Cuando uno piensa en su manga, anime o videojuego favorito seguramente una de las primeras cosas que le venga a la cabeza son los personajes. Es algo que tiene todo el sentido del mundo, puesto que es lo primero que cualquier ser humano reconoce y, en consecuencia, puede llegar a sentirse identificado y/o empatizar.
Las historias llevan repitiendo los mismos patrones desde tiempos inmemoriales y, al final, la mayoría de veces lo que hace que conectemos con un relato son sus personajes. Pero un elemento que pasa muchas veces desapercibido y que apela también a las emociones —aunque no siempre— es el escenario en el que transcurre la acción.
Uno de los ejemplos más claros es el piso 707 en el que conviven las dos protagonistas de Nana. Es el lugar en el que su amistad se asienta y evoluciona, es donde descubren lo importantes que son la una para la otra y es donde esperan volverse a encontrar, como vemos en el primer flash foward de la serie. Cuando el espectador ve esa mesa vacía delante de esa ventana es casi inevitable que eche de menos ver también a Hachi y a los Black Stones bebiendo juntos y riendo sin preocupaciones. Su autora, Ai Yazawa, sabe lo importante que es crear un espacio donde los personajes se relacionen, crezcan y, al igual que el lector, tengan ganas de volver a encontrarse en el mismo algún día. Algo parecido podemos ver en Paradise Kiss con el Atelier, un espacio seguro en el que Yukari acude constantemente.
Pero si hablamos espacios seguros, no hay ninguno que lo sea más que El Consultorio, la pieza angular de Sombras sobre Shimanami de Yuhki Kamatani. Un grupo de personas LGBT+ acuden a este local, que les recibe y les acepta tal y como son, sin nadie que les juzgue. Es un oasis en una sociedad donde no siempre uno puede decir lo que se siente o en la cual uno se puede sentir rechazado con demasiada facilidad. El Consultorio es un lugar donde toda persona es bien recibida y hace que la vida de los personajes sea un poco más llevadera mientras aceptan que no está mal sentir lo que sienten.
Sin embargo, no todos los escenarios están creados para que los personajes vuelvan a ellos. El 3 de octubre del año 11 los hermanos Erlic quemaron su hogar. La destrucción del lugar donde Edward y Alphonse crecieron no solo supone el final de su niñez. Cuando vivían en esa casa se creían capaces de todo —la soberbia es justo uno de los siete pecados—, incluso de conseguir llevar a cabo hazañas que ningún humano podría haber conseguido nunca, hasta el punto de querer revivir a su difunta madre. Un intento fallido que supuso un punto de inflexión en sus vidas. Quemar su hogar es la destrucción de la vanidad, es la acción de aceptar que son seres humanos y no seres divinos, es una forma de recordarse que ya no son niños que se creen capaces de todo. Por eso nunca deben olvidar esta fecha que Edward llevaba grabada en su reloj de bolsillo.

El abandono de un lugar en el que los personajes han crecido o han pasado una etapa de su vida supone en la mayoría de ocasiones un acto de maduración. Por eso es algo que vemos a menudo al final de historias como Solanin, que nos cuentan el paso de una edad a otra —historias conocidas coming of age—. Pero sobre todo lo vemos al principio de muchos animes de aventuras —es la salida del Mundo Ordinario que se menciona en el Viaje del Héroe de Joseph Cambell— cuando el protagonista sale de su zona de confort para luego regresar —a menudo al final de su viaje— siendo una persona totalmente nueva. En estos casos no abandonan su hogar porque han madurado. La maduración es algo que transcurrirá a lo largo del viaje y de lo que no serán del todo conscientes hasta que hayan vuelto a casa.
No obstante esto, es solo la punta del iceberg. Y es que un escenario también puede ser un lugar de paz en el que echarse una siesta como en Insomiacs After School, una cancha de vóley en el que los personajes pueden volar, un sótano en el que se esconde los secretos de una civilización o un barco que es a la vez un hogar y un símbolo de libertad. Todo esto es mucho más que espacios en los que transcurre la acción.
Y es que lo fácil para el guionista es colocar a los personajes en un escenario. Lo difícil es conseguir dotar de este mismo escenario de un significado valioso y trascendental tanto para los mismos personajes como para el espectador.
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