Ōoku: Japón feudal con perspectiva de género

Este artículo contiene spoilers de la primera temporada del anime de Ōoku: los aposentos privados

Ōoku: los aposentos privados es un manga escrito por Fumi Yoshinaga entre 2004 y 2020. Ganador de varios premios en Japón, por aquí ha pasado sorprendentemente por debajo del radar, aunque actualmente está empezando ser editado y traducido de la mano de Ediciones Todomomo. La obra, un drama de época complejo de temática romántica, empezó a ganar popularidad sobre todo gracias a una adaptación al anime de 2023 realizada por Studio DEEN, que en su primera temporada gira en torno a la relación de amor entre la shōgun y Arikoto, un monje secuestrado por la fuerza para servir como su concubino.

©Studio DEEN

Lo que más destaca de la obra es su original premisa. En pleno Japón feudal, una enfermedad llamada viruela roja que afecta únicamente a niños y hombres jóvenes ha acabado con casi toda la población masculina del país, hasta el punto de que solo queda un hombre por cada cuatro mujeres. De la noche a la mañana, el campo y muchos otros trabajos se quedaron sin mano de obra masculina y muchas familias perdieron a sus herederos varones. Sin embargo, lejos de producirse el colapso de la sociedad, las mujeres empezaron a desempeñar todos los trabajos y cargos que hasta ese momento el patriarcado de la sociedad feudal japonesa había reservado exclusivamente a los hombres, desde el trabajo físico en los campos hasta el mismísimo puesto de shōgun.

La historia se sitúa en 1716, momento en el que, casi un siglo después de que apareciera la viruela roja por primera vez, Japón se ha convertido en una sociedad matriarcal en la que las mujeres heredan las propiedades y ocupan todos los trabajos y cargos de importancia. Mientras tanto, los hombres son cuidados como un tesoro durante toda su vida, valorados únicamente por su potencial reproductivo. Debido a la escasez de hombres, casarse se ha convertido en un lujo inalcanzable para la mayoría de mujeres. El mayor lujo de todos está reservado exclusivamente para la shōgun, que mantiene a tres mil hombres jóvenes y apuestos encerrados exclusivamente para ella en el Ōoku, la sección interior del palacio de Edo —la actual Tokio—.

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La obra comienza acompañando a la octava shōgun, Yoshimune, que tras heredar el cargo comienza a preguntarse el porqué de algunas normas y tradiciones que no entiende. ¿Por qué la shōgun debe vestirse con ropa masculina para recibir a un visitante extranjero? ¿Por qué, si son las mujeres las que heredan, tienen que adoptar nombres de varón cuando ocupan algún cargo de poder? ¿Por qué en los registros no hay ninguna referencia a la situación actual, dando la sensación de que los hombres siguen gobernando el país? Esto lleva a Yoshimune a consultar los registros que narran la historia del primer brote de viruela roja y la creación del Ōoku ochenta años atrás, durante el mandato de Iemitsu, la primera shōgun mujer.

Fumi Yoshinaga aprovecha su obra para realizar un repaso muy detallado de la historia de Japón durante el shogunato Tokugawa —también conocido como Período Edo (1603-1868)—. La autora muestra muchos de los acontecimientos que marcaron ese periodo histórico, como el aislamiento exterior decretado por Iemitsu o la creación del Ōoku —literalmente «gran interior»—, que históricamente albergaba el hogar de las concubinas del shōgun. Además, la autora respeta la línea sucesoria de los gobernantes Tokugawa históricos, otorgando a los personajes de la obra rasgos y personalidades que se corresponden con los de su contraparte real —por ejemplo, Yoshimune fue un shōgun austero que gobernó durante un periodo de crisis económica, rasgos que también están presentes en su alter ego femenino—.

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La atención dedicada por la autora en representar adecuadamente el periodo histórico, junto con su original premisa, hacen de Ōoku: los aposentos privados una ucronía —es decir, un «¿qué pasaría sí…?» de temática histórica— muy imaginativa. Sin embargo, y lo que es su punto más interesante, en la obra no se produce simplemente una inversión de los roles de género en la que las mujeres asumen el papel de los hombres y viceversa. Por el contrario, la autora nos transmite a través de su premisa un mensaje con un marcado contenido feminista, en la que nos habla de las dificultades que tienen sus personajes para desprenderse de la larga sombra del patriarcado.

