Opinión: La problemática de la crítica, la innovación y el progreso

La relación entre el autor como sujeto, su obra, la crítica y el público es más antigua que todos nosotros, y seguirá ahí cuando nosotros ya no. De un tiempo más breve a esta parte, la crítica ha hecho amagos de diversificarse en pos de una profesionalización, rigor e independencia mayores, a la vez que se proclama una «mayor dureza», «no casarse con nadie» y una exigencia mayor en tiempos donde el ocio cultural se decide por algoritmos y Metacritic pero, ¿ha evolucionado al mismo ritmo al que se le exige a las obras que analizamos?

«Ya pensamos nosotros por ti» / ©Reddit

Bueno, lo ha intentado. En un ejercicio de memoria crítica, los que hemos crecido entre revistas de videojuegos, música o incluso animación —la malograda revista Dibus no duró tanto tiempo como otras en mi hogar, pero la recuerdo con cariño— recordamos esa vieja guardia y sus preceptos. Todo nos parecía mejor que bien, el último grito ensordecía ecos pasados y la benevolencia siempre iba acompañada con la sospecha de que alguien no había hecho bien sus deberes. Señalando el pecado pero no el pecador, recuerdo releer alguna vieja reseña de videojuegos para toparme con párrafos plagiados o mal traducidos de textos en inglés, imágenes pertenecientes a ROMHacks y que no cuadraban con el juego base, o datos fraudulentos que evidenciaban que alguien no había tocado el juego.

Todo esto, en líneas generales, ha pasado a mejor vida. Al menos, la crítica cultural ha dejado de ser una teletienda impresa y el análisis ha dejado de ser una rúbrica por partes —puedo disculpar una nota al apartado gráfico, ¿pero cómo cuernos mides «la diversión»— como quien se examina de las competencias adecuadas en un idioma extranjero para mutar a uno más bien holístico. Además, ese viejo vicio de las notas se ha reducido, restando peso a la calificación en beneficio del cuerpo del texto, ya sea oral o escrito. Ha habido avances sustanciales. El problema no es ese, sino que seguimos exigiendo más de lo que podemos ofrecer.

Hace bien poco, mi compañero Hachedehelp hablaba de cómo estamos sobreestimando la originalidad por encima del discurso. Casualidades de la vida, si bien el enfoque es distinto, es uno de los temas que quería tocar en esta fricción entre lo que damos y lo que exigimos. Es lógico, por el mérito que supone, atribuir características positivas y valorar al alza al pionero, pero quedarse en esa casilla sin avanzar nos hace correr el riesgo de menospreciar lo que vino después. Un ejemplo muy claro: el primer Resident Evil es un juego seminal que enraizó tendencias previas para ofrecer al mundo algo novedoso. Y, sin embargo, fue superado o bien por sucesores directos que ofrecían experiencias más pulidas —Resident Evil 2 ejemplifica el «más y mejor» al que aspiran muchas secuelas, no siempre con éxito— o por obras con unas ambiciones artísticas más elevadas, como la descarnada melancolía del alumno aventajado Silent Hill 2. En el borrado de esta exigencia radican problemas anquilosados en la crítica cultural moderna, particularmente en su vertiente audiovisual.

Cualquier momento es bueno para hablar de teatro romano del s. XVI / ©Forgotten Books

Esta tendencia no solo se ha revertido, sino que ha entrado en una espiral de hipocresía difícilmente justificable bajo esas reglas de juego. Citando Resident Evil de nuevo como punto de partida, fue la repetición de esquemas terminó por restar impacto a la saga, incluso en un período donde se entregó el lanzamiento definitivo del estilo primigenio de la saga de terror. De la misma forma, otros intentos de salirse del molde se penalizan según convengan —Sekiro fue duramente criticado por el sector más clásico por salirse de una fórmula Souls que, sin ser algo negativo como tal, ha crecido casi siempre en la misma dirección, para desaparecer en vísperas del premio al Juego del Año—. Pues bien, la crítica cultural ha funcionado exactamente igual. Se regurgitan contenidos y, siendo más que consciente de a qué me dedico, tengo la sensación de que parte de la crítica pide más de lo que ofrece: exige mucho pero ha crecido muy poco.

