Tradicionalmente, y más especialmente de un tiempo a esta parte, cuando se habla de los habitantes de Japón se tiende a hacerlo desde una perspectiva totalmente unificada. Reducir culturas y sociedades ajenas a ciertos tópicos es algo que se ha hecho siempre, porque al final tener xenofobia interiorizada es algo mucho más común de lo que esperaríamos, pero la parte que afecta al pueblo nipón está últimamente en niveles estratosféricos. No hace falta nada más que echar una rápida mirada a nuestra red social favorita para poder observar que la gente los considera poco menos que una mente colmena. Desde el youtuber de turno diciendo que “el machismo, la homofobia y la xenofobia están [en Japón] a la orden del día pero lo que limpian los cabrones” (sic) a incluso profesionales de la comunicación soltando perlas como “es que tradicionalmente son todos muy inocentes”, como se pudo escuchar en una de las más recientes retransmisiones deportivas de Cadena Cope. La concepción parece ser que todos los habitantes del archipiélago están cortados por el mismo patrón, mantienen las mismas ideas y se comportan de igual manera, ignorando la realidad plural de un país que es tan diverso como cualquier otro.
Por poner otro ejemplo, en ciertos medios de comunicación y revistas online relacionadas con el mundo del animanga y la producción de ocio nipona, se tiende a utilizar expresiones como «Japón se indigna debido a [el asunto que sea, habitualmente relacionado con tendencias de izquierda o feministas]» tras seleccionar cuidadosamente algunos tuits o posts de foros que ilustran el artículo y temática pertinente. Esto no deja de ser lo que se conoce como una falacia de evidencia incompleta. Se muestra como una realidad general aquello que a quien redacta le conviene, en función de sus preconcepciones al respecto de cómo debería ser Japón. Para entender mejor lo absurdo de esto, sería como asegurar que España está a favor o en contra de un asunto, en conjunto, aportando como prueba cuatro entradas de Forocoches. Pero, más allá de la mala praxis de la prensa otaku, todo esto muestra una tendencia general, así que entremos en materia, ¿Son los japoneses realmente como las abejas? ¿De dónde nace el concepto de Japón como un país monolítico y perfectamente unificado?
Lo primero que se debe hacer es explicar el concepto de “Orientalismo”, porque es el origen de todo. Lo hemos tratado previamente en esta web, pero ahora nos sumergiremos con mayor profundidad. Comenzó como una disciplina académica en los siglos XVIII y XIX. Los estudiosos de entonces dedicados a Asia —principalmente a China, Japón y Corea, dejando algo de lado el resto de zonas exceptuando un leve interés por India debido al colonialismo inglés— basaban sus investigaciones en las lenguas, leyes, culturas y sociedades de estos países, haciendo un gran hincapié en las manifestaciones culturales más antiguas de los mismos y generalmente basando sus observaciones desde los centros de poder coloniales que sus países de origen poseían en estas naciones. En 1978, el autor palestino-estadounidense Edward Said publicó su ensayo Orientalism. En él trató el problema de las concepciones erróneas y las mistificaciones que habían estado siendo perpetuadas por los especialistas asiáticos blancos en países europeos y principalmente angloparlantes. El libro comienza con una cita muy adecuada de Karl Marx: “Si no se pueden representar ellos mismos; tienen que ser representados.” Y en el tono de esta frase girará toda la obra de Said. El autor comenta la dicotomía de “Oriente y Occidente” como una artificialidad generada por los propios estudiosos blancos, que necesitaban de esa diferencia de la que partir para generar su mistificación y denotar las diferencias que existían entre estas dos comunidades aparentemente tan distintas. Por lo tanto, podemos definir finalmente el Orientalismo como la creación que “Occidente” hizo de “Oriente” basándose en sus propias preconcepciones y en el misticismo con el que percibían Asia desde su visión colonialista de “exploradores de lo exótico y desconocido.”

