Heavenly Delusion: exponer el worldbuilding sin exponer el worldbuilding

Tengoku Daimakyou —publicado en España bajo el nombre Heavenly Delusion— es lo último de Masakazu Ishiguro, autor de obras cortas como Nemurubaka y Kyoko y Papá y de Soredemo Machi wa Mawatteiru —un slice of life cuya serealización duró desde 2005 hasta 2016 en la revista Young King OURs—. No es uno de los autores más conocidos en nuestro país y, como todos, tendrá sus más y sus menos como mangaka. Pero si hay algo que no se le puede reprochar es la habilidad que está demostrando que tiene para exponernos de una manera amena y natural el mundo en el que trascurre su última creación.

La construcción del mundo en una historia o worldbuilding es todo aquello que hace referencia al entorno en el que se desarrolla la trama —países, historia, política, geografía, fauna, etc—. Es un término que se utiliza con mucha frecuencia sobre todo en historias de fantasía o incluso de ciencia ficción. Pero lo cierto es que una historia que transcurre en, pongamos por ejemplo, Cuenca en los años 70 también necesita su dosis de worldbuilding. Es decir, por mucho que una historia transcurra en un lugar y en una época más o menos reales, no le exime de que necesite su propia construcción de mundo. Claro está que para un autor será más fácil recrear la ciudad en la que ha vivido toda su vida que crear un mundo completamente de cero y en el que tenga que inventarse unas bases cohesionadas y que tengan sentido para la historia.

Tampoco hace falta crear el mundo entero. Lo que hace Ishiaguro es recrear un Japón postapocalíptico y se queda con eso. No necesita plantearte lo que ha pasado en el resto del planeta, aunque como ya veremos, parece que tardaremos en saber incluso lo que ha pasado en el propio Japón.

Son muchas las obras que abren con una o más páginas en las que se exponen las bases del mundo, nos explican algo importante normalmente para que los lectores tengamos claro de entrada que estamos ante una obra de fantasía. Algunos ejemplos de esto son Shaman King, donde en la primera página se nos explica que es un Shaman o Naruto donde nos cuentan la historia del Zorro de Nueve Colas. Incluso en The Promised Neverland tenemos a Emma quien casi parece que se dirige directamente a nosotros para contarnos que está viviendo en un orfanato y como es su día a día.

En The Promised Neverland Emma nos contaba como era su día a día, por si los dibujos y los diálogos no eran suficientes ©Sueisha

Heavenly Delusion tiene ciertos aspectos parecidos a The Promised Neverland. Estamos en un orfanato, los niños no saben qué hay más allá y tienen algo que los hace especiales. Hasta aquí todas las similitudes. Ya fuera de los aspectos relacionados con la trama, una de las cosas que hace muy bien Ishiguro es que no nos trata como si fuéramos tontos. Todo lo acabado de mencionar lo sabemos —o lo intuimos— por el entorno que rodea a los personajes y por como estos se relacionan entre ellos, sin tener que recurrir en ningún momento a ningún narrador omnisciente para que nos explique qué está pasando.

Es justo la supresión del narrador omnisciente lo que hace que este manga sea mucho más atrayente. Que haya una voz que lo sabe todo y que nos puede ir aclarando dudas según le convenga puede acabar siendo un poco soporífero —aunque si se hace con una cierta intención y de manera esporádica puede resultar interesante—. Pero que el lector tenga que seguir directamente a los personajes sin ninguna voz externa que le guíe ayuda a que estos se sientan mucho más cercanos. Nos hacemos preguntas con ellos, nos sorprendemos con ellos y queremos salir de allí con ellos.

Paralelamente a la trama de estos niños y el orfanato, tenemos a Maru y Kiruko. Un chico y una chica que intentan sobrevivir en el exterior. Una vez más, Ishiguro no se molesta en explicarnos explícitamente qué ha pasado para que el mundo tenga el aspecto que tiene. El lector se da cuenta en seguida al ver que las calles están vacías, que el asfalto y las casas están agrietadas y que unos monos se asoman desde un tejado como si formara parte de su hábitat natural.

Así es como con tan solo cuatro viñetas, sin ninguna clase de texto, descubrimos que estamos en un mundo postapocalíptico. Maru y Kiruko no nos van a contar nada de lo qué ha pasado —puede que ellos tampoco lo sepan—, así que solo nos queda acompañarlos en esta road movie en busca de un lugar llamado Edén. Una vez más sin ninguna necesidad de sobreexponer la información, sustentando el guion en el comportamiento y en los diálogos de los personajes.

Maru y Kiruko son nuestros guías en esta historia, aunque a ratos parezca que estén tan perdidos como nosotros ©Kodansha

Además, a media que vamos viajando con estos dos protagonistas, uno realmente siente que el decorado forma parte de la historia y que está plagado de detalles que pueden dar pistas para entender lo que sucedió en aquel lugar —un poco al estilo de algunos rincones del videojuego The Legend of Zelda: Breath of The Wild, salvando las distancias, por supuesto—. La comida que sabe mal es un indicio de que quedan pocas cosas comestibles, los cadáveres descompuestos en una cama es una señal de que esa casa lleva años abandonada, un monstruo sobrevolando el cielo nocturno nos está advirtiendo de que este mundo es peligroso. Todo está colocado para que entendamos que el mundo exterior es lo opuesto al orfanato —o puede que no—.

Heavenly Delusion juega con estos dos entornos, en los que a su vez transcurren tramas paralelas que parece que no se tocan pero que se complementan, se nutren entre ellas y que forman parte del mismo lugar y de la misma historia.

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