Debo reconocer que de fútbol la verdad es que sé más bien poco. No es un deporte que me apasione especialmente —soy más de volley—, pero es innegable que algo tendrá si logra atrapar a tantos millones de espectadores en todo el mundo. Lo he intentado viendo mil partidos, jugadas y análisis futbolísticos de todo tipo, pero nunca me ha dado el gusanillo. Y en las series tampoco es que haya tenido mucha mejor suerte, ni siquiera con fútbol más fantástico como el de Inazuma Eleven. Entenderéis entonces que, cuando me recomendaron Blue Lock, me enfrentase al manga con bastante escepticismo e ideas preconcebidas. Justamente, creo que si esperas un spokon del montón es cuando más te atrapa la obra de Muneyuki Kaneshiro y Yusuke Nomura.
La premisa es más bien básica: Japón ha perdido por paliza en el último mundial, el estilo de fútbol nipón no funciona y la Asociación Japonesa del Deporte parece bastante contenta con dejar las cosas estar y llenarse los bolsillos con el dinero que sacan de los partidos. Solo una joven miembro de este gabinete aspira a más, a transformar el fútbol japonés en uno capaz de traer la gloria en el deporte al país. Para hacer esto se pone en marcha el proyecto Blue Lock; encerrar a 300 jóvenes promesas del deporte en unas instalaciones deportivas de alto nivel con la idea de crear al mejor delantero del mundo. Nuestro protagonista, Isagi, entra de cabeza en este proyecto; acaba de perder el acceso a los nacionales en un partido y quiere convertirse en el mejor futbolista del mundo. Os prometo que aquí es donde acaban los tópicos del género.
La gracia de Blue Lock es que es un survival game. Está metido en el género justamente igual que Battle Royale, Alice in Borderland o Gantz. Dentro del Blue Lock se pone a prueba constantemente a los jugadores, y si no se logra avanzar a la siguiente fase del proyecto, se pone fin a la vida —futbolística, eso sí— del jugador. Perder un partido es perder la capacidad de poder representar jamás al país en cualquier tipo de encuentro deportivo. La pasión necesaria para avanzar en las durísimas pruebas del proyecto se convierte en un arma de doble filo. Y es Ego Jinpachi, el seleccionador y entrenador, el que se convierte en la figura central de todo este sistema despiadado; una suerte de Monokuma que, si bien no llega a los niveles de excentricidad del oso, cumple su rol de personaje malrollero y apasionado a la perfección. Trata a los jugadores como trozos de metal sin pulir, y les pone las cosas bien claritas: «El fútbol es un deporte que trata sobre marcar goles. Quien quiera sobrevivir al Blue Lock deberá convertirse en el egoísta más grande de este mundo».

Convertir un spokon en un juego de supervivencia es una idea brillante. Para empezar, porque da más dramatismo a cada momento que se vive dentro de las instalaciones, pero además porque tiene todo el sentido del mundo. El campo de juego es un campo de batalla y los jugadores se transforman en monstruos que hacen todo lo que está en sus manos por sobrevivir un solo día más. Cada partido es una batalla llena de tensión que solo se libera de forma parcial, porque el peligro de que nuestros personajes favoritos terminen fuera del proyecto es algo muy real. Y es extremadamente fácil encariñarse del elenco, de individuos con muchísima personalidad y capacidades bien definidas que fuera de los partidos bromean, viven y sueñan con convertirse en los mejores. Solo puede quedar uno, y al igual que le ocurre a los jugadores, apoyar a tu personaje favorito se convierte en un ejercicio de utilizar el ego, de desear que otro personaje pierda irremediablemente lo que bien podría ser la vida.
Es un ejercicio de compañerismo y traición que se sostiene gracias a pruebas futbolísticas muy bien ideadas; desde un pilla-pilla con el balón, marcar 100 goles en una determinada cantidad de tiempo o robar jugadores de otros equipos tras vencerles en un partido. Quien era aliado en un partido anterior se convierte en enemigo al instante siguiente. Aquel personaje que tan bien nos caía hace 10 capítulos se transforma en un monstruo sin piedad cuando aparece en el equipo contrario. El manga tira por el terror, no solo en el planteamiento, también en el dibujo. Las expresiones faciales de cada jugador son una maravilla. Al sudor típico del spokon se le unen el horror, el miedo, la angustia, todo potenciado por la idea de que este partido, literalmente, podría ser el último de sus vidas.

No es secreto ninguno que el spokon vive o muere por sus metáforas. En Haikyu!!, por ejemplo, teníamos la idea de volar y de las aves. En Blue Lock, la metáfora principal es el ego, entendido no solo como autopercepción o como egoísmo, sino también como la capacidad de supervivencia y de evolución. Es típico en el género que a los personajes se les ocurran técnicas nuevas, estrategias y contraataques constantemente, pero este manga sabe hacerlo de la manera más orgánica posible. Cada evolución en los jugadores es propiciada por el entorno que les rodea, por las experiencias que viven en cada partido. El miedo a la muerte futbolística se convierte en un hervidero de ideas, la desesperación del survival game en un motor que propicia la evolución de cada jugador. Y lo mejor de todo es que casi todos los futbolistas del manga comienzan en un punto más o menos equitativo de nivel. Hay excepciones, pero son pocas. Les vemos mejorar en cada enfrentamiento. Tanto compañeros de equipo como rivales evolucionan de forma orgánica en cada partido, y esa evolución, cuando sucede la traición de la que os hablaba antes, propicia nuevas reacciones químicas en los personajes del manga. La mejoría de unos hace mejores a otros, el robo de ideas, de conceptos en cada partido, se convierte en los power-ups típicos del shonen. Nada surge de la nada, todo es trazable a jugadores y partidos que se han experimentado previamente en la trama del manga. Solo puede quedar uno, y será aquel que sepa adaptar las técnicas de todos sus rivales a sus propias capacidades.

El trabajo en el apartado artístico es sublime. Ya mencionaba las expresiones faciales de cada jugador, llenísimas de vida, pero es que las escenas de acción son una chaladura. Es imposible apartar la vista del dibujo, que atrapa con su dinamismo en todo momento y sabe potenciar la trama cuando mejor toca. Los mejores momentos son, obviamente, los partidos y enfrentamientos de fútbol, pero los instantes de más pausa están cargados también de muchísimo dramatismo. Se puede sentir el sudor, el cansancio y da la sensación de que estás ahí, jugando en ese campo de fútbol. El pacing, tanto de dibujo como de narrativa, es sólido como una roca y la trama jamás pierde fuelle. La acción se convierte en motor de desarrollo de personajes, nunca en un impedimento para hacerles evolucionar. Se entiende el fútbol y la competición desde un punto más psicológico que meramente físico. Y la espada de Damocles nunca desaparece. Blue Lock es de lo mejorcito del spokon y del survival game. Os guste o no el fútbol, como a mí, dadle una oportunidad.
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Muy buena review, llegué de casualidad.
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