El fin de algo a veces conlleva un nuevo comienzo, y ese es también el caso de Final Fantasy XIV. Tras finalizar el primer gran arco de la historia con la expansión anterior, Endwalker, en este 2024 hemos podido asistir al inicio de un nuevo arco gracias a la salida de Dawntrail. Lo cierto es que esta expansión ha despertado opiniones divididas porque venimos de un punto altísimo de la historia y ahora toca volver a construir de nuevo; sin embargo, aunque Dawntrail no ha satisfecho las expectativas de muchos fans, sí que ha hecho las delicias de muchos otros. Ese es precisamente el caso de los redactores Dargor Majere y Clara Kujo, y por eso os traemos este artículo para resaltar las bondades de esta nueva expansión, así como destacar algunos aspectos que nos gustaría que se hubiesen hecho de otra forma.
Lo primero de todo, nos gustaría advertir de que este artículo contendrá spoilers sobre la trama de Dawntrail, por lo que aconsejamos que no sigáis leyendo si no queréis conocer detalles de la historia.
Una vez aclarado esto, es conveniente mencionar que la historia está separada en dos mitades bastante claras, aunque lo cierto es que buena parte de las tramas que comienzan en la primera mitad, así como el desarrollo de los personajes, desembocan en la segunda, si bien la transición de una a otra puede resultar un poco brusca y repentina, algo que ya nos temíamos muchos al ver lo dispar de la temática de la expansión cuando Yoshida empezó a enseñar las primeras imágenes de Arcadion y Solution Nine.
Aunque en principio los jugadores pensábamos que Dawntrail iba a ser el «capítulo de playa» del juego, la realidad resultó ser muy diferente, y es que a pesar del inicio lento y tranquilo del juego lo cierto es que pronto nos vemos inmersos en una entramado político bastante interesante; la historia del juego parte de que conocemos a Wuk Lamat, una de las cuatro aspirantes al trono de Tural, y aceptamos ayudarla en su empeño en convertirse en la próxima gobernante de esta región. Así pues, Gulool Ja Ja, el actual soberano de Tural, propone a los cuatro candidatos embarcarse en una aventura para recorrer la región haciendo una serie de pruebas para reunir unas tablillas. Toda esta primera parte evoca a una aventura clásica que podríamos encontrar en un RPG de fantasía cualquiera —de hecho, hay quien ha señalado que le recordaba a Pokémon, solo que en vez de reunir medallas de gimnasios reunimos tablillas—, pero lo cierto es que trata temas bastante importantes si estamos dispuestos a prestar un poco de atención. Cabe destacar que, además, este nuevo arco de la historia viene acompañado por una actualización gráfica muy grande.

El viaje a lo largo y ancho de Tural nos sirve para conocer las personalidades de los cuatro candidatos por cómo van respondiendo a los retos que se les plantean. Pronto nos daremos cuenta de que Wuk Lamat es una persona justa y sensata que se preocupa por conocer y ayudar al pueblo al que va a gobernar, aunque para ello tenga que resolver tareas de supuesta poca importancia. No obstante, lo cierto es que Wuk Lamat también cuenta con inseguridades por compararse con sus hermanos, que a primera vista parecen más capaces, pero las supera aprendiendo a apreciar sus propias cualidades. No sabemos si es por su forma de ser —hay quien bromeaba diciendo que Luffy, Wuk Lamat e Ichiban Kasuga serían mejores amigos—, por el hecho de que el guerrero de la luz, nuestro personaje, se quede relegado a un segundo plano, por que sea una mujer o porque la voz inglesa de Wuk Lamat sea Sena Bryer, una mujer trans, pero el personaje ha levantado el más absoluto odio en parte de la base de jugadores del juego. Hay incluso quien llega a compararla —de forma relativamente acertada— con Lyse, otro personaje femenino principal del juego que tuvo gran relevancia en la historia de Stormblood. No obstante, Wuk Lamat es un personaje más complejo, con más matices y con una historia plenamente pensada para ella desde un principio: un personaje nuevo para una historia que comienza de nuevo.
Uno de los mayores miedos de los jugadores es que, al entrar nuestro personaje y sus compañeros, los Scions, en la ecuación, la historia pecara de síndrome del salvador blanco que ayuda y saca las castañas del fuego al pueblo, como sucede en Stormblood. Por suerte, el juego no entra nunca en esta narrativa porque Wuk Lamat y los nativos de Tural son en todo momento quienes mueven la historia. El problema es que esto conlleva que los Scions y nuestro personaje pasen a un segundo plano y tengan mucha menor relevancia que en anteriores expansiones: tener a nuestros compañeros al lado en esta expansión se siente más como una manera de publicitar el juego y tener PNJs que nos acompañen a las mazmorras más que personajes con una necesidad narrativa, más allá de alguna intervención puntual.
Entre las pruebas que los aspirantes al trono deben realizar, debemos ayudar a Wuk Lamat a comerciar y hacer trueques con los pelupelu, a restaurar la salud de los cultivos ejecutando un antiguo ritual y a erradicar la tradición eugenésica de los hijos benditos de los Mamool Ja, una cruel costumbre que implica sacrificar a hijos por el camino para obtener hijos de dos cabezas, a los que se considera los más fuertes, soldados y líderes natos. También conoceremos la peculiar y hermosa visión de la muerte de los gigantes Yok Huy, que consiste en creer que una persona no muere mientras se la siga recordando, aunque técnicamente haya partido del mundo de los vivos. Es esta visión de la muerte la que conecta el juego con la segunda parte y lo que más nos interesa recordar.

