El cine japonés es apreciado en todas partes del mundo en sus diferentes géneros y expresiones artísticas, desde las historias más intimistas hasta las más controvertidas y experimentales. A menudo, muchas personas del público general tienen la impresión de que Japón es un país homogéneo donde no existen disidencias de ningún tipo o, si existieran, no cuentan con apenas relevancia en el panorama audiovisual —más allá de alguna producción morbosa y casi prohibida que se les ocurra dentro de la imagen que tienen del país. Nada más lejos de la realidad, como ya hemos señalado en esta web con un foco más generalista. Cuando observamos con detalle el recorrido cinematográfico del país, la presencia de las historias que reflejan identidades LGBT está casi desde el inicio. En este artículo se hará un recorrido por esta historia cinematográfica y las películas más destacadas.
Nos remontamos a la década de los años 30, cuando la industria cine ya llevaba un poco más de 30 años asentada en el país. Japón era un estado profundamente militarizado y de corte nacionalista e imperialista, con lo cual muchas de sus películas se centraban en dramas históricos o costumbristas y melodramáticos de la compañía Shochiku. En el año 2008 y 2009, se proyectó en Japón la cinta de 1935 titulada The Scent of Pheasant’s Eye, del director Jiro Kawate, del que apenas conocemos nada. La película, de cine mudo, muestra con mucha quietud, belleza sensible y una inocencia mezclada con trazos de sensualidad la relación entre una joven y la esposa de su hermano mayor. Aunque el vínculo entre ambos personajes se refleja como una admiración y fascinación de la joven hacia la mayor, algo común en películas más antiguas que reflejan relaciones lésbicas, el final abierto —¿dónde estará la segunda parte que, aparentemente, pudo haber existido?—, nos abre la puerta a los sentimientos correspondidos. Una representación sorprendente para la época en la que se hizo.

La década de los años 40 estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial y los filmes que se producían en Japón eran de corte principalmente propagandístico en su primera mitad, mientras que en su segunda mitad se produjeron muchos dramas costumbristas como en el periodo anterior a la guerra. La década de 1950 trajo consigo una auténtica revolución en la producción audiovisual del país, una etapa dorada que se coronó con cineastas como Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu o Masaki Kobayashi. Los géneros comenzaron a variar mucho más, siguiendo la tradición de películas históricas y costumbristas con un toque más crítico en su visión y trayendo una oleada de cine negro y las primeras películas pinku, eróticas y de explotación.

Fue a través del cine pinku que la representación LGBT tuvo su mayor auge, en parte porque era el género perfecto para explorar la sensualidad de las mujeres. Esto hace que algunas de estas películas puedan verse desde el morbo o la sexualización. Entre estas destacan dos cintas en la década de los 50. La primera sería White Beast (1950), algo más codificada, que se lleva a cabo en un centro de rehabilitación para mujeres prostitutas, en una época en la cual se empezó a criminalizarlas por sus actividades, con lo cual el cine era un lugar de crítica hacia ello. Por su parte, la segunda sería Kegareta Nikutai Seijo (1958), una historia de amor entre dos monjas lesbianas más directa. Solía haber ese patrón de exploración de la relación de mujeres en lugares donde no había tanta presencia masculina. Por otro lado, la película Farewell to Spring, de 1959, muestra ciertos tintes homoeróticos entre personajes masculinos de forma muy codificada, sobre la base de un argumento esencialmente sobre la amistad entre hombres y el vínculo de amor que les une.

Las décadas que siguieron, los años 60 y 70, fueron esenciales para la representación de diferentes formas de vida, transgresión, identidades, disidencia sexual y política, protesta y experimentación pura. Era el clima perfecto para que la representación fuese la más prolífica hasta entonces. El cine de explotación seguía en auge y tenía una cada vez mayor presencia, a través de hitos como la saga Female Prisoner Scorpion, con ciertos trazos lésbicos en su historia de venganza contra hombres malvados y el desarrollo de la historia en una cárcel femenina. También hubo muchos romances entre monjas de nuevo con The virgin witness de 1966, Midnight Virgin en 1970 con un tono más explícitamente sexual, Keiko en 1979 con su aproximación realista a una relación lésbica atada por convenciones sociales o Man and Woman en 1972, un romance sobre una mujer que tiene una relación con otra mujer transexual.
Una de las obras más destacadas de la década de 1960 que representa el deseo lésbico llevado a los extremos es la hermosa película Manji, de 1964, dirigida por Yasuzō Masumura y sorprendentemente basada en una novela de Tanizaki de 1928. En Manji tenemos a Sonoko, una mujer casada que no es feliz en su matrimonio y se refugia en el arte, acabando por enamorarse de Mitsuko, una bella y joven mujer que le muestra su cuerpo desnudo. Mitsuko no sólo provoca un sentimiento de amor en Sonoko, sino también una idealización obsesiva y una adoración que sólo podría ser comparada con la que los fieles tienen hacia figuras religiosas. Esto es lo que representa Mitsuko en su rol divino y manipulador a través del deseo.

