¿Qué pasa con el yuri?

Podemos entender como yuri una obra que representa principalmente la relación afectiva, sexual o ambas entre dos muchachas. Para algunas personas yuri es únicamente aquellas obras con origen japonés, para otras el rozar de la brisa marina en la mejilla de una doncella durante una puesta de sol es, en cierta forma, también yuri. Quizás yuri puede ser a su vez un género sobre el que discutir de manera interminable en redes sin llegar a una conclusión concreta o un cosmonauta ruso. Sea como sea, algo está pasando con el yuri y desde Futoi Karasu creemos que no es un tema de fácil abordaje, por lo que vayamos por partes. ¿Qué problema hay con el yuri?

Bloom into you/©Nio Nakatani

Si tuviésemos que reducir el discurso a una frase sentenciosa que pudiese más mal que bien definir y condensar todos los frentes abiertos con ese tema podríamos decir que el problema que tiene el yuri es el machismo. Si bien no estaríamos para nada mal encaminados, sería un análisis increíblemente simplista con el que lavarnos las manos y dejar el tema aparcado sin siquiera pensar más de dos veces en él. En nuestra opinión, el problema se ha de abordar y tratar desde dos capas muy distintas y a la vez conectadas y dependientes la una de la otra, pero que no necesariamente juegan bajo la misma serie de reglas exactas.

Vamos a hablar primero de la capa estructural y mastodóntica del asunto. En el panorama cultural actual existen numerosas empresas y organizaciones que definen el arte que vemos en nuestro día a día y al que tenemos acceso. Ya hablemos de discográficas, editoriales, productoras o un largo etcetera, estamos constantemente expuestos a la negativa de poder disfrutar de ciertas ramas o expresiones artísticas. Con esto nos referimos a que desde directores a trabajadores con cierto grado de decisión están sistemáticamente tirando abajo aquel contenido que no creen adecuado. O que al menos, no los ven adecuados a no ser que equivalgan a una máquina de producir dinero, e incluso en ese caso estaríamos hablando de unos estándares mucho mayores que cualquier serie que no contuviese este “material delicado”. No es casualidad que a Chappell Roan la dejasen de lado previamente a su puesta en el mapa como artista mainstream o que veamos día sí día también la cancelación de obras de corte yuri por parte de las editoriales. Hay una clara predisposición a juzgar a estas obras por unos estándares mucho más altos que los que se tendrían al juzgar obras donde no haya ni un rastro de sáficas. Ya no necesariamente una eliminación completa de la lesbiana, sino que quizás hemos llegado a un punto en el que las grandes corporaciones se sienten cómodos con una “lesbiana aceptable”. Que no sería ni más ni menos que una mujer con interés por otras mujeres que entra dentro de unas características concretas de lo que se considera “una persona de bien” o al menos alguien que no les haga plantearse las cosas.

Si hacemos un pequeño inciso en este planteamiento, lo que se acaba buscando es a una mujer que no se salga de la normal cishetero más de lo necesario. Por ende estaríamos eliminando a cualquier lesbiana que no fuese adecuada bajo la atenta mirada masculina. Totalmente fuera las lesbianas butch y si permitimos su existencia en estos mundos ficticios tiene que ser jugando bajo nuestras reglas personales y arbitrarias. La imagen de sáfica que estos directivos están buscando es similar a la de un unicornio, un ser fantástico que cumpla todos los inalcanzables deseos de representación adecuada y que sean lo suficientemente homosexuales como para colgarse la chapa de la diversidad, pero no demasiado como para atentar contra sus retrogradas creencias. Así pues, esta imagen de lo que debe ser y lo que no debe ser empapa cualquier obra de ficción producida bajo el atento ojo del mercado y aquellas obras que no caen en gracia de los mandamases se tachan de historias que no merecen la pena ser contadas. No es casualidad que se cancelase un manga en el que una de las protagonistas era una macarra, como tampoco lo es que cancelasen una obra con temática de maquillaje donde sus protagonistas son dos mujeres visiblemente mayores y con signos de edad . Ninguna obra está libre de ser golpeada con el martillo del desinterés o el olvido de los productores, pero desde luego esta misoginia que todo lo permea hace que unas estén menos a salvo que otras.

