Kamikaze Girls: respetando el lolita

“Yo respeto a quienes odian el lolita.  Sin embargo, a cambio, me gustaría que se respetara el hecho de que tenemos derecho a disfrutar del lolita. La idea que propugno través de mi escritura es: ‘no tiene nada de malo que te rijas por tus propios valores’. Seré feliz si este texto transmite algo de valentía, por pequeña que sea”

Novala Takemoto 

Todos hemos caído en la misma trampa: vemos un anime, nos volvemos otakus con 15 años y defendemos cual escritura sagrada todos los artículos que encontremos acerca de «cómo Japón es el mejor país del mundo». No es un misterio para nadie que, en realidad, estos artículos son mitos o relatos edulcorados por parte de un redactor al que le pasó lo mismo que a nosotros en sus 15 años y que Japón, como cualquier país, tiene más defectos que virtudes reales. Podríamos hablar de la normalización de la pedofilia, escondida como una “añoranza a un momento en el que uno no tenía tantas obligaciones”, la sobreexplotación en el trabajo, que también se escuda en crear buenas migas con el resto del equipo porque “formáis una gran familia”, y el tan manido mito de “en Japón te puedes vestir como quieras”. 

Lo curioso de esta última afirmación es que está a medo camino entre mito y verdad, pues, si bien hay unas reglas muy encorsetadas en el ambiente laboral y escolar respecto al vestuario, y como ya sabemos, la sociedad japonesa es bastante gregaria y el individuo queda opacado por el grupo, es por otro lado también la cuna de algunas de las tribus urbanas más particulares, variadas y curiosas del mundo. Gracias a la representación de estas en la ficción y en diversas fotografías a pie de calle, hemos podido contemplar su streetwear, y conocer algunos de sus estilos más llamativos, como el arquetipo de los gamberros yankī de los noventa, el visual kei, el decora, el gyaru, o quizás el más familiar para nosotros: el lolita

Con el término lolita designamos en este caso a una tribu urbana originada a finales de los 70 pero que explotó finalmente en los 80, que surge, al contrario de lo que se cree —y siendo muy parecido a porqué nacen las demás tribus urbanas—, como rebeldía ante la sociedad japonesa, tan conservadora y encorsetada en sus valores tradicionales. El lolita, según las palabras de las propias seguidoras de la subcultura, es una forma de abrazar la femineidad y niñez que se les había arrebatado, basándose en el canon occidental de los cuentos de hadas, en el que la estética tomaba como referencia a la visión de una pequeña princesa con una silueta y una estética muy determinada. Por descripciones como estas acerca de en qué se basa el lolita, mucha gente especula que tiene que ver de alguna manera con las “lolis”, representaciones de niñas en el manga y en el anime que habitualmente contienen una visón sexualizada de estas. La diferencia fundamental entre ambas dos es que, además de que las lolis no han de seguir ninguna moda en concreto, estas se crean desde un estándar heteropatriarcal y con un deseo de controlar a estas menores, mientras que el lolita como estética urbana enfoca la elección de esta representación de la «niñez perdida» como una decisión de la propia mujer y con la reivindicación de aceptar que su cuerpo crece y por ende, cambia. Por esta misma razón, tampoco existe relación entre la obra homónima de Navokov —la que de hecho mucha gente confunde aún hoy en día como una defensa a la pedofilia y no como la muestra que es de lo podridos que están los pederastas por dentro— y esta tribu urbana. 

