¿Los live-action de anime deben ser adaptaciones fieles?

La adaptación de una obra es una tarea complicada que acarrea numerosos problemas. Requiere un conocimiento extenso sobre la base de la que se parte, así como buen hacer e inteligencia. Hay que saber plasmar los elementos que interesen del material original a un formato distinto, ya que las técnicas, códigos o herramientas de las que se disponen pueden diferir en gran medida. Esta divergencia obliga a un cambio necesario para explotar las fortalezas del nuevo medio sin perder las características intrínsecas.

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Imaginemos la tarea de adaptar una novela a una película. La novela necesita las descripciones o los pensamientos de los personajes, expresados a través de un narrador para ubicar al lector en un tiempo y lugar definidos con unas figuras concretas. De esta manera, la mente puede montar cada escena e imaginar desde los detalles del escenario hasta los gestos de los personajes. En el cine, sin embargo, prima ante todo lo audiovisual. Puede omitir las descripciones al plasmarlas directamente en la imagen, no necesitando párrafos completos con aspectos, indumentarias o distribución del espacio. Tampoco hacen falta varias líneas que expliquen cómo se está sintiendo un personaje cuando la actuación, el plano, la iluminación, la música o una mezcla de todo ello puede proporcionar esa información con precisión.

Esta comparación también sirve para tratar un término importante que sale constantemente a la palestra cuando se habla de adaptaciones, la fidelidad. Un concepto desvirtuado con el tiempo, que ha pasado a usarse como arma con la que criticar las obras que se atreven a diferir en algún grado de su origen. Es paradigmático, y habla sobre la incapacidad de entender las adaptaciones como otra cosa que no sea una traducción literal entre los medios. Por supuesto, estas pueden ser fieles si pretenden serlo. Ahí está El resplandor, miniserie de televisión dirigida por el propio Stephen King tras su decepción con la película de Kubrick. Pero no toda adaptación ha de buscar el máximo nivel de similitud, esto es solo una opción de muchas y la negatividad ante otras posibilidades muestra una rigidez pasmosa en lo que a libertad artística se refiere.

Un ejemplo cercano en el tiempo de esta fidelidad malentendida sería la primera temporada de Chainsaw Man. Durante su emisión, y tras la finalización de la misma, hubo varias críticas al director, Ryu Nakayama, por no comprender —en teoría— el espíritu del manga. Incluso se llegó a pedir a Mappa que realizara la primera temporada de nuevo con un director diferente. Cabe destacar que la visión de Nakayama contaba con el beneplácito del mismo Fujimoto.

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La exactitud, o la falta de ella, al adaptar no debería ser un baremo para la calidad. Volviendo al ejemplo anterior sobre la adaptación cinematográfica de un libro, puede que todas las novelas vendidas sean idénticas en las palabras que contienen y el orden en el que se encuentran, pero están sometidas a la interpretación del lector. Cada uno puede imaginar esas líneas de forma diferente, tanto por lo que el texto dice como por lo que no. Ya sean detalles del escenario, vestimentas o gestos de los personajes. En el cine la imagen es una y, configuraciones nefastas de las pantallas de los televisores aparte, todo espectador es expuesto a una concreción mayor. A los mismos planos, con los mismos ángulos, la misma iluminación, ropajes o expresiones faciales y corporales. Por supuesto, la obra sigue abierta a múltiples lecturas, pero el contexto cambia.

Otro factor a tener en cuenta es la reacción del público. Puede ir desde el rechazo inmediato ante la simple idea de adaptación a la indiferencia. La emoción genuina es mucho menos abundante en según qué casos.

El manganime ha tenido una buena multitud de adaptaciones a la acción real en los últimos años, tanto de series como de películas, con variado nivel de popularidad. Hay tres obras a mencionar que sufrieron un mal destino, quedando como notas al pie de la página. Historias con finales inacabados que caen inevitablemente en el olvido ante la gran sombra de las versiones originales.

Jojo’s Bizarre Adventure recibió un live-action de la mano de Takashi Miike en el 2017. Este abarca los primeros capítulos de Diamond is Unbreakable, y realiza tres cambios principales que transforman la experiencia en una radicalmente diferente. Uno de ellos es la disminución del histrionismo. Los personajes son rediseñados ligeramente para resultar más verosímiles, y la paleta de colores ignora las tonalidades chillonas y variadas de la adaptación animada —nada de cielos purpúreos ni sombras carmesies—. Se cambia el tono por uno más serio y dramático, dejando a un lado cierta dosis cómica y los aspectos más slice of life del arco, pero con espacio para infinidad de posturas y peinados exagerados. Por último, altera elementos de la historia, volviéndola más coherente y cohesiva, evitando los desvaríos propios de Araki en los que tiende a olvidar las mismas normas que previamente estableció.

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Acabamos con un Jojo’s que mantiene varias de sus características principales y potencia el apartado narrativo; pero que se ve obligado a abandonar gran parte de la hipérbole de sus homónimas impresas y animadas. Precisamente porque sabe que esos elementos funcionan mucho peor en un contexto realista, una traslación literal empeoraría el producto final. Es una versión muy interesante y bien dirigida que merece ser vista. Pero hay que entrar en ella sabiendo que Miike nunca podrá cerrar la historia.

