El mito de la objetividad

«Máteme usted, pero no me mienta«

Luis Aragonés Suárez (1938-2014)

No, una reseña tradicional jamás puede ser objetiva. El que diga que sí, miente a los demás y se miente a sí mismo. Podría haber empezado el artículo con palabras más suaves, pero supongo que haberme pasado años leyendo comentarios abisales contagian dicho abismo a cualquiera.

A vosotros también os habrá pasado. ¿Quién no ha leído algún comentario tipo «tu reseña no es objetiva» o «tu opinión es una cosa y la realidad otra»? Hay treinta variantes de cada comentario posible, pero el denominador común que las engloba es la búsqueda perenne de una vara de medir que se ajuste a la nuestra. Immanuel Kant, en su obra Crítica del Juicio (1790), expone que el juicio estético es, en su subjetividad, objetivo, pues produce información con características objetivas. Es decir, que la experiencia estética es algo subjetivo que no se puede replicar, puesto que pertenece a la experiencia personal de cada receptor, pero cada una de esas experiencias permanece ahí de forma innegable. Así, lo que se forma es el consenso, que a la larga es lo que da forma al canon. El lingüista y profesor israelí Itamar Even-Zohar, de tradición estructuralista, desarrolló a finales de los años 70 la Teoría de los Polisistemas, centrada en la crítica literaria.

A grandes rasgos, esta teoría trata de explicar la posición del canon literario — aunque lo voy a coger para hablar del canon cultural, claro — y cómo se ve alterado con el paso del tiempo. Even-Zohar distingue dos categorías, centro, el canon vigente, y periferia, aquellas obras que aspiran a entrar en el canon. A través de las tensiones constantes entre esos dos grupos, el canon muta constantemente, si bien hay obras que parecen inamovibles desde el canon, no sucede lo mismo con la mayoría, algo que es aplicable en paralelo con dicha periferia.

«No hay nada más objetivo que una imagen trucada«. Winston Churchill / ©Reddit

Aquí entraría en juego la «problemática de Metacritic«. Metacritic es un portal que recoge notas de una serie de portales que se dedican a la crítica cultural en diversos ámbitos y elabora medias y rankings en base a dichas notas. También recoge, por supuesto, notas de usuarios registrados. Al final, el interés de Metacritic reside en el baremo a través del esquema mental que hemos creado en base a unos condicionantes. Durante muchos años, y me incluyo, hemos consumido revistas de videojuegos en las que cualquier juego grande mínimamente destacable recibía más de un 90 de puntuación. De la misma manera, todo lo que bajaba de ahí ya era considerado juego menor, sobre todo si bajaba de 80. Y no sé en vuestros institutos, pero en el mío un 8 raspado era una muy buena nota. Esta tendencia se ha relajado con los años, hasta el punto de que las notas medias en Metacritic se han reducido drásticamente y muy pocos juegos sobrepasan el umbral del 90 cada año.

Ahora bien, ¿hasta qué punto la prensa, la industria y el momento marcan la opinión general? ¿Evolucionan los criterios o existe una divergencia mayúscula entre prensa y público? De forma un poquitín tendenciosa, y con la perspectiva que otorga el tiempo, he seleccionado tres obras distintas rebuscando un poquito entre la hemeroteca del año 2010. Dichos juegos son: Fallout: New Vegas en el puesto 94 del año, con un 84 de nota. NieR en el puesto 514, con un 68. Deadly Premonition, con la misma nota media que el anterior, aparece en el puesto 520. ¿Qué ocurre con esos tres juegos? ¿Eran tan olvidables como para poner a casi cien juegos, o incluso medio millar, por delante? Se podría decir que eran periferia y el tiempo los ha colocado en un lugar de mayor privilegio, ya sea en un estatus de culto o de clásico. NieR incluso ha recibido un remake que pule ciertas asperezas del original. Existe una distancia entre la crítica que, si bien ha evolucionado, sigue siendo conservadora, y el público, que en más de un caso prioriza experiencias cuya mayor fortaleza reside en su personalidad, respecto a obras más pulidas pero de menor peso específico en la historia del juego. Así, obras que antes eran clara periferia han terminado entrando en el canon.

«Objetivamente hablando, este juego no merece un 97. Y si no, desmiéntemelo» / ©A3Media

Por supuesto, el videojuego no es el único arte en el que esto ocurre. Blade Runner (Ridley Scott, 1982), película de culto y pieza indispensable en la tradición Cyberpunk, fue un fracaso en taquilla que apenas cubrió los gastos de producción, pero que a la postre se ha consolidado como un clásico absoluto. ¿Era «objetivamente» una mala película cuando salió? De nuevo, la cacareada objetividad no deja de ser el fruto, tan maduro que sabe a rancio, de gente que pretende superponer su criterio al del resto con un prisma igual de subjetivo, pero tras una coartada profundamente insincera.

