Karate: crónicas de un primer entrenamiento

El momento en el que alguien elige su primer deporte es uno muy delicado. Si esa decisión la toma un infante, la expectación es aún mayor, pues puede que ese sea el deporte al que dedique muchas horas de su vida y marque de cierta manera su persona. Entran en juego muchos factores que pueden hacer que esa decisión se ajuste a lo que la sociedad esperaría o que sea un choque para todo el entorno de esa persona. Entre estos factores se encuentra lo habitual en su cultura, los referentes que ve todos los días o el deporte que hagan sus allegados. En mi caso, yo lo tenía muy claro: quería ser como Goku y ganarle a mi hermano en las habituales «peleas fraternales», así que me apunté a karate.

Obviamente, esta decisión sorprendió a muchos de mis conocidos —a mi familia no, ellos ya sabían por donde iban los tiros—, porque me consideraban una chica muy pacífica y sosegada, que no le haría daño a una mosca, y no entendían por qué me había decantado por un deporte que, según ellos, «era muy violento». Con esa afirmación, ya dejaban claro que hablaban sin conocimiento de causa, pues la práctica del karate no tiene nada que ver con la percepción popular y superficial de las artes marciales, ni con la imagen que se da en la mayoría de animes o mangas.

Fundamentos del karate: bushidō

El primer día de clase de karate fue muy extraño. Solamente que tu profesor te obligue a llamarlo sensei y tengas que llevar un karategui ya es memorable. Si le añadimos el hecho de que esta persona explica los orígenes del deporte e introduce un código moral del que la mayoría de personas de seis años aún no han oído ni hablar, da para una buena anécdota.

Cuando se habla del bushidō, normalmente solo se piensa en los samuráis más tradicionales de Japón o en un código moral totalmente inamovible y respetable, pues la propia traducción del término da la idea de algo bastante moralmente correcto —«el camino del guerrero»—. Sin embargo, esta idea que tenemos en la actualidad no es más que una adaptación que se hizo en la era Meiji —cuando Japón se abrió al mundo— de los ideales que movían a los guerreros samuráis de la época. En realidad, antes de este proceso no había ningún código fijado y más bien se movían por unos ideales menos románticos; si bien en la actualidad se percibe este código como una conducta para formar guerreros serios, leales e inquebrantables, antes los samuráis actuaban de formas más maquiavélicas, con ideas como «el fin justifica los medios» o «si no has cambiado siete veces de amo, no te puedes considerar un bushi —guerrero—». 

© El último samurái

Este cambio de perspectiva es la idea establecida de lo que significa este código, por lo que no es de extrañar que se manifieste en una gran parte de los elementos que Japón ha elegido como su señal de identidad. La nueva imagen del código llegó a Occidente —y a nuestros días— gracias a su reflejo en numerosos ámbitos, como la literatura, el cine, las artes marciales o incluso las divisiones del ejército de la 2ª Guerra Mundial —de hecho, durante la ocupación estadounidense del país, se prohibió la práctica de cualquier arte marcial debido a que estas compartían el código de conducta que se aplicaba en el ejército nipón—. Alejándonos de cualquier enfoque bélico, cierto es que este código forma una parte intrínseca de las artes marciales, pues sus principios resultan bastante éticos a la hora de introducir los conocimientos de cualquier deporte que responde a esta denominación en las mentes de los principiantes.

La fórmula original del bushidō reconoce siete principios: la justicia, el coraje, la compasión, el respeto, la honestidad, el honor y la lealtad. Introducir estos siete principios como la guía que debe seguir un grupo que empieza en un deporte es un asunto muy delicado pero, si se hace bien, puede desembocar en el desarrollo de un código moral férreo. Obviamente, un sensei debe adaptar dicho código a la edad del grupo que instruye, pero es necesario que estos practicantes lo sepan; al fin y al cabo, están iniciándose en un camino que, de llegar a completarlo, puede volverlos personas de un gran poder —que conlleva una gran responsabilidad—. Dar ciertas herramientas a alguien que no sabe usarlas puede hacer que esta persona salga dañada, pero si se dan a alguien que las usa mal, puede hacerse daño a ella misma y, sobre todo, a quienes están a su alrededor. Es por ello que, el primer día, la lección más importante que se enseña —a modo de adaptación y resumen del bushidō— es: el karate se usa solo para defenderse a sí mismo y a tus seres queridos en situaciones muy específicas.

