Los tiempos han cambiado. Ahora, si alguien lee las iniciales «HnK» puede pensar que se está haciendo referencia a Houseki no Kuni, manga de Haruko Ichikawa en publicación a día de hoy. Pero rebobinemos un poco, unos 40 años, para ser más precisos, y deseémosle un feliz cumpleaños a Hokuto no Ken, manga ilustrado por Tetsuo Hara y escrito por Buronson, que comenzaba su publicación en la Weekly Shōnen Jump el 13 de septiembre de 1983.
No solo fue uno de los cimientos del género de acción en el manga moderno —llegando un año antes que Dragon Ball, su compañero de mérito—, sino que es una obra con una sorprendente sensibilidad, aún estando justificada su fama de tener villanos por doquier explotando de las más violentas de las maneras. Podríamos preguntarnos: «¿dónde se puede encontrar el corazón de Hokuto no Ken?» Siguiendo la senda de la estrella del norte, podemos encontrar la respuesta.

En el indefinido año 199X, una guerra nuclear ha desolado el planeta, convirtiéndolo en un páramo desértico en el que los bandidos andan rampantes, matando y saqueando a placer. Kenshirō, hombre que vaga por este árido mundo, les para los pies allá por dónde va, en un viaje guiado por el arte marcial titular de la obra: El Puño de la Estrella del Norte.
No solo conocerá Kenshirō a los jóvenes Bat y Lin —por quienes, de ahora en adelante, nos referiremos a Kenshirō como Ken— sino a muchos otros personajes con una estrecha relación con las artes marciales, tanto del pasado de Ken como del presente. Es en conocerles y ayudarles o enfrentarles lo que hace que Ken crezca primero como heredero de su estilo de pelea, pero también como personaje.
De entre todos estos personajes, hay grandes aliados para Ken, como lo acaban siendo Toki y Rei, por nombrar un par, pero una de las relaciones más interesantes sucede con Raoh, su hermano mayor adoptivo y antítesis a Ken y a Toki como herederos del estilo. Este, en lugar de usarlo mayormente para curar y proteger a los inocentes, lo utiliza para declararse el más poderoso entre los artistas marciales del mundo.

Ken usa su técnica para proteger a los débiles a lo largo del manga, mientras que Raoh la usa para aterrorizarlos y declararse el rey. Conociéndose desde niños, es un conflicto nacido de contemplar el mundo tras la devastación nuclear, sin hegemonía ni líderes, que Raoh decide declarar suyo firmando con la sangre de los que considera inferiores. Mientras que Ken viaja y viaja, encontrándose con otros luchadores que, ya sean antagonistas o aliados, le enseñan cada uno su manera de amar y sentir tristeza. Y esto no como un símbolo de debilidad sino precisamente como uno de honor y fortaleza.
Miles de lágrimas se derraman a lo largo de la historia, de todos estos guerreros que luchan por algo y entre los que se encuentra nuestro protagonista. En Hokuto no Ken, sentimientos como la tristeza y el amor son lo que nos llena de fortaleza, el manga nos muestra la idea de que alguien no puede llegar ser el más fuerte si deja completamente sus sentimientos de lado. Kenshirō llora, Kenshirō lamenta, pero, sobre todo, Kenshirō ama. Incluso en el terreno de su adaptación al anime, su emblemático primer opening es una canción de amor.

Víctima primigenia de esa infinidad a la que la Shōnen Jump parece someter a muchas de sus obras más populares, tanto el manga y el anime pecan de una segunda mitad que alarga excesivamente su duración y que en muchos aspectos se nota forzada y llena de correcciones a hechos establecidos como excusa para seguirse publicando. Eso sí, sin dejar de lado el mensaje previamente establecido.
Hokuto no Ken es crudo en muchos de sus aspectos como precursor del manga de peleas moderno y, no lo neguemos, como historieta en general tiene sus problemas, como un ritmo que a veces puede resultar anclado al formato de «villano de la semana» o la falta de importancia de personajes femeninos que a día de hoy sigue resonando en bastantes títulos de la misma índole o editorial. Sin embargo, como obra en sí y paralelismo narrativo a muchos de sus contemporáneos, es sin ninguna duda un manga que sigue mereciendo la pena.
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