En la mente de es una serie de artículos dedicados a profundizar individualmente en las características y motivaciones de algunos de los personajes más queridos e interesantes de los videojuegos y el anime
El caso de Marcos Rodríguez Pantoja es uno particular. Considerado como uno, sino el que más, de los incidentes mejor documentados de niños ferales en el Estado español, su historia ha inspirado artículos de prensa, leyendas e incluso una película: Entrelobos. En 1953, contando tan sólo con siete años de edad, la muerte del cabrero que lo cuidaba lo dejó sólo en medio de la naturaleza. Durante los siguientes 12 inviernos, hasta que fue encontrado por la Guardia Civil, el por entonces pequeño Marcos vivió perdido entre las montañas, sin más compañía que la de una manada de lobos que cuidó de él. Cuando llegó el momento, tras su rescate, de reinsertarlo, las personas que se ocuparon de él se enfrentaron al reto de conseguir que un postadolescente en la edad en la que muchos se independizan de sus padres, volviese a aprender el lenguaje, las normas de lo que era correcto y lo que no en la sociedad de su época e incluso el valor y significado del dinero.
Spoilers evidentes de Chainsaw Man
Denji, protagonista de Chainsaw Man, la obra más famosa del mangaka Tatsuki Fujimoto y que pronto será estrenada como anime, no es del todo un niño feral, pero casi. Desde su nacimiento estuvo rodeado de la más extrema pobreza, hasta la muerte de su alcohólico y abusivo padre. Entonces, pasó a heredar todas las deudas pendientes de su difunto progenitor y, por ello, desde una edad muy temprana tuvo que dedicarse sin descanso a realizar todo tipo de encargos y tareas, a cada cual más desagradable, para retribuir los débitos pendientes. Por ello, el bueno de Denji nunca recibió una educación formal como los demás niños. Mientras otros pequeños de su edad iban a clase a diario y jugaban al fútbol cuando les apetecía, él se adentraba junto a Pochita, el demonio que había rescatado, en las montañas a talar leña hasta que ambos desmayaban del cansancio. Mientras cualquier zagal aprendía la tabla del 7 o las normas esperadas de etiqueta y comportamiento, él entraba en los bajos fondos más truculentos de la ciudad a cumplir encargos. Mientras chavales preadolescentes se enamoraban por primera vez, él se veía sometido a vejaciones indescriptibles o se veía abocado a vender parte de sus propios órganos al mercado negro. Denji, al igual que un niño salvaje, nunca llegó a tener una entrada en la sociedad equiparable a la del resto de sus coetáneos.

En los tres primeros capítulos de Chainsaw Man se relata cómo nuestro protagonista se une a la Agencia de Seguridad Pública como cazador de demonios gracias a que Makima lo encuentra y le da la oportunidad. Y es en esos tres primeros capítulos en los que quedan patentes las dos principales motivaciones que sostendrán a Denji durante gran parte del manga: el alimento y el cariño humano. Es bastante esclarecedor, al respecto de la vida de penurias por la que ha pasado, que el primer «sí» que le da a Makima, cuando acepta unirse a la Agencia, es porque esta le promete un desayuno. Una tostada y café, con postre, algo que está a años luz por encima de cualquier rebanada mohosa de pan duro y húmedo que él y Pochita hubiesen podido almorzar hasta el momento. Así donde Luffy quiere ser el Rey de los Piratas, Edward Elric devolver a su hermano Alphonse su cuerpo perdido y tanto Son Goku como tantos otros salvar el mundo y ser los más fuertes… Denji sólo quiere sustento. Sólo quiere una cama en la que poder dormir, un techo bajo el que poder guarecerse y comida caliente en su plato, que ya es más de lo que ha tenido jamás. No deja de ser curiosa la subversión de tropos tan habituales en el shonen que se da lugar aquí. Come mucho, como Goku, pero porque siempre ha pasado hambre. Parece un poco payasete y tonto, como Naruto, pero porque jamás ha ido al colegio o tenido acceso a ninguna enseñanza moral o intelectual.
La segunda motivación nos lleva a una de las frases más infamemente célebres de la obra que nos ocupa: «quiero sobarle las tetas«. Se ha tachado a Denji de acosador, de pervertido, de incel y de mil etiquetas negativas más debido a cierta fijación regular con los pechos femeninos durante el primer tercio del manga. Y todo esto sin tener en cuenta ni el contexto del personaje ni su evolución y, sobre todo, conformación como ser humano a lo largo de la trama. La primera vez que Denji se convierte en el Demonio Motosierra, tras unirse Pochita a su corazón después de ser ambos apuñalados innumerables veces por los secuaces del Demonio Zombi, lo único que logra sacarle de su estado berserker es el abrazo de Makima. Teorías sobre la poderosa influencia de nuestra pelirroja Demonio del Control aparte, esa era la primera vez en muchos años, probablemente en toda su vida, que Denji recibía contacto físico de otro ser humano sin que este contacto fuese agresivo o estuviese directamente dirigido a herirle o dañarle. La primera muestra de cariño que recibe un adolescente, y esta viene de parte de una persona aparentemente normativa, hermosa, carismática, que muy pronto se establece en una posición de poder muy por encima de él y que además crea en nuestro protagonista una relación de dependencia para consigo. Más allá de los poderes mencionados y de posibles complejos de Edipo, por supuesto que, teniendo en cuenta todo lo anterior, Denji va a estar irremediable y tóxicamente enamorado de Makima, por supuesto que anhelará cualquier pequeña muestra de cariño que ella le pueda dar. Y por supuesto que si la única educación afectiva y sexual que este adolescente con las hormonas desbocadas ha recibido proviene de los comentarios obscenos de los yakuza y de las revistas pornográficas que los criminales dejaban tiradas en la calle, va a creer que el culmen de ese afecto y reafirmación de cariño es que alguien le deje sobarle los pechos. Makima, principalmente, pero no será la única.

