Cada 8 de marzo, por el Día Internacional de la Mujer, nos planteamos más o menos seriamente la posición de la feminidad y las experiencias adyacentes a esta en una sociedad en la que el planteamiento ha tomado direcciones bastante distintas. Como por ejemplo la de desarrollarse transversalmente junto a otras luchas o incluso banalizarla y volverla algo vacuo y rutinario que solo sirve para promover nuestra marca o imagen. Incluso dentro del mismo discurso feminista de posiciones similares, a veces recaemos en las mismas discusiones de la validez o no de la sexualización de personajes femeninos, inclusive si esta misma sexualización es algo real o simplemente una visión acrecentada por las confrontacionalmente denominadas como «ideologías de género». Sin embargo, y a pesar de que es un tema muy candente y con numerosos comentarios de todas las formas y colores, hoy el foco no está puesto aquí.
Cuando pensamos en deshumanización tendemos a imaginarnos instancias en las cuales una persona es tratada meramente como un objeto debido a razones pertinentes al racismo, la xenofobia, el clasismo, el machismo y un largo etcétera. Esto mismo comentó la difunta cantante Sulli, miembro del grupo surcoreano f(x), quien llegó a admitir en una entrevista que no creía que la gente considerase a los idols como humanos. Con esta declaración vamos un paso más allá a la hora de abordar el concepto de deshumanización: Este no tiene que ser necesariamente fruto de una oposición a un grupo privilegiado. El ver a los idols como algo más allá o distinto a un ser humano nace más de la creencia de que son para nosotros un objeto, un bien que usar para nuestro propio entretenimiento, por supuesto no desde una visión consciente o global, pero sí como gran parte de la identidad inherente a su trabajo. Mientras que en la vida real, posiblemente estos se encuentren en una posición más privilegiada que nosotros y sin embargo aún los podemos considerar como herramientas del entretenimiento. Pese a lo que se suele pensar desde fuera, las mismas fanes del K-Pop son conscientes de las vicisitudes que tienen los trabajos a tiempo completo como cantantes, bailarines, actores, influencers y demás. Es un empleo que suele permear íntegramente en la vida de sus empleados y por eso mismo salen a la luz tantos «escándalos» de las vidas personales de los miembros de los grupos, porque se ha creado desde la misma industria una imagen que va más allá del ser humano que la interpreta y este se pone a disposición completa del empresario y de los seguidores. Una vez más, no es algo exclusivamente pertinente del mundo del K-Pop, pero podemos usarlo a modo de comienzo para introducir las siguientes ideas.

Entonces, ¿qué es esta imagen que se ha creado del idol? Para responder a esto tenemos que ponernos un poco más filosóficos y hablar de uno de los mayores exponentes del postmodernismo, Jean Baudrillard. El filósofo, en su obra Cultura y Simulacro, nos habla de los fenómenos de la simulación y la imitación en la cultura, encontrándonos rodeados actualmente de símbolos que pueden representar, o no, realidades. Para hacerlo algo más fácil, podemos introducir el concepto a través de las fases que describe el autor:
- El primer paso es una copia o imagen verdaderamente fiel al original, podríamos estar hablando de una foto tal cual a un paisaje, de un cuadro medieval de la nobleza o una representación realista de una persona.
- La segunda es ya una representación la cual la gente no cree que sea 100% fiel al original debido a que posee cambios muy flagrantes respecto a la supuesta realidad que pretende representar. Como podría ser la edición con filtros de esa misma foto del paisaje o una princesa de Disney.
- El tercer paso intenta esconder la ausencia de una realidad en el símbolo que está representando, siendo una copia sin ninguna versión original o real detrás. Podríamos estar hablando por ejemplo de la imagen de las princesas en el imaginario popular, basadas en gran parte en las influencias de Disney o incluso una imagen de un paisaje tan editada que no representa ninguna localización real.
- La cuarta y última fase representa aquello que define como «pure simulacrum», en la que no hay una relación con la realidad pero se considera a su vez como real porque está basado en otros signos que declaran lo mismo. Todos los productos culturales y la «media» que vemos en televisión o incluso en internet se confunde con la realidad, ya que no podemos distinguir qué representa algo existente verdaderamente o qué simplemente imita la imitación de la imitación.