Formas del karate: kihon

Siguiendo con la clase, el sensei nos preguntó qué esperábamos aprender y hacer en sus clases. La mayoría de nosotros dimos respuestas muy variadas, pero todos teníamos algo en mente: íbamos a pegarnos entre nosotros. Cuando acabó la ronda de intervenciones, el sensei nos preguntó si cuando empezamos a andar lo siguiente que hicimos fue una maratón, a lo que todos respondimos que no. En ese momento, nos explicó que, para aplicar las técnicas a un combate, primero tienes que dominar su fundamentos a la perfección; fue entonces cuando introdujo la noción de kihon.

Normalmente, la práctica de kihon siempre supone el calentamiento en los dojos. / © Dojo Shotokan Mu-shin

El kihon —literalmente «fundamento»— es una de las tres formas en las que se puede entrenar karate. Se trata de combinar técnicas simples de una forma ordenada y repetitiva para aprender y mejorar las técnicas base. Por este motivo, suele ser los primeros ejercicios que realizan las personas interesadas en este arte marcial. Muchas personas piensan que ya saben dar un puñetazo o desplazarse manteniendo una posición correctamente, pero si no han hecho este tipo de ejercicios hasta la saciedad, seguramente estén equivocados. 

Haciendo kihon se introduce al karateka al nivel esperado de la realización de ejercicios a la vez que aumenta su velocidad, potencia, musculatura, coordinación y concentración. Este ejercicio puede tener otras aplicaciones más prácticas —realizarlo en conjunto con un compañero y que mientras uno avanza atacando, otro retrocede defendiendo— o fines más institucionales —en exámenes para subir de cinturón o exhibiciones—. Una vez se domina a la perfección el kihon de técnicas básicas, se puede empezar darles forma y a aprender los primeros katas.

Formas del karate: kata

Los kata —traducido literalmente como «forma»— son los ejercicios que se deben enseñar a los principiantes que ya tienen el nivel base adquirido de la práctica del kihon, pues se dice que en estos se encuentra la esencia de las artes marciales. Se trata de una combinación de técnicas de ataque, defensa, contraataque y desplazamiento, que se realizan siguiendo una estructura y ritmo determinados, contra un rival imaginario. Como explicación para principiantes, normalmente se suele decir que los katas son el desglose y reagrupamiento de los ejercicios de kihon siguiendo una forma tradicional y preestablecida. En los katas no solo se valora la correctitud de la forma en la que se están ejecutadas estas técnicas, sino que entran en juego también varias nociones que el karateka tiene que demostrar con su actuación, como el zanshin —«concentración»—, el kime —«fuerza explosiva»—, el ki —«energía interna»—, el kihaku —«vivencia del ejercicio»—…

En la actualidad, no hay un número determinado de estos ejercicios, todos con nombre específico en cada escuela, pero el número de movimientos que contienen oscila entre 20 —los más básicos— y 80 —los superiores—. En estos ejercicios se encuentran técnicas que, si bien existen dentro del deporte, están reservadas a meros actos performativos, pues su uso en el combate deportivo —shiai kumite— está prohibido debido al peligro que pueden suponer para los profesionales que las usan o reciben.

El ejercicio profesional de katas puede realizarse en formato individual y en equipo de tres. En esta modalidad se valora muchísimo la coordinación entre los tres deportistas. /© RTVE

Las técnicas contenidas en estos katas resultan fundamentales para el entrenamiento y la propia existencia de las escuelas de karate —ya hablaremos de las escuelas después—, pues estos ejercicios son la forma de transmitir el conocimiento de sensei a alumno desde tiempos inmemoriales. Cuentan a su vez con niveles de dificultad, los cuales se ajustan al cinturón de los karatekas, su edad y condición física. Obviamente han experimentado varios cambios desde el inicio del deporte hasta el día de hoy, pues han pasado a ser fórmulas de transmisión directa o, como mucho, esquemas en una hoja a ser un ejercicio puntuable profesionalmente en competiciones y que determina el nivel del karateka. También han cambiado sus aplicaciones y legislación deportiva. 

Aunque a primera vista puede parecer que se trata de unos golpes al aire aleatorios, este ejercicio demanda una rectitud, rigidez y concentración envidiables. En los altos niveles se puede notar simplemente en la mirada del karateka que ahí hay algo más que golpes aleatorios. En los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el karate fue por primera vez deporte olímpico y España brilló como nunca en esta modalidad. En la mismísima sede del deporte, Sandra Sánchez se impuso ante su contrincante japonesa y ganó la medalla de oro, mientras que Damián Quintero se hizo con la plata.

Se dice que para dominar un kata a la perfección debes entrenarlo 1000 veces al día durante 1000 días. Con ese entrenamiento, quizás aún no sea suficiente para dominarlo a la perfección, pero sí se puede llegar hasta el nivel de pulimiento de técnica hasta el punto de empezar a hacer kumite.

