No siempre es necesario un gran conflicto para que una historia nos mantenga enganchados. Maokto Ojiro nos lo demuestra en Kimi wa Houkago Insomnia, traducido en España como Insomniacs after school. Este manga es como observar a un gato echarse una siesta de doce horas o como calentarse las manos en la chimenea durante una tarde de mucho frío: no esperas que pase gran cosa pero aún así necesitas quedarte.
Insomniacs after school nos presenta a Isaki Magari y a Ganta Nakami, dos compañeros de clase que de primeras parece que no tienen nada en común pero que de casualidad descubren que comparten el mismo problema: son incapaces de dormir por las noches. Vamos, que tienen insomnio.
He dicho que lo descubren de casualidad, pero en realidad no es así. Ganta solo está buscando un rincón en el que poder escapar de las consecuencias de no poder dormir por las noches —el cansancio, el mal humor, etc— y así es como encuentra la sala del club de astronomía que lleva tiempo en desuso. Aquí es donde se encuentra con Isaki, quien ha llegado a este lugar de sosiego buscando lo mismo que él. De esta forma la autora parece querer demostrarnos que no somos los únicos con problemas y que en la búsqueda de solucionarlos podemos encontrar personas como nosotros en las que apoyarnos.
De esta manera, los protagonistas descubren un lugar seguro, que no solo se trata de la mencionada sala, sino también de lo que se transmiten el uno al otro. No estoy diciendo que esto sea lo primero que podríamos imaginar en cualquier historia de chico conoce a chica. Lo que se transmiten de primeras es simplemente paz, una sensación que no forma parte del lugar, sino también de la persona que les acompaña.

Es en medio de este plano de serenidad que transcurre Insomniacs after school. Makoto Ojiro sabe de sobra el ritmo que este tipo de historia necesita y se nota que no tiene prisa para llegar a x punto del desarrollo de la relación entre los dos protagonistas. Todo es inocente y puro. Es como si, dentro de esta relación basada en la calma que se transmiten, hubiera algo más a lo que de momento nadie es capaz de ponerle nombre. Y aunque no se le ponga nombre no pasa nada porque, igualmente, todo es bonito.
Por supuesto, el dibujo ayuda muchísimo a transmitir toda esta quietud. La autora lo consigue con los planos generales despejados de figuras humanas y limitando lo máximo posible el uso de líneas cinéticas, incluso cuando hay movimiento. Aporta algo el hecho de que haya bostezado leyendo esta obra y no de aburrimiento —supongo que algo tendrá que ver que el hecho de que la estuviera leyendo después de comer y que mi cuerpo me estuviera pidiendo siesta—. Pero donde más brilla el arte de Makoto es, sobre todo, en los primeros planos. Sin abusar de los detalles, consigue recoger lo que sienten los personajes y plasmarlo en ilustraciones llenas de ternura. En un manga en el que los personajes hablan de sus sentimientos sin hablar de sus sentimientos las expresiones faciales son algo fundamental, porque es lo que le va a dar vida al viaje que es Insomniacs after school.
La obra se lleva publicando desde 2019 en la revista Big Comic Spirits —donde se han serializado obras de conocidísimos autores como Naoki Urasawa e Inio Asano— y en España tiene la licencia Milky Way Ediciones. Hasta donde he leído de momento se mantiene fiel a su esencia y esperemos que siga así. Más que nada porque a veces cuesta encontrar obras donde lo bonito radica en la tranquilidad y el silencio, como cuando caes dormido escuchando los latidos de la única persona con la que eres capaz de descansar.