Ahora tocan producciones propias de Netflix. La plataforma de streaming se ha vuelto archiconocida, tanto en redes como fuera de ellas, por su tendencia a cancelar series en sus primeras temporadas. Cada serie al estrenarse tiene unas expectativas de audiencia determinadas. Generalmente si no llegan al 60% de esta estimación suelen ser canceladas, independientemente de la recepción de crítica y público. También suelen tener en cuenta el número de nuevas suscripciones generadas para ver la serie, dando mayor peso a la captación de usuarios nuevos.

Entre la infinidad de proyectos cancelados de Netflix, dos han sido de los más comentadas tanto por adaptar a live-action obras míticas del manganime, como por haber desembocado en algunas de las reacciones más negativas de parte del público. Estas son Cowboy Bebop y Death Note. El vaquero espacial vio cancelada su posible segunda temporada a los pocos días de estrenarse la primera, y el cuaderno de muerte estaba planeado originalmente como una trilogía, pero jamás se volvió a hablar de una secuela.

© Netflix

Mientras Jojo’s pasó desapercibida, con un estreno discreto, a estas dos producciones el estrenarse en —al menos en su momento— la plataforma de streaming más grande del mundo les llevó a tener una exposición infinitamente más elevada y, como consecuencia, una reacción negativa de ingente cantidad de público. Estas respuestas negativas fueron más allá de la crítica a las obras y llegaron al acoso a algunos de los trabajadores. La actriz Daniella Pineda, Faye Valentine en Cowboy Bebop, recibió numerosos comentarios que criticaban su aspecto físico y vestimenta, por no asemejarse al del personaje original. Mientras que Adam Wingard, director de Death Note, tuvo que borrar su cuenta de Twitter tras una ingente cantidad de comentarios negativos, entre los que se incluían amenazas de muerte. Una adaptación puede ser de muchas maneras, y podemos sentir que respeta más o menos el material original; pero increpar, acosar o amenazar a personas que están haciendo su trabajo cruza muchas líneas.

Ahora estamos a las puertas del estreno de uno de los live-action más grandes y sonados hasta la fecha. La serie de One Piece se estrenará el 31 de agosto de 2023, tendrá un total de diez episodios de una hora y adaptará la totalidad de la saga de East Blue, unos 100 capítulos de manga. Desde un principio el anuncio de su mera existencia ya fue tomado con cierto recelo. A pesar de, al igual que Chainsaw Man, contar con el apoyo del creador original.

Ha habido muchas reuniones en las que se ha hablado sobre hacer una serie live-action en los últimos 20 años. Hace tres años —2014— empezamos a considerarlo seriamente. Tras muchas idas y venidas, encontramos un buen asociado. Coincidentemente hicimos el anuncio de la producción en el vigésimo aniversario. Estoy muy feliz. Este anuncio ha causado algo de ansiedad, pero mi única condición para la serie es no traicionar a los fans que han apoyado mi trabajo durante estos 20 años.

Eiichiro Oda

Pocos días atrás a la fecha de publicación de este artículo se estrenó el primer teaser trailer para la serie que, como cabía esperar, ha resultado divisivo para el público. Desde los efectos especiales, iluminación, escenarios o ciertos diálogos, todo ha sido objeto de debate. Lo mejor recibido ha sido sin duda el reparto principal, que interpretará a los mugiwaras que forman la tripulación durante la primera parte de la obra. Estos actores ya han caído en gracia para el público, gracias a su química como grupo y la sensación que logran transmitir de estar en un proyecto que los ilusiona. Netflix ha aprovechado esta aceptación para la promoción en redes sociales.

© Netflix

Si la serie triunfará o fracasará, al igual que si será una buena o mala adaptación, no puede asegurarse. Viene bajo el ala del manga más vendido de la historia y uno de los animes más populares; por eso mismo las expectativas respecto a su rendimiento por parte de la productora seguramente serán altas. Además, One Piece es una serie difícil de llevar a la acción real, desde sus diseños hasta sus poderes. Solo el tiempo dirá si las aventuras de Iñaki Godoy —Luffy— y compañía continuarán más allá de Loguetown o se quedarán en una introducción a lo que podría haber sido. Independientemente del resultado, esperemos que los involucrados tengan buen porvenir y no reciban ninguna falta de respeto ni amenaza.

Las adaptaciones pueden no gustarnos, parecernos pobres, deficientes e incluso realizadas con una falta increíble de cariño. Pero son una visión diferente que no afecta a la original, separándose y abriendo un nuevo camino, ya sea a mejor o a peor. Son la conversión de la idea ajena en propia, con la dificultad que ello conlleva. Requiere manipular la idea, someterla a reinterpretación y dotarla de una calidad que no posee en un principio. Ya que las ideas son solo eso, ideas. Lo importante de las historias nunca ha sido el qué, sino el cómo. Cambiar una línea, una viñeta, un plano o un acorde puede cambiar todo el significado.

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