Muchos mangakas y demás artistas han mostrado en sus obras a miembros de esta subcultura, ya sea por interés genuino en las señales tan marcadas de sus vestimentas y sus accesorios, y otros más lamentablemente por fetiche. Pero relativamente pocos han decidido tomarlas como protagonistas de sus propias historias y hablar de lo que significa para ellas pertenecer a este grupo. Uno de los pocos de los que podamos hablar sobre este aspecto apropiadamente es Novala Takemoto

Novala Takemoto es un escritor nipón bastante reconocido por su trabajo en el mundo lolita. Además de ser un seguidor fiel de esta tribu urbana y diseñador de su propia marca de ropa, ha desarrollado varios libros al respecto de esta subcultura. Su primer libro, Missin’, fue el primer trabajo literario en el que una lolita era la protagonista de la historia y su pertenencia a dicha tribu era uno de los detalles más importantes del personaje y su historia. También ha realizado más novelas, en las que por ejemplo, explica la simbiosis tan poco esperada entre el punk y el lolita, y a día de hoy se sabe que está investigando para desarrollar un manifiesto lolita en el que estará documentada toda la historia, desarrollo y curiosidades de esta tribu urbana a lo largo de las décadas. Pero la novela que verdaderamente cambió el panorama lolita, y todavía más cuando fue llevada al cine, fue Kamikaze Girls: Una historia de Shimotsuma

Nuestras chicas kamikaze// ©Amuse Inc

Kamikaze Girls nos cuenta la historia de dos chicas muy diferentes: La primera, Momoko, es una lolita que vive con su padre ex-yakuza en una pequeña región rural, llena de pachinkos y bandas de motoristas. Y la otra es Ichiko, una yankī motera del mismo pueblo, que por motivos del destino se cruza en el camino de Momoko. Ambas tienen varias confrontaciones a lo largo de la novela mientras van descubriendo poco a poco que son la cara contraria de una misma moneda y que quizás pueden aprender una de la otra. Esta novela fue un gran éxito en su momento y a día de hoy sigue siendo una de las referencias más conocidas de toda la subcultura que nos ocupa. No sólo por su gran humor y toque ácido, sino porque no deja de ser una carta de amor al lolita. Pero crear una carta de amor hacia este era, de cualquier forma, necesario. En la mal idolizada Japón, hasta antes de Kamikaze Girls y la popularización de esta tribu, las pertenecientes a esta tribu urbana llegaron a vivir multitud de agresiones verbales e incluso físicas, por lo que humanizarlas y demostrar quiénes eran, o que simplemente tenían derecho a existir, fue una labor muy importante que debemos de agradecer profundamente a Takemoto.  

Igual de importante es también que no se oculten las facetas negativas dentro de la propia subcultura, y Kamikaze Girls consiguió esto sin ridiculizar a su protagonista y motivaciones, sino haciéndonos ver que igual Momoko a veces se pasaba de rosca, que era una chica demasiado engreída, materialista, hedonista y autocomplaciente. ¿O no era así en realidad? Varios de estos atributos se podrían considerar parte del lolita con una óptica positiva: Momoko es una chica segura de sí misma, que sabe lo que quiere y necesita, sabe lo que vale, y viviendo en un pueblo en el que nadie entiende sus motivaciones o sus intereses, ha salido bastante bien parada dentro de lo que cabe. Además de eso, sabe perfectamente y reconoce, como ídolo punk que también es, que el trabajo es una estafa y que el sueño de su vida no es poner cafés en una oficina hasta que encuentre un hombre que le pida matrimonio y que le haga retirarse de su vida laboral para poder educar a sus criaturas. El sueño de su vida es dedicarse a ella misma, a tejer, beber té y a relajarse en su jardín decorado al estilo rococó. ¿Qué hay de malo en conocerte y que no te importe lo que digan los demás de ti mientras tu estés a gusto? 

Pero Momoko poco a poco se va dando cuenta de cómo sí que hay algo errado al respecto de como ve el mundo: necesita amar. Y no amar en un término romántico necesariamente, sino acercarse a los demás. Al final, esa coraza que ella misma se colocó sobre sus hombros, basada principalmente en no depender de nadie y solo pensar en ella misma y sus placeres, le llevó a crear una narrativa en la que ella era superior a los demás por entender algo que ellos no comprendían y que, en instancia, la alejó de su familia y todos sus posibles amigos. La importancia de la obra reside en como Momoko va a aprendiendo que quizás no es tan independiente como ella creía y necesita tener amigos, abrirse a los demás y tratar de ser más flexible, aunque no deje de ser fiel a ella misma. E Ichiko es sumamente importante en este proceso, pues además de no pertenecer a la subcultura de Momoko, es dependiente, llorona, pasional, violenta y jura fidelidad y protección a cualquier persona a la que quiera. Ambas dos aprenden una de la otra a lo largo de la historia, y el mensaje final es que Momoko aprende a querer y a dejarse querer incluso por la más inesperada de las personas.

