Normalmente, cuando pensamos en el Japón feudal, lo que se nos viene a la cabeza son imágenes de un samurái que, guiado por su rígido código de honor y con su katana en mano, se lanza contra un guerrero similar del bando contrario. Sin embargo, esta no deja de ser una imagen mitificada, romantizada por toda la épica orientalista alrededor de los samurái que existe en Occidente y que, además, no tiene por qué ceñirse a la realidad. A ver, es cierto que, durante mucho tiempo, los samurái fueron los principales protagonistas de la guerra en Japón, pero eso no quita que, conviviendo el campo de batalla con los samurái, existieran otras realidades que, muchas veces por el origen humilde de sus miembros, eran ignoradas o reciben mucha menos atención en las crónicas japonesas. Un claro ejemplo es el de los ashigaru, soldados campesinos cuya aparición provocó enormes transformaciones en las dimensiones de la guerra en Japón hasta ese momento e incluso fueron una fuente de cambios sociales en la tradicionalmente rígida sociedad japonesa. Llegaron hasta el punto de convertirse en uno de los grandes pilares de las fuerzas de líderes como Oda Nobunaga y sentar la base de los ejércitos campesinos contemporáneos, pero su historia no suele ser muy conocida. Por eso, en este artículo nos preguntamos: ¿Cuál era su origen? ¿Qué efectos tuvo su aparición? ¿Por qué fueron tan importantes?

El primer intento registrado en Japón de intentar crear un gran ejército formado por campesinos en realidad es muy antiguo y se remonta al reinado del emperador Tenmu (672-686). Sin embargo, el proyecto terminó en fracaso porque gran parte de los soldados abandonaban sus puestos para desertar y volver a sus aldeas, por lo que la idea se descartó poco y la defensa del territorio quedó durante los próximos siglos en manos de la clase bushi —es decir, los samurái, una élite social reducida especializada en la guerra que solían combatir a caballo y utilizando principalmente el arco—.
Pero esto no significa que los samurái fueran la única clase social que participaba en las guerras. Por el contrario, aunque estos solían ser los protagonistas indiscutibles de las batallas, junto a ellos siempre hubo miembros de los estratos más bajos de la sociedad, quienes solían servir a un samurái ya fuese transportando su equipo, peleando si la vida de su amo estaba en peligro o haciendo de escaramuzadores —es decir, lanzando proyectiles antes de que empezaran los combates entre samuráis. Esto se introdujo con el tiempo, ya que lo aprendieron de las tropas mongolas que intentaron invadir Japón en el siglo XIII—. Se conoce bastante poco sobre estas tropas de clase baja porque los textos de la época suelen ignorarlas para centrarse en la épica samurái, pero queda registro de su existencia en lugares como el Heiji Monogatari, una crónica que cuenta un suceso histórico del siglo XII de forma escrita y pintada.

La situación cambió durante la guerra de Ōnin (1467-1477), un conflicto menor pero que terminó involucrando a muchos de los grandes daimyō —señores feudales— del país. La guerra se volvió tan grande que todos los bandos comenzaron a necesitar más soldados, y los samuráis —guerreros de élite, pero no muy numerosos— no eran suficientes para cubrir esta necesidad. La respuesta fue empezar a reclutar a campesinos y gente de origen humilde de Kioto y sus alrededores, que empezaron a ser conocidos con el apodo de ashigaru. Su nombre, que literalmente significa “pies ligeros”, hacía alusión a la pobreza y al origen humilde de sus integrantes, ya que la mayoría no podía permitirse comprar armas ni armaduras, por lo que iban al campo de batalla sin ningún tipo de protección y armados con herramientas del campo como hoces o palos de bambú afilados.
A pesar de que suponía un gran cambio, la falta de experiencia hizo que estas tropas todavía fueran muy precarias, mal entrenadas y con muy poca lealtad hacia uno u otro bando, por lo que estas desertaban o se desbandaban casi con tanta rapidez como eran reclutadas. Además, al contrario que los samurái, que eran leales a un único señor y solían ser recompensados por su servicio con tierras, el principal atractivo de los ashigaru para unirse a un ejército eran las riquezas que pudiesen obtener de los saqueos y el botín después de la batalla. La posibilidad de una forma rápida —aunque muy peligrosa— de conseguir riqueza hizo que muchas veces los ashigaru estuvieran formados por grupos de criminales, bandidos, saqueadores y aventureros. Esto, unido al origen humilde de sus miembros, hizo que estos primeros ashigaru tuvieran muy mala reputación, por lo que el protagonismo en las batallas siguió recayendo sobre los mucho más profesionales y eficientes samuráis.