A pesar de que sí se ha producido un avance significativo en la materia bajo lupa, esos tiempos en los que menos de un 90 de nota, los códigos que parecían inamovibles se han visto desplazados por otras tablas de la ley anquilosadas en la misma retahíla de prejuicios. Se castiga lo tradicional y el revival, salvo en lo indie, acusados de «ser más de lo mismo». El sector del videojuego, y el tecnológico en general, ha experimentado un crecimiento desparejo a velocidad de vértigo, a menudo sin alterar los postulados de cada género: los RPGs siguen centrados en su progresión y en contar historias, el Metroidvania ha alcanzado su pico de popularidad a través de un renacimiento más neoclásico que revolucionario y los juegos de peleas siguen aspirando a dominar el competitivo, cambiando si eso el desbloqueo por objetivos por la monetización. La prensa crítica, de la misma forma, ya no pasa solo por una revista mensual, sino por emisiones en directo con público, zines digitales, podcasts (nosotros no íbamos a ser menos) o videoblogs… pero el tipo de contenido es un poco el de siempre. ¿Negativo? En absoluto, pero quiero que sirva para ejemplificar cómo la forma jamás debe opacar al discurso.

Este proceso de maduración de la crítica, que ha pasado de una reverencia ciega a cualquier obra medianamente destacable a una suerte de nihilismo de andar por casa donde ya no hay obras destacables, sino que el baremo pasa de obra maestra a montón de basura. ¿Recordáis ese episodio tan vergonzoso que vivimos a comienzos de año con el lanzamiento de Pokémon Leyendas: Arceus? A ojos vista, esa polémica saldada con mofas, tajos cruzados e insultos varios se originó en una fatídica comunión entre un grupo de streamers —quienes, al fin y al cabo, también performan la crítica cultural— y sus seguidores más acérrimos, los cuales ni siquiera habían tocado el juego. Ante todo, para hacer una crítica honesta, hay que experimentar de primera mano la obra: no fue el caso. A posteriori, las aguas se han calmado y Arceus ha quedado como una obra notable, no exenta de defectos más allá de su pobre apartado técnico, pero con clara intención renovadora y dando algo que los seguidores más veteranos exigían desde tiempos lejanos: un post-game sólido, una intencionalidad por cambiar el molde y un spin-off novedoso de peso. Algo que no sucedía desde los lejanos nacimientos de Ranger, Mundo Misterioso y Colosseum, allá por los dosmiles.

«Esos gráficos parecen de NES» o algo así / ©Game Freak

La relación entre el público, pues todos guardamos un cajón de crítica en nuestro interior, la crítica oficial y el arte atraviesa, a nivel colectivo, un proceso similar al individual en tanto al desarrollo del criterio. Me gustaría, si me lo permitís, ponerme personal durante unas líneas. Tiempo atrás, mucho antes de que Futoi Karasu fuese siquiera un embrión, participé en un webzine de Rock y Metal llamado El Lado Oscuro de la Luna. Desde su concepción a su final, hace más de cinco años, fue un proyecto que valoro muchísimo. Ya tenía callo en el género incluso en aquella época, pero si puedo decir que he aprendido algo es que, con el tiempo, el arte y el individuo están condenados a entenderse. Pasas de que todo sea nuevo y te impresione a todo lo contrario, una etapa más pasada de rosca donde piensas que has aprendido a separar el grano de la paja. Hay menos grises, y estos terminan por olvidarse en un ritmo de más de 150 novedades al año. La tercera etapa implica parar, reevaluar y aprender trucos nuevos con materiales viejos. De la misma forma, y en el mismo cajón personal, el abuelo cascarrabias que llevo dentro mandaría a escribir, como si de una mili ficticia se tratase, a mucho cultureta advenedizo con escaso conocimiento de narrativa, pero aún menor a la hora de entender la creación de historias.

Parte de la crítica cultural, y particularmente la más sensacionalista, se ha quedado encerrada en esta segunda etapa. A diferencia de lo que proclama mucha gente —»mi criterio es más estricto, así que ha mejorado«— denota menos madurez de lo que parece y, en un medio empeñado en aparentar más de lo que es, la falta de un fondo honesto ha convertido este período post-adolescente en un lastre. Incluso si lo genérico inunda el panorama artístico, tras cada esfuerzo suele haber mucho más de lo que percibe el ojo. Un buen profesor no es aquel que suspende a la mitad de su clase, sino aquel que sabe transmitir sus conocimientos. Hemos ocupado un papel de verdugo demasiado tiempo. Toca volver a la docencia que nunca debimos abandonar.

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