Nunca he sido una persona especialmente apasionada por la ciencia; más bien al contrario. Esto se debe en gran medida —quiero creer— al empeño del sistema educativo en transformar la ciencia en algo aburrido contra lo que debes luchar para resolver más que entender y apreciar. En mi experiencia, que no tiene por qué ser universal ni mucho menos, las asignaturas de ciencias se basaban en una cantidad ingente de fórmulas que había que aprender y aplicar en abstracto, vomitarlas, y cero comprensión y visualización práctica. ¡El colegio en el que estudié ni siquiera contaba con laboratorio! Y por eso no es de extrañar que acabara cansada y decidiera tirar en Bachillerato por la rama de letras, carrera que a día de hoy no he abandonado, por supuesto; y es que además se me daba fatal toda la parte de fórmulas y demás, aprobé Matemáticas con un cinco raspado, y lo mismo con Física y Química.
Así pues, no os sorprenderá saber que mi nivel de conocimiento científico se quedó en 4º de la ESO, y mi interés por la materia no ha ido mucho más allá de ver algunos documentales al respecto en todos estos años.
Sin embargo, en 2019 descubrí un manga que no esperaba que me enganchara, pero que, desafiando todas mis expectativas, me acabó encantando. Estoy hablando de Dr. Stone, guionizado por Riichiro Inagaki (Eyeshield 21) y con dibujo de BOICHI (Sun-Ken-Rock). Ahora que ha acabado recientemente, pensé que era buena idea dedicarle un artículo, pues pienso que lo que propone y consigue Dr. Stone es muy importante.

Ya desde el principio, la trama es poderosamente atractiva para el lector, debido en gran medida a que no se hacen muchos mangas así: un día, de forma misteriosa, toda la humanidad queda petrificada, y así transcurren miles de años, por lo que, como es lógico, sin seres humanos que la perpetúen, nuestra civilización moderna se va al garete. Senku es un genio científico adolescente y despierta de la petrificación tres mil años en el futuro con un objetivo muy claro: restaurar la civilización del siglo XXI a través de la ciencia. Y con esta premisa interesantísima me embarqué en la lectura y llegué a una conclusión que hasta entonces, con veintitantos años largos ya, se me había escapado y que Dr. Stone me mostró: la ciencia puede ser divertida. Y lo es.
Y así fue como un manga consiguió lo que no pudieron hacer años de escolarización: que me interesara por la ciencia; pero no solo descubrí que la ciencia es interesante (pues en Dr. Stone vemos la aplicación práctica de la misma), sino también que es necesaria e importante. Me atrevo a decir aquí que muchas veces pasamos por alto o no somos conscientes de que tenemos acceso a miles de cosas que usamos de forma cotidiana gracias a la ciencia; empezando por nuestro inseparable teléfono móvil, pero continuando por casi todo lo que nos rodea.
Y no solo eso, sino que el ser humano ha sido capaz de llevar a cabo cosas que en el pasado —en un pasado no tan distante, además, todo hay que decirlo— serían impensables. Si nos ponemos a pensarlo, hemos fabricado vehículos que no necesitan ser tirados por animales, trenes de alta velocidad, hemos volado y también hemos surcado el océano por encima y por debajo. Hemos viajado al espacio y a la luna y todo esto ha cambiado nuestras vidas de forma muy significativa. Si alguien que vivió hace dos siglos viajara a 2022, podemos afirmar casi rotundamente que se sorprendería por nuestro nivel de progreso.
Dr. Stone precisamente hace hincapié en todas estas grandes hazañas, pero también en lo más cotidiano y pequeño. Dos de mis momentos favoritos de la serie, sin entrar en spoilers demasiado profundos, tienen lugar cuando Senku —con ayuda de sus amigos, como siempre, pues aunque los autores nos lo muestran como un genio, nunca habría conseguido nada sin la ayuda de los demás; al final la ciencia es fruto de un esfuerzo colectivo y no de unas pocas mentes brillantes— vuelve a iluminar el mundo tras milenios de ausencia de electricidad, esa amiga invisible (y, por desgracia, últimamente cara) a la que tanto debemos a diario… Y el otro momento ocurre cuando Suika vuelve a ver el mundo tras fabricarle Senku unas gafas. ¡Las gafas, ese invento imprescindible y necesario para quienes padecemos problemas de visión! ¿Qué haríamos sin ellas? Es casi imposible no soltar una lagrimilla de emoción durante esta escena, especialmente los que nos sentimos identificados con Suika.

A este tipo de cosas me refiero con que la serie nos hace valorar cosas tan básicas, pero al mismo tiempo tan necesarias y a las que normalmente ni siquiera prestamos atención y damos por hechas. Pero aún quiero incidir en un aspecto más, uno importantísimo, pues constituye nuestro carburante, la base misma de nuestra vida: se trata, sin ir más lejos, de la comida y cómo la ciencia de la alimentación ha cambiado completamente la forma en que nos nutrimos; desde procesar cereales para crear pan y pasta, que aportan una gran cantidad de energía, hasta modificar alimentos para que duren y puedan servir en largas travesías.
Creo que a estas alturas los lectores ya deberían ser conscientes de a qué me refiero cuando dije que Dr. Stone había suscitado en mí un interés inusitado por la ciencia, precisamente porque me hizo ver la importancia de la ciencia en absolutamente todo lo que nos rodea a diario.
Pero, por supuesto, como casi todo lo que concierne a la humanidad —y creo que aquí no pillaré a nadie por sorpresa—, la ciencia también se ha empleado para fines menos loables. Sin ir más lejos, la ciencia ha sido parte decisiva para ganar guerras. Esto también aparece en Dr. Stone, aunque de una forma mucho más amable y didáctica, en el arco de Stone Wars, que fue el último adaptado a anime.

También podría hablarse de cómo el capitalismo salvaje moderno ha corrompido la ciencia —porque el capitalismo, no nos cabe duda, destruye todo lo que es bueno— y cómo ese afán de progreso infinito está suponiendo paradójicamente la destrucción progresiva de nuestro bello planeta, aunque por desgracia Dr. Stone no trata estos temas tanto como me gustaría personalmente; si bien ensalza la parte positiva, apenas tiene en cuenta el lado negativo, supongo que porque tampoco hay un especial afán crítico más allá de algunos puntos precisos.
Igualmente, me gustaría quedarme con lo positivo y con lo importante, que al final es por lo que decidí escribir estos párrafos dedicados a una serie que ha conseguido algo que creo difícil y bueno: hacer que mucha gente se interese por la ciencia. Y es que mientras doy forma a estas palabras he llegado a una conclusión que considero absolutamente incuestionable: sin la ciencia, este artículo ni siquiera habría sido posible.
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