Crest of the Stars y la moralidad gris

Seikai no Monshō, o Crest of the Stars, apareció en 1996 como una trilogía de novelas escrita por el kobense Hiroyuki Morioka. Poco tiempo después su historia sería continuada por Seikai no Senki, Banner of the Stars, serie  literaria que lleva ya seis títulos a cuestas, cuya última iteración data de 2018 y que se prevé que siga adelante por unos años más, acompañada de la saga de spin offs situados en el mismo universo, Fragments of the Stars. Si no os suena de nada es algo absolutamente normal, pues pese a que en tierras niponas la franquicia literaria ha tenido un éxito más que aceptable y ha dado lugar a dos series de manga, tres de anime y varias OVAs —animadas por, ojo, Sunrise—, lo cierto es que fuera de las fronteras de Japón no ha gozado de demasiada popularidad, especialmente en los años recientes. De hecho, no fue hasta 2019 que la editorial J-Novel Club anunció la licencia y traducción de las novelas a lengua inglesa internacionalmente.

Crest of the Stars comienza cuando, en un futuro en el que la humanidad vive desperdigada por diferentes sistemas estelares a lo largo y ancho de la galaxia, el planeta natal de Jinto, nuestro joven protagonista, es ocupado por el expansivo Imperio de Abh, que con su gigantesca y tecnológicamente avanzada flota consiguen que capitule sin recurrir al uso de la violencia. Con el paso del tiempo, la cultura abh comienzan a ser asimiladas progresivamente por los habitantes del planeta y siete años después Jinto comienza un viaje junto a la piloto abh Lafiel para unirse como noble a la sociedad del Imperio, justo en el instante en el que la galaxia se encuentra al borde del estallido de una cruenta guerra entre este último y la alianza de rebeldes humanos. Banner of the Stars por su parte, nos relatará qué ocurre durante esa guerra y cómo afecta a nuestros dos jóvenes protagonistas según pasan los años.

Desde el primer momento hay una única carpeta posible en esta serie / ©Sunrise

El planteamiento de ambas sagas novelísticas y, por ende, de su anime, no deja de ser el típico en una space opera de manual. Star Trek, Star Wars e incluso Mass Effect tienen no pocos tropos y estereotipos en común con los libros de Morioka. Pero la saga de Seikai, así como sus adaptaciones, brilla especialmente y por derecho propio por su narrativa ágil, sus diálogos inteligentes y una pareja protagonista a la que es imposible no querer tras compartir sus aventuras. Especialmente en el anime el propio espacio es tan importante como los personajes o el guion, y dota constantemente a la imagen de tonos fríos, fondos preocupantemente infinitos y una oscuridad general plagada de pequeños puntos de luz que resulta tan atrayente como desamparadora.

La principal particularidad del planteamiento de Crest of the Stars es que Jinto y Lafiel, pese a ser los héroes y protagonistas, no están aparentemente en el bando de los buenos. O, al menos, no si lo observamos desde una perspectiva general. Los abh son quienes vienen con su imperio a ocupar planetas previamente humanos. Los abh son los invasores. Lo cierto es que la obra se esfuerza mucho en mostrar que el conflicto que trata no tiene blancos o negros. Habitualmente en la ficción contemporánea cuando hablamos de personajes o sociedades grises, por norma general, nos estamos refiriendo eufemísticamente a que son todos unos capullos de cuidado con alguna cualidad aislada que podemos considerar virtuosa pero que tampoco es especialmente redentora teniendo en cuenta lo demás. No hay más que ver a Cersei de Juego de Tronos, habitualmente puesta como ejemplo canónico de esta tendencia. Cuando la oponemos a otro personaje gris que se le enfrente, como puede ser Daenerys, la comparativa moral no se sostiene mucho, independientemente del final de esta última. Morioka va más allá e intenta poner con su escritura en un aprieto a los protagonistas y, consecuentemente, a los lectores.

No me podéis dar elfos espaciales y que sean personas, es una traición / ©Comic Meteor