Como cabría esperar, la prueba acaba con Wuk Lamat proclamándose ganadora y convirtiéndose en la nueva gobernante por derecho de Tural, pues ha sido ella quien mejor ha comprendido que la verdadera labor de un gobernante debe consistir en conocer a su pueblo para ayudarlo y protegerlo —todo ello, recordemos, con una anecdótica participación de nuestro personaje—. Pero, consciente de que no podría gobernar ella sola, elige a su hermano Koana para que comparta el trono con ella. Esto provoca la ira de Zoraal Ja, el único hijo biológico de Gulool Ja Ja, quien siente que el orden natural de las cosas ha sido alterado y que se le ha arrebatado su derecho a heredar el trono de Tural.
Esto lleva a Zoraal Ja a acudir a la Ciudad Dorada, la legendaria ciudad que llevamos buscando desde el principio de la expansión y de la que el mismísimo Emet-Selch nos habló en Endwalker, y hacer uso de su avanzada tecnología para invadir Tural y reclamar el trono de las manos de Wuk Lamat y Koana, matando a su propio padre por el camino. En este punto de la historia, la aventura se convierte en una historia de ciencia ficción, aunque previamente tenemos una zona reminiscente de los western, evidenciando así la mezcla de géneros presente en esta expansión. Cuando vamos en busca de Zoraal Ja para impedir que conquiste Tural, descubrimos que el mundo en el que estamos se ha fusionado con otro distinto llamado Alexandria —sí, esa Alexandria—. Y esta trama de los mundos diferentes, por supuesto, no es nueva para los que ya conocemos FFXIV.
Conocemos a Sphene, la reina de Alexandria, que, al igual que sucede con Wuk Lamat y Koana, nos confirma que comparte su reinado con Zoraal Ja, que se ha autoproclamado rey. Aunque Sphene parece un personaje inofensivo, conforme nos adentramos en su mundo vamos descubriendo cosas más perturbadoras: una de ellas es que utilizan reguladores para usar las almas de gente muerta para insuflarle vida a una persona cuando esta muere. Sin embargo, esta tecnología tiene unos límites y no puede evitarse que una persona muera de vieja, por ejemplo. Cuando una fallece definitivamente, se borran los recuerdos de todos los que llevaban reguladores y conocían al fallecido. Es, precisamente, justo lo contrario de lo que creían los amables Yok Huy.

La visión de la muerte de Alexandria es aterradora, tanto más cuando descubrimos que la gente que muere definitivamente va a un lugar especial donde se conserva en la memoria de una especie de superordenador su alma y su consciencia para siempre. Allí, estas personas pueden seguir viviendo eternamente, pero es una vida falsa porque ya están muertos. Nuestro objetivo final será derrotar a Sphene, pero para ello debemos borrar a toda la gente que está viviendo una segunda vida eterna tras su muerte. Así, asistimos a uno de los momentos más tristes y emotivos de todo Final Fantasy XIV, con el añadido de que, por primera vez en la historia del juego, borrar a toda la gente también implica que esa zona del juego quede alterada para siempre, cambiando el colorido que presenta cuando la visitamos por primera vez por tonos grisáceos. El propio juego nos pregunta si queremos seguir adelante, haciéndonos conscientes como jugadores de que estamos a punto de participar en un proceso irreversible.
Lo cierto es que podemos sacar diferentes lecturas de toda esta segunda parte: la primera es que es inevitable relacionarla con algo de rabiosa actualidad en la realidad, pero que al mismo tiempo constituye una de las bases de la ciencia ficción: se trata del uso éticamente cuestionable de una tecnología poderosa que podría tener otras aplicaciones diferentes, y que, como decimos, en la realidad es equiparable al uso de la IA generativa. El uso de estos reguladores no solo sirven como una potenciación en combate, sino que tienen usos infinitos en el día, sirviendo como un seguro para que la gente sepa que no va morir definitivamente por tener un accidente. Una tecnología tal podría traer muchísimos beneficios al mundo, pero su método de empleo está muy lejos de lo ético. ¿Está bien usar las almas de los difuntos que ya no están entre nosotros para que tengamos una vida más plena y segura?
Pero, evidentemente, la reflexión más importante es la relacionada con la muerte, el duelo y lidiar con la pérdida. El ser humano lleva milenios obsesionado con la muerte y con la vida eterna, tanto es así que, de nuevo, es un tema recurrente en ficción. Dawntrail opone dos formas distintas de ver la vida y la muerte, la de los Yok Huy y la de Alexandria, siendo esta última la que plantea cuestiones éticas-filosóficas. Sí, podemos borrar los recuerdos de la gente allegada a los que mueren para evitarles el dolor de sufrir con su marcha, pero al mismo tiempo estamos condenando al olvido a la persona que muere, y recordemos que los Yok Huy creían que nadie muere mientras otros lo recuerden.

