La naturaleza en Ghibli y su conexión con la realidad

Al pensar en estudios de animación, hay numerosos candidatos que pueden ocurrirse a los apasionados del medio. Sin embargo, hay uno que siempre estará presente en las mentes de todas las personas que no solo les guste el anime, sino el cine en sí y la animación a nivel internacional: el Studio Ghibli. Desde que los visionarios Hayao Miyazaki e Isao Takahata fundaron el estudio en 1985, este se ha consolidado como un referente del medio con películas emblemáticas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o su obra más reciente, El chico y la garza. Su fama es internacional y muchas de sus cintas se han ganado un espacio firme en la propia historia del cine de animación por su gran calidad y logros internacionales. A su vez, hay muchos aspectos particulares de este estudio que han dejado su huella también en generaciones de artistas, desarrolladores de videojuegos y autores, los cuales se han visto influenciados, ya sea por su magia, su filosofía, su estética o su particular enfoque con algunos elementos.

Al ver esto en la pantalla de un cine, uno ya sabe que va a ver un producto de la más altísima calidad. / ©Studio Ghibli

Uno de estos es la naturaleza. Es imposible pensar en una película de Ghibli sin recordar planos generales de la ambientación de la historia, en la cual siempre van a destacar elementos naturales. Sin embargo, no se trata de un simple escenario, pues la naturaleza es una parte esencial de todas las cintas de este estudio, constituida como un personaje propio y que se debe tener en cuenta siempre. Miyazaki siempre va mucho más allá, buscando siempre que su obra transmita un mensaje. También en la representación de la naturaleza pueden percibirse ciertas ideas que vale la pena recordar en la actualidad.

El mensaje ecológico que Miyazaki transmite en sus películas es complejo, pero si se presta un poco de atención, pueden detectarse enseñanzas que fácilmente pueden aplicarse al mundo actual. Y es que estas películas van más allá y nos tratan de apuntalar que los humanos no podemos controlar a la naturaleza. En España se nos recuerda periódicamente, sea por los incendios forestales veraniegos —sin entrar en el debate de su intencionalidad o casualidad— o por las inundaciones y riadas. Por lo tanto, quizás este artículo sirva para poder abrir los ojos a una lectura más profunda de la naturaleza que es retratada en Ghibli.

Efectivamente, la naturaleza no se puede controlar, pero quizás una pequeña poda a esa hiedra se agradecía… / ©Studio Ghibli

¿Qué es la naturaleza para Ghibli?

En primer lugar, hay que aclarar que la presencia de la naturaleza no es algo casual, sino que forma parte de una serie de constantes que facilitan identificar una película como producción Ghibli. Aparte de ser principalmente una animación tradicional japonesa, se busca transmitir una historia en la cual un niño o persona joven se ve inmersa en un mundo complicado y difícil de navegar, en el cual no hay blancos ni negros diferenciables a simple vista. Se trata de un mundo fantástico pero a la vez estrechamente relacionado con problemas reales, con una presencia directa de la acción humana que tiene consecuencias, más o menos notables e importantes, en un entorno natural que no se subordina a estos humanos. Además, una de las pasiones de Miyazaki es el diseño de máquinas —como bien se puede apreciar en los medios de transporte de cintas como El castillo ambulante, Nausicäa del Valle del Viento, El viento se levanta o Porco Rosso— y el contraste de esta maquinaria, que incluso se puede considerar en algunos momentos como bélica, con la armonía de la naturaleza provoca unos conflictos extremadamente interesantes. 

Algunos expertos consideran que, por todas las mezclas y elementos en juego, clasificar las producciones del estudio Ghibli como ciencia ficción o fantasía sería limitante y simplista, pues se perderían e ignorarían muchos de los matices que Miyazaki busca transmitir. Por lo tanto, una etiqueta a la que podría responder sería la de «realismo mágico japonés», ya que se busca representar un gran número de temas reales y actuales en la sociedad —tanto japonesa como mundial—, pero con un toque de magia y fantasía propios que no reniega de la percepción o realidades culturales de su creador. Entre estas, se encuentra una concepción de la naturaleza que responde a múltiples facetas.

