Es un hecho que vivimos en un mundo cisheteronormativo. Así pues, no es de extreñar que en la gran mayoría de libros, videojuegos, películas, animes o mangas que se escriben, la gran mayoría de sus personajes —sino todos— sean cishetero. Dicen que la ficción es un reflejo de nuestra sociedad y en parte es así. Pero también es un reflejo de como el autor o la autora percibe el mundo que le rodea o de como le gustaría verse representado en el mismo. Si uno se ha interesado por Japón más allá de lo que ve en el anime, se habrá dado cuenta de que los japoneses son personas bastante reservadas, pero luego en la mayoría de los shonen los protagonistas son de lo más extrovertido del mundo y tienen una enorme facilidad para hacer amigos. También tienen una enorme dificultad para conectar con personas del género opuesto. Se puede decir que algunos ni se esfuerzan y luego escriben y consumen harems. Pero esto es otro tema.
En el mundo del manganime casi todo lo que vemos sobre cuestiones de sexualidad y de género también se puede considerar que es un reflejo de la sociedad en la que viven los japoneses. Los animes más populares suelen ser adaptaciones de mangas o novelas dirigidos al público masculino —en teoría, porque el tema de las demografías es una cosa a tratar a parte— y escritos en su mayoría por hombres —puede que Arakawa sea una excepción—. En este tipo de historias el grueso de sus personajes suelen ser cisheterosexuales y, si te paras a pensar, tiene todo el sentido del mundo si tenemos en cuenta que el hombre cishetero ha estado desde siempre en el centro de todo. Es por eso que la mayoría de autores y editores tienen este perfil, los personajes que escriben tienen este perfil y al público al que pretenden dirigirse también suele tener este perfil.
Quizá es por eso hay un tipo de público a quien le choca que otro tipo de personaje empiece a tomar protagonismo, porque es una señal de que el mundo poco a poco empieza a cambiar. Boys run the Riot o Sombras sobre Shimanami existen porque personas trans no binarias han encontrado en el manga una forma de plasmar una realidad que hasta hace no muchos años otros autores ignoraban o intentaban evitar a toda costa.

Cabe decir también que estas historias tampoco existirían si no fuera porque unos editores dieron el visto bueno y decidieron publicarlo en una revista. Y este hecho es un reflejo de que poco a poco, como sociedad, se está avanzando. No olvidemos tampoco que una historia con una perfecta representación LGBT como Ao No Flag fue serializada en la Shonen Jump, algo que no muchos años atrás hubieras sido impensable.
Aún así, gran parte del público que consume manga sigue siendo el que es. Así que ten cuidado, no les pongas un personaje trans, porque le van a hacer misgender o no le pongas un beso entre dos chicos, porque esto es “adoctrinamiento de ideología de género” y la historia se convierte automáticamente y por arte de magia en yaoi —esto no es una exageración, de verdad hay gente que se lo tomó así en Banana Fish, cuando los dos protagonistas se dan un beso para intercambiar información. Muchos incluso llegaron al punto de dropear serie—.
Dicho todo esto, no se puede negar que cualquier tipo de representación LGBT puede afectar en la repercusión de un manga o un anime. Quizá por eso van a tener que pasar muchos años hasta que llegue un día en el que el protagonista de un bombazo de la Jump represente alguna de las letras del colectivo LGBT+ —aunque también es cierto que hay que tener en cuenta Luffy tiene toda la pinta de ser asexual—.
Pero imaginemos que vivimos en un mundo ideal en la que la gente es respetuosa y tolerante con todo el mundo y nadie se ofende cuando aparece al fondo de la escena una familia formada por dos madres. Imaginemos que todo el mundo consume lo que le apetece sin importar si la historia es de acción, de misterio o de romance. Imaginemos que los autores pueden presentar libremente a su protagonista como les de la gana, por ejemplo como una persona bisexual trans, porque este hecho no va a preocupar a los editores sobre si repercute en las ventas de sus manga.
¿Tendría esto algún impacto en el desarrollo de la propia historia que quiere contar?

