Sonny Boy y por qué no todas las historias han de tener sentido

Sonny Boy es un anime alejado de los cánones convencionales. Animado por Madhouse y dirigido por Shingo Natsume —el director de la primera temporada de One Punch Man y de Boogiepop—, consta de doce episodios de unos veinticinco minutos cada uno. A pesar de haber sido estrenado el año pasado, no fue hasta la semana pasada que pude encontrar el tiempo pertinente para visionar el anime. Estos días, varios amigos cercanos me han pedido que les hiciera una sinopsis de cara a introducirles en la serie y, después de mucho intentarlo, he llegado a la conclusión de que no puedo. Me resulta imposible resumir Sonny Boy, en especial porque no me he enterado de la mitad de los diálogos ni la mitad de las tramas. Cada capítulo es un rompecabezas que, si bien te guía lo suficiente como para comprender sus puntos esenciales, también es demasiado ambiguo como para entender cada detalle, cada matiz que esconde. No soy la única persona que lo ha percibido así; buscando más información en foros, me he dado cuenta de que mis sensaciones son generalizadas. Nadie ha descifrado el anime en su completitud, nadie ha logrado esclarecer todos los enigmas que se presentan a lo largo de sus doce episodios. Existen muchas personas a las que esto les desagrada, pues lo habitual es que cada secreto de una obra se acabe desvelando tarde o temprano —en especial si tienen relación con el desarrollo de algún personaje o trama principal—. No obstante, cuando escucho estas quejas en relación a Sonny Boy o a cualquier otro anime que deja incógnitas al aire, mi respuesta siempre es la misma: «¿Qué más da? ¿Acaso todas las historias han de tener sentido?».

Las pobres víctimas de este viaje delirante / ©Madhouse

Tal y como explicaba al inicio, Sonny Boy es un anime especial; de hecho, tal vez emplear esa palabra se queda algo corto. La trama es lineal pero muy simbólica, apenas se detiene para darte explicaciones y a menudo suceden saltos temporales de unas semanas o meses en los que se llevan a cabo acontecimientos que, por supuesto, no te aclaran apenas. Es una obra en la que el mensaje prima sobre la historia.

Sonny Boy narra la aventura de un grupo de alumnos que queda varado en una realidad alternativa y tienen que volver a nuestro mundo. No obstante, bajo esta premisa —fuertemente inspirada en The Drifting Classroom— se construye una obra en la que se habla del crecimiento personal de los adolescentes: sus conflictos, diatribas, ascensos y caídas. Es un anime que se permite tratar el tema de la presión social que sufren los jóvenes y adultos japoneses por el sistema en el que viven, así como dedica largos pasajes a hablar de la absurdez de los conflictos bélicos, la empatía humana, los vicios del poder, la inmortalidad y, por consiguiente, la muerte. Todos estos mensajes, aún así, se retratan con sutileza, como una alegoría más propia de una poesía que de una serie animada de televisión. Porque esa sería, quizá, la mejor palabra para definir a Sonny Boy: poesía.

Por si esto fuera poco, el empacado artístico de esta obra no solo se ciñe a sus mensajes, sino que también afecta a todos los elementos restantes. La dirección, fotografía y animación de Sonny Boy son magistrales. Cada plano está pensado al milímetro y ejecutado con una habilidad sobresaliente, hasta el punto de que muchas escenas aisladas nos relatan historias que pueden ser estudiadas por separado del resto del anime. La realidad y la ficción, lo literal y lo metafórico, se entremezclan para formar una danza en la que tu mente tiene que juntar todas las piezas de un acertijo interminable. El arte de Sonny Boy, por tanto, no es pasivo. Requiere de la colaboración de sus espectadores para extraer los mensajes que se plasman en cada capítulo, en cada escena. Este arte, además, escala en grados de surrealismo a lo largo de los episodios. Para esto, Sonny Boy se vale de los distintos mundos por los que van pasando los protagonistas, cuya estructura y funcionamiento siempre entrañan un mensaje más profundo de lo que se muestra aparentemente.

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La preciosa paleta de colores entrando en acción / ©Madhouse

Otro punto a destacar de Sonny Boy por encima de la gran mayoría de series de animación japonesa es su banda sonora. O más bien, el uso de su banda sonora. La mayor parte de las escenas y capítulos se desarrollan en un silencio casi absoluto, solo interrumpido por los diálogos entre los distintos personajes.

No obstante, en ciertos momentos específicos, se rompe el monótono silencio y entra la música a todo volumen. Una banda sonora única, de corte personal y repleta de temas intimistas y que emanan un aire nostálgico. No en vano, las canciones que la conforman —la mayoría de ellas incluidas en los capítulos como insert songs— fueron recomendadas al estudio por el mismísimo Shinichirō Watanabe, el director de algunas obras maestras de la animación como Cowboy Bebop y Samurai Champloo. En sus trabajos se observa un especial interés por plasmar parte de la narrativa a través de la música —las composiciones de The Seatbelts y Yoko Kanno, por un lado, y las de Nujabes, por otro, se han mantenido en la memoria colectiva durante décadas—, y es posible que sus comentarios hayan influido a la hora de interrelacionar la trama y la banda sonora en Sonny Boy.

Todos estos elementos aunados transforman una historia metafórica y paranormal en una experiencia audiovisual tan original como embelesadora. Volviendo al tema inicial, he leído y escuchado numerosas críticas a Sonny Boy por su narrativa alegórica y alejada de la literalidad. Como espectadores, estamos acostumbrados a productos más estandarizados y que cumplen los esquemas prototípicos de las obras de ficción —las estructuras en tres o cinco actos, el viaje del héroe, los recursos como el cliffhanger o el arma de Chejov—. No obstante, el arte se basa en la reinvención y en la expresión de nuestra imaginación humana. Limitarnos de esa manera a una serie de fórmulas conduce a la muerte del ingenio en pos de un arte algoritmo; uno en el que las industrias del entretenimiento ganan más dinero pero merman la inventiva humana. Lo podemos ver día a día en el cine de Hollywood: películas con tramas predecibles, personajes arquetípicos y escenas efectistas cuya reacción en el público ya es conocida de antemano por las productoras. En esta clase de cine nada se deja al azar, nada es espontáneo, sino que todo está medido y calculado al milímetro como si de una ciencia exacta se tratase.

Efectivamente, esto es cine / ©Madhouse

Este es el contexto en el que surge Sonny Boy, una serie que llega para romper todos los estereotipos, para enseñarle al mundo de la animación que las historias pueden ser narradas de múltiples maneras. Se aleja de lo cotidiano y logra encontrar nuevas formas de expresión artística, muy diferentes de las que estamos acostumbrados a ver en cine o videojuegos, para plasmar su propia belleza. En una obra de ficción, sentirse perdido no es negativo, todo lo contrario; forma parte de la experiencia que sus creadores quieren que vivas. Y eso es lo más bello que encierra el arte. Justo ahí es donde radica el verdadero valor artístico de este anime. Más allá de la dirección, de la fotografía o de la banda sonora, el punto clave se encuentra en la intencionalidad de la obra. Sonny Boy no busca contarte una trama al uso, sino exprimir tus sentidos y llevarte de la mano por un viaje a la deriva en el que, al igual que los protagonistas de la serie, nunca sabes cuándo podrás finalizarlo ni cómo serás cuando llegue ese momento. Y llegado a ese punto, al final del camino, tú también te preguntarás lo mismo que yo: ¿qué más da que la historia no tenga sentido?

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