El cambio en la forma de entender la guerra se produjo durante el periodo Sengoku (1477-1573), una etapa marcada por las alianzas y guerras entre los daimyō de todo Japón por conseguir territorios, poder e influencia. La fuerte competencia entre los señores feudales hizo que algunos de ellos, buscando una forma de sacar ventaja frente a sus rivales, se dieran cuenta de la ventaja que suponía crear grandes ejércitos de campesinos organizados, por lo que empezaron a reclutar grandes ejércitos, normalmente provenientes de sus propios dominios y vasallos. Algunos líderes, como Takeda Shingen, tardaron poco en darse cuenta de que, si querían ser eficaces contra el enemigo, no bastaba simplemente con tener un ejército numeroso, por lo que empezaron a preocuparse por convertir a sus ashigaru en tropas profesionales, mejor entrenadas, organizadas, disciplinadas y leales al señor feudal.
Todo esto provocó un importante aumento en el número de efectivos al servicio de un daimyō, contribuyendo a la masificación de lo que, hasta la década de 1550, por lo general eran luchas a menor escala de señores feudales aliados y enfrentados entre sí. Esto llevó la guerra en Japón a unas dimensiones nunca antes vistas hasta ese momento —y, también hay que decirlo, a una capacidad de destrucción y de alterar la vida de la gente inocente mucho mayor—, además de que provocó la aparición de nuevos retos, como la necesidad de equilibrar la guerra y la economía. Si un daimyō reclutaba demasiados campesinos para el ejército no habría manos suficientes para trabajar en el campo y podría producirse una hambruna, pero esta situación se solucionó con el paso de los años, cuando se estableció una separación más rígida que dividía a las clases bajas en campesinos puros y guerreros.
Al mismo tiempo, también se mejoró el equipamiento de los soldados. Aunque al principio no llevaban ninguna protección y tenían que traer sus propias armas, pronto los daimyō empezaron a producir en masa armas y armaduras, aunque fuesen de baja calidad, para que sus soldados estuvieran mejor equipados y protegidos. La armadura de un ahigaru recibía el nombre de okashi gusaku (armadura prestada) y podía variar un poco dependiendo de cada señor feudal, pero en su versión más básica estaba formada por dos piezas:

- El do, que era una protección sencilla fabricada con varias placas de metal que servía para cubrir el pecho.
- El jingasa, un sombrero en forma de cono apaisado. Era bastante parecido al que solían llevar los campesinos japoneses, pero en lugar de fabricarse de paja o mimbre como estos se hacían con cuero endurecido o hierro —como curiosidad, daimyō como Tokugawa Ieyasu preferían fabricarlos de metal, ya que querían que los soldados los aprovecharan para cocinar su comida—. También podía venir acompañado de una tela que caía por detrás de la cabeza hasta los hombros para proteger del calor y del mal tiempo.
Aunque esto no siempre pasaba, los ashigaru podían llevar otras protecciones extra como hombreras (kote) o una falda protectora (kitsazuri) si las compraban por sí mismos, las conseguían durante los saqueos o se las proporcionaba su señor feudal. Por debajo de la armadura, lo más normal era que los soldados llevasen vestimentas de tela y, en los pies, sandalias sencillas de esparto.
Para distinguir a los aliados de los enemigos y evitar confusiones durante el caos de las batallas, los ashigaru llevaban pintado el mon (emblema) de su señor feudal en la armadura y repetido en un estandarte rectangular que cargaban a la espalda llamado sashimoto. Algunos daimyō, como el ya mencionado Takeda Shingen, fueron más allá y pintaban las armaduras de sus soldados con laca negra o de otros colores característicos de su elección para que fuera más fácil reconocerlos.

Durante las primeras décadas del periodo Sengoku, las armas más comunes entre los ashigaru eran el yumi, un arco bastante largo utilizado originalmente por los samurái a caballo, y el yari, una lanza vertical de longitud variable que iba desde poco más de un metro hasta los más de cinco metros. La gran revolución se produjo con la aparición de las armas de fuego (llamadas teppō o tanegashima), traídas por los europeos en 1543 y copiadas con gran rapidez y bastante calidad por los herreros japoneses.
Aunque al principio no todos los señores feudales estaban a favor de su uso y se reservaban solamente para los samurái debido a su escasez y su alto coste, las armas de fuego se terminaron por aplicar pronto y de manera masiva, ya que tardaron poco en descubrirse como arma idónea para ser utilizada por los ashigaru. Aparte de requerir menos entrenamiento para dominarlas respecto a otras armas —mientras se necesitaban meses o años para disparar bien con un arco o manejar con soltura la espada, solo hacían falta unas pocas semanas para que un soldado aprendiera a utilizar un arcabuz de forma aceptable—, las armas de fuego también provocaron un importante impacto psicológico, ya que un campesino mínimamente entrenado y armado con una de ellas podía matar sin dificultad de un disparo a samurái que se había dedicado durante toda la vida a la guerra.

