Black Lagoon: el trauma del neoliberalismo

El mundo cambió radicalmente a partir de la década de los 90. La Guerra Fría terminó y las naciones parecieron aceptar con facilidad el final de una frontera transparente que separaba dos bloques, tras lo cual se prometía un futuro cimentado en valores liberales de individualismo, consumismo y prosperidad económica. El espejismo de esta prosperidad se rompió rápidamente en los antiguos países del bloque comunista, donde las medidas de privatización dejaron a miles de personas y niños en situaciones vulnerables, pero también comenzó a resquebrajarse en el resto del mundo que imitaba estas medidas.

A principios del nuevo siglo tenemos a un joven salaryman japonés, cansado con la rutina típica de su trabajo y vida y dedicado a su empresa. Es el orden natural con el que ha aprendido a convivir, para tener una situación estable debes obedecer y ser agradecido con lo que tienes. Y el día que su empresa decide usar sus dotes de traducción para entregar un paquete al extranjero, una pequeña intromisión en su rutina diaria, el caos absoluto llega a su vida en forma de bandas de contrabando, violencia, corrupción y la creencia en la empresa como cuidador se ve destruida rápidamente al ser abandonado por sus superiores.

©Shōgakukan

Black Lagoon comienza de una manera absolutamente explosiva que te mantiene pegado al asiento, asumiendo una estructura que ya hemos visto en muchas películas de acción. Lo cierto es que esta fórmula tan estridente se combina con el ambiente de cambio constante y acelerado que se vivía en el mundo y Japón: las crisis mundiales, la devaluación monetaria, el crecimiento del crimen organizado internacional, guerras, la globalización y los problemas cada vez más fuertes de pobreza en el mundo. La violencia que vemos reflejada en esas peleas sangrientas y emocionantes palidecen ante la existente en lo que rodea a esos escenarios.

El manga, creado por Hiroe Rei, se ve inspirado por películas y novelas de cine negro y de acción estadounidenses, de Hong Kong y el realismo soviético. A su vez, añade un sorprendente abanico de conocimientos minuciosos sobre diferentes culturas alrededor del mundo, especialmente a través de grupos de personajes cuya configuración de personalidad nació tras la caída del bloque comunista. Todos ellos se relacionan entre sí bajo este contexto sociopolítico mundial, llevando al lector a visionar variadas posturas en los márgenes de la nueva sociedad.

Rock, nuestro salaryman japonés, se une a la tripulación pirata moderna de Black Lagoon tras ser abandonado por su empresa. Al ser un personaje que ha crecido con cierta normalidad en la sociedad japonesa supone un contraste notable con todos los personajes de la banda criminal, así como otros aliados y enemigos. Sin embargo, no es un contraste absoluto, ya que en Japón también se sufrieron las consecuencias del cambio neoliberal con el consecuente estallido de la burbuja económica, la denominada década perdida de estancamiento económico —que muchos sitúan incluso en un periodo más largo—, las privatizaciones del gobierno de Koizumi y la guerra de Irak.

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A un nivel mucho más cotidiano e incidiendo en las vidas de la mayor parte de la masa de trabajadores, Rock representa al típico salaryman que aguanta y aguanta sin fin que todo lo que le han enseñado es una forma de gratitud. Su vida es solitaria, entregada al trabajo, también acompañando a bares a sus jefes tras finalizar su jornada laboral. No es una elección para él, al igual que no es cuestión de decisiones para los demás trabajadores. La cultura jerárquica y de lealtad en las empresas japonesas provoca en muchas ocasiones el cansancio extremo de sus trabajadores y representa una falta de libertad importante, así que en el contexto de principios de siglo, con el corporativismo y la competencia en sus máximos, esto se agudizó. Podemos decir que, por suerte, la mentalidad de los japoneses más jóvenes está cambiando en la actualidad, pero en los años de Black Lagoon condenar ese ambiente suponía un gran paso, a través de un Rock motivado por una gran decepción.

