¿Es la atracción por las mal llamadas lolis un problema en la comunidad del anime actual y un comportamiento, cuando menos, moralmente cuestionable?
Sí, sin duda alguna.
Muchas gracias por leer este artículo, hasta la próxima.
Como quien esto suscribe prevé que los ávidos lectores de Futoi Karasu buscarán un contenido, quizá, ligeramente más desarrollado, procederemos a entrar un poco más en el tema a tratar. Como todos sabemos, el uso del término loli tiende a referirse a personajes femeninos de aspecto marcadamente aniñado y características físicas propias de preadolescentes o, directamente, niñas pequeñas. A día de hoy, su presencia es algo completamente normalizado en el mundo del manganime y rara es la obra que no contiene al menos una figura principal o secundaria que pueda enmarcarse dentro de este arquetipo. Por desgracia, tampoco son infrecuentes los títulos que tienden a sexualizar a este estilo de personajes o incluirlos en acciones directamente sexuales. Irremediablemente, el debate nacido en torno al lolicon y el que también existe sobre el mal enfoque y la erotización gratuita de, especialmente, los personajes femeninos en las obras de ficción son dos cuestiones que van de la mano en muchas ocasiones, puesto que comparten argumentos y premisas en común, pero tampoco quiero centrar esta primera columna de opinión en una conversación tan manida como es la de la sexualización contra la sexualidad, los límites del erotismo o la de que si los pechos de Nami en One Piece tengan el tamaño de sandías es un fanservice excesivamente exagerado para el tipo de historia en el que ocurre. La intención de esto es focalizar un poco más en los argumentos morales de por qué desde una perspectiva ético-artística el lolicon es algo problemático.
Pero, vamos a ver, esto es sólo ficción, ¿cómo va a tener algo de malo? No es lo mismo que la realidad, no afecta en nada a nuestras vidas.
Entre todas las definiciones concernientes al arte y la infinidad de características que se le pueden aplicar, para el tema tocante podemos entenderlo como una suerte de vehículo emocional en el que el artista plasma emociones, sensaciones y sentimientos y transmite estos mismos conceptos al individuo receptor. Al igual que ocurre con la comunicación y con, prácticamente, todas las manifestaciones culturales, la relación del arte al respecto de la sociedad humana es completamente bilateral. Existen innumerables ejemplos de, no sólo la influencia de hechos históricos o cambios y estándares sociales en los movimientos artísticos a lo largo de la historia, sino incluso del funcionamiento de estos mismos como su germen o punto de cruce, ya sea el nacimiento del dadaísmo como respuesta, entre otras cosas, a los horrores de la I Guerra Mundial y al acomodamiento positivista y burgués posterior a esta; el constructivismo ruso como hijo inequívoco de los ideales soviéticos o, más recientemente, la invasión y multiplicidad del cine de superhéroes como imagen glorificada del individualismo más tardoliberal.

Pero, como se mencionaba unas líneas más arriba, la influencia ocurre en ambos sentidos. Por supuesto, no es de una forma extrema e inmediata. Nadie se convierte en un asesino de la noche a la mañana por jugar a Hitman, es un proceso que opera a otros niveles y con otro ritmo. Por poner un ejemplo, a la finalización de la II Guerra Mundial, según la percepción internacional general la nación que más había contribuido a la derrota nazi era la Unión Soviética. Conforme avanzaba el siglo XX las tornas fuero cambiando y ya desde los albores de los 2000 la gran mayoría de ciudadanos normales y corrientes entienden a los Estados Unidos como la potencia que sentenció definitivamente a las fuerzas del Eje en Europa. Esto es debido a varias décadas no tanto de propaganda directa, que también ha existido, sino de la influencia constante de películas bélicas dirigidas al gran público en las que los héroes eran, y son, invariablemente norteamericanos. Hollywood es una maquinaria artística y comercial poderosa y muy prolífica. Otro ejemplo muy ilustrativo es el de considerar al lobo como un depredador ávido de humanos, pues ya desde los cuentos populares más clásicos se le situaba como el villano de la historia. Y lo cierto es que, en circunstancias normales, nunca ha sido un animal especialmente despiadado o agresivo hacia las personas, y más cuando hablamos de países como España, en los que hay un miedo cerval hacia él en el medio rural pese a que apenas existen casos demostrados de ataques.
¿Y qué tiene todo esto que ver con las adorables niñitas del anime? Como habréis podido deducir, al hablar de una relación influencial de carácter bilateral entre el arte y la sociedad entendemos entonces que nuestra manera de ver el mundo es permeable y se ve influenciada, entre otras muchas cosas, por la ficción, por el arte, por el conjunto de obras que consumimos. El consumo constante de violencia no nos convierte en violentos, pero puede insensibilizarnos frente a ella y el consumo de lolicon puede que no haga que termines abusando de ninguna niña pequeña en un callejón oscuro, pero sí que termines acostumbrándote a algo que no está bien. Y no quiero tampoco entrar en algo tan complejo como que, por ejemplo, en el consumo de pornografía muchas personas necesitan cada vez algo más extremo porque lo normalizado ya no les mueve, pero estaría bien que lo tuviésemos también presente.
Espera, espera, cómo que no está bien. Aunque la ficción pueda tener relación con la realidad aquí no estamos hablando de una actriz de una película, es un dibujo sin más, unas líneas y unos colores, no una persona real, no es lo mismo.
Ignorando el habitual chiste de René Magritte tan socorrido en estos casos, cuando estudiamos el arte desde una perspectiva general una de las primeras diferenciaciones que podemos aplicar es la de arte figurativo y arte no figurativo o abstracto. Obviamente hay cosas intermedias y explicar todo esto de forma correcta y académica requeriría un artículo en sí mismo, pero podríamos resumirlo en que el arte figurativo plasma imágenes y, nunca mejor dicho, figuras que podemos identificar con facilidad, bien porque imitan a sus homólogas de la realidad o bien porque aunque huyan del realismo las representan de una forma más o menos fidenigna, y el arte abstracto se abstiene de utilizar referencias reales para existir. Caravaggio sería un ejemplo de arte figurativo y Kandinski uno de arte abstracto. El anime y el manga, por supuesto, entrarían en la primera de las dos categorías. Cuando en una obra de animación aparece un dragón entendemos a la primera que es un dragón. No es una concatenación de círculos y manchas abstractas colocadas de forma casi caprichosa que podrían llevar a la idea de un dragón. Es la representación figurativa de un dragón. Y las lolis son la representación figurativa de niñas pequeñas. No un concepto abstracto. No unas líneas que bajo ciertas interpretaciones podríamos entender como niñas. Son ilustraciones y animaciones de niñas pequeñas sexualizadas.
Más despacio, la que me gusta a mí no es una niña pequeña, es en realidad una reina demonio de 777 años de edad.
Quien firma este artículo no considera este último como un argumento de peso a rebatir, por lo absurdo del mismo, pero, si vale de algo a los lectores, podríamos concluir que si algo parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, muy probablemente sea un pato, en lugar de un rey demonio de cientos de años. Más en profundidad y recurriendo de nuevo a la figuración, aunque en su interior sea otra cosa, las características físicas, y muy habitualmente la consonancia de las psicológicas con lo que esperaríamos de alguien con tal aspecto, del personaje le identifican a la vista como una niña pequeña. Y, como llevamos sugiriendo todo el artículo, que te gusten las niñas pequeñas está más que regular y raya más que un poco en la pedofilia.
Buenisimo, espero y no tengan probelma en que usare pars una investigación y me es pertinente su punto de vista.
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Es algo basado.
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