Imagina que estás en Japón. Concretamente en el Japón de la era Heian (795-1185d.C). Escoge el año que más te guste. Vives en la capital de aquel momento: Heian, la actual Kioto. No solo eso, sino que eres un noble. Sí, en masculino. Independientemente de tu género te va a tocar imaginar que eres un hombre. Esto tiene su porqué.

Un día, después de acabar tus tareas como noble, te reúnes con otros nobles amigos tuyos. Hablando de diversos temas con ellos y, en general, pasando un buen rato. Entonces, te cuentan que una familia noble está buscando marido para una de sus hijas y corre el rumor de que es muy hermosa, aunque claramente nadie ha podido verla, más allá de sus criadas o de sus propios padres. Como bien sabes, las mujeres ocultan su aspecto del resto del mundo tras «biombos» y nadie las puede ver, ni siquiera en público. Empiezas a tener curiosidad, sobre todo porque la chica es de una buena familia. Todavía no te has casado, por lo que piensas que podría ser una buena opción para ser tu futura esposa. Si no, quizás pueda ser una buena concubina o amante.
Tras hacer unas cuantas preguntas e investigaciones te enteras de dónde vive aquella joven dama. Lo primero de todo, es escribirle un waka, es decir, un poema. Indudablemente, el poema que escribas tiene que seguir los patrones establecidos por el Kokinshū, una de las antologías de waka más importantes. Te tomas tu tiempo para pensarlo y lo que le quieres decir a través de él. Ya está, ya lo tienes decidido. Después escoges el papel en el que vas a escribir la carta. Sabes que no vale uno cualquiera, así que lo has elegido cuidadosamente. Ahora comienzas a escribir sobre el papel utilizando tu pincel, cuidando especialmente tu caligrafía. Tiene que ser excelente, obviamente no solo vale el poema, aunque claramente es una parte muy importante. En el poema le dejas ver que te han llegado rumores de su belleza, y que estás deseando conocerla. Toca lo siguiente, que es perfumar el papel. Sabes cuál es el aroma perfecto y lo aplicas sobre la hoja. Una vez hecho decides también adjuntar una rama de cerezo a la misiva. Ya está, perfecta para ser enviada.
Llamas a uno de tus pajes y le ordenas entregar la carta a la joven dama cuanto antes. Tu paje hace lo que le pides y sale corriendo de tu casa en dirección al destino ordenado. Ahora toca esperar. Poco tiempo después tu paje vuelve, con una carta de esa muchacha en su mano y rápidamente te la entrega. Empiezas a leerla cuidadosamente. El poema es de una calidad sublime y en él ella expresa su interés en conocerte. Miras detenidamente la caligrafía. Es hermosa. El papel como el perfume que lo impregna son exquisitos. Si antes ya estabas interesado en ella, tu curiosidad no ha hecho más que aumentar. Empiezas a sentirte atraído por tan brillante dama. Claramente decides responderle cuanto antes y ella te envía otra carta de vuelta y empezáis un juego de seducción, enviándoos cartas constantemente, mas nunca os veis en persona.
Tras un buen tiempo intercambiando poemas decides que es momento de conocer por fin a tu amada. Irás a verla en un momento idóneo, por la noche, que sellará de una vez vuestro amor. Lo primero de todo es informar a los padres de la dama. Una vez decidido el día de la visita les envías una carta explicándoles tus intenciones de ver a su hija en su casa por la noche, para que estén prevenidos. Lo siguiente es sobornar a las criadas que trabajan para la dama, para tener el camino despejado por la noche y que no te impidan el paso, para llegar así fácilmente a los aposentos de tu amada. Les encargas a tus pajes estas tareas, tanto el envío de la carta como de realizar los sobornos correspondientes. Tus pajes vuelven y te informar de que todo ha salido bien, nadie os molestará esa noche.
Llega el día. Estás muy nervioso, pero tu determinación sigue firme. Da comienzo el plan. Aunque prácticamente casi todo el mundo en la casa está enterado de tu visita, tienes que entrar silenciosamente, como si lo que hicieras fuera un juego prohibido. Llegas a los aposentos de tu amada. Evidentemente, tener sobornadas a las criadas ha hecho que fuera una tarea muy sencilla colarse y llegar hasta ahí. Entras silenciosamente y ves los biombos tras los cuales sabes que está ella. Hay un silencio sepulcral hasta que decides hablar. La dama parece sorprendida, pero no disgustada. Habláis largo y tendido, dejando entrever lo que sentís el uno por el otro. Así pues, tomas el primer paso y apartas los «biombos» para poder verla. En la noche no puedes ver mucho de ella, pero deduces, por su voz y por la forma en la que escribía los poemas que te envía que sin duda tiene que ser hermosa. Ella no encuentra problema en que tú la mires sin haber una barrera detrás. Y así, poco a poco los dos consumáis vuestro amor, con la luna como única testigo.

Por la mañana ambes os despertáis y os susurráis cosas al oído, intercambiando palabras de afecto. Con un gran dolor en tu corazón, te despides de ella y lamentas que el sol haya salido, te gustaría que la noche fuera eterna para estar con tu amada por siempre. Pero todo debe llegar. Con pesadumbre te despides de ella y os prometéis volver a veros. Sales de la casa de nuevo sigilosamente, para que no te pille ninguna persona del servicio y vuelves compungido a tu casa, pero sabes que vuestros caminos se volverán a cruzar. Si vuelves a verla asiduamente, es decir tres noches seguidas, siendo «descubierto» en tu tercera por tus suegros y comiendo una tarta especial del tercer día junto a elles, sabiendo que eso formalizaría vuestro matrimonio y ella sería considerada tu mujer a partir de ese momento. Todavía no estás seguro si quieres que sea tu esposa o tu amante, pero lo que sí sabes es que necesitas verla otra vez. El destino dirá lo que os tiene preparado. Después de todo, así es como se corteja la gente de la era Heian.