Los castillos japoneses reciben en su idioma natal el nombre de shiro —城— y, tal como pasa con sus homólogos europeos, son un testimonio imponente del pasado feudal del país. Estas fortalezas, construidas principalmente entre los siglos XV y XVII, evolucionaron de simples bastiones militares a centros neurálgicos que albergaban a los poderosos señores feudales, o daimyō, y concentraban la vida política, económica y cultural de la región. Su arquitectura distintiva, que combina materiales como la madera, el yeso y la piedra, ofrece una estética más ligera y elegante que la de los castillos de piedra occidentales, fusionando la funcionalidad defensiva con un profundo sentido artístico que en Europa se reservaba para edificios civiles, eclesiásticos o los posteriores palacios renacentistas.
Si bien existieron más de cien castillos en Japón, la mayoría fueron desmantelados o destruidos en diversos conflictos militares o a causa de desastres naturales. Solo un selecto grupo de doce castillos, conocidos como los «castillos originales», ha logrado mantener sus estructuras principales, denominadas tenshu, tal como eran en el periodo Edo —1603-1868—, sin haber sido reconstruidos en su totalidad. En este artículo vamos a trazar la evolución histórica de estas fortalezas y analizar su compleja arquitectura, así como su valor cultural y estético.
Las primeras fortificaciones y el surgimiento del castillo
Los orígenes de las fortificaciones en Japón se remontan al periodo Yayoi, cuando en las primeras aldeas se comenzaron a utilizar cercas y fosos para proteger a las comunidades de posibles invasiones y ataques. En las fuentes chinas podemos encontrar los registros más antiguos que se conservan sobre estas estructuras. A medida que la sociedad japonesa se volvía más jerárquica y el poder se consolidaba en manos de clanes y señores, la función del castillo experimentó una transformación fundamental. De ser un refugio comunitario, el castillo se convirtió en un instrumento de control sociopolítico, un símbolo de la autoridad individual y una base territorial desde la cual un señor podía ejercer su dominio. Esta evolución temprana sienta las bases para las imponentes fortalezas que surgirían en los siglos siguientes.
La era de los Estados en guerra (periodo Sengoku)
El periodo Sengoku —que comprende aproximadamente desde mediados del siglo XV hasta finales del siglo XVI— fue una época marcada por conflictos incesantes entre los clanes feudales que se disputaban el control de Japón. Durante esta era, el estilo de fortificación más común eran los yamashiro —castillo de montaña—, que consistían en pequeñas estructuras defensivas situadas estratégicamente en la cima de los montes. Esto se debe a que la topografía natural ofrecía una significativa ventaja defensiva. Así pues, el castillo durante este periodo volvió a tener una función predominantemente militar.
El concepto se transformó radicalmente con la llegada de los grandes unificadores de Japón. Figuras como Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi pasaron de las fortalezas puramente defensivas a recuperar la idea de periodos anteriores en la que los castillos también eran monumentos de demostración del poder. Comenzaron a construir en colinas de poca altura —hirayamashiro— o en llanuras —hirashiro—, como el Castillo de Osaka, el primero de este estilo. También aparecen en esta época los torreones denominados tenshu, cuya altura y opulencia servían de reflejo del estatus de su señor.

Durante el breve periodo Azuchi-Momoyama se desarrolló una de las tácticas más fascinantes de esta era; utilizada por Hideyoshi, que consistía en la construcción de castillos improvisados para asedios, que eran derribados una vez se acababa la campaña. Esta práctica, aunque costosa, era una forma de propaganda y una declaración de poder absoluto. Demostraba que el líder no necesitaba mantener las fortalezas de sus enemigos, ya que su poder residía en su capacidad para construirlas y destruirlas a voluntad, eliminando así cualquier símbolo de resistencia y afirmando su control total sobre la nación.
