Opinión: Mi problema con el cliché del «elegido»

Día a día leo novelas, cuentos y relatos; asimismo, me deleito con mangas provenientes de grandes sellos editoriales o con otras obras más desconocidas para el público general y, por supuesto, veo diversas series y animes a través del ordenador o de la televisión. En todos estos medios, en gran parte de sus obras, existen unos elementos arquetípicos que tienden a repetirse: el viaje del héroe, la figura del mentor, la estructura en tres o cinco actos, o elementos como los cliffhanger o el «arma de Chéjov», entre otros muchos ejemplos. Los arquetipos, a pesar de su recurrencia, no son intrínsecamente negativos. Permiten que una obra avance con claridad y que el espectador —o lector— se sienta cómodo durante el transcurso de la misma. Además, a menudo se trata de subvertir estos tropos, dándoles un giro de tuerca a la idea inicial o encontrando un enfoque original a la hora de ponerlos en práctica. Como digo, este artículo no busca criticar los arquetipos narrativos porque sí. Más bien, mi objetivo es reflexionar en torno a un cliché —o, mejor dicho, en torno a un horrible uso de un cliché— que abunda en las obras literarias de fantasía: la figura del «elegido».

Supongo que, con solo nombrar este término, muchos os habréis intuido a qué me refiero, o incluso habréis imaginado algunos ejemplos. En cualquier caso, no vendría mal una breve definición.

En líneas generales, el «elegido» es aquel personaje, habitualmente ordinario, cuyo destino viene marcado por fuerzas ajenas a él, y que está predestinado a lograr grandes metas y a cambiar el mundo. Después de esta definición, y obviando —como comentaba antes— las posibles subversiones que un autor pueda plantear a este cliché, encontramos que este personaje, a menudo protagónico, carga a sus espaldas con el peso del mundo tanto a nivel narrativo como a nivel estructural. El guion, el elenco y el ritmo de la obra baila según los designios y las decisiones del elegido. Ya sea por una profecía, o no, este personaje es el eje central de todo su universo ficticio. Y esto, si no está bien tratado, creo que se vuelve extremadamente aburrido.

Anakin Skywalker es uno de los ejemplos clásicos de elegido en Hollywood / ©Lucasfilm

Los elegidos pueden servir como excusas narrativas para explicar cualquier sinsentido en la trama. Se vuelven unos deus ex machina con patas, y su carisma desciende conforme su nivel de influencia crece. El espectador o lector acaba sintiendo rechazo hacia ese tipo de personajes por su perfección inherente, a no ser que desde un comienzo se planteen puntos que no ensalcen su figura. Los defectos y las imperfecciones son vitales para que un personaje se vuelva más creíble e interesante.

Más allá de esto, hay elegidos que directamente rompen con todos los esquemas prestablecidos en sus obras o que traicionan los mensajes que sus autores han querido plasmar. Un fatídico ejemplo de esto último es el caso de Naruto Uzumaki —sí, sé que este tema tiene más años que un bosque—. Durante todo el manga de Naruto, su autor, Masashi Kishimoto, defendió la creencia de que el talento innato no era un factor fundamental para alcanzar el éxito, sino que este debía labrarse a base de sudor, sangre y lágrimas —muy en la línea del pensamiento meritocrático que nos vende esta sociedad para intentar camuflar las desigualdades económicas entre clases—. Los dos ejemplos que personifican esta enseñanza son Rock Lee y el propio Naruto. El problema surge cuando se desvela, a mitad de la obra, que este último es el elegido destinado a establecer la paz en el mundo ninja. A partir de aquí, la moraleja de la historia se desvanece, debido a que nuestro protagonista está destinado a alcanzar todo objetivo que se proponga; a fin de cuentas, la persona que logre la paz en el mundo ha de ser, en cierta manera, una de las más poderosas en dicho mundo —atendiendo a la lógica de las obras nekketsu—.

Sin querer usar a Naruto como piñata para poder azuzarle a gusto, su ejemplo evidencia algo grave: muchos autores acaban recurriendo al recurso del «elegido» por dos motivos: para intentar manifestar la importancia capital de la existencia de cierto personaje mediante profecías mesiánicas, o, por otro lado, para explicar la fortaleza, la entereza o la voluntad de dicho personaje; para responder a la «armadura del guion» que le envuelve con cada enfrentamiento.

Como explicaba al comienzo del artículo, un arquetipo o tropo no es malo intrínsecamente. Todo depende de la habilidad del autor a la hora de emplearlo. Con los elegidos para lo mismo. Hay formas de humanizar a esta clase de personajes —dándoles defectos, estableciendo su condición de «elegido» como algo tan positivo como negativo, o dificultando cada una de sus hazañas gracias a la intervención de obstáculos arduos de superar para cualquier individuo, incluso un elegido—, y aun así, este cliché continúa poseyendo algunas complicaciones difíciles de sortear. Para comenzar, está el hecho de que los elegidos tienen un final predestinado y predeterminado. A no ser que la profecía se incumpla —una alternativa muy interesante de explorar pero que rara vez se aborda, excepto cuando se deconstruye o se parodia el arquetipo—, la conclusión del arco narrativo del elegido está marcada desde un inicio. Harry Potter vencerá a Voldemort. Naruto reestablecerá la paz en el mundo ninja. Las posibilidades de dar un giro argumental a la trama se debilitan, y el desarrollo de la obra puede volverse terriblemente predecible.

Nuestro amigo y vecino Naruto / ©Pierrot

Mi recomendación personal como escritor sería la de no emplear elegidos a no ser que pretendas desgranar cada elemento de este arquetipo o a no ser que quieras parodiarlo. En el resto de situaciones, es mucho más efectivo emplear un personaje sin un destino prefijado, que se va desarrollando a lo largo de la obra y concluye con una catarsis narrativa —o con todo lo contrario, ya depende del tono de la obra y tu objetivo como autor—. La ficción, a pesar de que está fuertemente marcada por algunos convenios y múltiples tropos, tiene la función de romper con lo prestablecido y de reinventarse con el paso de las generaciones. Creo que es conveniente no quedarse estancados y avanzar, para así poder crear historias más complejas y originales. Historias escritas en el prisma del presente para el mundo del mañana, como un nuevo peldaño en la escalera infinita del conocimiento y la cultura.

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