Otra cinta destacada, de un año después y muy similar en su temática psicológica, es With Beauty and Sorrow, del director Masahiro Shinoda y adaptación de un libro de Kawabata. También llena de sensualidad y erotismo, nos muestra la historia de una joven estudiante de arte, interpretada por la hermosa Kaga Mariko, que mantiene una relación amorosa con su profesora y desea vengarse del hombre que la dejó embarazada y la humilló cuando era adolescente. La venganza toma el eje central de la película, provocando una actitud cada vez más obsesiva en el personaje protagonista. Es posible que esta obra inspirase al primer personaje yandere del manga, Mariko, del manga de Riyoko Ikeda Oniisama E, que también trata temas de obsesión y amor lésbico.

Y cerrando la década de los años 60 se estrenó la revolucionaria, psicosexual, maravillosa y estrambótica Funeral Parade of Roses. Un triángulo amoroso surge entre Gonda, propietario de un bar gay y de la escena drag, la madame del bar, Leda y una joven, Eddie, personaje interpretado por Shinnosuke Ikehata, bailarín y actor de apariencia andrógina que suele representar personajes trans y mostrar una apariencia femenina. Con raíces en la tragedia griega de Edipo Rey y la estética experimental y el montaje espectacular de Toshio Matsumoto, la película se torna en una espiral de destrucción en la persecución de los personajes de su propia libertad. Prestando atención a los grandes cambios sociopolíticos de la época, con un sorprendente uso de recursos y un radicalismo patente a la vista de su imaginario y simbolismos, quizás no es para todo el público, pero sí es absolutamente una joya digna de reseñar.

En la década de los años 80 y los 90, el pinku no tiene tanta relevancia como antes, lo que abrió paso a películas que comienzan a explorar las relaciones LGBT en historias dramáticas, realistas y sin la misma carga erótica. Sin embargo, curiosamente, hay un boom de las películas eróticas gays, añadiéndose a las que muestran relaciones lésbicas que ya tenían un gran espacio. Destaca así la obra de Satoru Kobayashi, que fue el primer director que mostró el pecho desnudo de una mujer en la década de 1950 y que estuvo experimentando con el cine erótico en sus diferentes vertientes.
Es en este momento histórico en Japón, su etapa de burbuja económica y su posterior depresión, cuando muchas películas importantes en lo que a este artículo respecta se estrenaron. Una de las más aclamadas y conocidas por el público occidental es Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983) del director Nagisa Oshima. Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, con un reparto impresionante formado por David Bowie, Ryuichi Sakamoto y Takeshi Kitano, la trama se desarrolla en un campo japonés de prisioneros al que llegan los británicos. Oshima aprovecha esta etapa tan trágica de la historia para poner en tela de juicio los valores de su propia nación, como hizo a lo largo de toda su carrera cinematográfica, y retrata de forma compleja y sensible la naturaleza del hombre y sus vínculos, el amor entre hombres y la represión más personal e íntima bajo valores rígidos.

Otra película reseñable de la década de los 80 es Summer Vacation 1999 (1988), una historia curiosa y transgresora en sus formas. Nos muestra unas vacaciones de verano en una escuela extraña, entre un escenario fantasmagórico inexistente y futurista aislado, donde cuatro estudiantes adolescentes, personajes andróginos que se asumen fuera de un acondicionamiento de género a pesar de relacionarse como chicos y ser interpretados por chicas, viven sin supervisión de los adultos y desconectados del resto de la sociedad. Esta ausencia de vigilancia externa, sin un condicionamiento social, permite que los personajes se expresen profundamente, lo que nos ofrece una noción de la intensidad de cada visión juvenil de la vida, la muerte y el amor.

En Twinkle (1992), se muestra una situación realista que se vivió en Japón y otros países del mundo, la fachada matrimonial. Shoko, interpretado por la legendaria idol Hiroko Yakushimaru, se casa con Mutsuki para evitar la presión de sus padres con el matrimonio, mientras que él acepta por la misma razón además del hecho de ser homosexual. Ella lo acepta, pero las presiones sociales y la depresión que sufre le complican la situación cuando Mutsuki se enamora de un chico. La película, en un estilo semejante al de obras coetáneas, es reconfortante y cálida, e insiste en la unión más allá del amor tradicional, acabando por formarse una unión entre los tres personajes.

