De un tiempo a esta parte se puede asegurar sin ningún miedo a equivocarse que la semianónima Ado ha conseguido consolidarse como una de las cantantes niponas más relevantes de la actualidad. Lo que comenzó como un pequeño proyecto adolescente en Youtube, grabando versiones de canciones de Vocaloid desde su cuarto mientras su madre le regañaba cuando hacía demasiado ruido, se ha convertido en una carrera meteórica que la ha llevado a actuar a lo largo y ancho del planeta. Con su anterior Wish Tour, el pasado 2024, ya había visitado Europa y Norteamérica, pero con su gira actual, nombrada Hibana, podríamos estar ante la serie de conciertos más importantes que haya logrado jamás una artista japonesa allende sus fronteras. El Asia World de Hong Kong, el O2 de Londres, el Uber de Berlín o el Arena Ciudad de México. Pabellones y estadios que superan los 20.000 asientos colgando el cartel de sold out uno tras otro. Ni Kenshi Yonezu, ni Yoasobi —si bien estos aún pueden ser considerados los monarcas de la viralidad en redes sociales—, ni siquiera Hikaru Utada han logrado hasta el momento cifras semejantes en una gira tan dilatada en tiempo y espacio. Y todo con trabajo duro, esfuerzo y canciones interpretadas con maestría, sin rastro de promociones vacías, campañas de la industria mainstream occidental o payolas al algoritmo. Los fans ya bromean con la adominación mundial sintiéndose completamente justificados.
El Palau Sant Jordi de Barcelona, parada de la gira en la Penísula Ibérica, no llegó a agotar sus entradas, pero poco faltó para ello y el evento acogió tanto jóvenes como adultos de todos los confines del territorio. Corría la calurosa tarde de un domingo soleado cuando las gigantescas colas de asistentes comenzaban a arremolinarse por las faldas de Montjuic. Cuerpos nerviosos y entregados. La fila para acceder a los puestos de merchandising llevaba inaugurada desde el amanecer, casi doce horas antes de la apertura de vallas para acceder al recinto y cada fan acérrimo quería su camiseta de turno de la artista sin rostro o su lightstick para animar durante el evento.

El concierto comenzó a todo trapo, con la banda —de la que el excelente guitarrista Kokei Takafumi sigue siendo maestro de ceremonias— ametrallando los primeros acordes de Usseewa. Dinámica, bailarina y poderosa dentro de una jaula que, aparte de impedir al público discernir sus rasgos, también servía como lienzo para luces y videoproyecciones, Ado cantaba «¿Partirte la cara? No, gracias, prefiero apuntarte con mis palabras y abrirte la cabeza con ellas» con quizá un punto menos de violencia gutural que en su gira pasada, pero con ostensiblemente mayor control vocal. Siguieron sin apenas un momento para respirar, Lucky Bruto y Gira Gira para conformar una apertura de concierto plenamente representativa de las virtudes de Kyōgen, su primer álbum. El estilo hasta entonces plenamente rockero dio paso al future house de Show, una de sus canciones más reconocidas en Occidente. Ritmos machachones y pegadizos, sintetizadores estridentes pero melódicos y una Ado pasmosamente cómoda en sus rapeos.
Spy x Family ha sido durante los últimos años todo un fenómeno de masas, así que no podía faltar la cómica Kura Kura, su tercer opening, una de las aún escasas incursiones de la vocalista en el mundo del anime, más allá de su tan recordada como querida banda sonora para el largometraje One Piece Film: Red. Es imprescindible mencionar que, si bien el principal atractivo de los conciertos de Ado es, sin lugar a dudas, su voz, el componente visual alcanza actualmente niveles superlativos. La conjunción de luces, colores y proyecciones habituales se sumó esta vez a nubes de llamas y lluvias de chispas que rodearon los barrotes de la vocalista. Todo sea por el espectáculo. Readymade recordaba entonces con nostalgia sus inicios en Youtube, como una de las canciones que más le aupó a la fama y la más reciente Mirror contrastaba con su estatus de consagrada estrella internacional. Fue por entonces cuando la joven se decidió a saludar brevemente y aprovechar un pequeño descanso para, seguramente, beber algo de agua al amparo de su opaca jaula. Llegaba el momento entonces de una de las covers de la noche, que fue Charles, originalmente compuesta para Vocaloid por Balloon —actualmente conocido como Keina Suda— y que Ado no tardó en hacer completamente suya.