El anterior texto resaltado en negrita de «le deje» no es casual. Denji puede ser un crío sin educación, puede tener las hormonas revueltas, puede incluso, ser un poco baboso debido a su contexto, pero no es un acosador. No es Sanji, no es Zenitsu y, por supuesto, no es Mineta. Aún en los momentos en los que más pierde su sentido común no busca tanto el contacto físico en sí mismo como que alguien le permita ese contacto. Jamás se propasa con otro personaje y nunca, en toda la obra, se le ocurre la más mínima acción que sobrepase la barrera del consentimiento ajeno —lo cual ya le sitúa moralmente bastante por encima de los tres personajes recientemente mentados—. Y no por irónico deja de resultar extremadamente ilustrativo el momento en que Power le ofrece que palpe su busto. La gran decepción que Denji siente entonces ante algo que presuntamente esperaba con afán y que tanto había idealizado no significa otra cosa que la certificación diegética de que ese «quiero tocar tetas» no era más que una focalización semiarbitraria más de la necesidad de contacto afectuoso, de calor humano y de cariño de alguien que aún es un niño y se ha visto obligado a crecer demasiado deprisa por los horrores de su vida. Quiere amor, pero no ha tenido oportunidad aún de descubrir o aprender qué es el amor. Y por eso al principio no entiende la diversidad de sensaciones y emociones que evocan y generan en él Makima, Power, Himeno o Reze.
Y es importante destacar que Denji, pese a ser un caso casi de manual de excusa freudiana, sólo que aplicado al héroe en lugar de al villano, y de no haber recibido educación, sí presenta unos valores morales innatos bastante férreos respecto a las cosas de importancia capital. Puede que sus emociones le gobiernen, que sea extremadamente fácil de manipular debido a su falta de educación e interacción social, que a veces sea, literalmente, un cretino descuidado, pero siempre intenta posicionarse en el lado justo cuando llegan los sucesos importantes. Siempre muestra una empatía directa hacia las víctimas inocentes —no hay más que echar un ojo a su enfrentamiento con Santa Claus y todas las personas a las que tiene esclavizadas— y no sólo eso, sino que, volviendo al tema afectivo-sexual, una vez que Power pierde hasta su voluntad de vivir, Denji se ocupa de ella de forma abnegada. Porque ella será, en sus propias palabras, narcisista, egoísta y mentirosa, pero también es como una hermana para él y no puede verla de esa forma sin hacer nada. Cabe recordar el íntimo y emotivo momento en el que la propia Power, completamente anulada para realizar cualquier tarea diaria que requiera un mínimo de implicación, es aseada por Denji, y allí donde otros autores de shonen aprovecharían desvergonzadamente para colar algún plano caprichosamente sexual o algún comentario fuera de lugar, Tatsuki Fujimoto decide hacer hincapié única y exclusivamente en la dedicación y cariño de Denji hacia su compañera y las reflexiones que este establece entonces para crecer como persona.
A lo largo de la serie, la influencia constante que la mencionada Power y, por supuesto, Aki ejercen sobre nuestro protagonista termina cambiándole a mejor. No ha ido aún a la escuela —eso queda para la Parte 2—, pero ya sabe valerse por sí mismo en la sociedad. Ha pasado de vender sus órganos a poder hacerse responsable de otras personas. Denji ya no tiene que seguir intentando convencerse a sí mismo de que no sentiría nada si sus amigos desapareciesen o falleciesen, ya no tiene que sentirse sólo o continuar soñando con un plato de sopa caliente y un abrazo cariñoso. Y por eso sufre como sufre en el arco final cuando se había repetido tantas veces para sí que estaba muerto por dentro. Asimismo Reze le otorga el valor con su encuentro, Pochita la esperanza cada vez que le habla a su corazón y Kishibe el necesario pragmatismo y la capacidad de decisión. Son 97 capítulos que ven a un niño convertirse en hombre. 97 capítulos tras los que un adolescente que sólo deseaba cariño y comida toma la enorme responsabilidad de adoptar bajo su techo a la reencarnación del peligro más grande que jamás ha sufrido el mundo, de un ente que lo tenía completamente manipulado y dominado y a quien tuvo que derrotar, para cuidarle, darle una educación adecuada y el amor que todo niño o niña se merece recibir.
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