Seguir una obra al día suele pedirnos paciencia, saber esperar al siguiente capítulo de la historia e ir igualados con el resto de espectadores, sin conocer más que los propios creadores detrás de una obra. Esto puede hacérsenos más o menos manejable dependiendo de factores tanto internos como externos a la serie, pues podemos tener una muy mala semana y esperar con ganas el momento del siguiente capítulo o que, sencillamente, el de la semana pasada haya acabado en un cliffhanger.
Se trata de un recurso narrativo que lleva siglos con nosotros y que consiste en acabar el segmento de una obra con un impactante gancho que nos causa ganas de descubrir qué pasa a continuación. Palabras como «Continuará…» o la más radical «¿Fin?» nos mantienen pegados a la pantalla o papel durante el tiempo que haga falta, todo para ver cómo nuestros personajes favoritos saldrán de la situación en cuestión. Es un recurso tan útil y flexible que Scheherezade acababa cada historia de Las mil y una noches con uno para evitar ser ejecutada. Y es, a su vez, tan desesperante que los lectores neoyorquinos de La tienda de antigüedades, de Charles Dickens, causaron disturbios en el puerto para poder obtener el siguiente fascículo cuanto antes.

Los medios del manga y anime tienen una relación simbiótica con este recurso, ya que mantiene una tensión capítulo a capítulo de la que hasta cierto punto dependen, pues encontrarse con un final apresurado por una cancelación no es poco común en la industria y pueden verse en la necesidad de enganchar para sobrevivir, lo que puede crear un sentimiento bastante anticlimático por su parte. Al ser un recurso que depende de la emoción generada, es importante tensar la situación lo suficiente para que al acabar un capítulo genere expectación y no duda.
En un ritmo de publicación semanal, puede hacerse repetitivo acabar un capítulo con la promesa de una respuesta «el domingo que viene» y, como todo instrumento, debe afinarse su uso para pasar lo más desapercibido posible y que no haga más ruido que otros recursos narrativos. En cuanto un manga se traslada a la pantalla, una parte del proceso es saber adaptar el ritmo de lo impreso a lo audiovisual. Normalmente, un episodio de anime adapta más de un capítulo de su contraparte a las viñetas, lo que requiere planear de antemano la duración e impacto de cada escena para no acabar en un cliffhanger accidental, que pueda resultar menos interesante que aquel del material original.

Hemos establecido lo difícil que es sacar a flote un cliffhanger, pero, ¿cómo de complicado es hacerlo llegar a buen puerto? Se dice que las primera impresiones son cruciales y es que si la primera página de un esperado capítulo no responde de manera satisfactoria las dudas planteadas el anterior, puede amargar la experiencia del resto de viñetas o hacerlo motivo de mofa. Un ejemplo de este fenómeno es el reciente «Efecto túnel» de Sakamoto Days, en el que se evitó la posible muerte de un personaje debido a un golpe de suerte que, si bien fue justificado por la trama, no pudo eludir el volverse un meme durante unos días debido a lo gratuito que resultó, con la broma trasladándose incluso a los fanes de otros mangas.
Todos los recursos narrativos son armas de doble filo si se emplean de manera incorrecta, pero el cliffhanger tiene la particularidad de tener lugar en los extremos que unen las piezas de una historia. Si el hilo conductor hace levantar una ceja, el ritmo puede hacer aguas. Una ventaja para el autor es su efecto caduco, es decir, si el espectador no está al día, la connotación negativa de un desenlace puede seguir ahí, pero sin haber marinado tanto el tiempo de espera entre partes. También debe tenerse en cuenta la atención de un observador tardío al conjunto, si bien un recurso puntual no le llama tanto la atención, puede darse cuenta de su sobreuso en el conjunto de toda la obra.

Pero con como todas las cosas, los cliffhangers, mejor con moderación. No es una casilla que deba rellenarse con una lista al lado, no es imperativo para crear expectación, pues en una historia también hay momentos de auspicio. Un capítulo bien puede acabar presentando a un nuevo personaje a la acción, con una contundente frase o con el remate de un chiste. Depende del gusto personal el grado de expectación que esto genere, ya que la narrativa, si bien repleta de recursos, no está atada a ninguna norma.
En resumen, decirse a uno mismo «No me lo puedes dejar así» no es solo una experiencia universal, sino que además lleva siglos con nosotros. Constantemente, se busca el equilibrio que no desentone o pierda al espectador al otro lado, por un recurso nacido de la necesidad de asegurarse que el mismo estará ahí la semana que viene. Se trata, a fin de cuentas, de varias esperas que añaden peso a la importancia de darles un remate satisfactorio. Desafortunadamente, quien suscribe estas líneas planeaba acabar este artículo con un cliffhanger para darle una cohesión temática al mismo, pero como parecía, pensar en uno satisfactorio no es moco de pavo.