Opinión: representación positiva en el manga desde la perspectiva del lector

Recientemente, he dedicado mis ratos libres a leer Sōsō no Frieren, editado en España como Frieren a secas. Hace poco que estoy al día y debo decir que es fenomenal. Ya os hablamos en su día de esta obra pero, por resumir, trata de un mundo de fantasía medieval donde, en lugar de relatar la trillada aventura del héroe y su grupo para salvar al reino de la tiranía del Rey Demonio, ésta ya ha finalizado. Se trata, de hecho, de lidiar con las consecuencias de aquellos distantes acontecimientos y de las lecciones que podemos aprender de su legendario viaje. Es una estructura poco convencional, pero cautivadora, por el sortilegio con el que trata temas delicados como el transcurso del tiempo, pasar la antorcha y la mortalidad del individuo, desde una óptica optimista, pero sin escatimar en notas melancólicas. El hermoso dibujo es una indisoluble mitad de esta fórmula, enteramente puesto a disposición de la narrativa y los mensajes que trata de transmitir. Una adaptación al anime está de camino, de la mano del estudio Madhouse, así que no hay mejor momento posible para subirse al carro. Sé que he sido un poco ambiguo —en un intento de destripar las menos sorpresas posible— pero os lo recomiendo, sin duda.

Os preguntaréis a dónde quiero ir con todo esto. Conversando con unos colegas hace unos días, descubrimos que Frieren es un trabajo colaborativo entre Kanehito Yamada, a cargo del guion, y Tsukasa Abe, ilustrador de la obra. Los dos son hombres. En nada debería resaltar lo recién apuntado y, sin embargo, nos costó dar crédito de la noticia. ¿A qué se debe nuestra sorpresa? Una cuestión que no he destacado hasta ahora es que el manga retrata muy bien a sus personajes femeninos, de los que la protagonista, Frieren, es la joya de la corona. Se consagra una copiosa cantidad de tiempo y recursos a explorar sus dinámicas con otros sujetos y cada uno de los rincones de su complicada psique como elfa, una raza que se encuentra en peligro de extinción. A priori, parece fría e impersonal. Para ella, al fin y al cabo, los cincuenta años que separan una lluvia de estrellas de otra son un suspiro. Pero, poco a poco, vamos descubriendo que de sus pasados viajes ha extraído un amplio bagaje de emociones. Rinde tributo a quienes la han acompañado en el camino adoptando sus conductas para, además, poder comprenderlas. Estas contradicciones, lejos de quitarle puntos, denotan corazón y, paradójicamente, humanidad en Frieren.

Para ella, 50 años pasan en un abrir y cerrar de ojos / © Madhouse

No insinúo que un hombre no sea capaz de contar historias con este nivel de complejidad técnica, en absoluto. Pero mucho me temo que la industria del manganime nos ha malacostumbrado a una retahíla constante de observaciones, diálogos, momentos y particularmente diseños un tanto misóginos. Cuando no es una cosa, es la otra: bien sea dibujarlas con tres círculos arriba y una X debajo, como aconseja cierto autor de renombre, o bien apenas dedicarles tiempo en la trama. Y, por supuesto, las veces en las que se cae en el odioso tropo de la chica en apuros. Que ojo, tampoco es del todo justo atribuir estas fallas a la autoría masculina en exclusiva cuando este no siempre es el caso, especialmente en el seno de una industria como a la que nos referimos, un panorama furtivo y hostil que incentiva determinadas conductas o pautas narrativas con tal de mantenerse a flote. No voy a ensalzarme en un discurso reivindicativo, porque quiero abordar este asunto desde la perspectiva de espectador. Es decir: ¿cómo afecta al lector la representación femenina, o de minorías de cualquier tipo?

De entrada, debo hacer una aclaración: una perspectiva crítica es clave para la entera comprensión del contexto histórico-cultural en que se confeccionan y desarrollan estas historias. Es posible disfrutar el éxito del momento y, del mismo modo, ubicar la pata por la que cojea el cuentacuentos. En resumen: no le niego méritos per se a las obras que caen en la categoría de «mala representación». Y en nada obsta esta afirmación para abrir el debate sobre el impacto —a menudo negativo— que pueden tener en sus seguidores.

