Todos y todas hemos experimentado esa sensación alguna vez a lo largo de nuestra vida. Comenzar un libro con una portada preciosa, un título impactante y cuyo prólogo nos promete mucho para, poco después, empezar a darnos cuenta, casi a regañadientes, de que la obra no va a colmar las expectativas que ella misma estaba despertando en nosotros hasta el momento. Escuchar un álbum entero por un single que más que single es temarráncano, y que no te puedes quitar de la cabeza, y terminar más aburrido que una ostra. Obviamente este tipo de fenómenos no resultan ajenos al anime y hoy os traemos algunos animes que podríamos considerar como los coitus interruptus más destacables —un abrazo a Jaime Altozano por la aplicación del pintoresco término al presente contexto— del medio. No hablaremos en ningún momento de obras «malas» o «buenas» —si permitís la personificación, quien esto suscribe ni siquiera cree hoy en día en tal dicotomía maniquea al hablar de piezas artísticas— pero sí de títulos que de entrada prometían una cosa y, para bien o para mal, terminaron ofreciendo otra muy diferente, que enfrió lo suficiente los ánimos generales como para que ciertos sectores de su público se hiciesen eco.
Sword Art Online
El inicio de SAO, especialmente cuando nos referimos a su primer capítulo y a parte del segundo, es quizás uno de los más atrapantes de su década. El género isekai no estaba aún tan contaminado por los videojuegos y la propuesta que arrojaba la adaptación audiovisual de las novelas de Reki Kawahara resultaba fresca y novedosa. Partía de un tropo ya usado, como por ejemplo en .Hack, como era el quedarse atrapado en un videojuego, pero aprovechaba para retorcerlo macabramente, para añadir que si morías en el juego lo harías también en la vida real. Generaba con ello un peso y una tensión muy notorios. No sólo eso, sino que enfrentaba a los personajes consigo mismos, les hacía afrontar su propio aspecto en lugar de un avatar idealizado. Estaban metafóricamente desnudos ante el peligro de sus vidas. Con todo esto, lo que lograba SAO era que los espectadores pudiésemos sentir en nuestros huesos la sensación de desamparo y miedo que imperaban en la playerbase de Aincrad y nuestra sangre hervía junto a la de Kirito cuando la acción llamaba a la puerta. Tras ese inicio fulgurante todo se fue al garete, el ritmo de la serie comenzó a ser un sinsentido, su trama se distorsionaba y difuminaba y el autor comenzó a repetir la fórmula hasta la saciedad en varios mundos cibernéticos diferentes. Al menos siempre nos quedará SAO Abridge.
Kotoura-San
Podrían haber seguido desarrollando un inicio interesantísimo sobre cómo el superpoder de su protagonista, que puede leer las mentes ajenas, ha afectado irremediablemente a sus relaciones interpersonales durante su vida escolar, tanto al respecto de su familia como en lo tocante a sus compañeros de centro educativo, o podrían haber ignorado todo esto para convertir la serie en una suerte de romcom extraña sin mucha personalidad. Adivinad qué camino tomaron sin pestañear los creadores.

Tokyo Ghoul
SAO había sido, pese a todo y de largo, el anime más popular de 2012 y un par de años después, la serie de Studio Pierrot que nos ocupa, que adaptaba el manga de Sui Ishida, se coronó con la misma contundencia como serie nipona más famosa del momento. Paradójicamente, adolecía de un problema muy similar. Los acordes de la canción de opening, la fantasmagórica Unravel, nos introducían en una suerte de thriller sobrenatural donde un pobre adolescente con síndrome de Shinji Ikari se ve, aparentemente por azar e infortunio, convertido en un ghoul, especie humanoide similar al homo sapiens pero con poderes y con la necesidad de alimentarse de carne humana. Desde el inicio, la tensión se mascaba en cada una de sus escenas —la desesperanza de Kaneki cuando descubre que su cuerpo no tolera la comida normal y su revuelo zozobrante en la despensa es una escena realmente magnífica— y la confrontación entre las formas de vida ghoul y humana, las diferencias entre sus sociedades, unos necesitados de comer personas para simplemente poder sobrevivir y otros intentando exterminarlos por el peligro que conlleva su existencia para el mantenimiento de la sociedad; así como el papel del protagonista como eslabón perdido entre ambas especies, con el necesario conflicto personal de turno y la dicotomía ante qué camino vital tomar, conformaban un cóctel que, si bien otras veces había sido visto —Parasyte, sin ir más lejos— quedaba puesto sobre la mesa de una forma realmente atractiva. Y tras ese inicio monolítico y prometedor, el resto de capítulos se enfrascaban en interminables combates de monstruos que digievolucionaban sin cesar, en un elenco de personajes que se ampliaba de forma absurda y descontrolada desde el ecuador de la temporada y todo el conflicto personal prometido quedaba diluido en una amalgama de consignas edgys. Y como Dios sí castiga dos veces, luego llegó Tokyo Ghoul √A, pero eso da para otro artículo. ¿El manga original de Ishida, mientras tanto? Descomunal en el diseño artístico y la narrativa visual, una auténtica joya para los ojos.