Honestamente, qué ganas de echarse una siesta encima de Totoro en un agujero en el árbol más grande del bosque. / ©Studio Ghibli

Una de estas percepciones es la naturaleza como un ente sagrado, benigno e impoluto, en el que lo humano nunca llega a dejar huella. Supone un ecosistema a descubrir y enigmático, con numerosos colores y formas, tanto claros como oscuros, pero siempre impasibles e imperturbables ante la presencia humana. Esta representación se puede encontrar en numerosos momentos de la gran parte de sus películas, pero uno de los más misteriosos y en cierta forma atrayentes es cuando en La princesa Mononoke el protagonista empieza a seguir a los kodamas por el bosque para acabar llegando a un lugar que él mismo describe como «mágico», en el cual ningún hombre parecía haber estado antes que ellos, pues como dice su acompañante se trata de un lugar «para dioses y demonios».

Por otra parte, tenemos una naturaleza implacable y temible, la cual los humanos han intentado manejar y manipular a su antojo, pero acabó triunfando sobre ellos, imponiendo su fuerza sin par. Esta concepción está también presente en el folklore japonés, ya que siempre se ha buscado alguna forma de justificar las erupciones volcánicas y terremotos que asolan esas tierras. La cultura japonesa ya ha aceptado que estos dioses sin ningún motivo arrebatarán pueblos, tierras y vidas sin ningún motivo aparente. Los humanos seríamos necios si intentásemos controlar estos fenómenos. En la propia cinta de La princesa Mononoke encontramos también esta enseñanza. Cuando Lady Eboshi dispara al Espíritu del bosque y le corta la cabeza, desata una hecatombe divina, la cual no discierne entre amigo y enemigo, pues solo arrebataba vidas.

©Studio Ghibli

Sin embargo, y como ya se ha dicho, Miyazaki siempre deja claro que en estos conflictos no hay buenos ni malos, ni blancos ni negros. Se trata de simplemente realidades que existen por un motivo y que siempre van a seguir en constante movimiento y transformación. Por ello, también hay representaciones de la naturaleza como un ente en el cual una serie de elementos muy variados se mezclan entre sí y están en una constante transformación, lo que da lugar a un ecosistema único e irrepetible en el cual todas las partes juegan un papel indispensable. Este es el resultado final de la película de La princesa Mononoke. Por un lado, un valle en el cual la presencia humana comprende su lugar, pues tiene que saber convivir con las fuerzas divinas que han estado allí desde siempre. Por otro, un bosque nuevo que resurge de los restos orgánicos de uno que fue pasto de un conflicto entre dioses y humanos. Otro ejemplo mucho más gráfico y notable es la jungla tóxica en la cual se ambienta Nausicaä del Valle del Viento, ya que en este ecosistema conviven personas, animales, insectos, plantas y elementos radiactivos que condicionan la vida allí, pero a su vez crean un ecosistema único que hace a todas las partes adaptarse de formas únicas e inimaginables.

A pesar de que se pueden realizar estas tres lecturas generales en cada cinta, también pueden detectarse ciertos patrones en el diseño de historias y elementos en cada una de las cintas. De la misma forma que los colores pueden entrañar significados, el protagonismo excesivo de algún medio de la naturaleza denota también ciertos detalles de diseño y significados que Miyazaki esconde en cada una de sus producciones. Ya que este simbolismo puede extenderse a cosas tan nimias como la presencia de insectos o un uso específico de la luz del sol, en este artículo se explicarán tres elementos que, sea uno u otro, tienen presencia en casi todas sus cintas.

Representación del agua, del bosque y del aire. /©Studio Ghibli

Por una parte, tenemos la presencia del agua en diversas formas. Huelga decir que incluso en la tradición literaria occidental, el agua encierra una grandísima variedad de significados, todos estos dependiendo de su estado y cantidad. Si se trata de una fuente, con el agua en movimiento de la cual puede surgir un río, esta refleja la vida y el progreso de las personas. Por ello, en el momento en el cual esta se detiene de alguna forma —sea una laguna, un pantano o una marisma—, se detecta la presencia de algo sobrenatural o que se trata de un lugar mágico en el cual hay mucho más oculto de lo que realmente parece, como se puede apreciar en producciones como El recuerdo de Marnie. Por otra parte, el flujo del agua y la intensidad de la misma denota su poder y que de la misma forma que da vida, puede quitarla con la misma facilidad. En la película Ponyo en el acantilado se puede advertir con facilidad este doble significado, ya que presenta una biodiversidad subacuática pasmosa, pero a su vez en la superficie tienen que lidiar con tsunamis devastadores.

