Perpignan y los Pirineos hasta llegar a Albacete en la primera semana de enero de 1937.
Allí, los voluntarios se dividieron en distintas unidades, normalmente organizadas por nacionalidades. Shirai fue destinado al Batallón Abraham Lincoln, dentro de la XV Brigada Internacional. Aunque la unidad estaba pensada en un prinicipio a estadounidenses, el Batallón Lincoln acogió a voluntarios de orígenes muy diversos —blancos, negros, hispanos, judíos, irlandeses, canadienses e incluso asiáticos—. Su propia composición lo convirtió en un símbolo del internacionalismo de las Brigadas Internacionales: personas distintas que, más allá de sus fronteras, acudieron a España para combatir el avance del fascismo.

Tras un adiestramiento más simbólico que efectivo en Albacete, la unidad de Shirai se trasladó a Villanueva de la Jara, en Cuenca, para una instrucción algo más rigurosa, aunque igualmente limitada. En ese contexto, sus habilidades culinarias se volvieron imprescindibles. Aunque pueda parecer un papel secundario, la cocina era vital para manetener la salud y el estado de ánimo de los soldados. Por ello, Al Tanz, jefe de intendencia del batallón, lo eligió personalmente como responsable de la cocina por su capacidad para preparar grandes cantidades de raciones con rapidez y habilidad.

Esto no agradó a Shirai, que quería combatir, pero aceptó el cargo por la insistencia de sus compañeros, quienes apreciaban la calidad de su comida, y por su sentido de la responsabilidad. Aun así, cuando la situación lo exigió, no dudó en tomar el fusil y luchó como parte de una compañía de ametralladoras en el frente del Jarama, cerca de Madrid. Sin embargo, seis meses después de llegar a España, Shirai murió en la batalla de Brunete el 10 de julio de 1937. Según Arthur Landis, historiador que investigó el Batallón Lincoln, “una ráfaga de ametralladora lo mató, y sus compañeros lo enterraron esa noche junto a Oliver Law, dejando constancia en una pizarra de su procedencia y de su valor”.
La biografía de Jack Shirai es, en esencia, la de un hombre marcado por el desarraigo —huérfano, marinero, emigrante ilegal— y, al mismo tiempo, por una empatía hacia las causas políticas internacionales que lo llevaron a presentarse voluntario para participar en un conflicto que, a simple vista, le resultaba tan lejano. Aunque no dejó grandes registros, su vida marcó un importante recuerdo en quienes le conocieron y combatieron junto a él. Su presencia en la Guerra Civil española encarna el internacionalismo cotidiano de quienes, habiendo conocido la injusticia, cruzaron fronteras para poner su oficio y, cuando fue necesario, su vida al servicio de una causa justa.

En definitiva, la relación entre Japón y la Guerra Civil española muestra cómo un país tan distante como Japón siguió de cerca un conflicto extranjero por interés político, ideológico y propagandístico. Los periódicos, la diplomacia y la propaganda acercaron la guerra a la opinión pública nipona, mientras la política exterior japonesa buscaba utilizar el conflicto para reforzar su posición internacional.
Frente a esta actitud oficial, historias como la de Jack Shirai muestra otra dimensión: la del compromiso individual que cruza fronteras. Su paso por España dentro de las Brigadas Internacionales encarna el sentimiento internacionalista compartido por decenas de miles de personas que ofrecieron su esfuerzo y, en ocasiones, sus vidas para defender a la democracia española frente al avance del fascismo.