¿Por qué hacer tanto hincapié en la necesidad de «buena representación»? ¿Qué marca la frontera con la denominada «mala», siquiera? Estos no son, en absoluto, cajones hermetizados y sujetos a una serie de reglas concretas de las que no es posible desmarcarse. Dicho lo cual, es preciso sentar unas bases. Un personaje ficticio, como es obvio, siempre va a tener una serie de atributos de sexo, género, raza, orientación sexual, aficiones, y demás. Sin embargo, dependiendo del propósito que desempeñen en el argumento o el mensaje que se quiera transmitir al lector, éstos tendrán un mayor o menor impacto. Por eso tampoco es reprochable —no sin pasar primero por un análisis o reflexión— la simple utilización de la sensualidad o el atractivo tradicionalmente atribuido al sexo femenino como herramienta al servicio del guion. Mala representación consiste en rebajar al personaje a clichés de cualquier naturaleza asociados a un atributo X sin una justificación narrativa suficiente. Ello, en la medida que erra al retratar al sujeto como polifacético y profundo, dejándolo desprovisto de, precisamente, la capa de humanidad que nos permite identificarnos con ellos. Contrario sensu, positiva será aquella que, con independencia de cualesquiera características que le son endémicas al personaje, le permiten actuar con naturalidad y sin estar anclado o lastrado por ello.

A pesar de las connotaciones que naturalmente permiten intuir las etiquetas de ‘buena’ o ‘mala’, no obstante, su empleo deliberado no necesariamente quita puntos. A veces, menos es más, y contar historias con planteamientos sencillos y carentes de subtexto abre la puerta a una mayor accesibilidad, lo que amplía el marco del público objetivo de la obra; o incluso, a la sátira, aprovechando el arquetipo para precisamente criticarlo. Jonathan Joestar encarna la bondad innata del ser humano y por ese motivo, incluso en sus últimos momentos, se apiada de su hermanastro Dio. Un momento tan emotivo como ése no podría lograrse si Araki hubiera embarrado Phantom Blood con mayor riqueza temática. Voy a insistir de nuevo en este punto, porque es muy importante: este no es un espectro claro y las líneas no tardan en hacerse difusas. El tema es, de hecho, bastante más intuitivo de lo que parecería. A nadie se le escapa, por ejemplo, que Kohaku de Dr. STONE, pese a ser retratada como el peso pesado del grupo, tiene muy poca musculatura visible y, en cambio, es objeto de mofas constantes —se le llama a menudo ‘gorila’ o ‘leona’— por el simple hecho de ser fuerte, lo que debería y de hecho resulta ser positivo e incluso crítico para el progreso de la trama. Como amante de la épica científica de Senku y compañía puedo, y de hecho me corresponde, reconocer que esta es mala representación. Son sentimientos compatibles.

Organismo unicelular; ojalá te trataran (y dibujaran) mejor / © TMS Entertainment

Las más de las veces, el entretenimiento sigue estando pensado por y para el disfrute del hombre cishetero, la infame ‘male gaze’, y no voy a culpar a quienes, temerosos por las consecuencias derivadas de salirse de estos esquemas, deciden mantener la tónica general. Por suerte, de un tiempo a esta parte no solamente se ha producido un incremento de representación positiva, sino que las responsables reciben el reconocimiento que merecen. Todo ello sin escatimar en apuestas narrativas interesantes y atrevidas de modo que sus aportes al tema de esta entrada no definen las obras, sino que las enriquecen. Aquí van un par de muestras que además pueden servir de recomendaciones para quienes todavía no hayan dado una oportunidad a estos fantásticos mangas.