Ichiko y Momoko se complementan mutuamente// ©Amuse Inc

Tampoco vayamos a ignorar, de todas formas, que si bien todos estos detalles de la personalidad de Momoko son francamente reprobables, son un resultado del ya mencionado maltrato hacia las lolitas de la época. Si bien la mayoría de lolitas que nos imaginamos en la ficción deben de ser dulces, inocentes y hasta un poco tontas, las lolitas reales no han de ser así necesariamente. No hay nada de malo en ser lolita y actuar de forma cándida o de escribir personajes así. Han de existir. Pero el caso es que en la vida real, —sorpresa— las lolitas son personas, y como tales tienen sentimientos, problemas y defectos totalmente individuales. Y no podemos pretender que, tras años de acoso, sexualización, y en esencia, dolor, todas estas personas deban de cumplir obligatoriamente una serie de características amigables derivadas de lo que esperamos de la ropa y complementos que llevan para que nosotros las respetemos. Al final, si eres vejado por la mitad de tu sociedad, quizás pueda ser hasta lógico desarrollar una estrategia de defensa que implique hacerte de más y aislarte por el posible miedo a que ser rechazado, más si tu sociedad es una tan basada en el grupo como es la japonesa. 

Del libro de Novala Takemoto podríamos hacer un artículo hablando largo y tendido, pero esta biblia lolita tiene varias adaptaciones a distintos medios. La más conocida de estas es la película homónima del 2004, de Tetsuya Nakashima, director de la película de culto Confessions. Antes que nada, es necesario agradecer a Nakashima y a todo su equipo el haber ayudado a popularizar del todo esta magnífica historia y convertirla en el estandarte que hoy es. Dicho eso, existe un problema que hace que la adaptación no sea del todo ideal, y es el tono. La película torna en un giro más cómico y absurdo que el libro, casi histriónico por momentos. Esto, de primeras puede no parecer un problema, pues mientras uno ve la película es hasta un añadido divertido y que hará que uno la recuerde más. Incluso como ha sido mencionado antes, ya en la novela se veían trazas de ese toque ácido e irónico por parte de Takemoto. Pero, aunque duela decirlo, el filme parece a ratos que no se toma excesivamente serio el drama que sustenta la historia original, o incluso, que no se toma al propio lolita tan en serio. Existe un momento en el que Ichiko ayuda a Momoko teniendo que vestirse como ella para una sesión de fotos, y mientras que en el libro es más bien un gesto de amabilidad por parte de Ichiko para demostrar lo mucho que quiere a Momoko y su fidelidad característica de yankī, en la película se muestra más como un momento de cierta burla en el que parece como si Ichiko hubiera sido arrastrada de forma penitenciaria, porque, “¿llevar ropa lolita de repente? Es simplemente rídiculo”. 

Quizás también partimos de una perspectiva viciada, y al final si adoras tanto el libro es relativamente sencillo tender a sobreanalizar esta obra, sobre todo porque tampoco es mentira que la propia versión original estaba escrita bajo cierto tono sarcástico y ácido que complementaba bastante bien el mensaje. Pero es que además en la adaptación se echa en falta otra cosa que se podría considerar capital, y es que Momoko en el libro es la narradora de la historia y, por consiguiente, constantemente nos cuenta qué es para ella el lolita, qué implica y por qué toda su vida se basa en querer formar parte de esta subcultura. Lógicamente, en una película no van a poder hacer esto, simplemente porque el formato de contar historias cambia en gran medida dependiendo del medio, pero supone un cambio destacable respecto al tono total de la obra, pues al final esto supone que la adaptación carezca de parte de la empatía que esta misma defiende, convirtiendo al personaje en una caricatura extraña. De hecho, todos los personajes pasan a ser caricaturas en cierta medida, pero el caso que preocupa especialmente es el de nuestra lolita porque, al final, es la que se ve más afectada por este. 