Algunas malas lenguas han acusado a la vocalista de gritar más que cantar. Incluso, en su momento, cierto segmento de la heterogénea comunidad de seguidores y seguidoras del k-pop inició una especie de feudo unilateral contra la tokiota tras su sonada colaboración con las seulenses Le Sserafim. La verdad es inapelable. Ado grita. A veces incluso grita guturales como si fuese la frontwoman de una banda de metalcore. Pero también rapea, armoniza, recita y entona como nadie. Su tesitura vocal de más de cuatro octavas le permite una versatilidad envidiable, llegando con amplia comodidad tanto a un Si de soprano como incluso a notas más comunes en los tenores varones que en las contraltos. Y recientemente ha mejorado su técnica y ampliado sus recursos, lo que le permite no sólo una mejor ejecución en las partes más líricas, sino agotarse menos a lo largo de sus conciertos. El tercio final de Elf fue buen ejemplo de ello, con una interpretación desgarradora ante un público tan entregado al que, para entonces, ya sólo le faltaba arrojarse de cabeza a sus pies. Value y Stay Gold —en la que colabora con el británico Jax Jones— bajaron un poco el ritmo, pero el respetable volvió a saltar al unísono con la ultrapegadiza RuLe.
Era el turno de una ensoñadora Utakata Lullaby que hizo bailar a todo el mundo y la esperada Aishite Aishite Aishite, del reverenciado compositor Kikuo, en la que nuestra cantante se dejó hasta el alma. Exceso vocal, exceso audiovisual y hasta exceso conceptual, pero así es Ado, tan feliz en su desmesura que es capaz de sacar un disco recopilatorio de grandes éxitos con la mareante cifra de 40 canciones con sólo 23 años. Backlight, o Gyakko, quizás la mejor canción de su banda sonora para One Piece fue irónicamente el único momento de flaqueza percibida en todo el concierto. Tras una quincena de temas exigentes despachados sin apenas respiro era normal acusar el cansancio. Pero lejos de flaquear, un par de minutos le bastaron para tomar aire y volver con aún más fuerzas que antes y tanto Hibana, versión del legendario tema de Deco*27 y Hatsune Miku que da nombre a la gira, como Episode X, compuesta por el mismísimo Ayase de Yoasobi, sonaron como si hubiesen sido interpretadas en los primeros compases del evento.

Se hizo el silencio tras la presentación de rigor de los instrumentistas acompañantes —esta vez faltó la muy querida teclista Sara Wakui, actualmente de gira con T.K., el de Ling Tosite Sigure— y Ado tomó el micrófono para hablar en un gesto rutinario que, esta vez, se volvió íntimo. Tras un tímido saludo en español y un intento de comunicación en inglés que, como empieza a ser habitual en ella, no llevó a ninguna parte más que a que la pobre se agobiase, la utaite comenzó un discurso sobre la soledad, la superación y la aceptación de uno mismo, que desde producción intentaron traducir en la pantalla trasera, pese a que la tokiota hablaba tan rápido que era imposible para el intérprete seguir su ritmo. No obstante, aunque no todas sus palabras tuviesen su equivalencia al español plasmada en el monitor, sus sentimientos traspasaron la barrera del lenguaje y 15000 personas entendieron perfectamente que a veces las pequeñas chispas —hibana— pueden transformarse en llamas que todo lo iluminen y que puede que en algún momento de nuestra vida nos sintamos solos y abandonados, pero que no dejemos por ello de intentar reunir la fuerza de salir adelante. En clave más irreverente, también manifestó su descubierto nuevo amor por la paella.
La nueva reina reina del pop nipón se despedía con la eléctrica Odo, otro de sus temas más reconocidos, pero al público no lo movía del recinto ni una excavadora a máxima potencia y el clamor pidiendo un encore llegó a hacer retumbar las gradas del Palau. Volvieron a encenderse las luces y el seductor guitarreo de Rockstar, uno de sus más recientes trabajos —con el acompañamiento de jon-YAKITORY, que fue uno de sus primeros colaboradores—, llevó al éxtasis a los asistentes, a los que Ado decidió rematar con una cover de Chandelier. Paradójicamente —sobre todo por estar hablando de Sia, quien cuenta sus ventas por millones—, parecía que un público no tan acostumbrado al electropop mainstream occidental no se la conocía del todo. En cualquier caso merece la pena destacar que la protagonista de la noche se enfrentó con todas sus armas a una canción dificilísima de interpretar, la abordó completamente a su estilo y no sólo salió airosa, sino que le hizo ganar enteros. Ahora sí tocaba despedida. Si el año pasado en Bruselas su apertura de concierto fue New Genesis aquí fue el culmen. Un torbellino synthpop en el que tienen cabida desde los toques de la lírica operística hasta las melodías modernas más pegadizas.
Después de años como promesa, Ado es ya una realidad. Una pequeña chispa que grababa canciones encerrada en su armario se transformó primero en una luminaria capaz de conquistar las redes sociales y hoy es un descomunal incendio capaz de alzar sus llamas por encima de cualquier barrera, sea geográfica, lingüística o cultural. Ya es capaz de mirar de tú a tú a los más grandes y nadie puede predecir cual será su techo. Eso lo dirá la Historia. Que tiemble el mundo ante la adominación.