El gran cambio (periodo Edo)
La unificación de Japón bajo el shogunato Tokugawa trajo una era de paz prolongada. Con el fin de los conflictos a gran escala, la función militar de los castillos disminuyó drásticamente. Durante este periodo, las fortalezas culminaron su transformación en sedes políticas, dejando de lado su rol puramente defensivo para convertirse en el epicentro de la vida aristocrática y administrativa. En este nuevo orden, la estética y el prestigio cobraron una importancia inédita, pues el valor de un castillo ya no se medía únicamente por su solidez militar, sino por la opulencia y el refinamiento que manifestaba. Un ejemplo de esta transformación es el Castillo de Odawara, que tras la batalla de Sekigahara fue reconstruido a una escala considerablemente reducida para adecuarse al nuevo orden pacífico, centrándose en su función de residencia y centro administrativo. La paz sustituyó a la guerra, y la ostentación reemplazó a la funcionalidad como la manifestación suprema del poder.
La era Moderna: desmantelamiento y redescubrimiento
La Restauración Meiji de 1868 marcó el fin del feudalismo y la abolición del shogunato. El nuevo gobierno, en su intento de modernizar el país y erradicar los vestigios del pasado feudal, ordenó el desmantelamiento de la mayoría de los castillos. Muchos fueron abandonados o reducidos a ruinas, y solo una docena de castillos originales sobrevivieron a esta purga y a los desastres naturales y bélicos subsiguientes. Sin embargo, en la posguerra, hubo una ola de redescubrimiento cultural. Muchos castillos fueron reconstruidos, a menudo utilizando hormigón armado para mayor durabilidad, y se convirtieron en museos y símbolos de la identidad nacional. El Castillo de Osaka, reconstruido con cemento y un ascensor, es el ejemplo más visitado de este fenómeno.
El legado de resiliencia del patrimonio cultural japonés se manifiesta de manera conmovedora en la restauración del Castillo de Kumamoto. Tras los graves daños que sufrió en el terremoto de 2016, su reconstrucción se ha convertido en un «puzzle de 100,000 piezas», con cada piedra de sus icónicas murallas siendo meticulosamente catalogada y reubicada en su lugar original. Este monumental esfuerzo, que se espera que dure décadas, eleva la reconstrucción de una simple tarea de ingeniería a una profunda declaración cultural. El castillo deja de ser un mero edificio para convertirse en un emblema de la memoria colectiva y la determinación de una nación.
La configuración del terreno y la disposición de los recintos
La elección del terreno, conocida como nawabari, fue el primer paso estratégico en la construcción de un castillo. Como hemos visto, los castillos japoneses se clasifican en tres tipos principales según su ubicación: los Yamashiro —castillos de montaña—, los Hirashiro —castillos de llanura—, y los Hirayamashiro —castillos de colina—, que combinan las ventajas de los dos primeros.
Una de las características más distintivas de la arquitectura defensiva japonesa es la disposición de los recintos, conocidos como kuruwa o maru. Estos eran anillos concéntricos o áreas fortificadas que se extendían desde el centro del castillo hacia el exterior, creando un sistema de defensa en capas. La ciudadela principal era el Honmaru, que albergaba el tenshu, el cual era similar a la torre de homenaje en los castillos europeos. Alrededor del honmaru se encontraba un nuevo circulo denominado ninomaru, que solía contener el palacio del daimyō. Este diseño en capas creaba un intrincado laberinto para cualquier enemigo que intentara avanzar. A diferencia de los castillos europeos, que dependían de muros perimetrales bastos y masivos, la defensa japonesa se basaba en la confusión y el desgaste. Los atacantes eran obligados a sortear múltiples puertas y giros de 90 grados, siendo vulnerables a los ataques desde todos los flancos. El sinuoso camino de acceso al castillo de Himeji es un ejemplo perfecto de esta estrategia laberíntica.
Sistemas defensivos fundamentales
Como con toda fortaleza, la solidez de un castillo japonés dependía de sus sistemas defensivos. Estos se fueron perfeccionando a lo largo de los siglos, pero los más destacables e importantes son:
- Murallas de Piedra o Ishigaki: Bases de piedra sobre las que se asienta el castillo. Inicialmente, se utilizaban piedras en su estado natural, dando como resultado estructuras débiles y escalables. Este método fue superado mediante la técnica del Uchikomihagi, con la cual las piedras se trabajaban para encajarlas de forma más firme. Finalmente, la técnica Kirikomihagi representó el pináculo de la mampostería japonesa, con piedras labradas con tal precisión que encajaban a la perfección sin necesidad de mortero. Los muros del castillo de Kumamoto son un ejemplo notable, famosos por su inclinación superior que hacía imposible escalarlos.