La otra adaptación, no tan conocida, de esta novela fue un manga. Este contaba con las ilustraciones de Yukio Kanaseda, y lo que se deduce de leer las propias páginas es que su dibujante fue solo parcialmente guiada por Novala Takemoto en el proceso de este manga. Lo curioso es que adapta en un solo capítulo todos los momentos claves de la novela y por otro lado continua con dos capítulos más para contar qué fue de concretamente de Ichiko, puesto que el arco de Momoko estaba perfectamente cerrado. El capítulo que funciona como adaptación de la obra está claramente hecho para quienes ya eran fans asentados, tanto del libro como de la película, pues todo está bastante resumido. Pero son curiosos los detalles en los que decide detenerse y poner más énfasis, como por ejemplo, un momento en el que Ichiko estaba triste en el libro y es ayudada por Momoko. El par de capítulos que le siguen también son bastante interesantes, pues se centran más en la trama romántica de Ichiko ya establecida y —aunque la tendencia de sostener que Kamikaze Girls es en realidad una historia de amor sáfica no es minoritaria—, el breve arco de la coprotagonista es bastante dulce y le aporta un final más que justo a su arco amoroso y de desarrollo personal, además de adentrarse en ciertos aspectos acerca del género y sus expectativas, completando el discurso que Kamikaze Girls conseguía en su entrega madre. 

Uno de los momentos más dulces de toda la obra// ©Viz Media

Entonces, ¿qué podemos sacar de todo esto? ¿Es recomendable evitar la película porque su tono es demasiado caricaturesco respecto al libro original? ¿Es el manga mejor? En realidad, como ya hemos mencionado, la adaptación cinematográfica ayudó a la gran difusión de esta preciosa historia y a que las lolitas pasaran a ser algo más común y aceptado en la sociedad mainstream japonesa, e incluso algo admirado y seguido por otras tantas personas que llegaron a conocer de esta subcultura alrededor de todo el mundo. Además de eso, la película es en sí bastante divertida y cuenta con una de las cinematografías más interesantes podréis ver en mucho tiempo, seña de identidad de su director. Por otro lado el manga es más fiel y cuenta con puntos interesantes, pero, entrando a título personal, si me preguntan qué adaptación me gusta más de las dos, la respuesta la tengo bastante clara. Es sólo tratar de tomar en consideración que quizás se podrían haber tomado decisiones distintas para que la idea del lolita fuese considerada con todo el respeto con el que fue creado. Tampoco tiene que ser una producción irrespetuosa con este de por sí, pues al final, todos sabemos que una obra no ha de ser exactamente igual que la que adapta; ya sea porque el formato no puede aceptar ciertas técnicas, la duración es bastante menor, o simplemente porque es una obra traducida, interpretada y desarrollada por una persona distinta a quien creó la anterior. Pero tampoco debemos de tomar esto como que no podamos destacar, al analizar ciertas adaptaciones, que parece que el mensaje que se trataba de dar era uno parcialmente distinto.  

Sea como fuere, Momoko e Ichiko nos enseñan en todos sus formatos una historia divertida, entrañable y que trata temas tan importantes como son el género, aprender a ser más flexibles, a respetarnos, a dejarnos querer y, además, moda, mucha moda. Desde Futoi Karasu no podemos más que animaros encarecidamente a ajustaros vuestros pololos y a subiros a la moto más pandillera que veáis para adentrarse en una de las mejores historias de amistad que existen en la ficción japonesa. Lolita is not dead

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