La macarra y la nueva/©Fujichika

Si pasamos, ya sí, a la otra parte del problema nos tendríamos que centrar en la parte más personal y mundana de todo esto y esos no somos otros que nosotros mismos. Como fanes y personas de a pie sin ningún tipo de mano invisible con voto en las reuniones de accionista de Netflix, somos a la vez una parte insignificante de todo y una parte muy importante. Sí que es cierto que quizás por nosotros mismos no podemos lograr macroproducciones, pero tenemos dos armas importantes que son, por un lado, la voz y la opinión y por otro la habilidad de crear por nosotros mismos. Saltando primero a comentar el segundo punto, hace no mucho se debatía en Twitter sobre cómo hay un número significativamente menor de obras sáficas en páginas como AO3 o similares donde miles y millones de fanes vuelcan sus producciones indies al mundo. El debate tomó los derroteros de la invisibilización sistemática de las mujeres en campos como la música y sus discográficas o todas las series canceladas de Netflix, pero así obviaba el punto y la diferencia más importante de estas y un fic subido en AO3 y es que en la segunda no existe otro juez que uno mismo. Si bien es cierto que somos el resultado de nuestras circunstancias y entorno, cosa que no pasaremos por alto y comentaremos más tarde, al final del día quien decide qué escribir y qué publicar en una página de trabajo fan libre es el mismo autor. Esto nos elimina de un plumazo todas las trabas estructurales que pueden tener personas como Chappell Roan a la hora de querer sacar algo adelante. Aquí no hay nadie con quien consultar nada, lo publicado está entre tú y el Dios al que decidas o no rezarle.

Por desgracia, no todo es tan sencillo como aparenta y los primeros en ponernos trabas somos nosotros mismos y más tarde nuestro entorno. Ambos jugaríamos el papel de juez hasta tales extremos que no nos haría falta más red de odio que la gente que debería formar parte de una red de protección. El machismo y la misoginia no pasa solo por grandes empresas sin forma ni cara, si no que casi el cien por cien de las veces forma parte intrínseca de nuestra existencia como seres humanos. Precisamente esta es la parte donde debemos tomar responsabilidad como individuos en nuestro contexto. En muchas ocasiones los primeros en juzgar cómo debe o no debe ser una obra somos nosotros, dependiendo de nuestra ética personal y visión del mundo vamos a ver ciertos temas mejores o peores que otros, por lo tanto más o menos aceptables. Es en el momento en el que hacemos este juicio moral cuando imponemos nuestros estándares a obras ajenas a nuestra creación personal y debido a que muchas veces las mujeres hemos sido juzgadas con una dureza mayor por la sociedad, se espera que estas representaciones ficticias de nuestro género pasen por los mismos aros inalcanzables que nosotras.

Así pues se crea un ambiente hostil, cualquier representación que no veamos como fiel a nuestras normas personales pueden traducirse a un ataque a nuestra integridad como seres humanos y muchas veces un ataque a nuestro mismo género. No es algo raro ni singular, un ejemplo muy claro donde podemos verlo es cuando de adolescentes nos sentimos atacados si nuestros padres critican a nuestros amigos, porque lo tomamos como un ataque a nuestras propias decisiones y por tanto como una crítica a nosotros mismos, la parte por el todo. De esta misma forma, cuando vemos una representación que consideramos “tóxica” o “deliberadamente” mala sin una aclaración clara de que esto no es lo correcto lo extrapolamos a que es la visión extendida que tiene alguien de nosotros o nuestro grupo, en este caso las mujeres y más concretamente las lesbianas o sáficas. Si vemos la representación de una pareja lesbiana en cualquier obra y entre ellas hay dinámicas tóxicas la tachamos de irreal y de una representación malintencionada de cómo son realmente las relaciones entre mujeres. Lo mismo pasa con estándares de feminidad que nos imponemos a nosotras mismas y por esto mismo las lesbianas más másculinas se miran con malos ojos aún dentro de la comunidad, porque caemos en el viejo argumento de: “¡Claro, al ser lesbiana hay que hacerla machorra!” Lo cuál es una concepción más antigua que el toser sobre las mujeres lesbianas, pero a la vez es un bumerán que nos vuelve cuando, efectivamente, hay mujeres masculinas lesbianas cuya identidad es igual de válida que otras expresiones. Si queremos más ejemplos, internet está plagado de comentarios, no solo de hombres, sino también de mujeres que se quejan continuamente de que una expresión artística que meramente muestra las fallas o imperfecciones del ser humano y sus relaciones son ataques a la supuesta perfección y adecuación de las relaciones lésbicas o las mismas mujeres lesbianas.