Y es importante hablar de Ryosuke Hashiguchi, que hizo algunas de las historias en la gran pantalla más representativas de la comunidad LGBT en esta etapa como: A touch of fever (1993), cinta que retrata de manera muy dura la relación homosexual de dos chicos de instituto y la complejidad de sus vidas; Hush! (2001), película en la que una pareja homosexual lidia con sus familias y el caos alrededor de ellos unido a que una mujer, con sus propios problemas personales, le pide a uno de ellos que conciba un bebé con ella, creándose un vínculo entre los tres casi familiar fuera de los estándares sociales, y; Like Grains of Sand (1995), una historia que, como su nombre puede sugerir, es perfecta para ver en verano.
Like Grains of Sand es una historia de madurez, de adolescentes entendiendo su identidad y su lugar en el mundo, uno que a veces les hace crecer antes de la cuenta o les aprieta demasiado y los hunde. Shuji, nuestro protagonista, se enamora de su amigo Hiroyuki, al que parece gustarle Kasane, una chica nueva en la escuela interpretada por Ayumi Hamasaki. Entre los tres y otros personajes igual de encantadores, esos escenarios finales donde el mar parece cubrir todo y los límites se antojan inexistentes, vemos cómo lidian con sus problemas y sus alegrías, en los pequeños momentos, miradas y gestos, así como en las grandes declaraciones, esas que son tan importantes cuando eres joven para decir al mundo quién eres y establecer tu identidad.

Entre todas estas hermosas películas también surgen documentales interesantes que nos muestran sin filtros las realidades de la comunidad LGBT japonesa a lo largo del tiempo. Hay muchos que se podrían citar, como Queer Boys and Girls on the Shinkansen (2004), Of Love&Law (2017), que documenta el primer bufete de abogados formado por una pareja homosexual y las causas que han defendido, o Reiwa Uprising (2019), que trata sobre la primera candidata política mujer trans del partido Reiwa Shinsengumi.
Aquí destacamos Shinjuku Boys, de 1995, que documenta la vida de tres hombres trans en el Japón de los 90 que se dedicaban a ser hosts. Principalmente muestra cómo es el trabajo que realizan —y cómo su identidad les limita a ello—, sus vidas personales y sus problemáticas de cara al futuro y las presiones sociales. Los tres, Gaish, Tatsu y Kazuki, lidian de formas diferentes con sus problemáticas, conviviendo con sus parejas y tratando de hacer vida normal a pesar de estas presiones. Es muy corto en duración, pero muy directo a la hora de tratar todos los temas que ponen sobre la mesa, así como hermoso e íntimo en cuanto a cómo se presentan las situaciones particulares.

Y para cerrar el milenio, tenemos otro gran hito del magnífico Nagisa Oshima, que ya trató la homosexualidad en su Feliz Navidad, Mr. Lawrence y volverá a hacerlo, en cierto modo desafiando las mismas cuestiones, en Taboo, de 1999. Ambientada esta vez en el siglo XIX, la película trata sobre las relaciones entre samuráis, su rigidez, sus valores, su jerarquía y la masculinidad. Todo ello acaba por someterse ante Kano, la figura de un joven samurái que despierta conflicto, pasión y obsesión entre otros samuráis. La violencia y la sexualidad están unidas y la represión interna también hace su acto de presencia en la película, mostrándonos la posibilidad de que el deseo o el amor crezca en entornos tan rígidos, pero quizás no de una forma sana.

Con la llegada de los 2000, también aparecen las comedias románticas. Todavía no asistiríamos a una industria cinematográfica japonesa que nos proveyese historias dramáticas, sobre amores no correspondidos entre parejas LGBT, pero por fin llegaría algo más ligero para olvidar un poco los problemas del día a día y calentarnos el corazón. Destacan un gran número de obras como Boy’s Choir, del año 2000, Blue (2002), Big Bang Love, Juvenile A (2006), Topless (2008), Schoolgirl Complex (2013), entre otros muchas live action que adaptan mangas de dicho género.
En el año 2006, se estrena la película Love My Life, una comedia —con sus subtonos dramáticos— sobre dos chicas que tienen una relación amorosa, Ichiko y Eri. Ichiko tiene una visión abierta y no teme hablar de su relación, así que decide confesárselo a su padre. Lo inesperado es que su padre le confiesa que él es gay y su difunta madre era lesbiana. La cinta es muy ligera, entretenida, fácil de ver y cálida, lo que dejará a cualquiera con un buen sabor de boca.

Una obra curiosa pero muy necesaria es The Clan’s Heir is a Trans Woman (2013), dirigida por nuestro querido Hitoshi Ozawa, un legendario actor de papeles yakuza. Con tonos cómicos, melodramáticos y una historia que te recuerda más a una historia secundaria del juego Yakuza que a otra cosa, la película está encantadoramente a favor del colectivo trans y te llega al corazón. Su título ya nos dice mucho sobre la trama y quizás el único punto realmente negativo es que podría tener una segunda parte, pero el corazón que puso Ozawa al hacer la película es palpable y no podía faltar en esta lista.

Y terminamos la presente retrospectiva con una película estrenada hace dos años por uno de los directores más aclamados internacionalmente, Monster, de Hirokazu Kore-eda. Es difícil reseñar la obra sin destriparla por completo, pero se podría decir que todo gira entorno a las mentiras, la comprensión de los otros y de nosotros mismos, y lo difícil que es para un niño desarrollarse en ciertas condiciones. Con su intimismo y su ternura de siempre a la hora de hacer historias con niños, Kore-eda nos deja una historia preciosa y trágica de nuevo.