Desde el citado Orientalismo podemos explicar entonces algunas de las concepciones que se tienen sobre no solo Japón, sino además sobre los otros países de la zona más remota, para nosotros, de Asia. Primero podemos desmontar el concepto de “Oriente y Occidente” el cual sigue estando bastante perpetuado a día de hoy en nuestro día a día, ya sea en las noticias, en las conversaciones de expertos o incluso por los discursos de odio de ciertos círculos racistas y xenófobos. Porque al final es muy difícil señalar el punto donde comienza Oriente y empieza Occidente y viceversa. ¿Hasta qué punto podemos considerar países como Turquía de un lado u otro? ¿Si contamos la cultura musulmana como frontera qué hacemos entonces con los Balcanes y las zonas exyugoslavas? ¿Acaso países como Corea del Sur y sus políticas ultracapitalistas no podrían ser considerados como occidentales pese a encontrarse geográficamente en la zona de países “orientales”? Es muy similar a la clásica diferenciación norte-sur como sinónimo burdo de un eje de riqueza-pobreza en el que Australia y Nueva Zelanda se consideran países del norte. Una visión más profunda del término nos hace ver que fue meramente diseñado para fomentar la existencia de los opuestos, como si hablásemos de simples antónimos y no de sociedades distintas en unos aspectos y muy parecidas en otros, con sus propias influencias e historias.
Otra de las concepciones sobre Asia es que los países integrantes forman parte de un selecto grupo indiferente a los cambios y que han estado siguiendo milenariamente una serie de tradiciones regidas por el culto a lo antiguo y a los ancestros. Gente de bien, gente que respeta las tradiciones y adora a la Patria. Que únicamente están cambiando por la tóxica influencia de “Occidente”. Y estos argumentos no proceden únicamente de grupos conservadores blancos, sino también de grupos nacionalistas, pero de esto hablaremos un poco más adelante. Pero podemos decir que esta visión de Japón como país inmutable y unido viene de creer que su sociedad es un monolito. No son pocas las veces que autores blancos van a sacar un libro rompedor basado en “el tradicional y milenario arte japonés del [introducir aquí cualquier verbo en japonés],” en el que el autor en cuestión nos va a intentar vender cualquier libro de autoayuda y autogestión, decorado con un lacito de exotismo y con la etiqueta de “remedios de la abuela pasados por un rebranding porque está de moda, que además usar este término nos va a ayudar a sonar supernovedosos.” Y es que la visión monolítica y tradicional no solo forma parte de los sueños húmedos de la mayoría de conservadores, sino también de los gurús que ganan una gran parte de su sueldo alimentando esta mistificación y las ideas orientalistas que están tan de moda.
Hablando de conservadores, ¿qué piensan los habitantes de Japón de todo esto? ¿Se cabrean como se cabrean los españoles cuando alguien relaciona toda España con los toros y el flamenco? Pues como en todos lados, estas ideas son perpetuadas por aquellos a los que les interesa perpetuarlas. Tenemos que situarnos un poco más atrás en el tiempo para hablar de un suceso que existe desde que el mundo es mundo. Nos situamos en la era Meiji, el gobierno comienza a plantearse maneras de unificación del país y cómo promulgar los discursos afines al mismo. La respuesta simple es, como siempre, la educación. La instauración de una educación más extendida y abierta a distintas clases sociales es la herramienta perfecta para inculcar las ideas que se quieren inculcar. Y en este caso en concreto son ideas de unificación y nacionalismo. Esto es un trabajo de fondo y desde todos los aspectos. La unificación no pasa solo por decir “amamos mucho a nuestro país”, pasa también por eliminar las posibles disidencias. Y estas se eliminan no solo formando una sociedad que atienda a los valores de “debemos tratarnos bien como iguales”, sino además imponiendo esa equidad y eliminando la posible disparidad en lugar de fomentarla como un aspecto positivo y una oportunidad de abrazar la diversidad y la comprensión. Porque claro, lo primero es permitirles ser distintos y lo último es un atentado contra nosotros, nuestros ideales y nuestra nación. Por ello, los conservadores y nacionalistas optaron por la adhesión forzada de los pueblos más individualizados dentro de los territorios que querían adherir. Pueblos como el Ainu o los habitantes de las islas de Ryukyu vieron su identidad reducida y castigada dentro del sistema educativo y las políticas del gobierno. Todos entendemos que las lenguas son una de las herramientas más distintivas de los grupos poblacionales y eso mismo pensaba el gobierno. Por lo tanto, esos idiomas propios o incluso aquellas variaciones que contaban con la denominación de dialectos —aunque obviamente cosas como el dialecto de Kansai aún existen, aunque reducido respecto a antaño— se vieron castigados en pos de un japonés más estándar y repartido por todo el país.