- Fosos: También denominados Hori, eran una parte vital de la defensa. Existían fosos de agua que recibían el nombre de hirashiro y fosos secos, denominados yamashiro. Los fosos de agua, además de ser defensivos, servían para el transporte de suministros.
- Torres y puertas: Las torres de vigilancia o yagura y las puertas mon eran elementos cruciales en la defensa y la estética del castillo. Las puertas, a menudo dispuestas en ángulo recto, protegían un pequeño patio interior que dejaba a los intrusos expuestos desde todos los lados. Un detalle ingenioso que podemos relacionar con estos patios lo encontramos en el Palacio Ninomaru del Castillo de Nijo; los denominados «suelos de ruiseñor», los cuales chirriaban al ser pisados, alertando a los guardias de cualquier intruso.
El Tenshu: Corazón y símbolo
El mencionado tenshu era el corazón de un castillo japonés y servía como almacén en tiempos de paz y como torre fortificada en la guerra. La forma en la que esta torre se conectaba a otros edificios determinaba su estilo arquitectónico, pudiendo así encontrar:
- Fukugoshiki, que conectaba la torre principal directamente con otra torre, como se ve en el Castillo de Matsue.
- Renketsushiki, que lo unía a otras torres a través de un pasaje cubierto, como en el Castillo de Nagoya.
- Renritsushiki, que creaba un complejo amurallado con múltiples torres interconectadas, como en el Castillo de Wakayama.
- Dokuritsushiki, que era el estilo de torreón aislado, como el del Castillo de Uwajima.
Algunos castillos, como el de Matsumoto, incluso contaban con «plantas escondidas» a la vista desde el exterior, que servían como almacenes de víveres o zonas de descanso para los samuráis, añadiendo una capa de complejidad y secreto a su diseño.

El legado en el arte, la literatura y la resiliencia
Los castillos han dejado una marca indeleble en la cultura popular japonesa. El castillo de Himeji, por ejemplo, es un lugar de leyendas fantasmales, lo que lo convierte en un destino para los amantes de lo sobrenatural. El de Osaka, por su parte, ha sido inmortalizado en la literatura y el arte, sirviendo como un faro de poder y majestuosidad a través de los siglos.
En la actualidad, el legado de los castillos se mantiene vivo a través de la preservación y la reinterpretación. Muchos han sido restaurados y convertidos en museos, parques y atracciones turísticas. Además, se han convertido en el escenario de importantes celebraciones en las que se conmemora la historia y la naturaleza, como los famosos festivales de los cerezos en flor y de las linternas de nieve del castillo de Hirosaki. El esfuerzo por restaurar los más dañados, como el de Kumamoto, se ha convertido en sí mismo en una atracción, un recordatorio de que estas estructuras no solo son reliquias del pasado, sino símbolos vivos de la resiliencia y el valor cultural de Japón.
Guía de castillos por región
Para ilustrar la variedad y el significado de los castillos japoneses, hemos decido realizar una lista de ocho castillos principales, para de esta forma incluir uno por cada una de las regiones en las que se divide Japón.
Hokkaido: castillo de Matsumae (Matsumae-jō)
Situado en la punta más septentrional de Japón, el castillo de Matsumae fue la residencia del clan homónimo, que controló el actual territorio de Hokkaido entre los siglos XVII y XIX. Aunque la torre principal actual es una reconstrucción de hormigón de 1961, el castillo es notable por haber sido la última fortaleza de estilo tradicional japonés en ser remodelada en 1849 para hacer frente a la llegada de navíos foráneos. El castillo domina las vistas del estrecho de Tsugaru e incluso permite avistar Aomori en días despejados. Hoy en día alberga un museo sobre la historia local y la cultura indígena ainu, y sus terrenos son un lugar de excepción para la contemplación de los cerezos en flor.

Tōhoku: Castillo de Hirosaki (Hirosaki-jō)
Construido en 1611 y reconstruido en 1810 tras ser alcanzado por un rayo, el de Hirosaki es el único castillo original que queda en la región de Tohoku. Famoso por sus 2,600 cerezos en flor, que convierten sus fosos en «balsas de pétalos» durante el festival de primavera, y por sus festivales de linternas de nieve en invierno, el castillo es un importante centro cultural. Actualmente, se encuentra en un proceso de restauración que ha implicado mover temporalmente la torre principal 70 metros de su base para reparar los muros de piedra. Este inusual proyecto permite a los visitantes presenciar de primera mano cómo se construye un castillo japonés.