El escenario en el que nuestro protagonista aterriza es la ciudad ficticia de Roanapur, situada en Tailandia, donde conviven todo tipo de bandas criminales y personajes marginados, que evoca aquellas ciudades que rozan lo postapocalíptico del cine hongkonés. De la mano de la banda criminal comienza a conocer realidades completamente distintas de alrededor del mundo que se hilan dentro del entramado decadente de la época, asumiendo misiones que incluyen enfrentamientos violentos con enemigos y alianzas con otros grupos criminales. Aquellos que conforman la pandilla son la explosiva Revy —uno de los personajes más queridos del fandom y con una personalidad compleja—, Dutch —el líder— y Benny —un gran experto de informática con la CIA y mafia detrás.

La relación que Rock tiene con Revy es una de las más reseñables a lo largo de la historia, comenzando con choques de personalidad que parecen irreconciliables. Revy es una mujer con un pasado muy duro, que tuvo que crear una armadura alrededor de su corazón para sobrevivir a situaciones horribles y suele tener mal humor y reaccionar explosivamente. Rock, por su parte, es un hombre calmado y con cierta sensibilidad, asociada a la normalidad de la persona que ha sido criada en un ambiente social tranquilo. Sin embargo, ambos se acaban complementando muy bien y la química creciente es notable durante toda la obra.

El famoso «beso» con cigarrillos. /©Shōgakukan

En general, la banda de Black Lagoon representa un ideal casi romántico de la misma manera que los antiguos piratas eran un símbolo del romanticismo en el siglo XIX, ligado a la necesidad de escapar de la nueva sociedad. Para Rock supuso una forma de recuperar su propia identidad y libertad desprendiéndose de las rígidas normas corporativas bajo las cuales vivía su día a día en Japón, sin embargo, hay cierta crítica subyacente dentro de la obra. ¿Hasta qué punto estos personajes han encontrado esta libertad, al ser sus situaciones una consecuencia directa del trauma neoliberal?

Y es que a lo largo de la historia vemos a más personajes que provienen de contextos complejos de la Guerra Fría y los nuevos conflictos acontecidos tras su final, como es el caso de Roberta, también Rosarita Cisneros. Antiguo miembro de las guerrillas de las FARC y actual sirvienta en Venezuela, nos introduce la problemática de la decepción con antiguos ideales que se ven rotos en las nuevas eras, decepcionada con sus antiguos compañeros guerrilleros por caer en negocios de tráfico de drogas y el alejamiento de la cuestión revolucionaria. La compleja situación con las fuerzas en Colombia se queda un poco corto en representación en la obra, a pesar del conocimiento del autor.

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Si bien es cierto que las FARC estuvieron involucradas en actividades ilegales de financiación, reconocidas por facciones, y la experiencia del personaje de Roberta es algo que, aún con sus exageradas expresiones de violencia, puede ser realista, la complejidad del contexto de los conflictos armados en América no se ve representada y no se rompe con la imagen geopolítica estereotipada y simplista. A pesar de que Hiroe Rei sabe, hasta cierto punto, analizar bien espacios políticos cercanos a Japón como son el caso de la URSS, China o los revolucionarios japoneses, su manga ignora el legado colonial americano en sus representaciones.

Otro de los personajes más importantes y míticos de la serie es Balalaika, líder de la mafia rusa en la ciudad y aliada de nuestros protagonistas. Antigua militar soviética, participó en la guerra de Afganistán y tiene lesiones en su rostro y cuerpo a consecuencia de ello, además de una personalidad muy dominante. Balalaika es esencialmente la imagen de aquellas muchas personalidades soviéticas de la KGB o antiguos militares que acabaron por pertenecer a grupos mafiosos tras la disolución de la URSS, adaptándose a los nuevos tiempos en los cuales prácticamente no existía ningún tipo de orden y la corrupción sometía a todo lo demás. Es curioso, sin embargo, cómo en muchas ocasiones se deja entrever su nostalgia y profundo sentimiento de abandono con los antiguos valores con los que se educó que fueron pasados por agua sucia.