¿Pero es, por lo tanto, Japón un país completamente unificado? No necesariamente. Pese a tener una sociedad más colectivista debido a la educación y a las influencias previamente mencionadas, esto no acaba siendo más que el discurso nacionalista y conservador. El cual nunca va a pretender negarlo, puesto que es beneficioso para el mismo. Que desde dentro y fuera se conciba a Japón como una masa homogénea de gente y cultura tradicional en su justa medida es el caldo de cultivo ideal para que los sectores en contra del progreso puedan mantener a raya a los disidentes o a los diálogos no afines a los mismos. Sin embargo, esto no es más que un concepto ilusorio, el cuál se disipa una vez que echamos un vistazo con más detenimiento y aceptamos el hecho de que por muy colectivista que sea una sociedad siempre hay disidencia e individualización, variedad de posiciones e ideas progresistas dentro de sus habitantes. Japón no es el “paraíso conservador y apreciador de los valores tradicionales” al que muchos sectores de supremacistas blancos y conservadores miran con respeto y devoción. Japón no es esa playa virgen de ideas “progres” que está siendo contaminada por los liberales, comunistas, feministas y queers.
Por poner un par de ejemplos. Se suele dar por hecho que Japón es un país institucionalmente muchísimo más conservador que cualquiera del lado occidental del mundo y quizás en la realidad resulte que la diferencia no sea tan abrumadora. Si bien es cierto que tradicionalmente la derecha ha ostentado el poder político, con las consecuencias que en los párrafos anteriores hemos narrado, no es menos verdad que, sin ir más lejos, el Partido Comunista nipón tiene más de 300.000 afiliados y en la mismísima Cámara de Representantes —el equivalente a nuestro Congreso de los Diputados— logró 11 escaños tras las últimas elecciones. Quizás no parezcan tantos, pero no hay más que echar la vista a la situación del comunismo en España y comparar. El sufragio femenino se logró en el archipiélago en 1946, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, con la redacción de una nueva constitución. 15 años después de su aprobación en España pueden parecer muchos, pero si lo comparamos con otros países, Francia lo habría aprobado en 1945. Y la propia España llevaba más de una década de retraso respecto a Estados Unidos. Y esto sin entrar siquiera a valorar que en tierras castellanas ya no existía la democracia cuando en Japón se aprobó esta medida. No se puede hablar, como tantos agoreros, de que Japón está cediendo a las tendencias woke de Occidente en la actualidad por culpa de Disney y Soros cuando uno de los movimientos radicales feministas más importantes de la historia de las islas, el WOLF, o Frente de Liberación de la Mujer, data de la década de los 70.

Cambiando levemente de tercio, un problema añadido a todo lo comentado en este artículo es que, al menos en lo referente a la juventud contemporánea, gran parte del conocimiento de la sociedad japonesa, proviene de sus obras artísticas, ya sean mangas, animes o videojuegos, en lugar de documentales, ensayos sobre hechos y tendencias culturales o, en definitiva, fuentes de conocimiento primarias o secundarias que reflejen correctamente la realidad existente. Obviamente, la relación entre el arte y la sociedad es completamente bilateral y así como el arte puede influir movimientos ciudadanos y tendencias de opinión, es claramente inevitable que incluso en obras que no tengan un contenido eminentemente costumbrista se vean reflejadas ciertas realidades del lugar geográfico y momento histórico en el que se crean. Es por eso que las tendencias relacionales y las muestras afectivas en los mangas románticos son tan diferentes a las que podemos ver en las películas estadounidenses del mismo género. Pero eso no hace que puedas conocer la realidad de cualquier país, plural como es, tan sólo a través de una muestra de su producción de entretenimiento pop. Igual que ver La que se Avecina y Élite no te va servir como formación de todas las realidades de España, el anime tampoco. No debemos olvidar que es un producto mainstream dirigido a un público joven y masivo y que, por ello, muchas veces recurre al tópico fácil. La ahora mismo citada Élite no te habla del rexurdimento de la literatura gallega o del movimiento obrero asturiano, así como Ratatouille no te va a explicar nada de la opresión sistémica francesa a lo largo del siglo XX al gascón, el provenzal u otras variables dialectales del occitano y, por supuesto, Horimiya, por mucho que su setting sea realista, no va a poder mostrar jamás la realidad social japonesa en conjunto.