Dawntrail trabaja mucho sobre el eje de paralelos que son opuestos a un tiempo, y eso mismo lo hace con sus personajes: por ejemplo, con Bakool Ja Ja y Zoraal Ja. Bakool Ja Ja es el único candidato al trono de Tural que no pertenece a la familia real y a lo largo del concurso vemos que es un tramposo que haría lo que fuera por ganar (incluso le roba a Wuk Lamat una de las tablillas). En cambio, Zoraal Ja comienza siendo estricto pero honorable, y ayuda a sus hermanos cuando lo necesitan. Sin embargo, conforme progresa la historia, Bakool Ja Ja toma conciencia de su mal proceder y decide ponerse del lado de Wuk Lamat y Koana y servirles, luchando por ellos. En cuanto a Zoraal Ja, ya hemos comentado su caída en desgracia y cómo, precisamente, se convierte en lo que era antes Bakool Ja Ja. Ambos personajes tienen la presión que ponen en ellos sus respectivas familias y la inseguridad de no cumplir las expectativas y lo que se espera de ellos.
Citando un poco a nuestro compañero Drazz, Dawntrail comienza con un arco de torneo de cuatro personajes extremadamente bien desarrollados y caracterizados en una cultura mesoamericana representada de forma muy respetuosa y con mucho estudio detrás, tanto a nivel de ambiente como artístico y musical. Tras esto, el segundo arco de la historia nos enfrenta a un reino transdimensional que es activamente pacífico —hasta cierto punto en la historia— y que únicamente busca su propia supervivencia y proteger a sus habitantes, quienes son inocentes en todos los acontecimientos de la historia. Esto es algo que, si lo hiciera el personaje jugador, sería abiertamente celebrado, pero Alexandria tiene eso tono distinto donde las acciones de su reina Sphene se encuentran en la fina línea que separan lo que es ético y lo que no. De igual forma, podemos establecer paralelismos entre Wuk Lamat y Sphene. Ambas son líderes que piensan en su pueblo por encima de todo y harían lo que fuera por salvarlos, aunque en el caso de Sphene eso incluye masacrar a otro pueblo si es necesario para proteger al suyo, viéndose así como una deconstrucción muy interesante de su contrapunto de Final Fantasy IX, Garnet.
Y hablando de Final Fantasy IX, es imposible no hacer similitudes con su historia, aunque también bebe muchísimo de Final Fantasy V. La cantidad de elementos similares en ambas historias es abrumadora. Desde las cosas más obvias, como las similitudes entre Otis y Steiner o el ejército de soldados tecnológicos, hasta la presencia del árbol Lifa. En efecto, el Everkeep, esa colosal ciudad, parece un árbol tecnológico, por no hablar de que presenta una función similar a la que se presenta en Final Fantasy IX: regular el flujo de las almas del planeta. Además, la presencia de los dos mundos, un tropo recurrente en muchísimos JRPG, también está presente en ambos títulos de la empresa nipona. Tal vez hayamos podido echar de menos la presencia de unos de los jefes más emblemáticos de FFIX, el Vals Negro Número 3, pero todavía nos quedan los parches y las misiones de Hildibrand, donde, con un poco de suerte, volverá nuestro Vivi particular.

Lo cierto es que Dawntrail nos deja con dos lecciones importantísimas: lo necesario que es para un gobernante conocer a su propio pueblo para gobernarlo y ayudarlo con justicia, y que nadie muere mientras los que sigan vivos le recuerden. Puede que Dawntrail no sea una aventura tan épica como otras que hemos vivido antes en Final Fantasy XIV, pero el peso de su trama recae en la importancia de la familia y de los seres queridos, así como de los recuerdos, y esos temas son igualmente relevantes y necesarios. Se trata de una expansión muy divisiva, pero muchos hemos llegado a ella con desconfianza y la acabamos teniendo confianza y fe en los próximos años de este juego y en las historias que están por venir. Vinimos buscando cobre y nos hemos topado con la Ciudad de Oro.
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