Guilty Crown
Dice el refrán que quien mucho abarca poco aprieta y Guilty Crown es un ejemplo perfecto de ello. La que iba a ser la joya de la corona de Production I.G. se ahogó en su propio mar de posibilidades. Sobre el papel, y de inicio, la cosa pintaba prometedora. Ciencia ficción con presencia mecha, adaptada a las necesidades del público del siglo XXI, con diseños atractivos, un casting de lujo, una banda sonora a cargo de EGOIST —grupo intra y extradiegético nacido para la ocasión, pero que surgía de los mismísimos Supercell— y una historia que se veía a la legua que iba a estar llena de giros de guion trepidantes. El problema de Guilty Crown es que nunca, ni una sola vez desde su inicio, llegaba a decidir qué quería ser exactamente. Si una serie de acción de mechas y poderes, si una historia decadente sobre la lucha idealista contra el sistema corrupto o si una especie de survival postapocalíptico, diluyendo completamente las ideas iniciales conforme avanzaban los capítulos y volviendo a ellas cíclicamente, para desestimarlas de nuevo en su recta final. Que sus personajes entrasen y saliesen caprichosamente de la narración sin lograr dejar su impronta no ayudaba.
Kanata no Astra
Nos ocupa una obra que sufre del síndrome de SAO, pero comprimido a más no poder. La primera decena de minutos es, probablemente, lo más interesante que puede aportar esta serie de 12 episodios. A partir de ahí, la propuesta se pierde en una fórmula reiterativa que intenta jugar con el espectador a dos bandas, sin lograr hacer funcionar ninguna de ellas.
Charlotte
Lo tenía todo para ser la nueva Angel Beats, incluso su primer episodio destilaba personalidad por los cuatro costados. Después de eso, la comodidad más absoluta, la falta de originalidad más terrible y el anticlimatismo puro.
Bleach
El caso de la obra de Tite Kubo es especialmente traumático y no sólo porque, a diferencia de Tokyo Ghoul, su pecado sea compartido de igual manera por anime y manga, sino porque al pertenecer a la familia de los nekketsus longevos, la confianza del espectador se fragua a fuego lento, y el descenso a los infiernos es también mucho más progresivo. Cuando te das cuenta, llevas 300 capítulos y no sabes por qué has empleado tanto tiempo en ver esto cuando podrías haber empezado una ingeniería. La Sociedad de Almas es un arco excelso, que brilla entre lo mejor de lo mejor de su género y puede mirar de tú a tú a los momentos álgidos de cualquier otra obra de su familia. Está lleno de emoción, acción a raudales, personajes carismáticos e incluso un mundo a descubrir sólido y funcional. A partir de ahí la cuesta abajo no tiene fin —y el anime, hasta ahora, tampoco lo tenía—.

Fuuka
Seo Kouji es un autor con el que resulta extremadamente sencillo mantener una relación de amor-odio bastante tóxica, como sabrá cualquiera que haya leído Suzuka o Kimi no Iru Machi, sus dos mangas más reconocidos, pero sus historias largas casi siempre tienen un algo que hace que, si te quedas hasta el final, dejen una fuerte huella en tu recuerdo. Sin caer en destripes, la versión impresa de Fuuka, secuela indirecta de las dos publicaciones mencionadas, tenía tras su primer e iniciático arco un plot twist descomunal, un evento que marcaría toda la narración posterior, la forma de entender a los personajes. Proponía un nuevo punto de partida muy valiente y terminaba funcionando como era debido. Curiosamente, en su adaptación al anime decidieron que ese giro no tendría lugar y, tras un inicio que hizo creer a los seguidores del manga que podrían disfrutar de una historia sobre la superación de la pérdida y la persecución de los sueños adolescentes conforme entras en la vida adulta, se les dejó a estos con un palmo de narices y un melodrama adolescente lleno de fanservice.
Shingeki no Kyojin
[Redacted]
Madoka Magica
Como particularidad al respecto de este artículo y excepción a la norma imperante durante el mismo, sin querer entrar mucho en terreno de spoilers, la serie de Studio Shaft demuestra que una obra también puede cambiar drásticamente su propio paradigma tonal e incluso, en cierto modo, argumental y con ello no sólo no decepcionar, sino encandilar a la audiencia y crecer cualitativamente hasta cotas insospechadas. Aquello que parecía en sus comienzos un anime más de magical girls, cuqui y con un trabajo artístico y musical superlativo pero sin mucho más que ofrecer se termina convirtiendo en un abrir y cerrar de ojos en una obra madura, adulta, un apesadumbrado tratado utilitarista y agridulce sobre la responsabilidad, el sacrificio y el amor más doloroso.
Cuando vi «Madoka Magica» en la entrada los ojos me hicieron chiribitas pensando «coño, por fin más gente criticando esa cosa de serie», pero… otro comentario de siempre sobre que «magical girls maduras no sé qué». Ahí el del coitus interruptus he sido yo.
La verdad, como apreciador de las magical girls y los tokusatsus creo que… bueh, una serie de magical girls más, pero haciéndose la guay y diferente cuando la rueda se reinventó hace mucho sin hacerse tanto la angst. Creo que su impacto ha hecho más mal que otra cosa, porque las series que quieren «copiarla» me parecen hasta más mediocres aún.
En fin, que la lista es… sí. Quitando lo del final son series bastante fiasco. Aunque lo de Charlotte creo que es que ni la serie sabía de qué iba desde su mitad.
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