Un detalle para nada casual es que, en Ōoku: los aposentos privados, los cambios sociales no se produjeron por el deseo expreso de las mujeres. La desaparición repentina de gran parte de los hombres fue una catástrofe que amenazaba con colapsar a la conservadora y estática sociedad feudal japonesa, por lo que esta no tuvo más remedio que adaptarse a la nueva realidad para poder sobrevivir. En un sistema como el del shogunato Tokugawa, que justificaba moral y legalmente la autoridad patriarcal y la inferioridad de las mujeres, no fue sino por pura necesidad que estas se hicieran cargo de todos los trabajos tradicionalmente reservados a los hombres.

Por otro lado, no todos los grupos sociales recibieron la nueva situación con los mismos ojos. Mientras que el campesinado —donde ya era habitual que las mujeres trabajasen por la necesidad de aprovechar la mano de obra— y las clases populares asumen los cambios con naturalidad e incluso con un cierto toque liberador para ellas, los nobles y señores feudales lo viven como una auténtica tragedia ante la que, por el miedo a perder su linaje y sus posesiones, obligan a sus hijas a vestirse como hombres para asumir la identidad de sus hermanos fallecidos. El shogunato tampoco es inmune a la viruela roja y, cuando el shōgun Iemitsu muere, la respuesta también es intentar ocultarlo para que no peligre el dominio de los Tokugawa sobre el país. Para ello, secuestran a una hija ilegítima del anterior shōgun, a quien obligan a vestirse como un hombre y a asumir el mismo nombre que su difunto padre para fingir que nada ha ocurrido.

Al arrebatarle su identidad como mujer, están negando su existencia /©Studio DEEN

Todo esto se realiza en un principio de manera temporal, como un «parche» para que no colapse el sistema, pero que volvería sin dudarlo a la «normalidad» una vez se supere la epidemia de viruela roja. Unos años después, al ver que la enfermedad no desaparece, la shōgun Iemitsu empieza a abandonar esta idea de interinidad al legalizar la nueva situación y permitir que las mujeres se presenten públicamente con normalidad. Pero su decisión también obedece a motivos políticos. Normalizar el matriarcado se convierte en una necesidad para asegurar la supervivencia de los Tokugawa, ya que mantener el sistema de herencia patriarcal habría reducido el número de familias —muchas desaparecerían al no sobrevivir sus hijos— y el poder se concentraría en menos señores feudales que podrían amenazar al shogunato. Del mismo modo, la escasez de hombres podría entenderse fuera de Japón como un síntoma de debilidad que cualquier potencia extranjera no dudaría en aprovechar para invadir el país. De ahí que todos traten de ocultarlo y disimular de cara al exterior.

La preocupación por transmitir una imagen de «normalidad» —es decir, de patriarcado tradicional— llega a tal punto de que, casi un siglo después de que Iemitsu normalizase la nueva situación, las shōgun siguen vistiéndose de hombre para recibir a los pocos visitantes extranjeros que son permitidos, además de que las mujeres continúan adquiriendo nombres de varón al alcanzar algún puesto de poder, de manera que un vistazo a los registros siga dando la imagen de un Japón totalmente dirigido por hombres. Y es que en Ōoku: los aposentos privados, nos encontramos con una sociedad matriarcal encabezada por las mujeres, pero que, muchas veces por inercia y sin que sus personajes sepan por qué, sigue girando eminentemente en torno a lo masculino.

La nueva situación introduce cambios en la sociedad que suponen a la vez una liberación y una mayor opresión para las mujeres japonesas. En primer lugar, se trata de una liberación porque permite a las mujeres encargarse de sectores y trabajos restringidos para ellas en la tradicionalista sociedad anterior, donde estaban totalmente apartadas de los cargos de autoridad y de la voz pública. La autora nos deja totalmente claro que las mujeres japonesas desarrollan perfectamente y con eficacia todos los trabajos, tareas y oficios restringidos hasta ese momento para ellas, presentando como protagonistas a personajes femeninos inteligentes y capaces, con gran habilidad política y de gobierno.