Formas del karate: kumite

Cuando una persona nueva en este mundo va a ver competiciones de karate como primer contacto, normalmente hay dos escenarios. Si la competición es de kata, se decepciona —porque no es lo que el público general se espera del deporte—, pero si la competición es de kumite, se preguntará por qué no los deportistas no paran de botar. El kumite es una de las formas de practicar karate más espectaculares y que más suelen dejar impresionado a cualquiera que lo ve, puesto que, aparentemente, sí se trata de un combate.

Obviamente, cuando estás en una situación de este tipo, hay muchos aspectos que ya tendrías que tener pulidos si buscas la victoria, como una concentración férrea, una condición física óptima y saber elegir y ejecutar la mejor técnica dependiendo del momento, por lo que esta forma de practicar karate suele ser la última en enseñarse en los dojos. A su vez, tiene tres formas distintas en las que se puede practicar: el kihon kumite —realizar un kihon fijado de antemano con un compañero—, el jyu kumitecombates libres, sin árbitro ni pausas, en el que los dos contrincantes simplemente practican sin ganadores— y el shiai kumite —el combate reglado, con árbitro y jueces que marcan los puntos y determinan un ganador—.

© RTVE

Hay dos lados en cada combate deportivo: el rojo —aka— y el azul —ao—, determinados por el color de las protecciones de cada uno. Los contendientes intentarán asestarle al contrario técnicas para conseguir los puntos necesarios para ganar. Si una técnica no es defendida y se asesta correctamente, el árbitro parará el combate y proclamará los puntos correspondientes a dicha técnica —siguiendo los criterios establecidos por la Federación Mundial de Karate—. Todas las intervenciones del árbitro son en japonés y siempre siguiendo un protocolo muy rígido. Al terminar el combate —sea porque se acabó el tiempo o uno de los contrincantes llegó al máximo de puntos o penalizaciones—, se proclama al ganador en el mismo tatami.

Aunque mucha gente piensa que estos combates los gana el karateka que más experiencia tiene o que más «curtido en batalla» luce, a la hora de la verdad, estos combates se parecen más a una partida de ajedrez que un combate de Dragon Ball. Atacar y defender en los momentos más cruciales y decisivos es un sexto sentido que no se adquiere en el primer combate, sino que se entrena en cada encuentro hasta que afilas un estilo de combate determinado que se ajusta a tu físico y mente. 

Uno de los consejos que más útiles pueden llegar a ser es «adaptarse a tu rival», pero, de nuevo, tienes que saber de antemano qué es lo más útil para cada tipo de rival al que te enfrentes. Por ejemplo, yo gané un combate presionando a mi oponente para que saliese del tatami y cometiese todas las faltas permitidas. En la misma competición, gané otro porque la guardia de mi adversaria dejaba toda su cabeza expuesta, por lo que le asesté varios puntos en ella, pero más tarde perdí otro combate por faltas de contacto directo demasiado fuerte. Quizás fue por entrenar demasiado la potencia, pero era algo indispensable en mi escuela de karate.

Estilos del karate: escuelas

Uno de los conceptos que también tenían que quedar claros lo antes posibles es que a día de hoy no existe algo que se pueda llamar «karate puro». El karate usado en las competiciones profesionales no es más que una variante «artificial» que las personas que deciden dedicarse a esto aprenden, no es una escuela de karate.

De la misma manera que hay formas de pintar diferentes en cada escuela, hay diferentes formas de karate dependiendo de la escuela que sigas y esto es algo que probablemente quien no esté metido en el mundo de las artes marciales no sabrá. Quizás por el hecho de considerarlo un deporte y no un arte, se asume que el karate es el mismo en todos los lugares del mundo, cuando dentro de un mismo país hay una gran variedad de escuelas.

Cada escuela está formada por un Gran Maestro que adquirió los conocimientos suficientes de diferentes fuentes para crear un estilo propio y difundirlo entre sus alumnos. Hay algunas escuelas que se ajustan más a movimientos de kung-fu, mientras otras tienen técnicas que pueden recordar más al judo. Por este motivo, los kata, dependiendo de la escuela en la que se haya formado el karateka, pueden ser muy diferentes incluso en su denominación. Cada una de ellas cuenta con sus propias características, historia, movimientos propios, katas propios e incluso competiciones, y también una fama que la precede.

