El poeta romano Ovidio, en el tercer volumen de su Epistulae Ex Ponto, versaba «interdum lacrymæ pondera vocis habent». Es decir, que en ocasiones, las lágrimas pueden pesar tanto como las propias palabras. Llorar se ha asociado en no pocas ocasiones a un símbolo de debilidad, de excesiva sentimentalidad ante la aséptica y estoica razón. También es un verbo enfrentado en demasía a la masculinidad tradicional. Con todo, o quizás en parte gracias a ello, el arte ha buscado hacernos llorar desde tiempos inmemoriales. En palabras de Paul Cézanne, posimpresionista francés, «un arte que no se basa en el sentimiento no es arte». No es de extrañar que en todas las disciplinas existan obras destinadas a conmovernos. La novela Expiación, de Ian McEwan, la película Siempre a tu lado, Hachiko o media discografía de Nick Cave & the Bad Seeds —con Ghosteen o Skeleton Tree como casos más melancólicos— harán sudar el lacrimal del machote más firme e impasible. Y son sólo pequeñas gotas perdidas entre todo un mar. Como no podía ser de otro modo, al mundo del manga también llegan las olas de ese océano y en Futoi Karasu os queremos recomendar, más allá de reconocidos clásicos plañideros como Oyasumi Punpun, Fumetsu no Anata e o Shigatsu wa Kimi no Uso, obras con las que sumergirse hasta el fondo del drama. Entre gimoteos, hipos, moqueras y párpados hinchados os traemos 7 mangas con los que gastar paquetes enteros de pañuelos.
Mikkakan no Koufuku (Shouichi Taguchi y Sugaru Miaki)
Con un título completo tan largo y complicado de recordar como es Jumyou wo Kaitotte Moratta. Ichinen ni Tsuki, Ichimanen de —aunque se tienda a usar Mikkakan no Koufuku, pues así se llama la novela que adapta— este es, probablemente, el más conocido de los mangas del presente artículo. Existe una empresa a la que puedes vender parte de tu esperanza de vida a cambio de dinero. Cuanto más esté esa vida destinada a grandes cosas y al éxito más dinero te ofrecerán. Kusunogi es un joven sin deseos ni aspiraciones, sin motivación alguna que le lleve a seguir adelante, así que decide vender todo lo que le queda de vida, salvo tres únicos meses, que utilizará para poner sus pocos asuntos en orden y gastar el dinero que le ofrezcan. Su sorpresa es mayúscula cuando le entregan el equivalente a unos 2000 euros, pues su existencia no tenía, ni tendría en un hipotético futuro, apenas valor alguno. Para controlar que, durante esas últimas semanas de vida, no cometa ninguna locura que ponga en peligro a los demás, la empresa en cuestión envía a una empleada, Miyagi, a supervisarlo. Pronto, crecerá el aprecio entre ambos y, gracias a Miyagi, la recta final de la vida de Kusunogi se llenará de color. Un color que siempre había estado ausente. Este es un manga que busca responder no tanto al sentido de la vida, sino a lo que le da valor a la misma, mostrar cómo alguien que era incapaz de apreciar absolutamente nada aprende a responsabilizarse, a tener una existencia satisfactoria y de la que estar orgulloso gracias a un mal negocio y, sobre todo, a la compañía adecuada.
Tsukanoma no Ichika (Natsu Tadano)
A primera vista este puede parecer un nuevo caso del tropo de «persona enferma se enamora de persona enferma», que en los últimos tiempos se ha comenzado a explotar con relativo éxito, tanto en Occidente —Bajo la misma estrella, A dos metros de ti— como en tierras niponas —Tokidoki, del autor de Nisekoi— pero Natsu Tadano intenta ir más allá. Lo que comienza como una historia aparentemente típica de una estudiante de universidad que parece una enfermedad incurable y que termina quedando prendada de su profesor, preso también de una dolencia misteriosa y también terminal, no tarda mucho en convertirse en una reflexión intensa sobre el miedo no a la muerte, sino a la propia inexistencia, a todo aquello que queda detrás cuando desaparecemos y a lo imposible que resulta comprender la naturaleza de esa propia nada. Por suerte, lejos de quedarse sin más en reflexiones existenciales, Tsukanoma no Ichika intenta buscar la respuesta, y el contrapunto, a esas aterradoras incógnicas en el calor humano, en el apoyo de una familia, en el amor de un ser querido.

Toumei Ningen no Hone (Jun Ogino)
La vida de Aya no podría ser más traumática. Su padre, un maltratador peligroso, no deja de golpearla en sus momentos de furia, así como no deja de abusar de su madre, mientras su hermano mayor finge que no ocurre nada porque tiene demasiado miedo como para intervenir. Aya descubre entonces que tiene el poder de hacerse invisible y, un día en el que la ira de su progenitor termina por causar heridas graves a su madre, Aya utiliza su poder y lo asesina. A partir de ahí Jun Ogino nos ofrece una historia relativamente corta, pero llena de sentimientos muy intensos. Toumei Ningen no Hone aprovecha esas gotas de crimen sobrenatural para reflexionar sobre la culpa, el perdón a los demás y a uno mismo, y sobre la justicia ética y la factura que nos pasan nuestras acciones. Pero también sobre cómo y cuándo podemos apoyarnos en los demás para superar los traumas de nuestro pasado.