Otro de los elementos que están presentes en casi todas las cintas son los bosques. Estos lugares son, por definición, un lugar de encuentro y transformación constante en una gran parte de las culturas alrededor del mundo —y, obviamente, también en la japonesa—. La paz y soledad que ofrecen los bosques han dado lugar a que estos se asocien con lo divino y lo religioso, lo cual los convierte en enclaves donde los humanos, la naturaleza y los dioses están íntimamente conectados por santuarios o ubicaciones naturales singulares. De nuevo, producciones como Mi vecino Totoro y La princesa Mononoke son ejemplos fantásticos de esta concepción mística y sagrada de estos lugares, en los cuales los humanos interactúan con fuerzas que se escapan de su entendimiento, pero que son esenciales para mantener el equilibrio de estos ecosistemas.

Para finalizar con estos tres elementos con fuerte presencia, se debe comentar el que no se ve, pero sí se siente, el viento. Hay películas en las cuales este es indispensable para la trama, como El viento se levanta o Porco Rosso, pero su presencia siempre va a suponer un cambio invisible aunque notable. El viento desencadena acciones y da un empuje a personajes que ellos no sienten hasta que este les afecta directamente o se ven sus consecuencias. Por ejemplo, en la película El viaje de Chihiro, muchas veces su protagonista se ve empujada por brisas o ráfagas de viento por estancias o por lugares. De la misma forma, en Nicky, la aprendiz de bruja, la pequeña hechicera surca los cielos en su escoba y muchas veces el viento le juega unas malas pasadas. Sin embargo, el viento también puede transportar elementos destructores, como se puede apreciar en las escenas de El castillo ambulante en las cuales las escenas de batalla tienen lugar en el cielo, mismo lugar desde donde llega la propaganda bélica a la población.

¿Hay un conflicto real contra la naturaleza?

Con este desglose en el que se constata una presencia tan fuerte de la naturaleza, uno podría preguntarse cómo los humanos pueden vivir en un mundo que está regido por unas fuerzas incontrolables. La solución es muy parecida a la que se sigue en nuestro mundo real, la sociedad se adapta o intenta resistir a estos cambios. Sin embargo, esta resistencia a veces se da por medio de máquinas, las cuales a veces se vuelven un instrumento que, en vez de ayudar al progreso, causan una destrucción mayor de la esperada, con consecuencias que dan la ilusión a los propios humanos de ser dioses. Al igual que en el mundo real, los humanos a veces están cegados por un complejo de Dios que les lleva a realizar acciones que causarán en el futuro una tensión desastrosa entre naturaleza y humanidad. Un ejemplo de ello en nuestro mundo sería el desviar el curso natural de un río para construir a su alrededor, con los desastres consecuentes cuando ocurra una natural e inevitable riada o cuando las personas que sí defienden la preservación de la naturaleza se manifiesten.

Pompoko supone una producción también muy interesante del estudio, tanto por los diferentes estilos de animación para representar a los tanuki como por la moraleja extraíble de ella —una pena que no sea tan famosa como otras cintas del estudio—. / ©Studio Ghibli

Este mensaje de cuestionamiento del uso egoísta y destructor de la tecnología y del respeto a la naturaleza no es exclusivo de Miyazaki, ya que en otros medios también se han expresado estas cuestiones de forma muy explícita. Uno de los ejemplos más famosos es el videojuego Final Fantasy X, pues los seguidores del Dogma han aceptado que la naturaleza los castiga con la presencia de Sinh por abusar en el pasado de la tecnonogía y convertirse en una sociedad demasiado hedonista —aunque obviamente en el videojuego esto tiene otros fines ocultos que no revelaremos para no destripar más la trama—. Uno de los protagonistas, Wakka, opina que, si los humanos no hubiesen usado la tecnología de una forma tan destructiva en el pasado y los albhed no la continuasen usando, ya no tendrían que sufrir las consecuencias y muertes que Sinh provoca, pues simplemente se trata de un castigo divino que solamente los invocadores serían capaces de evitar.

Sin embargo, ciertamente Miyazaki no aboga por una vida frugal y anclada en la Edad Media. Como se dijo antes, en sus películas no hay blancos ni negros y la naturaleza tampoco va a representar siempre algo malo e inexorable. Su mensaje es simplemente el de desear que haya un diálogo entre ambas partes, sin que ninguna se vea cegada por el ego o el odio, pues entre ellas existe una relación de dependencia mutua que los humanos a veces olvidamos. Por ello, en muchas de sus cintas aparece un elemento que fomenta el diálogo entre ambas partes cuando la tensión está en un punto álgido.