La imagen del idol de la que hablábamos antes quiere hacer pasar a estos como personas que tienen actitudes que realmente funcionan de estas manera—desvividos por los fanes, viviendo para ellos, no teniendo una vida aparte de su carrera y fandom, etc.— y a la vez como representación de alguien que existe realmente, aunque no sea así. Puede resultar confuso, pero quizás con un ejemplo más se puede clarificar antes de comenzar con el tema que nos concierne. Hace poco una usuaria de TikTok comentaba cómo había decidido colocar una cámara delante de una silla al más puro estilo Gran Hermano o reality para que sus compañeros de viaje grabasen pequeños fragmentos y luego unirlos al final como si fuese sacado directamente de un programa de la televisión. Si nos situamos en este punto y vamos hacia atrás, la chica grabando a sus amigos sería una imitación de algo que ya «pretende» imitar una realidad, como son los realities. Sin embargo, estos mismos referencian una realidad que no se ajusta a la que vivimos en las calles o cómo experimentamos las relaciones humanas, sino más a la idea que tenemos de cómo estas deben ser fruto a haber consumido programas y series del estilo. Poco a poco nos vamos abstrayendo de la primera instancia de una situación real para ir produciendo nuestros propios signos imitando otros que aparentemente imitan a los primeros. Este estado de continuas copias de las copias de las copias y de sugestionamiento de la gente o incluso dificultad para saber qué es real y que no es lo que se conoce como «hiperrealidad».
Abordando, ahora sí, la misma deshumanización de lo que no es humano; el anime, y a su vez cualquier otro producto cultural, pretende representar con unos símbolos situaciones e ideas que tenemos sobre nuestras vidas y por lo tanto la realidad. Numerosos autores usan personajes constantemente como una manera de desarrollar diferentes historias y representar conceptos, incluso podríamos decir que son medios o herramientas dependiendo del caso. Por supuesto, la figura de la mujer en el anime siempre ha sido controversial como hemos comentado al principio. Hasta el punto de que las mismas llegan a representar poco más que un símbolo completamente desligado de las experiencias de una mujer real o de la más básica humanidad.

Este problema de falta completa de humanización o desligamiento se suele ver de manera más clara en los denominados animes de «cute girls doing cute things«, un género que junto al iyashikei forman un titán en lo que a géneros comfies se refiere. En entornos más o menos anodinos y etéreos, una serie de personajes, en numerosas ocasiones exclusivamente femeninos, se reúnen y pasan sus días ofreciéndole al público jugosos planos para calmar la ansiedad viendo a unas muchachas hablar de temas calmados mientras toman té. Está de más decir que este tipo de animes no es que no desarrollen una historia, es más tenemos de todos tipos y colores como en todo, pero es más la forma en la que estos personajes se presentan y desarrollan lo que puede tildarse de «falta de humanidad» y en última instancia de «instrumentalización de la imagen femenina».
En Shoujo☆Kageki Revue Starlight presenciamos un idílico mundo de estrellas de la interpretación en el que una serie de chicas lucharán por sus sueños y sus anhelos pasados en pos de la amistad. Dirigida por Tomohiro Furukawa, quién trabajó de la mano de Ikuhara en Mawaru Penguindrum, el director mezclará una serie de interesantes historias con líneas narrativas que beben claramente de un clásico como es Utena. Sin embargo, esta referenciación e influencia falla estrepitosamente en lo que Utena logró de manera tan flamante y eso es en hacer que sus personajes se sientan reales y humanos. Los personajes de Furukawa muestran problemas y debilidades, pero estas siempre forman parte de un contexto fácilmente consumible, opta por problemas de comunicación entre las protagonistas y deseos egoístas debido a la exacerbada amistad y dudoso romance entre ellas. Unas líneas que no se ven nada claras a lo largo de la obra y que muestran los peores lugares de sus protagonistas como justificables e incluso «sexualizables» y «romantizables» puesto que son, en última instancia, consumibles. Los problemas no logran despegar más allá de lo que la visión masculina desde la cual nos posicionan como espectadores permite, incluso las posibles relaciones románticas entre las protagonistas imitan continuamente aquello que, a través de una visión masculina, piensan que debe ser una relación sáfica. No existe ninguna nota que desentone en el mundo idílico y, una vez más, todo lo malo se ve esterilizado y apropiado para la consumición tranquila de un tercero. Si una de ellas es egoísta, lo será de una manera que realce su ternura y amor por sus amigas. Si una de ellas es desordenada, lo hará de forma que pueda resultar adorable para el espectador y no provocar sentimientos de aprensión. Si otra es desagradable y borde con las demás, lo hará por una causa compasiva. Todas las actitudes o comportamientos más negativos se rodean de un aire de vouyerismo, pese a tenerlas estas siempre estarán modificadas para que una tercera persona se sienta cómoda y pueda idolizarlas. Es una creación por y para que el espectador consuma una copia esterilizada de comportamientos que se creen humanos, pero que en la vida real no resultan agradables. Las protagonistas son en última instancia actrices dentro de su propio mundo, siendo un símbolo representativo de algo la imagen machista y aceptable de cómo se comporta y lo que es una mujer. Por su parte, Utena muestra unos personajes femeninos más complejos ya que no solo vamos a ver una versión desnatada de los problemas humanos, sino verdaderas preocupaciones y comportamientos que no tienen por qué ser «agradables» para el espectador.