Un ejemplo claro es cómo el catálogo de clásicos, más allá de reavivarse con los años, ha agitado debates que, si bien estériles, no dejan de ser significativos de cómo las tendencias se adaptan a cada nuevo paradigma. La enésima patochada del Mejor Juego de la Historia™ y sus dos exponentes clásicos, Final Fantasy VII (Squaresoft, PSX, 1997) y The Legend of Zelda: Ocarina of Time (Nintendo, N64, 1998), que en el fondo no deja de ser guerraconsolismo noventero. A tenor del reciente galardón en la gala de premios The Game Awards, el juego elegido con tamaña distinción, no fue otro que Dark Souls (From Software, 2011). Se trata de otro juego con una recepción muy positiva ya desde el primer día… que, sin embargo, obtuvo un nada desdeñable 89 en Metacritic, situado en el puesto 32. Está claro que tuvo impacto desde el primer día, pero el boca a boca, su posterior lanzamiento en PC y el examen del tiempo ha sido muy benévolo con él. Hoy en día, los tres juegos son clásicos absolutos del medio, gozan del respaldo y la admiración de millones de jugadores y evidencian que tiene muy poco sentido hablar de mejores juegos cada 5 meses, por mucho que ese morbo alimente el contador de visitas. ¿Cuál de los tres es mejor? Siendo obras tan distintas y, al mismo tiempo, de tanto peso específico para sus géneros, emperrarse en esta encrucijada me parece igual de absurdo que hace veinte años.

Ocarina vs. FFVII. Messi vs. Cristiano. Futoi Karasu vs. SomosKudasai. Duelos de leyenda. / ©Nintendo & Square-Enix

¿Es posible elaborar un texto 100% objetivo? Claro, si lo deseas con todo tu corazón se puede hacer. Por ejemplo, es un hecho objetivo que Final Fantasy VII es un RPG de corte japonés, por turnos, encuadrado en el género de la Ciencia Ficción, con diseños de Tetsuya Nomura. Hasta aquí, es un comentario plenamente objetivo incluso si la calificación por géneros podría admitir disputa por parte del sector duro. Ahora bien, ¿trata bien sus temas? ¿Aprovecha al máximo las posibilidades que brinda su combate? ¿La ruptura estilística lo hacía «mejor» o «peor» que las entregas anteriores? Esos juicios, intransferibles y adscritos a contextos personales que oscilan incluso dentro de diferentes contextos de una misma vida, jamás van a ser objetivos. ¡Y tampoco podrían serlo porque no somos máquinas de procesar ficción! Una parte innegable del éxito de muchas obras reside en la situación en la que llegan a nuestra vida. Final Fantasy VII fue, para mucha gente, su vía de entrada al género. Nadie podrá cambiar eso, de la misma forma que un juego con 68 en Metacritic, desaconsejado por muchos y carne de cajón de ofertas como lo fue NieR, puede llegar hondísimo a quien sea capaz de ver más allá de sus aparentes impurezas, a modo de peculiar reinterpretación metatextual de La Bella y la Bestia.

¿A qué obedece esta constante búsqueda de la objetividad en la crítica? Al puñetero ego. A la reafirmación más básica del criterio propio como vía de asentar un sentimiento de pertenencia. Tenemos ejemplos a patadas, pero voy a seguir paseando en el barrio de Metacritic. Cuando The Legend of Zelda: Breath of the Wild (2017) salió al mercado, aclamado por la crítica y con una puntuación casi perfecta en la página de marras, un montón de usuarios, mediante la práctica denominada review bombing, redujeron sustancialmente la nota media otorgada por los jugadores, bajo la premisa de «es que el juego no puede ser TAN perfecto». No se trataba de un juicio de valor, puesto que no venía mayormente de gente que hubiese jugado al juego, sino de una pataleta global. A día de hoy Breath of the Wild goza de un estatus de clásico moderno que nadie le puede quitar, es canónico de principio a fin.

¿Qué supondría, entonces, el caso contrario? Las mal llamadas «opiniones impopulares». Se trata, en varios aspectos, de una situación similar. Hay resquicios de contracorriente, de sentimiento de pertenencia y, por supuesto, opiniones sinceras que respeto al 200%. Un ejemplo claro en mi caso: mi opinión acerca de Xenoblade Chronicles. J-RPG muy querido por prensa y jugadores desde su lanzamiento en Wii allá por 2010, publicado en un contexto ciertamente extraño para el género. Y, sin embargo, habiendo jugado a su edición remasterizada en Switch… difícilmente podría estar de acuerdo. Lo considero, sin duda, el peor Xenojuego hasta el momento en que salió y un bajón descomunal en la carrera de Tetsuya Takahashi como escritor respecto a Xenogears y Xenosaga. No lo tildaría jamás de mal juego, pero sí lo considero uno irregular en un género con innumerables exponentes que recomendaría antes. ¿Está equivocada la opinión pública? ¿Lo estoy yo? Por supuesto que no. Pero la forma en la que apreciamos cada obra no solo es intransferible, sino que parte de criterios y opiniones en constante cambio y con bagajes culturales. ¿Cómo podemos hablar de objetividad sin lograr la omnisciencia previa? Solo Dios y el doble de las escenas de riesgo de Qué Vida Más Triste lo saben. El resto de mortales nos conformaremos con ser terriblemente subjetivos, como el artículo que nos ocupa.

Playstation 2, la mejor consola de la historia. Lo dicen Joseba, Borja y un servidor. / ©La Sexta / A3Media

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