Una aproximación al terror japonés contemporáneo

El miedo es una de las sensaciones primarias del ser humano, una prueba fehaciente de ello es que encontramos manifestaciones literarias del mismo desde la época del antiguo Egipto ―y seguramente existieran obras anteriores en Mesopotamia que no se han conservado―, y es un concepto que se ha mantenido a lo largo del tiempo y las culturas humanas. Sin embargo, lo que asociamos más comúnmente al canon de lo terrorífico se define en torno a los siglos XVIII y XIX con el desarrollo de la narrativa gótica anglosajona, que evoluciona desde lo que podríamos definir como “novelas de fantasmas” hacia el horror monstruoso y de ahí se adentra en los caminos de la deformación corporal, también denominada “body horror

En Japón, empero, el terror toma matices diferentes. Su base se encuentra en la mitología, concretamente en las historias que rodean a las figuras de los yokai y los oni, la disformidad de estos seres es lo que provoca que el horror japonés se adentre de forma más fehaciente y directa hacia el ese “body horror” ya mencionado. A esto debemos sumarle las secuelas del bombardeo atómico, de las que ya hemos dado cuenta en esta web. De hecho, la obra de de Keiji Nazawaka, Hadashi No Gen, que referenciamos en dicho artículo, es una muestra perfecta de ese “realismo crudo” que encubre, a rasgos generales, el horror japonés que se ha desarrollado desde mediados del S. XX.

La estética es otro de los elementos que diferenciadores. Como tratamos en nuestro artículo sobre “la evolución de lo adorable”, en Japón siempre ha primado una estética que se desarrolla sobre lo considerado kawaii, y a su relación con el concepto de utsukushi, que no es sino la fragilidad o la brevedad de las cosas y el ser, y la sencillez de las mismas. Una figura clave para entender esta influencia en el terror nipón es Ango Sakaguchi ―cuyas obras están siendo traducidas recientemente al español―, que deja entrever todas estas cuestiones mencionadas a través de la sencillez de su prosa, de sus silogismos encaminados a relacionarse con lo cotidiano, como demuestra su obra Sakura no mori no mankai no shita, especialmente con la descripción que da al final de la misma sobre los cerezos en flor y el desenlace que tienen dos de los personajes:

Algunos trabajos de Ango Sakaguchi nos han llegado al anime, como en este capítulo de Aoi Bungaku Series /©MadHouse

En silencio e imperceptiblemente, los pétalos caían… Nadie sabe cuál es el secreto de las flores de cerezo de Suzuka. Quizá sea eso que algunos llaman «soledad». El hombre ya no tenía motivos para temerla. Él mismo era la soledad. (Sakaguchi, 2013, pp.32).

Estos elementos son una constante en su obra ―de la que no nos adentraremos en muchos detalles para evitar spoilers a futuros lectores de la misma―, transcienden hacia sus personajes y los eventos terroríficos que relata, donde el terror occidental se apoya de una disparidad y casi grandilocuencia para narrar los aspectos más terroríficos del alma humana. En este aspecto, la literatura japonesa se centra en un enfoque más liviano y natural, como si no necesitase romper la barrera del mundo físico para adentrarse en lo sobrenatural.

No temáis, los niños de Ju On sólo quieren un chocolate / ©Toei Video Company

Esto no quiere decir que no puedan adentrarse en elementos más grotescos, pues el estilo conocido como eroguro ―que nace como un desafío hacia la censura oriental― es una muestra de que el terror japonés puede apoyarse en figuras corruptas y obscenas, abandonando esa naturalidad mencionada por una narración más sardónica, eso sí, sin dejar de apoyarse en esa filosofía estética del utsukushi. Un buen ejemplo lo encontramos en la película Ringu, en la que se da una deformidad a los movimientos de la forma física de Sadako, un yokai con “forma de niña”. Otro ejemplo lo encontraríamos de forma recurrente en la obra del mangaka Junji Ito.

Queda adentrarnos en un último aspecto por el cual, seguramente, la gente diferencie el horror Japonés del occidental, que no es sino su parte psicológica. El director Takashi Shimizu mencionaba en 2015 que la diferencia de la psique en el género de terror viene de la concepción que se tiene del mismo, así que mientras que el público occidental prefiere un tipo de horror basado en el sobresalto puntual, más cercano al terror físico que se siente de forma natural, el público oriental sentía predisposición hacia un terror latente pero no necesariamente visible, una atmosfera cada vez más agobiante sobre las victimas que las destruye mentalmente antes de dar paso al contenido grafico y físico. Es decir, mientras que en occidente se tiene predilección por la sensación de horror en sí misma, en el mundo oriental prima el origen de ese miedo y como afecta a las emociones, de ahí su mayor bagaje psicológico. Por ejemplo, todas las obras que hemos mencionado en este artículo comparten ese “tropo”, en todas tomas vital importancia los remordimientos y el terror a las emociones, así como la venganza que puedan ocasionar los mismos, expuestos en apariciones u otros elementos que puedan llevar a que la oscuridad, ya sea está representada como un elemento del psique, o reciba una forma corpórea como ente sobrenatural, se haga dueño de uno mismo.

¿Y a vosotros cuervos? ¿Qué os aterra? Nosotros debemos admitir que el movimiento contorsionado de los fantasmas japoneses nos pone nerviosillos.

Fuentes:

Sakaguchi, A. En el bosque bajo los cerezos sin flor. Satori Ediciones. 2013

Buitrago Osorio, L. A., Arango Hernández, N.., & Marín Arias, V. (2023). Terror japonés: perspectivas literarias del siglo XXIEscribanía21(1), 59–75.           

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