How do we relationship?/©Tamifull

Este discurso de la supuesta superioridad moral y como individuos no nace por generación espontánea, es un discurso muy extendido dentro de la comunidad TERF a lo largo del globo. Los argumentos sobre la existencia de una “feminidad etérea” y moralmente muy superior al bajismo moral y existencial de los hombres ya se han cacareado miles de veces en círculos de esta índole. De esta “superioridad femenina por encima de la monstruosidad masculina” no solo nacen argumentos en contra de las personas trans, sino que también evoluciona en un “las relaciones entre lesbianas por tanto son la cima de lo que una relación sana y perfecta debe ser” que a su vez evoluciona en “las relaciones lesbicas no deberían mostrar lados negativos porque estarías atacando a las mujeres como tal”, que inevitablemente acaba en un “la vara de medir que usamos para juzgar moralmente a las mujeres es mucho más estricta que la que usamos con los hombres porque de ellos ya esperamos lo peor». Y todo esto se perpetua desde círculos feministas incluso bastante más abiertos porque el discurso TERF cala mucho más de lo que pueda parecer a primera vista. El endiosamiento de los llamados “hombres buenos” y sus respectivos “hombres monstruosos” no solo trata al género masculino como algo mucho más allá de la humanidad, sino que diferencia a las mujeres como unos seres diferentes y místicos incapaces de esas bajezas; perpetuando otra vez, pero desde otro ángulo, esa necesidad de buscar ser moralmente mejores que los hombres y haciendo sentir que cualquier fallo nos pone enfrente de una diana delante de la que no nos podemos permitir estar.

Por lo tanto, no solo estructuralmente estamos siendo testigos de estos estándares mareantes hacia las mujeres y sobre todo a las mujeres lesbianas, sino que muchas veces nosotros mismos en mayor o menor medida estamos manteniendo y nutriendo este odio y esta separación. Cuando emitimos juicios morales y basados en la vergüenza que le debería suponer a un autor hacer ciertas cosas nos estamos haciendo más mal que bien. De nada sirve cerrarnos puertas en entornos manejables por nosotras como la autopublicación en lugares libres bajo el pretexto de que a otras personas en círculos más altos les cierran la puerta. No ganamos nada tampoco actuando como censores sin descanso con cualquier obra que muestre una relación entre dos mujeres, lo cual no implica ser ciegos a la crítica, solo quizás ser algo más laxos y bajar nuestros estándares de lo que está bien o lo que está mal. Es importante a veces parar a plantearnos si realmente algo es una mala representación o es dañina o por el contrario es simplemente algo que nos duele aceptar como nuestro, como una característica humana y como algo que podemos llegar a perpetrar. Como aseveración final tenemos que aceptar nuestra condición como humanas. Por lo tanto las representaciones ficticias de nosotras mismas también tendrán errores y no serán un ejemplo moral de nada en muchas ocasiones, porque después de todo nosotras no somos tampoco perfectas. Y más si hablamos de un espacio seguro como la literatura o el arte en general donde poder experimentar malos momentos y situaciones que no nos gustaría que pasasen en la vida real, como podrían ser infidelidades o personas consideradas como malas.

De esta manera, nos gustaría concluir el artículo animando a todo el mundo a no solo producir sus propias historias y su propio arte sáfico en el espacio seguro de experimentación que es el arte, sino además a ser vocales frente a las injusticias pero serlo con cabeza y valorando cuando estamos realmente subsanando un problema y cuando estamos generándonos uno mucho mayor.

Citrus/©Saburouta

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