Al hilo de mi reciente fascinación por Frieren, debo hacer mención a Dungeon Meshi, brillantemente traducido como Tragones y Mazmorras en España. Ya se ha hablado con anterioridad en esta página del golazo en banda de Ryōko Kui, así que no me detendré demasiado y remitiré a lo destacado esa entrada. Para los despistados, sin embargo, va de un grupo de pobres desgraciados que deben adentrarse en la mazmorra para rescatar a una amiga pero que, sin blanca, lo ven difícil; para su suerte —o, tal vez, desgracia, si le preguntas a Marcille—, se topan con un enano que les ilustra en el arte de la gastronomía fantástica, haciendo delicias de las alimañas que esperan al improbable grupo de héroes en su descenso. Si en algo quiero hacer hincapié es en la maestría con la que, aprovechando la amplia variedad de razas de que dispone, la autora plasma con su pluma numerosos body types: escuálidos y puntiagudos, robustas y fortachonas, redonditos y achuchables, etc. Se detiene en el asunto lo justo y necesario y, sobre todo, trata a sus personajes con respeto y sin prejuicios a pesar de ello.

No me perdonaría a mí mismo de omitir Atelier of Witch Hat y Skip and Loafer, de Kamome Shirahama y Misaki Takamatsu, respectivamente. Hablo de ambas en conjunto, no solamente porque han sido abarcadas igualmente en Futoi Karasu en el pasado, sino también en un intento de contenerme porque podría tranquilamente derramar ríos de tinta sobre las dos. Quiero destacar, en esta ocasión, que son rotundamente exitosas a la hora de retratar a sus grupos protagonistas de niñas, por un lado, y adolescentes, por otro. Tienen una conducta coherente con sus edades, y además, en absolutamente ningún momento se les asocian connotaciones sexuales de ningún tipo, a pesar de que se les permite ser guapas y preocuparse por el físico o la forma de vestir en el desarrollo de algunas de sus tramas. No como ocurre en ciertas historias, que te presentan chavalas milenarias con cara de bebé y proporciones desorbitadas para reforzar la sumisión y el control que tanto atrae a un, cuanto menos, cuestionable público. Da pena que esto sea algo que deba celebrarse. Puntos extra, por supuesto, por explorar la violencia de género y sus secuelas, en Atelier, y colocar a menudo a una mujer trans y el impacto familiar de romper el huevo en el foco narrativo, en Skip and Loafer.

No estoy llorando, os lo juro… / © Misaki Takamatsu

Está también el caso de Kaguya-sama: Love is War, otra de las sorprendentes propuestas que vienen de la mano de un hombre, Aka Akasaka. Tiene muchos aciertos en común con las que acabo de mencionar. Asimismo, no es preciso rebuscar demasiado porque un puñado de bombazos contemporáneos son obras escritas por mujeres o personas nb: Fullmetal Alchemist, de Hiromu Arakawa; Beastars, de Paru Itagaki; Jujutsu Kaisen, de Gege Akutami; The Promised Neverland, con el dibujo de Posuka Demizu o Kimetsu no Yaiba, de Koyoharu Gotoge. 

Podría continuar, pero llegado cierto punto esta cuestión se hace inabarcable y, en fin, este es mi granito de arena. En absoluto está todo perdido. Cada vez son más los que se sueltan del clavo ardiendo que era todo este fregado. Gracias a artículos como este y muchos otros de esta y otras páginas, gracias a que se hace eco del tema en redes, gracias a que las más valientes dan un paso al frente y dicen “yo también”: el cambio puede ocurrir. Y está ocurriendo.  Sin ir más lejos, hace un mes se ha dado un paso gigantesco hacia adelante en la cruzada contra los raritos que se esconden detrás del hecho cultural de Japón para justificar atrocidades: la edad de consentimiento ha subido de los 13 a los 16. Me gusta pensar que, en un futuro no muy lejano, todas estas idiosincrasias serán tratadas con la naturalidad que merecen, de modo que aquellos que crezcan leyendo estas historias podrán estar mejor educados e incluso descubrir aspectos de sí mismos que no se hubieran planteado antes. Todos merecemos modelos a seguir, y vaya: solo un grupo pequeño de personas se identifica hoy con un dios de la guerra calvo y con el cuerpo lleno de sangrientos tatuajes. Muy bien por quienes sí, God of War es muy bueno, pero es un poco injusto, ¿no creéis?

Deja un comentario