Cuando escribo estos párrafos no ha pasado ni una semana desde que el archiconocido gacha por excelencia del mercado de pc y consolas, Genshin Impact, ha recibido su actualización 3.0. Como suele ocurrir con las versiones principales, esas que no llevan un subnúmero detrás, esta descarga supone una inyección de contenido brutal para el título desarrollado por MiHoyoverse. En este caso, el añadido más importante y de más peso es la inclusión de Sumeru, toda una nueva región extensísima en la que hacer lo que más nos gusta: pillar repollos.

El añadido de una nueva región debería ser motivo de júbilo. No solo porque introduce más terreno a explorar, que es de calle el mejor apartado y la mejor experiencia que propone el título chino, sino porque abre la puerta a nuevos diseños de personajes. Cada región de Teyvat es una amalgama de conceptos e ideas de las culturas de nuestro mundo, con los cambios típicos que veríamos en cualquier fantasía genérica. Donde Mondstadt es la Europa medieval, con sus bardos, caballeros y tabernas, Inazuma es su equivalente en el Japón feudal con onis, sacerdotisas y waifus en kimono. Es un ejercicio de traducción de nuestras costumbres a priori genérico que no debería dar mucho más de sí. El problema está en que esta última región añadida en la actualización 3.0 ha intentado hacer un popurrí de culturas bastante irrespetuoso. La región de Sumeru está basada, principalmente, en el Oriente Medio. El lector más avispado ya se irá oliendo por dónde van los tiros.
Sumeru es un caso de manual de orientalismo. Del orientalismo más rancio posible. Por definirlo rápidamente, el orientalismo es la representación por imitación, o copia, de las costumbres de varios países de la zona más occidental de Asia, llevada a cabo por gente que no pertenece a esas culturas que intenta mostrar. En estas representaciones, que generalmente se hacían desde Occidente, se amalgamaban en una sola entidad diferentes culturas de diversos países, haciéndolos parecer un ente conjunto que poco o nada tenía que ver con las verdaderas costumbres de cada uno de los países que se aglutinaban. Ni el conjunto representa fielmente lo que existe, ni se pueden ver las características reales de cada cultura si intentamos hacer el ejercicio de desenmarañar ese batiburrillo de ideas. Es la creación de los tópicos más tópicos que podáis imaginar de las culturas de Oriente, pero también es una forma de quitarle peso a la cultura de los países no occidentales para hacerlos parecer menores en comparación a la cultura de cada país de de este lado del mundo.
Sumeru, como decíamos, es una región basada en Oriente Medio, el sur de Asia y algunas regiones de Egipto. Tenemos influencias de parte de Turquía, de Arabia, de Egipto, de Malasia, de Túnez, Indonesia y de otros tantos países bastante maltratados en la representación cultural global. La amalgama funciona bastante regular; la gran mayoría de la región es una selva inmensa rebosante de naturaleza que… termina en un desierto por su lado occidental. Junto a personajes que visten como exploradores del bosque y ciudadanos inspirados en Turquía tenemos a otros que visten cual genios de Aladdín y moradores del desierto que apenas llevan ropa. Pasando, por supuesto, por bailarinas de la danza del vientre.
Genshin ya venía con problemas de antes, no es que Sumeru los haya introducido todos. Los hilichurls, enemigos bastante básicos contra los que te enfrentas todo el rato, ya recordaban peligrosamente en varios aspectos a las tribus africanas. Pero ni siquiera los personajes de Inazuma, basados en Japón, escapaban a las críticas. Raiden Shogun, uno de los personajes más importantes de la región nipona, lleva un kimono sexualizadísimo y, en su habilidad definitiva, se sacaba una espada mágica del escote. Aquí sabemos a lo que vamos, esto es un gacha y el erotismo vende. Pisotear culturas y tradiciones para hacer dinero rápido está a la orden del día.

De los personajes de Sumeru podríamos estar hablando horas, pero hay dos en particular que ilustran perfectamente el problema; Nilou y Dori. La primera es una bailarina persa, cuyas animaciones representan fielmente varios pasos de las danzas tradicionales de su país de origen. El problema, por supuesto, es que va vestida como una bailarina de la danza del vientre; una tradición que no solo no es persa —es en su origen egipcia—, sino que tampoco se bailaba con el traje que se nos podría venir a la mente. Es un ejemplo bastante básico de la sexualización más típica de las culturas de Oriente Medio.
La segunda en liza por el título de personajazo más tópico nocivo es Dori. Dori es una mercader a la que le sobra el dinero y que aun así siempre quiere más, reforzando la idea de que los comerciantes árabes están dispuestos a todo, incluido timar, por ganar un poco más de dinero. Pero es que los problemas no terminan ahí. El traje, al igual que ocurre con Nilou, no tiene prácticamente nada que ver con el tradicional de su profesión. Su diseño es una cacofonía de referencias; su nombre es persa, su apellido es turco, su traje es vagamente parecido al dhoti saree indio y claramente toma inspiración del genio de Aladdin. Historia que, por cierto, no formaba parte de Las mil y una noches, como cree la gran mayoría del público, si no que fue un añadido del traductor francés Antoine Galland, que ya de por sí levantó ampollas en el país de origen de la obra.

No son las únicas; Candace basa su nombre en las Kandake de la cultura nubia, reinas del pueblo que tenían un tono de piel oscuro y que, por supuesto, en Genshin es un clarísimo ejemplo de whitewashing. Resulta bastante curioso que los personajes jugables jamás pasen de tener la piel un poco bronceada pero sí haya varios ladrones del desierto, que funcionan como enemigos, con colores de piel más oscuros, aunque tampoco nos sorprende, porque su historial con este tema en otros juegos tampoco es que fuese especialmente estelar.
Genshin Impact es uno de los juegos más rentables del mercado. Y no quisiera restarle la importancia que tiene porque hace muchísimas cosas bien; entre ellas el apartado sonoro, que en Sumeru es una delicia y utiliza instrumentos e instrumentistas típicos de las regiones que engloba, y el trabajazo que tiene en el diseño del mundo. Pero el problema es el de siempre: donde otros gachas del mercado como Arknights o Dislyte sí saben atreverse Genshin se queda corto. Cuando se trata de representación en el título siempre tenemos que andarnos con un paso adelante y siete hacia detrás. El racismo y el desprecio a otras culturas ya es una lacra en el mundo real, no lo dejemos impune en las obras que nos mueven e inspiran. El argumento que intenta justificar estos diseños como adecuados porque es lo que el público demanda en el gacha no se soporta cuando uno se fija más allá de Genshin en lo que se ofrece en otros juegos del género.
Hoyoverse deberían ser responsables y consecuentes con las culturas que intentan plasmar, sin desmerecer ninguna de ellas por el camino. Lo que podría haber sido un bonito acercamiento a culturas con aspectos tremendamente interesantes se ha quedado, una vez más, en un mejunje rancio a medio cocer. Si vas a tomar prestado, hazlo en condiciones.

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