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Una de las tramas más duras del manga la representan dos niños de la antigua Rumanía, de aquellos muchos que nacieron en orfanatos colapsados durante la época socialista de Ceaușescu y quedaron absolutamente sin amparo tras el Golpe de Estado. En 2001 se estimaba que 20.000 niños rumanos huérfanos malvivían en la calle robando, drogándose o cayendo en grupos de explotación infantil. Los hermanos que aparecen en Black Lagoon pertenecen a este último grupo, convertidos en niños perturbados tras numerosos abusos. Rock muestra desesperación al comprobar que se han adaptado a esos nuevos tiempos por supervivencia y es imposible devolverles la infancia que han perdido.

Volviendo a Japón, unas décadas antes, tenemos al personaje de Masahiro Takenaka. El idealismo revolucionario le lleva a pertenecer a grupos armados que luchan por el socialismo con todas las armas que tienen, pero su decepción con la deriva de la izquierda institucional le hace unirse a la facción del Ejército Rojo Japonés que luchaba por Palestina en el Líbano, más tarde terminando por formar parte del grupo Hezbolá. Su encuentro con nuestro protagonista y la conversación que mantiene con él muestra las conexiones y diferencias generacionales de los ideales, pero también cómo sólo sus ideales, ya troceados por el tiempo, son lo que le mantienen con vida.

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Entre trazos históricos bien hilados por el autor de las masacres de palestinos y libaneses en Sabra y Shatila de 1985 con apoyo de Israel, el secuestro del vuelo 251 de Japan Airlines (Yodogo) y la lucha de Sanrizuka con sus imágenes representativas de jóvenes con cascos y emblemas, se nos deja ver una chispa de la decepción de los antiguos revolucionarios con las nuevas generaciones pasivas en el Japón del nuevo siglo. La falta de representación en los nuevos grupos que acapararon el espacio de izquierdas y la desesperación llevó a extremos horripilantes a muchos de ellos y el neoliberalismo cimentó por completo las esperanzas de un mundo diferente para todos.

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Y alrededor de este caos que se vivía, el culto al dinero se colocó en lo más alto. El principal conflicto de ideales en el manga aparece cuando Revy habla del poder del dinero y cómo otros ideales y valores no tenían ninguna validez en el mundo nuevo. Esta visión estaba fundamentada en cómo creció y trató de sobrevivir en escenarios profundamente violentos donde el poder residía en el dinero y conseguir dinero de cualquier forma, pero también representa la aceptación de los nuevos poderes que regían las vidas de las personas.

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Rock siente por primera vez el peso del enfado acumulado por todo lo que ha experimentado. Su réplica a Revy no sólo es causada por la decepción que le producen sus palabras sino porque representan todo a lo que él quiso dar la espalda uniéndose al grupo, con su idealismo romántico. De nuevo, nos cuestionamos: ¿está encontrando una alternativa de libertad o solo está huyendo de algo que no va a parar de extenderse? No importa, porque para él sus ideales están por encima de todo, quizás desde un punto individualista ya que no es capaz de visualizarlo de otra manera más colectiva en esos momentos, y los defiende ferozmente. Su humanidad y sus valores intrínsecos al ser humano son lo más importante para Rock a pesar del trauma vigente en su psique causado por el caos de su contexto.

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En definitiva, Black Lagoon ofrece una cosmovisión del mundo neoliberal bastante reflexiva, aun con sus limitaciones y abordamiento de temas de forma simplista o caricaturesca en ocasiones, pero que es generalmente muy crítica con la forma en la que se ha moldeado el mundo y sus creencias tras el final de la Guerra Fría, así como con muchas de las situaciones de la propia etapa. Cuestiona muchos de los discursos vigentes neoliberales directamente a través de sus personajes, lo cual no debería sorprender a quienes conocen el recorrido político del autor, y su violencia no sólo hace gala de una acción extraordinaria sino que complementa toda la estructura socioeconómica y política de su tiempo.

No es una obra revolucionaria como tal, que nos haga considerar el apoyo a determinados grupos o valores, pero sí ofrece una profunda simpatía por aquellas personas que perdieron la esperanza tras ver destrozadas las ilusiones por las que lucharon durante todo un siglo y proporciona un foco de luz en los jóvenes como Rock que quieren cambiar sus vidas y seguir sus convicciones. Porque sí, merece la pena tener valores incluso en un mundo que los intenta destruir.

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