Esto no quiere decir que sea imposible generar un cast de personajes rico y humano solo por el hecho de únicamente tener personajes femeninos. Muchas obras de corte yuri consiguen seguir mostrando humanidad en sus chicas sin poner el foco en los personajes masculinos. El problema nunca ha sido la ausencia de hombres en ciertas obras, sino la ausencia de humanidad con la que se trata a estos personajes femeninos. Muchas veces reducidos a, como hemos dicho antes, herramientas incapaces de producir sensaciones que choquen con la visión de «feminidad» que tienen los consumidores y autores de la obra. A la vez, es posible crear una imagen humana de la mujer y ofrecer una visión sexual de ella, pero sin que pierda la humanidad. En Onii-chan wa Oshimai! somos testigos de la que sea posiblemente una de las tramas más dudosas de los últimos años y, es que, si decimos que la serie trata de una joven que le da una pastilla a su hermano para convertirlo en mujer se nos pueden disparar todas las alarmas. Sin embargo, algo que consigue la historia es mantener a Mahiro, la protagonista, y al resto de su elenco como una representación más realista del día a día. No ven pudor alguno en mencionar la regla en varias ocasiones e incluso en mostrar escenas tan cotidianamente reales como una compañera ayudando a otra a quedarse sentada en educación física por culpa de la menstruación. Tampoco mostrando la incomodidad de una mujer frente a verse sola delante de un posible hombre que puede representar un peligro para ella. Desde una visión nada sexualizada del asunto, simplemente mostrando a los personajes en escenas normales y posiblemente incómodas para una visión «purificada» e «idílica» de la mujer. Aún así, la serie tampoco cae en un esencialismo biológico y muestra representaciones sanas y variadas de la feminidad y de las situaciones que surgen de vivir experiencias más cercanas a ella, donde personajes consiguen superar sus problemas con el mundo exterior y progresar además de mostrar preocupaciones naturales para un ser humano. Lo mismo logra Sono Bisque Doll no solo con su protagonista, sino también con su interés romántico masculino. Aún siendo ambas series un representante claro del género ecchi y mostrando visiones más sexualizadas de los personajes, eso no quita que los personajes logren sentirse representaciones más fieles a la realidad.

Otra vez, no necesariamente tenemos que toparnos con problemas nacidos de tener experiencias más o menos feminizadas en sociedad, en animes como Love Live! Superstars!! han conseguido incluir protagonistas con personalidades que pueden ser tildadas de desagradables. Como por ejemplo varias protagonistas obsesionadas enfermizamente con los idols o con el dinero y hacer lo que sea por ganar dos duros. Teniendo en cuenta que esta «visión masculina» y la visión de la mujer como un símbolo ajeno a sus cualidades más aprensivas, el hecho de tener personajes femeninos que nos puedan resultar asquerosos o dañiños ya es un gran paso a la hora de representar una mujer más allá de esta «hiperrealidad» de la copia de la copia. Mujeres con sentimientos negativos, mujeres egoístas, mujeres con una visión del éxito que pasa por aplastar a otros, mujeres que pueden no resultar aptas para el consumo de lo que imaginamos como una mujer femenina ideal. Mujeres que pese a que se encuentren en obras con contenido subido de tono consiguen seguir manteniendo su estatus de «símbolo fiel a la realidad» y no solo lo que pensamos que es esa realidad. Incluso mujeres agradables pero que se sienten humanas, con sus más y sus menos y sus actitudes no apetecibles.

Aunque es cierto que contamos con innumerables ejemplos de series que pese a tener mujeres, estas no muestran sino una vaga idea de la copia de la copia de la copia de aquello que se piensa como ser humano; también tenemos muchos ejemplos, y cada vez más, de personajes imaginados con una realidad en mente. Por lo tanto, pese a la prevalencia de esta «hiperrealidad» falsa y ambigua de la que nos hablaba Baudrillard, aún tenemos la esperanza de encontrar y crear mujeres ficticias que sean más reales que nunca.
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