El mejor entrenamiento y equipamiento, junto con sus grandes números, provocó que los ashigaru tuvieran cada vez más importancia dentro de los ejércitos y las batallas, dejando en un relativo segundo plano a los samuráis. En este sentido, sin duda el daimyō que más destacó fue Oda Nobunaga, quien apostó de forma decidida por la modernización de sus tropas e introdujo novedades como el disparo por salvas —es decir, que los soldados se turnasen para disparar sus armas de fuego por filas, de manera que el fuego era siempre continuo—. Estas nuevas estrategias le dieron una gran ventaja frente a sus rivales, lo que contribuyó en su ascenso hasta convertirse en el señor feudal más poderoso de su tiempo y le permitió ganar batallas decisivas como la de Nagashino en 1575.
Por otro lado, la debilitación de la rigidez de los estamentos sociales y la importancia de los ashigaru en la guerra hizo que formar parte de estos se convirtiera en un importante ascensor social, ya que un soldado de origen campesino podía convertirse en samurái por méritos militares. El ejemplo más claro fue Toyotomi Hideyoshi, hijo de un ashigaru muerto en combate que empezó como el portador de las sandalias de Oda Nobunaga, pero que gracias a la capacidad de detectar el talento de este ultimo fue ascendiendo hasta convertirse en uno de sus generales de confianza, sucederle en el poder y unificar militarmente todo Japón.

Sin embargo, la creación de grandes tropas de campesinos armados y entrenados, sumado a la inestabilidad de la época, podía transformarse en un peligro para los daimyō, ya que hacía más peligrosa la aparición de rebeliones populares y movimientos armados como el los Ikkō-Ikki, bandas de monjes y campesinos seguidores de una secta budista anti-señores feudales que llegaron a dominar temporalmente algunos territorios. Es por esto que Toyotomi Hideyoshi, con el objetivo de reforzar su autoridad, llevó a cabo la llamada “caza de espadas” (katanagari), en la que ordenó confiscar todas las armas que estaban en manos de los templos y el campesinado de todo Japón. Además, aumentó la rigidez de los estamentos, prohibiendo el paso de un campesino a samurái o directamente el ascenso de uno a un estamento más alto —lo cual es bastante paradójico, si tenemos en cuenta la forma de ascender de Hideyoshi—.
A pesar de estas políticas, principalmente destinadas al control social, el número ashigaru no descendió durante su época, y siguieron siendo utilizadas con frecuencia en el fallido intento de Hideyoshi de invadir Corea entre 1592 y 1596. La situación se mantuvo más o menos igual durante todo el shogunato Tokugawa (1603-1868), donde, a pesar de tratarse de una época mayormente pacífica, fueron oficialmente integrados como miembros del escalón más bajo de la clase samurái y siguieron siendo una parte esencial de los ejércitos.
Sin duda, aunque los ashigaru son una cuestión que puede pasar desapercibida o parecer un detalle menor, su aparición cambió radicalmente la forma de entender la guerra, que tradicionalmente había sido tarea casi exclusiva de la casta samurái, además de que motivó la aparición de algunos cambios sociales en una sociedad como la japonesa que, tanto antes como tiempo después de su aparición, era socialmente muy rígida. Por otro lado, la apuesta de los daimyō por transformar lo que poco tiempo atrás habían sido tropas irregulares, mal equipadas y entrenadas en grandes ejércitos profesionales, disciplinados y bien equipados cuya columna vertebral eran soldados campesinos fue el primer paso hacia la aparición en Japón de los ejércitos modernos, cuya base es el pueblo.
Fuentes y bibliografía
Almarza, Rubén, Breve historia del Japón feudal, Nowtilus, 2018
Black, Jeremy, War in the Early Modern World, 1450-1815, Routledge, 2005
Hane, Mikiso, Breve historia de Japón, Alianza Editorial, 2000
Parker, Geoffrey, La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, Crítica, 1990
Turnbull, Stephen y Gerrard, Howard, Ashigaru, 1467-1649, Osprey Publishing, 2001
Walker, Brett, Breve historia de Japón, Akal, 2015