Y, como llevamos mencionando todo el artículo, Japón es un páis tan diverso como cualquier otro. La subculturas en Okinawa poco tienen que ver con las de Hokkaido, hay más grupos étnicos que no son el pueblo yamato y, a un nivel más individual, es lógico pensar que cada habitante tiene su propio sistema de creencias y valores, que podrá diferir más o menos del de su vecino. Que una sociedad ponga más o menos énfasis en la cooperación colectiva frente al individualismo no convierte a sus pobladores en robots programados de manera automática e invariable. Y ni mucho menos a toda su ciudadanía en una especie de mente colmena de derechas, independientemente de quién gobierne en la legislatura que nos ocupe. Como en esta web tratamos tanto sobre el manga y el anime, podemos ejemplificar esto a través de personalidades del mundillo. Yoshiyuki Sadamoto, antiguo diseñador de personajes de la serie original de Neon Genesis Evangelion es un conocido ultranacionalista que se ha mostrado en contra de realizar homenajes a las víctimas de guerra. Ken Akamatsu, autor de Love Hina, ha llevado hasta los órganos legislativos su desquiciada defensa del lolicon en contra de un imaginario enemigo occidental —porque en todas partes cuecen habas— y Yoshinori Kobayashi plantea sus obras bélicas sobre la Guerra del Pacífico como un ejercicio no sólo de revisionismo histórico a favor de las potencias del Eje, sino prácticamente de reclutamiento neofascista para la juventud. Pero por cada grupo de personalidades del espectro rancio tenemos su equivalente al otro lado. Sanpei Shirato escribía ya desde mediados del pasado siglo sobre las clases más desfavorecidas del Japón histórico en Kamui, el ninja desertor, el fenómeno del boy’s love se ha utilizado durante décadas como medio de expresión para creadores y creadoras que querían expresar libremente sus disidencias ideológicas y su sexualidad y mismamente, dentro del mainstream más comercial, tenemos autores como Tatsuki Fujimoto, creador de Chainsaw Man, que es un mangaka transinclusivo como no se ha visto en décadas en la primera plana de la Shonen Jump.
Cuando Kotaro Uchikoshi, creador de la célebre trilogía de videojuegos Zero Escape y, más recientemente, de la increíble The Somnium Files, habló del género de sus personajes, de cómo los seres humanos tenemos el derecho a la autodeterminación de nuestra identidad y de como, por supuesto, la existencia de personas trans y no binarias en Japón es tan real como en Occidente, la respuesta de los más reaccionarios no se hizo esperar. Se llegó a decir que un hombre de mediana edad japonés no podía opinar así, que la cuenta de Uchikoshi la tenía que estar gestionando «una adolescente californiana». Sin embargo, no hay más que echar un vistazo a cualquiera de los dos Somnium Files actualmente publicados para ver que no sólo tienen personajes fuera del binarismo de género, sino que varios de ellos emiten diversas sentencias y discursos a favor del colectivo LGBT+ a lo largo de la trama. Uchikoshi es un hombre como cualquier otro. Ha tenido su educación, sus vivencias y sus ideas han ido evolucionando, como las de todo el mundo, a lo largo de su crecimiento como persona. Y es como es porque así lo ha decidido. Como todos nosotros. Puede ser que las redes de control de los robots nipones estén fallando por culpa de Occidente o puede que esto siempre haya sido así y un porcentaje de nuestra población se haya negado a verlo.
Pese a que el análisis cultural e histórico en temas humanísticos siempre es complicado y los frentes abiertos para análisis son muchos, hemo intentado ofrecer un visión resumida de algunos de los aspectos que nos apartan del mito de Japón como un país exótico, místico y apartado de nuestras sociedades «occidentales». Nos gustaría desde nuestra web romper una lanza en pos de esta comprensión de las sociedades y poblaciones como grupos tan heterogéneos y variados como la concepción que tenemos de nuestras propias ciudades y pueblos. Y de un consumo y participación cultural desde una visión educada e informada de aquellas cosas que disfrutamos. No solo valorarlos como productores de media sino como sociedades igual de complejas que cualquier otra.
Artículo realizado en colaboración entre Leiachansan y Hachedehelp
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