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Sin embargo, estos cambios sociales duplican al mismo tiempo la presión sobre las mujeres, ya que se ven obligadas a encargarse de las ocupaciones entendidas como «masculinas» —trabajar— al mismo tiempo que deben seguir cumpliendo sus cometidos «tradicionales» —como tener hijos o hacerse cargo de los cuidados del hogar—. En un sistema en el que las mujeres tienen que hacerlo todo, los hombres, por el contrario, pasan a no hacer nada. En su lugar, se infantilizan y transcurren sus despreocupadas vidas dedicados al ocio, sin ningún tipo de obligación laboral o doméstica —más allá de su papel reproductivo—. Ni siquiera el caso de la shōgun escapa a esto, ya que más allá del poder que conlleva su cargo, su obligación principal siendo quedarse embarazada y tener hijos que garanticen la sucesión de la dinastía, algo no muy distinto al papel histórico que se esperaba de las mujeres en su mismo contexto.

La obra nos muestra cómo el machismo no desaparece de la noche a la mañana con el nuevo contexto social, en absoluto. Las actitudes machistas siguen existiendo, sobre todo al principio. Durante gran parte del mandato de Iemitsu como shōgun, su identidad como mujer es negada totalmente, como si hubiese muerto—ella misma es consciente de que es un sacrificio humano—, para hacerse pasar por hombre. Sus concubinos son despreciados como prostitutos por el resto de hombres por estar al servicio de una mujer. Estas actitudes se van volviendo menos visibles cuando la nueva situación se normaliza con el paso del tiempo, pero nunca desaparecen por completo. Donde más puede verse esta tendencia es dentro del Ōoku, donde existen luchas internas de poder o dinámicas de dominación entre hombres. Incluso buscan imponerse o realizar exigencias en ocasiones a las representantes de la shōgun de formas por lo general codificadas como «masculinas» y que serían difícilmente imaginables en el caso inverso.

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Nos encontramos así con que la obra no quiere enseñarnos un contexto en el que los roles de género se invierten sin más, sino que se han adaptado a las nuevas circunstancias. Tanto tiempo asimilando e interiorizando un trasfondo patriarcal ha dejado una huella tan arraigada en la sociedad que las mujeres reproducen y perpetúan —por inercia y sin pararse a pensar por qué— tradiciones, normas y comportamientos con un marcado punto machista, aunque ya no haya hombres al mando. Esto llega hasta tal punto que, en ocasiones, y aunque haya pasado casi un siglo, todo parece indicar que si el número de hombres y mujeres se equilibrase la sociedad volvería inmediatamente al patriarcado.

De este modo, Fumi Yoshinaga aprovecha el intrigante planteamiento de su obra para poner de manifiesto las desigualdades existentes entre hombres y mujeres, tanto en la sociedad del Japón feudal como en la actualidad. El mensaje feminista de Ōoku: los aposentos privados resuena con fuerza en el contexto social de nuestro presente, donde las mujeres que se incorporan al mundo laboral todavía se ven obligadas a hacerse cargo mayoritariamente del trabajo doméstico y de cuidar de los niños. Además, el hecho de que algunas mujeres alcancen puestos de poder no supone la desaparición de las estructuras, tradiciones, sesgos e instituciones machistas y patriarcales que todavía persisten dentro de nuestras sociedades contemporáneas. No resulta difícil imaginar que la autora no estaba pensando únicamente en las desigualdades del Japón feudal a la hora de escribir esta obra.

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En definitiva, Ōoku: los aposentos privados es una obra muy recomendable e interesante que presenta una realidad alternativa en la que hombres y mujeres no experimentan simplemente una inversión de sus roles de género. En su lugar, la autora aprovecha su transfondo y sus temáticas par dar lugar a una historia compleja y profunda con una notable perspectiva de género, que nos invita a reflexionar sobre las dificultades que existen como sociedad a la hora de afrontar la inercia de siglos bajo la sombra del machismo y el patriarcado.

Un comentario en “Ōoku: Japón feudal con perspectiva de género

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