Por ponerle una pega, lo único que me escama de la película La princesa Mononoke es que sea un hombre el encargado de hacer que dos partes representadas por mujeres dialoguen. / ©Studio Ghibli

De hecho, uno de los casos más explícitos de este elemento de diálogo se da en la película La princesa Mononoke. Ashitaka es el encargado de que la parte humana y la parte natural del conflicto dialoguen entre sí, ya que él, a pesar de ser humano, viene de la civilización Emishi, en la cual la naturaleza sigue siendo venerada y respetada. Tiene especial relevancia un diálogo en el cual la anciana de la aldea le dice a Ashitaka que, para curarse de la maldición infligida por el demonio jabalí, debe ir al oeste y actuar sin que el odio nuble su vista, enfrentándose así a su destino. De esta forma, es el joven príncipe el responsable de que haya un intercambio entre ambas partes y solucione los daños que se causaron entre sí.

La conexión entre Ghibli y nuestra realidad

Entonces, en nuestro mundo, ¿quién sería esa persona que haría de mediador entre la humanidad y la naturaleza? Puede que los activistas del medioambiente sean parte clave en esta lucha, pero el caso es que las personas que realmente tienen el poder de realizar un cambio siguen «cegadas» por la soberbia humana.

Hay muchos medios de comunicación que denominan la generación actual como «generación Ghibli», ya que estas películas han forjado ciertas ideas en el subconsciente colectivo generacional. /©Red 2030

Sin ir más lejos, en la cabeza de uno de los países más poderosos de la actualidad —nos guste o no— está un negacionista en potencia del cambio climático. Esta corriente de (ausencia de) pensamiento está cada vez más extendida en la población general. Además, muchas disputas geopolíticas siguen activas por las tierras ricas en ciertos minerales o sustancias, las cuales suelen terminar en guerras por decidir qué país externo tiene el derecho a explotar esa zona y que terminan perjudicando tanto a los locales como al medioambiente en una medida desmesurada.

Con todo, tampoco tenemos que irnos demasiado lejos para encontrar un ejemplo de estas características. En España todos los veranos hay una oleada de incendios que, de alguna forma u otra, suceden todos a la vez en zonas con vegetación autóctona que tardaría eones en volver a crecer. Por lo tanto, el gobierno decide reforestar esas zonas con eucaliptos, árboles invasores que, a cambio de empobrecer la calidad del suelo y cambiar el ecosistema autóctono, crecen extremadamente rápido y son muy útiles para proporcionar madera a la industria de la celulosa. Es curioso que, en el centro geográfico de Galicia y muy cerca de todas estas zonas quemadas, esté planificada la construcción de una macrofábrica de celulosa, sin escuchar a la población local y sin tener en cuenta los efectos que este plan —ya rechazado por Portugal por esto mismo— tendría en el ecosistema de toda Galicia.

«Los árboles gritan de dolor al morir» y otras frases pronunciadas por Sam en esta película que pueden aplicarse cada año. / ©Studio Ghibli

Al final, el arte es un hijo de su tiempo, y todas las obras comentadas en este artículo tienen un mensaje similar escondido y común: «Somos humanos, no dioses. Convivimos con la naturaleza, no la esclavizamos. Cualquier intento de cambiar esto puede conducirnos a un desastre mayor». Quizás en esta enseñanza se refleja el amor tan profundo que Miyazaki tiene por su tierra y el trauma aún presente en la sociedad japonesa tras sufrir las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, constituidas como la mayor expresión de tecnología y destrucción que el ser humano fue capaz de crear en su tiempo.

Quizás por eso ciertas personas sienten una resonancia especial con estas películas y con la percepción de la naturaleza que Hayao Miyazaki expone en su obra, pues aman profundamente su tierra y les aterra los desastres que la humanidad está perpetrando en ella. El mundo natural no es un ente que los humanos puedan manejar a su antojo, ni se trata de una fuerza a la cual temer por su potencia y manifestaciones. Quizás las personas de a pie, que aún no nos hemos visto corrompidas por el poder y la soberbia humana, podemos advertir ciertos comportamientos de nuestros dirigentes y hacerles saber que no estamos de acuerdo y que realmente no nos importa no obtener beneficios económicos a corto plazo, ya que las consecuencias serán desastrosas a largo plazo y mucho mayores. Quizás podamos hacerles saber que preferimos dar pequeños pasos y crecer de forma respetuosa con nuestro planeta y no imponernos con la fuerza ante un mundo que, simplemente, existe a su manera.

Fotograma del documental El reino de los sueños y la locura. / ©Sunada Mami.

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