Live Action en el manganime (parte 1): el adaptar sin entender

El lenguaje, a la hora de adaptar una obra, tiene muchas formas y colores, pues trasladar un producto cultural determinado a otro medio no es tarea fácil. El propio contexto y vehículos que maneja impide que trasponer las cosas de un lado a otro de forma literal no solo sea la opción menos recomendable, si no posiblemente la receta al desastre. No comprender el medio en el que estás moviendo dicho producto, pensando que la literalidad ayudará a que sea más «fiel» la obra adaptada, solo llevará al desastre y a no trabajar en la industria durante unos años.

Obviamente estoy exagerando, pero es innegable que adaptar influye totalmente en la percepción de la obra y de lo que le rodea. El Señor de los Anillos es el clásico ejemplo de una «buena» adaptación, y aún así, difiere en muchas cosas de la obra original, como el uso de un tono más oscuro y el enfoque en las partes más activas de los libros como las batallas o los enfrentamientos. Además de todo lo que se pierden en resumir una saga de seis libros en tres películas. Y aún con todo consiguieron crear un hilo narrativo espectacular que ha llevado a la saga a ser elogiada hasta la actualidad.

Las películas del Marvel Cinematic Universe (MCU para abreviar) son una adaptación muchísimo más libre de los cómics homónimos en los que se inspira, para traernos algo más cercano y sencillo de entender. Teniendo la fortuna de dejar a un lado las mil y una etiquetas de recomendación de lectura de este último, lo cual es un problema que tampoco es culpa enteramente de la industria, son personajes de más de 60 años de historia. El MCU no solo cambia el formato y cuenta una historia más dinámica y digerible de disfrutar, también actualiza y contextualiza a un mundo moderno donde giran las distintas aventuras de los superhéroes.

El MCU es quizás de las adaptaciones más exitosas y con múltiples iteraciones en el futuro. /©Marvel

De la misma forma que hay adaptaciones que acaban en buen puerto, también las hay en grandes cantidades que fallan miserablemente. Y las que cogen mangas o anime suelen caer en la segunda casilla. Demasiadas veces.

Hay algo en la codificación del lenguaje visual del manganime que hace difícil trasladarlo a algo que se asemeje a la realidad, y más si tiene esta que resultar efectiva. Podrán calcar escenas, frases o interpretaciones. Pero siempre hay algo que chirría, algo que se siente fuera de lugar, que no funciona. Da igual que trate de ser más fiel o más libre en su interpretación, nunca se convierte en ese producto que puede igualarse a su homónimo del que adapta. Mucho menos que acabe teniendo más poso.

Por poner un ejemplo, el primer live action de Death Note es bastante fiel al material original, al menos hasta cierto punto concreto en donde empieza a ir por unos derroteros bien distintos. Hay planos, personajes y demás elementos del manga y anime que se respetan, sí, pero en su paso por emular la obra que adapta pierde identidad. Desde luego no es el festival de la locura que pueden ser otras adaptaciones tan fieles al original, pero aún así, sigue estando esa mosca detrás de la oreja que la hace seguir sintiéndose innecesaria. ¿Para qué contar la misma historia exactamente tal cual cuando el material original lo hace mejor sin duda? Igualmente, luego llegaron a hacer versiones que alteraban parte de la obra, yendo por otros caminos, pero no es algo que, desde luego, la gente recuerde precisamente.

Planos calcados a las viñtetas del manga, y aún así, no consiguen transmitir ni la mitad de lo que hace el material original. /©Shonen Jump

La infame versión de Netflix trata de construir algo nuevo, sobre todo por el cambio de localización: ahora es Estados Unidos donde Kira realiza su misión de convertirse en Dios. O así sería, si no fuera porque Light Yagami, aquí relocalizado como Light Turner, es un personaje muy pero que muy diferente de su contraparte nipona. Más infantil, menos avispado y desde luego mucho más abiertamente psicópata que aquel asesino ególatra que, por sus propios errores, acabó cayendo. La idea, en abstracto, no suena mal, el problema es que la ejecución es extremadamente pobre. Los personajes actúan sin ninguna lógica, el transcurso de la trama es abrupto, el tono cambia constantemente sin ton ni son, tiene escenas que llegan a dar genuina vergüenza ajena.

Y a pesar de la enorme cantidad de traspiés que da, veo genuinamente cosas interesantes que tocar, porque el problema de la película no son los cambios en sí. Es la forma, el cómo los construye y define. No tiene ninguna justificación, por eso me quiero centrar en lo conceptos que toca más en abstracto, no su desarrollo. Porque os aseguro que, aunque la peli tratase de emular de forma totalmente fidedigna a su obra prima, seguiría siendo un tren en llamas descarrilado hacia una presa.

Aunque hay que reconocerle que los momentos de comedia involuntaria fueron desternillantes, también para echarse a llorar, pero desternillantes. /©Netflix

Adaptaciones de manganime hay a patadas, a cada uno más horrendo, innecesario o indiferente. Mucho que sacar y no el tiempo suficiente para contar. Por eso, esto se quedará como el primer capítulo de una serie donde se centrará en aspectos particulares de estas conversiones apócrifas de productos mucho mejores. Y ver qué es lo que falla y acierta. Porque el cine de superhéroes ha conseguido crear un mercado muy poderoso dando en las teclas adecuadas, puede que los videojuegos sean los siguientes, ¿pero el manganime? Quién sabe, por ahora la respuesta es clara: adaptar a Live Action una de estas producciones japonesas parece más un intento de quemarse a lo bonzo que un genuino ejercicio artístico.

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