Lo primero que debemos tener en cuenta es que el Imperio de Abh son básicamente transhumanistas. No hay formas de vida extraterrestre, al menos por ahora, en esta saga. Al principio de la historia se nos expone que los abh son homo sapiens que en el pasado se independizaron de la sociedad de manera más o menos violenta en el límite de las estrellas tras un largo éxodo y, conforme pasaron los siglos, su evolución tecnológica y sus continuas investigaciones sobre modificación genética les han convertido en prácticamente una especie diferente y mucho más avanzada que un humano corriente. Son más atractivos, padecen menos enfermedades, viven muchos más años teniendo además un envejecimiento ralentizado, tienen un órgano especializado en su frente que les confiere una capacidad fantasiosa para percibir el espacio a su alrededor y, por ello, ser los mejores navegantes espaciales e incluso algunos de ellos, en función de su linaje, parecen directamente elfos espaciales. La cosa es que los abh son expansionistas. Su Imperio consta de no pocos sistemas planetarios y a lo largo del tiempo comienzan a ocupar otros que previamente ya estaban habitados por humanos comunes.  Al mismo tiempo, actualmente son completamente pacíficos y siguen una ética como sociedad sorprendentemente justa. Comparten con los ocupados sus bienes y tecnologías mientras respetan sus formas de gobierno originales, siempre que rindan cuentas últimas al emperador, intentan solucionar desigualdades e injusticias y cualquiera que pretenda unirse del todo a su sociedad, como es el caso de Jinto, es ampliamente bienvenido, independientemente de su origen. Incluso se les brinda la posibilidad de que sus futuros hijos tengan las mejoras genéticas de los auténticos abh para que su vida sea aún más próspera.  La única restricción aparente a los territorios bajo su jurisdicción es que el viaje interestelar debe estar siempre supervisado y autorizado por ellos. Eso y que no llegamos a saber qué ocurre si los países invadidos no aceptan el despliegue inicial de ocupación, aunque podemos imaginar las presuntamente terribles consecuencias de ello.

Por otro lado, la Alianza de Naciones de la Humanidad, sus rivales directos por el control de la galaxia, es una amalgama de cuatro gobiernos en principio democráticos, soberanos y totalmente legítimos… pero en los que las desigualdades sociales son mucho más patentes, el racismo y la discriminación campan a sus anchas y, en general, la vida es ostensiblemente peor que bajo el paraguas del Imperio. De hecho, queda patente en varias ocasiones que sus auténticos motivos para la lucha contra los abh no son tanto la liberación de los planetas ocupados sino la apropiación de su tecnología y la posibilidad de esclavizar a los derrotados para aprovecharse de sus habilidades y que terminarán recurriendo a métodos dictatoriales y traicioneros para aumentar sus filas o conseguir ventaja en la guerra.

Los Seikai no se cortan en mostrarnos las consecuencias de los conflictos, sin glorificar / ©Sunrise

Morioka parece que nos está brindando aquí una serie de ideas que podríamos resumir en que el imperialismo está bien si eres majo. Aparentemente, muy legitimador de ciertas tendencias ideológicas japonesas que aún perduran, por cierto. Pero, al mismo tiempo, también queda patente desde el principio que la narración no es, en ningún momento, totalmente fiable porque, como se menciona anteriormente, tanto Jinto como Lafiel, por mucho que sean estupendísimas personas, no dejan de apreciar las cosas desde la perspectiva de estar dentro del Imperio y formar parte de él. De hecho, conforme avanza la serie, comienza a crecer en ellos la semilla de la duda, de si realmente la causa que defienden es verdaderamente legítima, de si los abh son tan buenos como nos explican al principio y la Alianza tan malos como nos quieren hacer creer —se conoce que los propios abh exterminaron a sus antepasados— y de si es más importante la libertad, la autodeterminación de un pueblo y la democracia o la justicia, estabilidad utópica, tranquilidad y equidad que les aportan los vigilantes abh, por mucho que su gobierno se cimente en un sistema imperial y monárquico anacrónico que se perpetúa por simple linaje de sangre. No deja de ser esto comparable a lo que vemos en The Witcher, la saga de Geralt de Rivia. Los Reinos del Norte eran racistas y anticuados, pero legítimos y libres desde su creación y Nilfgaard es mucho más inclusiva y, en principio, justa, pero basa su existencia en un cruento expansionismo militar.

Es complicado establecer aquí unos arquetipos tan habituales de la space opera como Buenos vs Malos —como el Imperio contra la Alianza Rebelde en Star Wars o las especies biológicas de Mass Effect contra los Segadores— y, actualmente en las últimas novelas de la saga, la guerra se ha vuelto mucho más brutal que antes, llevando a ambos bandos a extremos que no esperarían y con Lafiel y Jinto dedicados a ayudar al mayor número de vidas inocentes posibles mientras intentan no sucumbir a los horrores del conflicto. Hay heroísmo pero sobre todo consecuencias. Refugiados, personas que han perdido a su familia, niños devastados por el horror de un conflicto que no debería haber sucedido. Quien esto suscribe no tiene conocimiento de cómo Morioka continuará su proyecto, pero en su galaxia, y citando de nuevo a la franquicia de videojuegos más exitosa de Bioware, quizás haga falta un punto y aparte al final del camino. Que Imperio y Alianza lleguen a su fin para que pueda nacer una sociedad legitimada en una ética mucho más justa. Veremos qué ocurre con los años.

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