Si hablamos de los nekketsu en los que lo que importa es la aventura, los amigos y derrotar a los malos, la historia no debería verse afectada. Si Naruto se hubiera dado cuenta al final de todo que en realidad estaba enamorado de Sasuke, todo lo que había llevado al desenlace de la trama habría sido exactamente lo mismo: un niño quiere ser Hokage y lo consigue. Punto. Con quien se acabe casando es algo completamente secundario. Si se hubiera dado este caso en Naruto, la mayor repercusión que hubiera habido es que Boruto no hubiera existido, o al menos no de la misma forma. Es decir, que incluso habrían sido todo ventajas.
En otro tipo de historia tipo thriller, deportes, terror o fantasía, que su protagonista sea LGBT también tendría que darnos un poco igual. Incluso si hay alguna subtrama romántica… ¿Qué más da si es entre un chico y una chica o entre dos chicas? Miremos algunos mangas ya existentes. ¿En que cambiaría Atelier of Witch Hat si se llega a confirmar un amorío entre Qifrey y Orugio? ¿En qué cambiaría Stone Ocean si Jolyne Kujo en lugar de novio hubiera tenido novia, tal y como se dice que Araki tenía planeado? ¿En qué cambiaría Tokyo Revengers si cualquiera de sus personajes fuera trans? Las premisas de todas estas historias seguirían siendo exactamente los mismas.
En cambio, si hablamos de historias de romance… ¡Tampoco tendría porque cambiar nada! La idea de «chico le gusta a chica» o «chica le gusta a chico» es exactamente la misma que la de «chico le gusta a chico» o «chica le gusta a chica». Lo que quiere contar una historia así es que alguien conoce a alguien, se enamoran —o no— y al final de todo acaban juntos —o no—. En un mundo ideal los términos “boys love” y “girls love” podrían desaparecer y estas historias formarían parte de la categoría romance a secas.
Pero este no es el caso. Los mangas de este tipo han sido ideados en la realidad en la que vivimos y por eso seguimos diferenciado entre historias de romance y historias romance entre personas del mismo género. Esto provoca que las historias también se adapten a esta realidad. Ya he mencionado Sombras de Shimanami, un manga que enseña de una manera bastante clara y directa como es la vida de las personas LGBT en Japón, el cómo ser LGBT condiciona las vidas de los protagonistas y la forma en la que estos acaban encontrando un espacio seguro en el que refugiarse y poder ser ellos mismos.

En Araburu no otemodomo yo —una historia del paso de la niñez a la adolescencia en la que cinco niñas empiezan a descubrir ciertos temas—, lo más normal del mundo es que al menos una de las protagonistas se plantee si de verdad le gustan o no los chicos como al resto de sus amigas. Porque mientras la atracción hacia personas del mismo género no sea algo normalizado en todo el mundo y las historias, el arte, no lo muestren como algo natural, la realidad en la que vivimos seguirá siendo esta en la que hay personas que viven pensando que lo que sienten está mal cuando no es así. Y estas historias de autodescubrimiento como Araburu, Kieta Hatsukoi o Boys run the riot, son necesarias, sobre todo por la visibilidad que dan a ciertas realidades que a menudo pasan desapercibidas y que son vitales para muchas personas.
Esto no quiere decir que debamos prescindir de personajes LGBT en cualquier otro tipo de historia en la que no se toquen específicamente temas LGBT. Ya hemos visto que las premisas y el desarrollo de la mayoría de tramas podrían seguir siendo las mismas si el protagonista fuera trans, gay o bi si estas condiciones se trataran con toda la naturalidad del mundo.
Sé que algunos podrían decir: «bueno, si la orientación sexual de un personaje no va a cambiar la premisa de una historia en la que no se tocan temas LGBT, ¿por qué no pueden seguir siendo todos cishetero? ¿Qué necesidad hay de personajes LGBT?»
La respuesta es sencilla: ¿Qué necesidad hay de que todos sean cishetero? Y es que si esto llegase a cambiar ayudaría a que las personas del colectivo tuviéramos referentes, a que se nos normalizara y a que nos pudiéramos expresar como nos diera la gana porque el resto del mundo también nos habría normalizado. Pero para poder llegar a ver este reflejo aún tienen que pasar muchas cosas aunque, pese a que en Japón vayan más lentos que en otros países, anima ver que cada vez hay más autores y autoras que empiezan a entenderlo.
Y esperamos que el sector del público que aún no lo ha entendido también empiece a hacerlo pronto.