Kanto: castillo de Odawara (Odawara-jō)
El castillo de Odawara fue la fortaleza del poderoso clan Hōjō, que controló gran parte de la región de Kanto durante el periodo Sengoku. Se distinguió por su impresionante defensa, que le permitió resistir los ataques de Uesugi Kenshin y Takeda Shingen. Aunque la estructura original fue desmantelada en 1870, el torreón actual es una reconstrucción de hormigón de 1960, basada en planos de la era Edo. Hoy, alberga un museo de historia y un museo ninja, ofreciendo una experiencia interactiva del pasado feudal. Sus terrenos son célebres por los festivales y la floración de los cerezos.
Chubu: castillo de Matsumoto (Matsumoto-jō)
Apodado «El castillo del Cuervo» por su imponente exterior negro, el de Matsumoto es uno de los cinco castillos designados como Tesoro Nacional de Japón y uno de los pocos hirashiro que aún se pueden visitar. Su torreón de cinco capas y seis pisos, construido a finales del siglo XVI, conserva sus interiores de madera originales. Una característica única es la «Atalaya de la Luna» o Tsukimi-yagura, un ala lateral construida con fines de esparcimiento que se añadió al complejo principal. La estructura se erige majestuosamente sobre un profundo foso de agua y es un símbolo de la historia y cultura de la región.

Kansai: Castillo de Himeji (Himeji-jō)
El castillo de Himeji, un Tesoro Nacional y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es considerado el mejor ejemplo de la arquitectura de castillos japoneses del siglo XVII. Conocido como «el Castillo de la Garza Blanca» por sus paredes enlucidas, la fortaleza consta de 83 edificios y un laberíntico sistema de defensa que, aunque nunca fue probado en batalla, representa el pináculo del diseño estratégico de la época. Su belleza estética, que combina la funcionalidad con la elegancia, lo convierte en el más visitado de Japón.
Chugoku: Castillo de Matsue (Matsue-jō)
Uno de los doce castillos originales, el de Matsue, es un Tesoro Nacional desde 2015. Apodado «El Castillo del Chorlito» —Chidori-jō—, por la forma de sus tejados, se distingue por su oscuro exterior y su diseño funcional para la batalla. Una de sus características más inusuales es la presencia de un pozo dentro de la torre principal, lo que proporcionaba un suministro de agua crucial en caso de asedio. Sus terrenos se han convertido en un parque público que alberga santuarios y la mansión de estilo occidental kounkaku, y ofrece paseos en barco por el foso que lo rodea.
Shikoku: Castillo de Matsuyama (Matsuyama-jō)
El castillo de Matsuyama es una fortaleza original del tipo hirayamashiro que ofrece vistas panorámicas de la ciudad y el mar interior de Seto. Construido a principios del siglo XVII, es uno de los complejos más completos, con múltiples puertas, torres y un diseño defensivo magistral. Aunque el torreón original fue destruido por un rayo y reconstruido en 1852, la estructura actual mantiene el estilo de su predecesor. A diferencia de muchos otros castillos, aún conserva la mayor parte de sus edificios originales, lo que lo convierte en un valioso ejemplo de la arquitectura feudal japonesa.

Kyushu-Okinawa: Castillo de Kumamoto (Kumamoto-jō)
Considerado uno de los tres más importantes de Japón, el castillo de Kumamoto es famoso por sus impresionantes muros de piedra, conocidos por una inclinación que los hacía prácticamente inescalables para los atacantes. Construido en 1607, fue el escenario de la última gran rebelión samurái en 1877, en la que una guarnición de 3,500 soldados resistió un asedio de 13,000 hombres. En 2016, el castillo sufrió graves daños a causa de un terremoto que significó el colapso de casi un tercio de sus muros de piedra. La restauración, que se espera que dure décadas, se ha convertido en un «puzle» meticuloso y a largo plazo, donde cada piedra se está reubicando en su lugar exacto original. Esta obra de ingeniería se ha convertido en un símbolo de la ciudad y atrae a visitantes que desean observar el proceso de reconstrucción.