Masutatsu Oyama, fundador de Kyokushinkai. /© Federación Kyokushinkai España

En mi caso, mi estilo era el Kyokushinkai, cuya traducción sería algo como «la sociedad de la última verdad». Fue fundada por Masutatsu Oyama en el 1953, después de que él mismo hubiese sido discípulo de varios maestros y entrenado multitud de artes marciales a lo largo de su vida. El estilo Kyokushinkai se caracteriza por buscar la mejora personal a base de controlar mente y cuerpo, mientras se busca la eficacia del combate real con unos intensos regímenes de entrenamiento y disciplina. En los torneos específicos de kumite de este estilo se combate hasta el KO —diferenciándose así del resto de escuelas—, por lo que no es muy aconsejable para personas con poco aguante físico. Esta dureza queda también explícita en la potencia con la que se da cada golpe, pues se entrena bajo la filosofía de ichigeki hissatsu, es decir, «un golpe, una victoria».

Obviamente, todos estos datos no se dan en el primer día. Ni en el segundo. Ni en el primer año. Toda esta información se va adquiriendo poco a poco, con cada entreno y cada anécdota contada en los estiramientos. Todo ello para seguir con el camino del guerrero y llegar a la batalla. O, en este caso, a los exámenes.

Camino del karate: exámenes

Uno de los aspectos más populares del deporte es el curioso sistema de «rangos», los cuales vienen marcados por los cinturones. Del blanco al negro hay una progresión de varios niveles que puede significar muchos años de práctica. Este sistema es una representación bastante clara de lo curtida que está una persona en ese deporte y deja muy clara la relación de respeto entre los integrantes del dojo. Un rango mayor también conlleva más responsabilidad y mayor compromiso con la práctica.

Para progresar en este sistema, se realizan exámenes cada vez que el sensei lo considera oportuno —suele ser cada fin de curso—. La estructura de dichos exámenes varía según al nivel que aspire esa persona, pero suele conllevar una prueba física, una prueba de kihon, la correcta realización de varios katas y unos minutos de jyu kumite. La seriedad del asunto ya se ve cuando el sensei llega al dojo, pues ese día está obligado a llevar traje y los aspirantes deben firmar un documento en el que confirman estar realizando el examen para acceder a un cinto mayor.

Imágenes de un examen de un dojo. A veces, los senpais se unen a los exámenes de cinturones menores para acompañarlos en la práctica de kihon y así entrenar también. /© Federación Kyokushinkai España

En verdad, estos trámites son una experiencia que te prepara para el trámite de verdad: el examen a cinturón negro. Para aspirar a dicho rango, debes tener al menos trece años —en España—, haber estado dos años como mínimo con el cinturón marrón y estar inscrito en la Federación Mundial del Karate —cuya sede está en Madrid, por cierto—. Para realizar dicho examen, se debe viajar a la delegación autonómica de la federación y realizar el examen ante un tribunal de desconocidos, quien examinan en primer lugar una parte teórica —sí, hay que estudiar— y una parte práctica. Una vez se aprueba este examen, el karateka pasa a formar parte de una base de datos de la federación y se le dará un carnet conforme ha obtenido el cinturón. Mientras dicha persona esté federada, continuará en esa base de datos y será considerada legalmente como un arma blanca.

Una vez conseguida esta marca empiezan los exámenes para aumentar el nivel del propio cinturón negro: los diez dan. Las personas en el mundo que llegan hasta tal nivel pueden contarse con los dedos de las manos, pues es realmente un sacrificio y compromiso que puede llevar toda una vida de práctica.

Por todo lo descrito con anterioridad en este artículo, se puede deducir una cosa: el karate no es como cualquier otro deporte. Esta afirmación se aplica en cierta medida a cualquier arte marcial, pues puedes jugar al fútbol, al baloncesto o al tenis, pero no puede jugar a karate o a judo o a kung-fu. El karate se practica, porque no es algo que se haga solo para divertirse o pasar el tiempo, y conlleva a seguir un camino que muchos abandonan a medias. Estar al día en este deporte requiere un entrenamiento físico y mental, combinado con una rigidez moral encomiable.

Aún así, me gustaría recalcar algo: el karate es muy divertido. Junto a toda la rigidez y entrenamiento, hay miles de anécdotas y momentos divertidos en los cuales una persona puede descubrir una cultura desde un punto de vista diferente. Empecé a hacer karate a los seis años, conseguí el cinturón negro a los catorce y lo dejé —debido a los estudios— a los dieciséis. No hubo un día en el que me diese pereza ir a entrenar y no hubo un día en el que no aprendiese una palabra nueva en japonés —todos los términos en cursiva en este artículo son el pan de cada día de los entrenamientos—. Si en este 2024 tenéis ganas de empezar a hacer un nuevo deporte y os surge la oportunidad de hacer karate, aprovechadla. Quizás, no llegaréis a ser igual que Goku, pero el camino sin duda merece la pena.

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