Boy Meets Maria (Kōsei Eguchi)
El fallecimiento de Eguchi, más conocida por su pseudónimo Peyo —sí, como el de Los Pitufos— en 2020, cuando acababa de cumplir tan sólo 25 años, nos dejó huérfanos de una de las plumillas más prometedoras del panorama nipón. Boy Meets Maria fue su ópera prima y a la vez su canto de cisne, pues Kimio Alive, su siguiente trabajo, quedó inconcluso debido a su óbito. Taiga cree haber encontrado a su chica soñada en su primer día de instituto, María, del club de teatro, gracias a las magnéticas actuaciones de esta última. No tardará mucho en descubrir que quien se escondía detrás del personaje era un chico, compañero suyo de clase, llamado Yuu. A partir de ahí, Peyo nos brinda una historia brillantemente contada sobre el descubrimiento de la propia sexualidad y el confuso amor adolescente. Boy Meets Maria es, a la hora de contar el pasado de sus personajes, dura y cruda. Es, en ciertas ocasiones, descarnada, y tiene escenas que no están recomendadas para los más sensibles. Pero también es emocional, con un mensaje de aceptación propia muy positivo y, sobre todo, enternecedora.
Magi no Okurimono (Kumichi Yoshizuki)
¿Cuánto tiempo debemos guardar luto por una persona querida? ¿Cuándo llega el momento del adiós definitivo? ¿Y si es el amor de nuestra vida? Akari, la novia de Daichi, ha fallecido y este, lejos de haberlo superado pese al tiempo transcurrido, dedica su día a día a recordar sus momentos juntos, atesorarlos, hablarle a todo el mundo de ellos y, en definitiva, hacer lo posible por no olvidarla jamás. Desde el cielo, la propia Akari tiene otros planes, queriendo que su amado siga adelante y deje de dedicar su vida a evocar mañana y noche memorias del pasado. Cuando, en el quinto aniversario de su muerte, Daichi, apesadumbrado porque sus recuerdos se empiezan a diluir, peregrina hasta el observatorio astronómico en el que murió, Akari moverá —literalmente— cielo y tierra utilizando todos los poderes del Paraíso para cortar el camino de su novio y que este no pueda llegar a la cima. Magi no Okurimono, en lugar de centrarse en algo tan trágico y sobreutilizado en las historias dramáticas como es el momento de la muerte de un ser querido nos enfrenta a lo que viene después, a cómo encauzar nuestra vida de cara al futuro, cómo recordar con cariño, sin obsesiones ni idealizaciones, a alguien que nos aportó tanto, y aprender a trazar un nuevo camino sin esa persona.

Half & Half (Kōji Seo)
El autor de Hiroshima es mucho más conocido por sus largas tragicomedias románticas llenas de equívocos, sentimientos explosivos y dramas adolescentes, como Suzuka, Kimi no Iru Machi o Fuuka —cualquiera de las tres con sus dosis de puñetazos al corazón, en mayor o menor medida— pero con Half & Half el maestro Seo se salió un poco de su zona de confort. Shinichi y Yuuki son dos desconocidos que fallecen simultáneamente en el mismo accidente de coche. El mismísimo Dios les dará entonces otra oportunidad: revivirán y, tras siete días juntos, uno de los dos podrá continuar con su vida, mientras que otro morirá. Hasta entonces, tendrán que cohabitar de manera obligatoria y, no sólo eso, sino que compartirán sentimientos y sensaciones. A diferencia de en sus obras más famosas, aquí Seo no se anda por las ramas y, de principio a fin, durante los dos volúmenes que dura la obra, nos prepara para el garrotazo final, que no por esperado y hermoso se hace menos devastador.
Summer Ghost (Otsuichi y Miyoshi Ino)
Este manga es la adaptación del excelente debut como director de cine de animación del increíblemente talentoso ilustrador loundraw, así que hablaremos del mediometraje —si se nos permite la trampa—, pues el cómic no está finalizado aún. Summer Ghost es una obra más melancólica que descarnada, pero ocupa gran parte de su poco más de media hora en envolverte con su atmósfera, empaparte sin reparos de los problemas de sus personajes hasta que empatices con ellos, prepararte para un cénit tan bello como cautivador. Tres jóvenes se reúnen en un aeródromo abandonado un atardecer para comprobar si la leyenda urbana de que lo ronda un fantasma. Se les aparece entonces el espíritu de una chica joven fallecida tiempo atrás, que les pide ayuda. Con una animación hermosa, una banda sonora nostálgica y unos personajes a los que se les coge cariño en apenas un par de minutos, Summer Ghost construye de manera hábil una tristeza bella en su culmen, un sentimiento agridulce de despedida y homenaje, pero también de superación y optimismo, de aprender a vivir gracias a aquellos que ya no lo hacen.
Y hasta aquí las recomendaciones de esta vez. El drama es uno de los géneros más socorridos y, evidentemente, hay multitud de otras obras a las que podemos recurrir si queremos terminar deshidratándonos por los globos oculares como el niño del segundo capítulo de Mushi-shi, pero en Futoi Karasu hemos querido aportar un granito de arena a aumentar la tristeza en vuestras vidas.
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